Índice de Conflicto laboral de los mineros de Real del Monte - 1766 Selección de documentosPresentación de Chantal López y Omar CortésCAPÍTULO SEGUNDO - Primera parteBiblioteca Virtual Antorcha

CONFLICTO LABORAL DE LOS MINEROS DE REAL DEL MONTE
1766

CAPÍTULO PRIMERO

Quejas dadas por los operarios del Real del Monte, ante oficiales reales de Pachuca, que reprodujeron después ante el excelentísimo señor Virrey, y prosiguió en su averiguación el señor Don Francisco Xavier de Gamboa, como subdelegado de su excelencia.
Constan las concurrencias a las minas, con todas las partes, las juntas de minería, las ordenanzas formadas y las listas de barreteros, peones y otros sirvientes
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Receptor Huidobro


LOS OFICIALES REALES DE PACHUCA AL VIRREY

Excelentísimo señor.

Habiendo los operarios de las minas de la Veta Vizcaína, propias de don Pedro Terreros, presentado ante nosotros un escrito que contiene varios y delicados puntos que no se podían resolver sin hacer por nuestra parte la correspondiente averiguación; se dejaron caer como trescientos el día de ayer en esta Real Caja tumultuosamente, con el mayor desorden, intrepidez, osadía y desvergüenza que jamás se ha visto (digna del más severo castigo), pidiéndonos el escrito que habían presentado, y su proveído para hacer su recurso ante la grandeza de Vuestra Excelencia, diciendo en altas voces que aquí no se les haría la justicia que pedían, y que no se tiraba a otra cosa que hacerles perder tiempo, cuyo desacato y los que desde el día veintinueve de julio hemos sufrido contra nuestro honor y la autoridad de nuestros empleos, como sus jueces privativos acredita la prudencia con que hemos caminado en tan delicada materia, para evitar el crecido número de desgracias que hubieran sucedido en esta ciudad, si por nuestra parte se hubiese tomado alguna providencia contra las cabezas de este tumultuoso bando, por estar todos resueltos a cometer los más execrables atentados, como dijeron públicamente. y no habiéndose omitido por nosotros los medios más eficaces y suaves que tuvimos por convenientes, haciéndoles los mejores partidos que pueden escogitarse para aquietarles, y que se volviesen al pueble de dichas minas; no habiendo tenido efecto más que una voz de todos dijo, a México, a México, lo ponemos en noticia de Vuestra Excelencia con los autos originales que a ésta acompañan, para que en su vista se sirva la superioridad de Vuestra Excelencia determinar lo que estimare por más conveniente, preceptuándonos lo que debamos ejecutar al mejor servicio de ambas majestades.

Nuestro Señor guarde a Vuestra Excelencia muchos años, que deseamos.

Pachuca, 2 de agosto de 1766.
Excelentísimo señor.
Joseph Rodríguez Palazios.
Rúbrica.



México, 4 de agosto de 1766.
Al señor fiscal, Rúbrica.
No pasó.

Excelentísimo Señor Marqués de Cruillas.

En vista de la carta de oficiales reales de Pachuca, con las diligencias que acompañan, mandé llamar a don Manuel de Aldaco para que, como inteligente en estos asuntos, me expresase su parecer, y habiéndose impuesto en las referidas diligencias, y hecho cargo de su contenido, me expresó que todo lo propuesto por el teniente del Real del Monte es arreglado, y lo que se debe practicar, e impuesto yo de lo referido por. el expresado don Manuel de Aldaco, mando al Alcalde Mayor y a los referidos oficiales reales, que unidos, hagan que así se practique, y de la misma manera harán (para que las minas no estén despobladas) que todos los operarios que las han desertado se restituyan a ellas, haciéndoles saber que de no restituirse, se tomarán contra ellos las más severas providencias, y esto mismo se ejecute con los amotinados que se hallan aquí, lo que practicará el corregidor de esta noble ciudad, a quien se le pase el orden correspondiente.

Joseph Tineo.
Rúbrica.



PLIEGO PETITORIO DE LOS MINEROS

En la ciudad de Nuestra Señora de la Asunción, Real y Minas de Pachuca, en veintiocho de julio de mil setecientos sesenta y seis años, ante los señores tesorero y contador, jueces, oficiales reales de de la Real Hacienda y Caja de esta noble ciudad y privativos de la veta Vizcaína, se presentó esta petición.

Los operarios de las minas de la veta Vizcaína, pertenecientes al señor don Pedro de Terreros, del Orden de Calatrava, vecinos del Real del Monte, de los que abajo firmamos los que supiéremos, como mejor proceda de derecho, ante vuestra merced parecemos y decimos que siendo nuestro ejercicio el de barreteros, ha muchos años que trabajamos en dichas minas con sobrados afanes y fatigas, porque el único asilo que el barretero lleva a una mina, es el partido que puede sacar en su tequio, que es y ha sido lo que ha mantenido siempre con decencia a los operarios, no el salario, porque éste son cuatro reales, que en el día o noche que trabaja los gasta en la mina misma para alimentarse y fortalecerse en el trabajo y humedades de la mina, y los partidos de la veta nunca han sido correspondientes al tequio, porque antes se partía revolviendo el metal, que aunque es cosa fuera de estilo, ya condescendimos con ello, porque se partía en conciencia y algo nos quedaba, aunque no lo que pudiera quedar si se partiese según la antigua costumbre, sólo aquel metal que el barretero saca a partir sin revolverlo ni usar de otras habilidades perjudiciales a los operarios.

Después se quitó la revoltura y se impuso que de cada tres costales de tequio sacase el barretero uno para partir, aunque contra nuestra voluntad, condescendimos en ello y así se estuvo observando mucho tiempo, pero ahora pocos días se ha impuesto el que de cuatro costales saque el barretero uno, pero con la calidad de que el partible se revuelva con el tequio, y a esto sería tolerable si la revoltura y partido se hiciese en conciencia, y como Dios manda para que el pobre barretero tuviera logro de su trabajo, pero la orden que hay del administrador don Marcelo González, es que el peón vacíe la cuenta, y sobre ella el partido, y que el peón se salga fuera, sin consentir incorporar ni revolver bien uno con otro metal, y salido el peón, los cajones se ponen a separar el metal bueno y razonable a el lado que corresponde a el amo, dejando a el lado del barretero lo más inútil e inservible, se vuelve a llenar el costal, se pesa y va a el partido, en donde no se mete la cuchara por el medio, sino quasi por el tercio, llevando el amo la mayor parte y dejando a el barretero la menor, halla más de la mitad y a el barretero el tercio, poco más o menos, a que se agrega el ser tierras y de mala calidad, que apenas puede el barretero granjear cuatro o seis reales, cuando pudiera con buen metal, como el que saca a el partir, granjear tres o cuatro pesos, como antes de esto sucedía, a esto se agrega que en un tiempo los costales eran regulares de mina, y hoy son desproporcionadas sacas, que hay ocasiones que un pobre barretero hace veinticuatro horas enterrado para ajustar su tarea, que cuando lo ajusta ya le tiene de costo otro tanto o más del salario, porque si éste se gana de las ocho de la mañana a las ocho de la noche, o por el contrario de la noche a la mañana, el que gasta día y noche en la tarea que hace por cuatro reales, es visto que pierde otros cuatro, y el mayor costo de su manutención, y así cuando llega el partido, que es cuando el administrador se le antoja, y a el operario está todo empeñado, y con no sacar nada del partido no remedia aquel empeño, pues toma comer, y así todos nos hemos aniquilado, consumido y acabado, como notoriamente se está experimentando.

También ha impuesto el administrador que no se den más que tres velas, que son las que ha sido costumbre baje cada barretero, y que abajo no se dé refacción de velas, con que con tres velas, cómo puede un barretero completar las doce horas, y mucho menos veinticuatro, y así, o a de parar el tequio o a de comprar velas para acabarlo, también se ha minorado la pólvora porque no se les da a los barreteros aquellos cohetes necesarios para las labores duras ni la herramienta competente.

De forma, que hoy todo es aprovecharse el amo y perecer los operarios, por lo que nos hemos visto precisados a desertar de el Real del Monte, pero porque no se nos atribuya a deslealtad con nuestro Rey el que no se pueblen las minas, no lo hemos ejecutado, y ya aburridos porque no podemos aguantar tanta tiranía, ocurrimos a la justificación de vuestras mercedes, para que se sirvan poner el remedio mandando se nos parta según la antigua costumbre sólo el metal que sacáremos a partir, que los costales se moderen a el tamaño regular, que se nos ministren las velas, pólvora y herramienta competente y a propósito para completar nuestras tareas, sin pérdida de nuestro trabajo, por ser así de justicia, y no dándonos providencia a este tan justo reclamo, se nos dé testimonio de nuestro ocurso para hacerlo donde nos convenga, y si ni auto ni otro hubiere lugar protestamos las deserción de las minas y mudarnos donde con más alivio podamos buscar el sustento; por todo lo cual, y haciendo aquí por expreso otro más formal y jurídico pedimento que hacer debamos y nos convenga, negando lo perjudicial.

A vuestra merced pedimos y suplicamos se sirva proveer en justicia. Juramos en forma y en lo necesario, etcétera.

No sabemos firmar.

Otros si, decimos: que la gran justificación de vuestras mercedes se han de servir de mandar que no se nos ponga tasa en el partido, pues no por eso se ha de subir el tequio como el mal tratamiento que tenemos en dicha mina con don Francisco Vera, por pedirle lo que es de razón, pedimos, ut supra. No firmamos todos pero firmaron los que supieron.

Nicolás de Sabala, rúbrica. Domingo Gonzáles, rúbrica. Digo yo, Rafael Ramires, rúbrica. Juan Antonio Belasco, rúbrica. Miguel Rosales, rúbrica. Juan Joseph Orisaba, rúbrica. Florensio Garsa, rúbrica. Lonicio Gimenes, rúbrica. Joseph Barbosa, rúbrica. Joseph Thomas Juarres, rúbrica. Diego León, rúbrica. Manuel Santos Agiar y Saixos, rúbrica. Pedro Agustín Martines, rúbrica. Joseph Pintos, rúbrica. Juan Enrrique, rúbrica.

A ruego de los que no supieron firmar. Juan de Roa. Pedro Puerto. Miguel Puerto. Juan Joseph Rendon. Eugenio Campos. Xavier Campos. Miguel Escorcia, Eusevio Escorcio, Lucas Angulo, Manuel Godines. Thomás Antonio. Joseph Manuel Cortés. Rubiales. Nicolás Luna. Antonio Cabrera. Juan Contreras. Sirilo Selis. Antonio Carmona. Pedro Sanches. Nicolás Castro. Joseph Anizeto. Phelipe Barboza. Alejo Antonio. Pedro Antonio. Manuel Santos. Nicolás Contreras. Francisco Muños. Juan Luna. Paulino Bustos. Vizente Garcia. Manuel Asencio. Juan Perlín. Juan Aquino, Joseph Oviedo. Juan Gonzales. Joseph Blanco. Diego Blanco. Bizente Oviedo. Julian Flores. Mariano Andino. Raphael Armente. Niceo Viveros. Ignacio Arellanos. Matheo Rodriguez. Lucas Castro. Diego Jarillo. Francisco Pérez. Juan Manuel Joseph Santos. Pablo Benito del Valle, Joseph Matheo Caraza, Luiz Ortega. Joachin Villar. Marzelo Miñón. Nicolas Guerrero. Ignacio Castro, y todos los aquí contenidos, aunque no supieron firmar protestamos pedir como por los que supieron firmar.

Y por sus mercedes vista la hubieron por presentada, y acordaron que respecto a la variedad de puntos que encierra este escrito, pasasen sus mercedes el miércoles que se contarán treinta del corriente a la indagación de ellos en las minas de la veta Vizcaína, para determinar lo que corresponda a justicia. Y por este auto así los proveyeron, mandaron y firmaron.

Joseph Rodríguez Palazios.
Rúbrica.

Joseph Tineo.
Rúbrica.

Ante mi.
Franzisco de Zevallos Palacio, Escribano Real y Público.
Rúbrica.



En la Ciudad de Nuestra Señora de la Asunción, Real y Minas de Pachuca, en veintinueve de julio de mil setecientos sesenta y seis años, los señores jueces, oficiales reales de esta Real Caja, privativos de la veta Vizcaína, dijeron: que por cuanto ahora que serán las doce horas de el día, que acaban sus mercedes de quintar la plata de los mineros y resgatadores de esta jurisdicción, entraron tumultuariamente los operarios de dichas minas en número poco más o menos de doscientos cincuenta personas a saber el proveído a el escrito por su parte presentado, con el mayor escándalo y desahogo, digno de un ejemplar castigo, trataron sus mercedes, por la vía de la dulzura, los medios más suaves y eficaces para que interin sus mercedes pasaban a el Real del Monte a informarse por sí mismos de los puntos que exponen en su pedimento, no desamparesen al pueble de las enunciadas minas, respondieron todos a una voz que no subiría ninguno a el trabajo de dichas minas si primero no se les concedía cuanto su escrito contenía, en cuya vista acordaron sus mercedes llamar ante sí a el alférez don Joseph Marcelo González, administrador de dichas minas para que con anuencia de éste y seis barreteros, en nombre de todos, se determinase lo que se tuviese por más conveniente, y reparar el escandaloso tumulto dentro de la Caja, y habiéndose convenido con dicho administrador y los seis barreteros nombrados, sobre la mayor parte del contenido de su pedimento, y acordado por unos y otros el continuo laborío de dichas minas, sin la menor intermisión, se salieron fuera de la sala los seis barreteros que en nombre de todos entraron a dar parte a sus compañeros de lo que habían ejecutado, y oído por éstos respondieron en altas voces no pasaban por nada de lo que sus compañeros habían deliberado, y que no subirían a el Real de el Monte hasta que por la mañana lo ejecutasen sus mercedes, para que en dicho Real se determinase todo lo que pedían. En cuya virtud se quedaron todos en esta ciudad. Con lo cual sus mercedes resolvieron acelerar la subida a el enunciado Real, como tenían acordado, y mandaron que el presente escribano suba con sus mercedes y certifique a continuación de este auto lo que le constare haber pasado en esta ciudad, como lo que resulte de la subida de sus mercedes a el Real.

Y por este auto así lo proveyeron, mandaron y firmaron.

Joseph Tineo.
Rúbrica
Joseph Rodríguez Palazios.
Rúbrica

Ante mí, Franzisco de Zevallos Palazio, Escribano Real y Público.
Rúbrica.



CERTIFICACIÓN

Yo don Francisco de Zevallos Palacio, escribano de Su Majestad, público, propietario de minas, registros, Real Hacienda y Caja de esta nobilísima ciudad, y alguacil mayor de el Santo Oficio de la Inquisición de este reino, etcétera.

Certifico doy fe y testimonio de verdad, que el día martes que se contaron veintinueve de el corriente, cerca de las doce horas del medio día, al salir yo de la Real Caja de hacer la acostumbrada para el envío de platas de los mineros y resgatadores de esta jurisdicción para la ciudad de México, advertí que la calle de dicha Real Caja estaba cargada de operarios de el Real de el Monte, otros sentados a las orillas de el cementerio de la iglesia parroquial, plaza mayor, y en la pila de ella, y dentro de poco rato los vi entrar a todos en la Real Caja, que según se me asentó después por los señores oficiales reales habían llegado todos con desentonadas voces, a saber el proveído de un escrito, que tenían presentado a sus mercedes, quienes procuraron aquietarlos para que no dejasen el laborío de las minas de la veta Vizcaína, y que para mejor suavisarlos los emplazaron para la tarde de aquel mismo día, advirtiéndoles que no habían de hablar todos, que señalasen seis que hablasen por todos, y que se citaría al alférez don Joseph Marcelo González, administrador de dichas minas, para que con su anuencia se hiciesen las proposiciones conducentes, en lo que todos consintieron, y con efecto, como a las cuatro de la tarde se arrojaron con mucha algazara y tropel más de doscientos y cincuenta hombres, y estando todos en el patio de la Real Caja, voceando con alboroto, los señores oficiales reales les volvieron a intimar, que señalasen seis, los que fuesen de su mayor satisfacción, para que con anuencia de el administrador confiriesen y tratasen las proposiciones más proficuas, y con efecto entraron seis de los barreteros principales que tardaron dentro de la sala algún espacio de tiempo, y habiendo estipulado aquellas condiciones que les parecieron más a propósito, y aceptándolas aquellos seis, salieron a noticiarlas a sus compañeros, quienes levantaron el grito con un notable escándalo, que me instimuló a subir a la azotea de don Domingo de Echeverría, acompañado del mismo, y allí advertí y oí las demasías y desvergüenza con que todos hablaban, resistiendo las proposiciones en que sus compañeros habían condescendido, diciendo que ellos no consentían en nada de lo que sus compañeros habían tratado, si no se les concedía todo lo que tenían pedido, cuya algazara movió a que los señores oficiales reales saliesen, y con palabras blandas los aquietasen, diciéndoles que se fuesen a el Real a seguir el pueble de las minas, que a el día siguiente subirían sus mercedes y allá se compondría todo; pero ellos rebeldes no condescendieron con irse, sino que respondieron que si otro día subían sus mercedes, entonces subirían ellos, y con efecto ninguno subió aquella tarde, quedándose todos en esta ciudad.

Y al día siguiente, miércoles por la mañana, estando ya prontos a montar a caballo los señores oficiales reales, el señor alcalde mayor y el teniente de alguacil mayor y yo, salió conmigo el señor contador a la puerta y le dijo a la gente que había, que se fuesen subiendo, que tras ellos subían sus mercedes, y entonces ellos ya de distinto parecer respondieron que ninguno subía, que aquí esperaban las resultas, a lo cual yo les insté para que subiesen diciéndoles que allá se compondría todo a medida de su deseo, me dieron la misma respuesta, y puestos a caballo, ya siguiendo la marcha para el Real de el Monte, como el señor alcalde mayor los viese a todos en cúmulo arrimados a las paredes y cementerio, les dijo: ea hijos, vamos que todo se compondrá, y ellos le respondieron lo mismo que al señor contador, y no hubo uno que nos siguiese, quedándose todos en esta ciudad.

Y así seguimos el camino para el Real del Monte, y habiendo llegado a la mina nombrada Santa Teresa, y en sus terrenos visto bastantes operarios, nos entramos a la galera, y algunos de dichos operarios entraron tras de nosotros, y llegado sus mercedes y yo a la mesa de el rayador don Francisco Lira, vimos en dicha mesa muchas paradas de cuñas con sus picos, esperando gente que se fuese a rayar para el pueble, y preguntado por mí el rayador, que cuántas barras tenía rayadas aquel día, me respondió que solo diez, y que la noche antes solo habían bajado cinco, componiéndose el pueble de muchas barras, y de aquí pasaron. sus mercedes conmigo a la despensa, en la que se demostró por el mismo rayador una caja bien proveída de herramienta para refacción, y así ésta como la que estaba sobre la mesa, toda dispuesta a el trabajo. y de aquí fuimos conducidos a la galera donde se vacía y parte el metal y se pesan los partidos, los que sus mercedes vieron hacer, porque estando el metal enconstalado, en presencia de sus mercedes y por ante mí, se vaciaron nueve costales de cuenta, sobre cuyo metal los barreteros dueños de aquella cuenta, después de haber pesado dos costales y medio, los vaciaron y revolvieron uno con otro metal a su satisfacción, y después de bien incorporado volvieron a llenar sus costales, los que se volvieron a pesar, y después de pesados se vaciaron para partir cada uno lo que correspondía, y se vió partir con igualdad, sin que se llevase más o menos el amo o el barretero, y preguntado si en aquel modo se partía siempre, respondió el rayador que aquel era el modo regular de los partidos y revoltura, y que no diferenciaba un día de otro.

Y requerido por mí dicho rayador Lira que ¿por qué motivo maltrataba los operarios?, me respondió en presencia de sus mercedes que no todos los los operarios eran iguales, que entre muchos buenos que entraban allí, entraban algunos sumamente desvergonzados y perniciosos, que era necesario contener sus osadías, a lo que se le advirtió que en lo de adelante procurase moderarse y tratar bien a los operarios. y de aquí se pasó a el tiro de San Cayetano, en donde no encontramos ni gente ni metal alguno, y solo los malacates en desagüe. Y de este tiro pasamos a la mina Joya, en donde preguntado a el rayador, cuantas barras había rayado aquel día, respondió que dieciseis, y aquí no se encontró metal alguno, aunque la herramienta se vió como en las anteriores minas prevenida para poblar, y de esta mina pasamos a el tiro de los Dolores, en que asímismo no encontramos ni gente ni metal, pero la herramienta como en las demás.

Y fenecida esta diligencia en las minas, pasaron sus mercedes acompañados de mí a la casa de la morada de don Antonio Pintas Valdemoros, teniente de alcalde mayor en aquel Real y comisario de sus mercedes en la veta Vizcaína, y después de apeados en ella, cargó mayor número de gente que la que había quedado en esta ciudad, y viendo sus mercedes tanto tropel, les mandaron que hiciesen elección de seis u ocho hombres que entrasen en la sala a nombre de todos, para conferir y tratar con ellos lo conveniente, lo que con efecto así ejecutaron.

Y habiendo conferido sus mercedes y el señor alcalde mayor con los dichos barreteros, y el administrador, que a todo fué presente, aquello que pareció mas concerniente y proficuo, queriendo persuadir a los barreteros que se aviniesen a los proyectado con todo desahogo, respondieron sus mercedes no tienen ninguna inteligencia en esto de minas, y solo el señor teniente y el presente escribano tienen alguna inteligencia, con lo cual tomó la mano el teniente comisario de sus mercedes y les empezó a hablar con magisterio en punto de minería, sacándoles varios partidos ventajosos y nada gravosos, ni a ellos ni a el amo de las minas con razones congruentes y muy macisas, como que es bastantemente práctico en la minería, y por último les hizo una paridad diciéndo: vosotros entráis a una labor, en la que encontráis una veta con metales de mogrollo, calichal de azogue y revotallo, debéis de todos estos tres metales juntos, sin separación, llenar los costales de la cuenta, y el que sacais a partir de forma que la cuenta y partido sea todo uno, y de este modo se os partirá sin pesar ni revolver, y entonces el administrador dijo, que en sacando la cuenta y partido en esta forma, aún sin orden del amo, les partirá sin peso ni revoltura, a lo que ellos de ningún modo condescendieron, aunque bien conocían la fuerza de las razones con que el teniente les convencía, y salieron con un despropósito, que fue decir, que si a el amo daban cuatro costales de cuenta, otros tantos habían de sacar a partir, a lo que por dicho teniente se les replicó diciendo que nunca había habido en las minas tal observancia, y que lo más que se les podía conceder era el que sacasen dos costales a partir, y tampoco condescendieron, porque estaban con ánimo recto de no admitir convenio alguno, según se manifestó en su rebeldía, y así en mas de dos horas de altercaciones no se pudo conseguir avenencia ninguna, y en cuanto a las velas y pólvora de que arguyen escasez a sus mercedes, constó haber visto uno y otros con abundancia sobre la mesa, y en la despensa hechos los cohetes para ministrarlos a el tiempo que fuesen oportunos y necesarios, porque no siempre ni en todas las labores se necesitan cohetes.

Con lo cual nos restituimos todos para esta ciudad, y en pos nuestra bajaron muchos de los operarios que hallamos en el Real de el Monte, a incorporarse y unirse con los que estaban en esta ciudad, donde se han mantenido hasta el día de hoy, escandalizando la ciudad, y para que conste, en virtud de lo mandado, pongo la presente en la Ciudad de Nuestra Señora de la Asunción, Real y Minas de Pachuca, en treinta y uno de julio de mil setecientos sesenta y seis años, siendo testigos el teniente capitán de infantería don Manuel de Castañares, don Gregorio Tornos, oficial mayor de la Real Caja y don Domingo de Echeverría, vecinos de esta ciudad.

Y lo signo (aquí un signo).

Francisco de Zevallos Palazio, Escribano Real y Público.
Rúbrica.



AUTO

En la Ciudad de Nuestra Señora de la Asunción, Real y Minas de Pachuca, en primero de agosto de mil setecientos sesenta y seis años.

Los señores jueces, oficiales reales privativos de la veta Vizcaína dijeron: que habiendo ocurrido a la real caja ante sus mercedes el tumulto de barreteros pidiendo se les diese razón del proveído de su escrito, y que éste o se les devolviese o se les diese testimonio para con él ocurrir a mayor tribunal; sus mercedes mandaron se les dé testimonio de su escrito y auto de él proveído, autorizado en pública forma, de manera que haga fe y obre la que hubiere lugar en derecho.

Y en las demás diligencias practicadas por sus mercedes se dé cuenta a el excelentísimo señor virrey de este reino, con consulta.

Y por este auto así lo proveyeron, mandaron y firmaron.

Joseph Tineo. Rúbrica.
Joseph Rodríguez Palazios. Rúbrica.

Ante mí.
Francisco de Zevallos Palacio. Escribano Real y Público. Rúbrica.

Incontinenti, en conformidad de lo mandado en el auto que antece, se sacó testimonio de el auto y escrito de el principio, el que se entregó a los barreteros, y para que conste pongo esta razón.

Pachuca y agosto primero de mil setecientos sesenta y seis.
Zevallos. Rúbrica.

Piden que instruido el recto ánimo de vuestra excelencia de los particulares de este escrito, dé vista con él al señor fiscal para las providencias que impetran.

Presentan asímismo el testimonio que refieren en 3 fojas útiles, so el juramentó necesario.

Excelentísimo señor. Los operarios de las minas de la veta Vizcaína, de los cuales firmamos algunos que sabemos al pié de esta representación, por nosotros y los demás que no saben, en la mejor forma que haya lugar por derecho, sin renunciar los competentes, decimos; que como consta del testimonio del escrito producido ante los oficiales reales de Pachuca, y de los autos a su continuación proveídos, que en fojas 3 útiles, so el juramento necesario, en forma debidamente presentamos, hallándonos sumamente afligidos y oprimidos de don Pedro de Romero Terreros, del Orden de Calatraba, dueño de dichas minas, lo expusimos así a dichos jueces, clamando por el debido remedio, poniéndoles a este fin presente, que la costumbre antigua observada entre los dueños de minas de aquel real y los operarios, principalmente barreteros, era señalarles un tequio a tarea más o menos grande, según pedía la dureza o blandura del terreno en que trabajaban, la cual debiesen entregar a beneficio del dueño, recibiendo de él, el salario correspondiente, y hecho éste seguía el barretero en su trabajo, y todo lo que podía arrancar y sacar, se partía igualmente entre él y la hacienda. Don Pedro Romero fué poco a poco inmutando esta costumbre, porque primero introdujo, que si el barretero y los demás operarios a quienes se permite sacar partido, sacaba igual número de costales como había sacado de tarea y eran mejores los del partido que los de ésta, se cambiaban la mitad del uno por la mitad del otro, y hecho éste trueque se partía a medias el partido compuesto de aquellas dos mitades, entre el operario y el dueño.

Duro fue éste establecimiento por haberse alterado con él el inveterado estilo de aquel Real, pero al fin lo sufrimos, como acontece a todos los miserables, de miedo de este poderoso, y creyendo que pararía aquí el mal; mas nos engañamos, porque creyéndole con él mismo tener el deseo de engrosar más su calidad, arbitró el crecernos exorbitantemente el tequio o tarea, doblando casi el tamaño de los costales que debiamos sacar, respecto a que si antes eran de cuatro arrobas son ahora de siete y ocho, y algunos de diez sin minorar por esto el número de ellos, pues se nos señalan tantos de tarea ahora, como cuando eran de menos peso, y sin observar la discreción de la dureza o blandura del terreno, de modo, que cabiéndole al miserable barretero un plan o frontón indócil, suele estar enterrado en las cabernas de las minas dos y tres días, y muchas veces cinco y seis, para poder dar cumplimiento a la tarea, daño que estaría estorbado con solo atender a la dureza en donde se le asigna campo proporcionándole a ella la tarea, como nos enseñan los autores se ha practicado siempre entre todas las naciones que han trabajado minas, las cuales han tenido la política de destinar peritos que ellos han llamado jurados, para que entre otras cosas que son de su oficio, resuelvan sobre esto.

A esto se ha añadido, que el partido se ha escaseado, tanto que sin considerar ni a el aumento de la tarea ni a que el salario de cuatro reales por ella asignado, no basta ni aún para los alimentos del operario, como a cualquiera se le hará indubitable en el caso que el operario, por la razón antes dicha, hace tres o más días dentro de la mina, lo han reducido a tal cortedad, que solo se permite a el barretero que ha hecho de tarea cuatro costales de los referidos, sacar uno de partido, y eso de solo seis arrobas de peso. Y ya no sería tan espantosa la baja, si no le hicieran mucho más, las circunstancias con que la acompaña, cuales son, el que subido este costal de seis arrobas y puesto en el partidero, se manda salir fuera de la galera al peón, y estándolo, se entresaca del tequio o tarea todo lo peor, y dividida en dos mitades se echa en el medio, y de ello se le parte, defraudándole verdaderamente del partido que sacó, a esto sigue el que de aquella mitad que cupo a el operario, se le quita para el herrero o cajonero, lo que éstos, puesto de manifiesto el metal, quieren coger, los cuales de ésto, sea lo que fuere, viene a partir con el amo; salen asímismo de esta mitad las limosnas, excepta solas las de San Francisco y San Juan de Dios que salen del montón antes de partirse; sale por último un puño que se nos quita por la saca o costal que la hacienda nos presta para sacar el partido, sin dejárnoslo llevar a nosotros, y lo que es más ni aún dársenos, sino dejado otra vez a la hacienda para que cada día lo estemos pagando y en una palabra estemos contribuyendo una pensión que al cabo de tiempo es suficiente para que don Pedro Romero costee toda la jarcia que necesitan sus minas.

Ni para aquí las extorciones, van adelante, pues aun para trabajar la tarea o tequio que se nos impone, no nos ministran las velas, pólvora y herramienta apta y precisa para ello, obligándonos con esto a trabajar doble, de que nos resulta comernos abajo todo el salario, y hallarnos al salir sin tener qué llevar a nuestras casas.

De suerte señor, que siendo un beneficio el de las minas, que parece lo tiene Dios con particularidad para que todos participen de él, especialmente después de el dueño los instrumentos, por cuyo medio los logra, cuales somos los operarios, venimos a ser a los que menos alcanza, pues apurando por tantos modos lo que nos toca, nos ha venido a dejar nada.

Este daño señor es de un pueblo entero, numeroso, como que asciende a más de mil y doscientos hombres, los que despechados de estas tiranías tomamos el camino para representarlas ante la soberanía de Vuestra Excelencia, pues sobre ellas tenemos el desconsuelo de que en Pachuca, los respetos de este poderoso, nos cierra las puertas de los tribunales.

En cuya atención la integridad de Vuestra Excelencia se ha de servir mandar que dicho don Pedro Romero Terreros nos dé primeramente para el laborío, y trabajo en sus minas todos los materiales necesarios de velas, pólvora y herramienta hábil, que a los peones faeneros y otros sirvientes inferiores les pague el salario que ha sido costumbre de cuatro reales, y sin la rebaja que les ha hecho de un real, que a los barreteros y demás operarios que se ocupan en arrancar las piedras o metales se les proporcionen las tareas o tequios con arreglamiento a la dureza o blandura del terreno, a cuyo fin tenga prácticos que lo conozcan y regulen, que en orden a los partidos pueda el operario conforme a la costumbre antigua sacar todo el que alcanzaren sus fuerzas dé aquella respectiva labor donde trabajan, según se les ha asignado el campo, y con él las piedras de mano, una para el amo y otra para sí, con cuyo procedido socorremos nuestras necesidades, interin se verifica la partición, por cuanto ésta no se hace luego luego; y que ésta se practique sin los trueques, revolturas y cambios de piedras que llevamos expresados, y finalmente, que al pobre operario que, o por fatigado con la tarea o por otro motivo no pudo hacer partido, no se le quite la piedra que los compañeros le dan, sino que partiendo con el amo se le deja llevar la mitad de ellas, y de lo que en cada una de estas cosas llevare, ni para el herrero y cajonero ni para el alquiler de la saca o costal en que extraen el partido, ni para las limosnas que no quisieremos voluntariamente dar, se nos quite cosa alguna, encargando a oficiales reales o al alcalde mayor, celen y velen el cumplimiento de esto, bajo de graves penas que se les impongan, librándoles para ello el correspondiente despacho, para cuya expedición se dé vista a el señor fiscal, por ser parte, pues a todo ha lugar conforme a justicia por los méritos siguientes.

Que deba ministrar don Pedro Romero Terreros a el operario, todo lo necesario para trabajar sus minas, de velas, pólvora y herramienta hábil, es justísimo, no solo porque sin estas cosas no se podrá verificar el trabajo, sino también porque el sirviente solo loca (sic), o alquila sus obras y no los materiales o instrumentos que para ellas necesita, los cuales si hubiera de dar, no sería correspondiente el salario de cuatro reales en el barretero, aun con muchas distancias.

A que se agrega, que siendo el dueño el que principalmente se utiliza, debe imprender en todo esto.

Que se le compela pagar a los peones, faeneros y demás sirvientes, los cuatro reales diarios que ha sido costumbre y no con la rebaja del uno que les ha hecho; es también arreglado a justicia, porque cuando no hubiera otra prueba de que éste es el correspondiente al trabajo en que se ocupan, que la referida costumbre debería así mandarse, pues es consentaneo (sic) a todo derecho natural, divino y positivo, que haya proporción entre el trabajo y el premio, y por este motivo se encarga tan repetidamente el que se tase en justicia.

A más de que causa espanto leer en los autores las expresiones con que explican lo terrífico de este trabajo, ya por los continuos riesgos de perder la vida, sofocado con un malacatito, precipitados en una profundidad, respirando finalmente nocivos aires y contrayendo pestilentísimas enfermedades; todo lo cual, junto con lo que es en la substancia, recomienda bastantemente el trabajo, y que aun los cuatro reales son poco galardón para él.

Sin que obste a esto la consideración de que en esta materia el pacto o convención de los contrayentes hacen ley, y cada uno puede pactar con el sirviente el salario que le pareciere, y que éste podrá admitir si quiere o no, porque esto no procede cuando el amo se vale de la indigencia del sirviente, y conociendo que no tiene otra industria para mantenerse ni tampoco cuando en regla de buena política y gobierno no le es tan facultativo a el que alquila cierta especie de obra, el valerse de otros que se las hagan, que de aquéllos que profesan la respectiva ocupación en que se necesitan, como nos sucede a nosotros, que por razón del país en que nos dió ser la naturaleza éste es nuestro ejercicio, del cual no se nos podría privar sin agravio, pues todo hombre tiene derecho, según su calidad, a disfrutar los empleos y oficios de su patrio suelo, y éste se nos ofendería si con el color de no ajustarnos a los desproporcionados salarios que nos señala don Pedro Terreros, se nos excluyera del trabajo porque no queríamos aceptarlo con ellos, mayormente cuando en casos de urgencia se nos compele a trabajar, razón que influye en que así como forzados nos hacen alquilar nuestras obras al dueño de las minas, debe éste compelerse también alocarnoslas (sic), pues no es menos necesidad y utilidad la extracción de metales que persuade lo primero, que la de mantenerse tantos hombres de su trabajo, como los que aquí representamos, y a lo que se nos quiere tiranizar por la misma indigencia en que nos ven, perjuicio éste y agravio de toda la especie humana y de la sociedad civil, que se atropella, queriendo que nosotros, los más infelices del cuerpo de la república, naciésemos para ella, para el soberano y para don Pedro Romero, y ninguno de éstos para nosotros, lo cual por lo menos estamos satisfechos de que no es la mente y piadoso ánimo de Su Majestad.

De donde vendrá Vuestra Excelencia en conocimiento del grande dolor que nos será ver, que para el laborío de la mejor mina que hoy tiene el Real del Monte, cual es la Palma, se haya llevado gente a servir para su laborío, privándonos a los nativos de allí, del derecho a trabajarla, para ser partícipes de sus frutos.

Lo cual si bien hay autos que defienden, puede ejecutarse otros, sin duda de mejor nota, no lo tienen por buena política, refiriendo los inconvenientes que de esto han resultado en algunas naciones, y solo se tolera el que se use de esta gente, en defecto de la libre, de los cuales, si las angustias del tiempo no lo embargaran, ya referiríamos algunos.

De lo que se concluye, que por todas estas razones se nos debe dejar trabajar en las minas del Real del Monte y dársenos el salario que ha llevado la costumbre.

Que la tarea o tequio del barretero, deba proporcionarse a juicio de prácticos, a la dureza o blandura del terreno, es conforme a razón, y para justificarla basta decir que así se observa en todas las partes del mundo, en que se trabajan minas.

Que el partido del operario haya de ser el que pudiera arrancar de la respectiva labor a donde se le asignó el campo, lo justifica la costumbre antigua, de la cual, estimándolo Vuestra Excelencia por necesario, daremos la correspondiente justificación, como también la saca de la piedra de mano, y el que la partición se practique sió los trueques, revoltura y cambios de las piedras que llevamos expresado, como conociendo esto lo asienta así el Señor Comentador de las Ordenes, diciendo, después de haber referido la terrible condición del trabajo y servicio de las minas, el que por esta dura servidumbre, no solo merecen el jornal que se paga según las costumbres y circunstancias de los lugares, sino que sería un prodigio el inclinar a los operarios voluntariamente al trabajo si a más de la necesidad que los impele no los excitáse algún logro, el cual, dice, se reduce, a que para contenerlo en los hurtos y poderlos reducir a su deber, o se les pague en algunas partes el jornal más que regular, o después de haber sacado el tequio, que es la cantidad del metal que deben entregar en las horas determinadas a favor del amo dividen lo demás que sacáren en iguales partes, por lo que se nombra partido, y lo que a ellos les toca, o se lo venden a él o a otro cualquiera que les ofrece mejor precio. De donde se ve que hay esta costumbre, y que dicho señor recomienda su observancia y su autoridad cuando no tuviéramos otra, bastaría justificar nuestra pretención.

A más de esto, señor, ciertamente nos es imposible en no guardándosenos el poder seguir trabajando en aquel Real, porque no alcanzamos después de liquidarnos en sudores y regar con ellos la tierra, el tener algún alivio.

Desertaremos sin duda alguna el Real, impelidos de la violencia, y no siendo fácil a don Pedro Romero sin nosotros tener para su laborío tantos negros esclavos, cuantos son menester de operarios, los intereses de Su Majestad, padecerán quebranto, lo sentirá la causa pública, y el mismo don Pedro, que no tiene consideración a esto, motivos todos, que hacen el que no sea indiferente en Vuestra Excelencia hacer que dicha costumbre se observe, aunque no hubiese otro, sino el de consultar a los intereses del rey.

Que del partido no se nos deba sacar un puño por el alquiler de la saca o costal, se funda en que esto es contra la costumbre, pues según ella los amos dan al operario para que trabajen en la tarea y en el partido todo lo necesario, y en que cuando debamos nosotros poner la saca o costal, es mucho estipendio por él todos los días por el llevar un puño de metal, y así nosotros llevaremos lo que hubiéremos menester.

Que no se nos deba sacar para el cajonero y herrero, se funda, en que nosotros no debemos pagar a los operarios, y en orden a la limosna, el que ésta es voluntaria. Sobre todo lo cual, ya diríamos más largamente otros fundamentos, si no se nos urgiera por esta representación.

En cuyos términos, a vuestra Excelencia suplicamos provea y mande, como pedimos, que es justicia, juramos en forma, costas y en lo necesario, etcétera.

Licenciado Manuel Cordero. Rúbrica.
Domingo González. Rúbrica.
Joseph Vicente de Villanueva. Rúbrica.
Joseph Manuel. Rúbrica
Joseph Hesabino. Rúbrica.
Pedro Joseph Pintos. Rúbrica.
Joseph Anton Osorio. Rúbrica.

Índice de Conflicto laboral de los mineros de Real del Monte - 1766 Selección de documentosPresentación de Chantal López y Omar CortésCAPÍTULO SEGUNDO - Primera parteBiblioteca Virtual Antorcha