Índice de Del espíritu de las leyes de MontesquieuLibro anteriorSiguiente LibroBiblioteca Virtual Antorcha

LIBRO XIV

De las leyes con relación al clima

I.- Idea general. II.- Los hombres son muy diferentes en los diversos climas. III.- Contradicción en los caracteres de ciertos pueblos meridionales. IV.- Causa de la inmutabilidad de la religión, usos, costumbres y leyes en los países de Oriente. V.- Los malos legisladores han favorecido los vicios propios del clima y se han opuesto a ellos los buenos legisladores. VI. Del cultivo de las tierras en los climas cálidos. VII.- Del monarquismo. VIII.- Buena usanza de China. IX.- Medios de fomentar la industria. X.- De las leyes que tienen relación con la sobriedad de los pueblos. XI. De las leyes en su relación con las enfermedades del clima. XII.- De las leyes contra los suicidas. XIII.- Efectos resultantes del clima de Inglaterra. XIV.- Otros efectos del clima. XV.- De la diferente confianza que las leyes tienen en el pueblo, según el clima.


CAPÍTULO PRIMERO

Idea general

Si es cierto que el carácter del alma y las pasiones del corazón presentan diferencias en los diversos climas, las leyes deben estar en relación con esas diferencias.


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CAPÍTULO II

Los hombres son muy diferentes en los diversos climas

El aire frío (1) contrae las extremidades de las fibras exteriores de nuestro cuerpo; esto aumenta su elasticidad y favorece la vuelta de la sangre desde las extremidades hacia el corazón. Disminuyen la longitud de las mismas fibras (2) aumentando su fuerza. El calor, al contrario, afloja las extremidades de las fibras y las alarga, disminuyendo su fuerza y su elasticidad.

Resulta, pues, que en los climas fríos se tiene más vigor. Se realizan con más regularidad la acción del corazón y la reacción de las fibras; los líquidos están más en equilibrio, circula bien la sangre. Todo esto hace que el hombre tenga más confianza en sí mismo, esto es, más valor, más conocimiento de la propia superioridad, menos rencor, menos deseo de venganza, menos doblez, menos astucias, en fin, más fineza y más franqueza. Quiere decir esto, en suma, que la variedad de climas forma caracteres diferentes. Si encerráis a un hombre en un lugar caldeado sentirá un gran desfallecimiento; si en tal estado le proponéis un acto enérgico, una osadía, no os responderá sino con excusas y vacilaciones; su debilidad física le producirá naturalmente el desaliento moral. Los pueblos de los países cálidos son temerosos como los viejos; los de los países fríos, temerarios como los jóvenes. Si no, fijándonos en las últimas guerras (3), en las que por tenerlas a la vista podemos descubrir ciertos detalles, observaremos que los pueblos del Norte no realizan en los países del Sur las mismas proezas que en su propio clima.

La fuerza de las fibras de los pueblos del Norte hace que saquen de los alimentos los jugos más groseros. Resultan de aquí dos cosas: una, que las partes del quilo y de la linfa son más propias, por su mayor superficie, para nutrir las fibras; otra, que son menos adecuadas por su grosería, para darle cierta sutileza al jugo nervioso. Las gentes del Norte, por lo mismo tendrán más corpulencia y menos vivacidad.

Los nervios terminan por todos lados en el tejido de nuestra piel, formando cada uno un haz. De ordinario no se conmueve todo el nervio sino una parte infinitamente pequeña. En los países cálidos, donde lo elevado de la temperatura relaja el tejido de la piel, las puntas de los nervios están desplegadas y expuestas a la acción más insignificante de los objetos más débiles. En los países fríos, el tejido de la piel se encoge, y las mamilas como las borlillas, están punto menos que paralizadas; la sensación no pasa al cerebro, sino cuando es muy fuerte y de todo el nervio junto. Pero la imaginación, el gusto, la sensibilidad y la viveza dependen de un infinito número de pequeñas sensaciones.

He observado el tejido exterior de una lengua de carnero en el punto que a simple vista aparece cubierta de mamilas. Con el microscopio vi sobre ellas una especie de pelusa; entre las mamilas había unas pirámides que formaban por la punta como unos pincelillos. Hay algún fundamento para creer que estas pirámides son el órgano principal del gusto.

Haciendo helar la mitad de dicha lengua, noté a primera vista qué las mamilas habían disminuído considerablemente, algunas filas de ellas se habían metido en su vaina. Examiné el tejido con el microscopio y ya no vi pirámides. A medida que la lengua se deshelaba, a simple vista, se veían reaparecer las mamilas, y con el microscopio, las borlillas.

Esta observación confirma lo que he dicho, es decir, que en los países fríos las borlillas nerviosas están menos esponjadas, encerrándose en sus vainas que las resguardan de toda acción externa. Las sensaciones, pues, son menos vivas.

En los países fríos habrá poca sensibilidad para los placeres, será mayor en los países templados y extremada en los países tórridos. Así como los climas se diferencian por los grados de latitud, igualmente pudieran distinguirse por los grados de sensibilidad. He visto óperas en Inglaterra y en Italia; en ambos países he oído las mismas piezas, ejecutadas por los mismos actores, y he observado que la música, siendo la misma, produce en los dos países efectos desiguales: deja a los Ingleses tan tranquilos y excita a los Italianos hasta un punto que parece inconcebible.

Una cosa análoga sucede con el dolor. Ha querido el autor de la naturaleza que sea proporcional a la sensación, al trastorno que produce; ahora bien, es evidente que los cuerpos abultados y las groseras fibras de los hombres del Norte, son menos susceptibles de alteración y desorden que las fibras más delicadas de los del Mediodía. Es más sensible al dolor el alma de los hombres en los países ardientes. Para que lo sienta un Moscovita, es menester desollarlo.

Por efecto de la delicadeza de los órganos, propia de los países cálidos, el alma se emociona excesivamente, con todo lo que se refiere a la unión de los dos sexos. En los países fríos, la sensibilidad amorosa es muy escasa; mayor es en los países templados, sin ser tanta como en los climas calientes.

En los países templados acompañan al amor cien accesorios que lo hacen agradable; son preliminares del amor sin ser el amor mismo. En los países cálidos se ama el amor por el amor; es éste la causa de la felicidad, es la vida.

En tierras meridionales, una máquina delicada, físicamente débil, pero muy sensible, se entrega a un amor que se excita y se calma sin cesar; bien en un serrallo, bien permitiendo a las mujeres más independencia, que expone a contratiempos el amor. En las tierras del Norte, una máquina fuerte, sana y bien constituída, pero pesada, encuentra sus placeres en todo lo que sacude los espíritus, como la caza, los viajes, la guerra, el vino. Hay en los climas del Norte pueblos de pocos vicios, bastantes virtudes y mucha sinceridad y franqueza. Aproximaos a los países del Sur, y creeréis que cada paso os aleja de la moralidad: lás pasiones más vivas, multiplicarán la delincuencia. Ya en la zona templada son los pueblos inconstantes en sus usos, en sus vicios, hasta en sus virtudes, porque el clima tampoco tiene fijeza.

El calor del clima puede ser tan extremado, que el cuerpo del hombre desfallezca. Perdida la fuerza física, el abatimiento se comunicará insensiblemente al ánimo; nada interesará, no se pensará en empresas nobles, no habrá sentimientos generosos; todas las inclinaciones serán pasivas, no habrá felicidad fuera de la pereza y la inacción, los castigos causarán menos dolor que el trabajo, la servidumbre será menos insoportable que la fuerza de voluntad necesaria para manejarse uno por sí mismo.


Notas

(1) Se nota a la simple vista: con el frío parecemos más delgados.

(2) Hasta el hierro se contrae por la acción del frío.

(3) Las de la sucesión a la Corona de España.- No conviene establecer estas proposiciones generales; más tímidos, más incapaces de ir a la guerra son los Lapones y los Samoyedos, habitantes de países fríos, que cualesquiera otros; y los Árabes conquistaron en menos de ochenta años más territorios que los poseídos por el imperio romano en los siglos de su mayor grandeza. Los Españoles, por su parte, en bien escaso número, derrotaron a los soldados del norte de Alemania, muy superiores en fuerza, en la batalla de Mahiberg. (Nota de Voltaire).


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CAPÍTULO III

Contradicción en los caracteres de ciertos pueblos meridionales

Los Indios están naturalmente desprovistos de valor (1), y aun los hijos de Europeos nacidos en la India pierden allí el vigor de su raza (2). Pero, ¿cómo puede conciliarse esto con sus actos brutales, sus bárbaras costumbres, sus atroces penitencias? Los hombres se someten a torturas increíbles y las mujeres se queman vivas por su voluntad; es demasiada energía para un pueblo tan flojo.

La naturaleza, que ha dado a aquellos pueblos una debilidad que los hace tímidos, los ha dotado a la vez de una imaginación tan viva que todo les impresiona íntimamente. La misma delicadeza de órganos que les hace temer la muerte, sirve para hacerles temer otras cosas más que la muerte. La misma sensibiiidad que les hace huir de los peligros, los impulsa a veces a arrostrarlos.

Así como la educación es más necesaria a los niños que a las personas mayores, así también los pueblos de aquellos climas necesitan, más que los del nuestro, de un sabio legislador. Cuanto más impresionable se es, tanto más importa ser bien impresionado y no someterse a preocupaciones contrarias a la razón.

En tiempo de los Romanos, vivían los pueblos del Norte sin educación, sin artes, casi sin leyes; sin embargo, les bastó el buen sentido inherente a las fibras groseras de estos pueblos para gobernarse con la mayor cordura y mantenerse contra el poder de Roma, hasta que llegó la hora de abandonar sus selvas para destruirlo.


Notas

(1) Cien soldados europeos, dice Tavernier, batirían sin esfuerzo a mil soldados indios.

(2) Los Persas que se establecen en el Indostán, a la tercera generación han adquirido la flojedad de los Indios. (Bernier, Sobre el Mogol, tomo I, pág. 282).


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CAPÍTULO IV

Causa de la inmutabilidad de la religión, usos, costumbres y leyes en los países de Oriente

Si a la debilidad de los órganos, causa de que los pueblos orientales reciban más fuertes impresiones, se añade cierta pereza espiritual, naturalmente ligada con la del cuerpo, que incapacite el alma para toda acción y toda iniciativa, se comprenderá que las impresiones recibidas sean inmutables. Esta es la razón de que las leyes, los usos y las costumbres, aun las que parecen las más indiferentes, como la manera de vestirse, no hayan cambiado en aquellos paises al cabo de mil años (1).


Notas

(1) Constantino Porfirogénito ha recogido un fragmento de Nicolás de Damasco. por el cual se ve que la costumbre de hacer estrangular al gobernadbr que desagradaba era antiquísima en Oriente: databa del tiempo de los Medos.


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CAPÍTULO V

Los malos legisladores han favorecido los vicios propios del clima; se han opuesto a ellos los buenos legisladores

Los Indios creen que el reposo y la nada son el principio y el fin de todas las cosas. Consideran, pues, que la inacción es el estado más perfecto y más apetecible. Dan al Ser supremo el sobrenombre de inmóvil (1). Los Siameses creen que la felicidad suprema consiste en no verse obligados a animar una máquina y hacer obrar a un cuerpo (2).

En aquellos países donde el excesivo calor enerva y aniquila, es tan deliciosa la quietud y tan penoso el movimiento, que semejante sistema de metafísica parece natural; y Foe, legislador de los Indios, tomó por guía sus impulsos naturales al reducir a los hombres a un estado completamente pasivo; pero su doctrina, hija de la pereza engendrada por el clima, la favorece y ha sido perniciosa (3).

Más sensatos los legisladores de China, consideraron a los hombres en la actividad propia de la vida, la quietud para ellos era un ideal de perfección al que habían de llegar un día; así dieron a su religión, a sus leyes y a su filosofía un carácter eminentemente práctico. Tanto como impulsen al reposo las causas físicas, deben apartar de él las morales.


Notas

(1) Panamanak; véase Kircher.

(2) La Loubere, Relación de Siam, pág. 446.

(3) Foe prescinde de todo sentimiento; para él no existe el corazón. Según ia Historia de China del P. Udhalde (tomo III). Foe decía: Tenemos ojos y oídos, pero la perfección consiste en no ver ni oír; tenemos manos, y la perfección consiste en no servirse de ellas.


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CAPÍTULO VI

Del cultivo de las tierras en los climas cálidos

El cultivo de las tierras es el mayor trabajo de los hombres. Cuanto más les incline el clima a huir de ese trabajo, más deben fomentarlo la religión y las leyes. Por eso las leyes de la India, que dan al soberano la propiedad de las tierras y se la quitan a los particulares, agravan los malos efectos del clima; sin el sentimiento de la propiedad aumenta la pereza.


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CAPÍTULO VII

Del monaquismo

El monaquismo en climas calurosos es de pésimos efectos; de los mismos que hemos señalado. Nacido en los países cálidos de Oriente, donde se propende menos a la acción que a la especulación, trae consigo la ignavia y aumenta la causada por el clima.

Parece que en Asia, con el calor, crece el número de monjes; en la India, donde el calor es extremado, son numerosísimos. En Europa se observa la misma diferencia; a más calor, más frailes.

Para vencer la desidia que el calor produce, debieran quitarse todos los medios de vivir sin trabajar; pero en el sur de Europa se hace todo lo contrario: se favorece a los que quieren vivir en la contemplación, esto es, en la ociosidad, pues la vida contemplativa supone grandes riquezas. Unos hombres que viven en la abundancia, dan a la plebe una parte de lo que les sobra; y si esa plebe ha perdido la propiedad de sus bienes, se consuela con la sopa de los frailes que les permite vivir sin trabajar; ama su propia miseria.


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CAPÍTULO VIII

Buena usanza de China

Los relatos referentes a China (1) contienen la ceremonia de iniciar las labores de la tierra, practicada anualmente por el emperador. Con este acto solemne se quiere excitar al pueblo a la labranza (2).

Además de iniciar él mismo las labores de la agricultura para dar ejemplo a sus vasallos, el emperador los estimula con premios: al que más se distingue como labrador, le nombra mandarín de octava clase (3).

Entre los antiguos Persas, los reyes se desprendían de su fausto el octavo día de cada mes para comer familiarmente con los labradores (4). Instituciones admirables para fomentar la agricultura.


Notas

(1) Véase la Historia de China, por Duhalde, tomo II, página 27.

(2) Varios reyes de la India hacen lo mismo que en China el emperador. Véase La Relación del reino de Siam, por La Loubere, pág. 69.

(3) Venty, uno de los emperadores de la tercera dinastía, cultivó la tierra con sus manos e hizo que la emperatriz, en su palacio, trabajara la seda con las damas de su Corte.

(4) Hyde, Historia de Persia.


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CAPÍTULO IX

Medios de fomentar la industria

Demostraré en el libro XIX que las naciones indolentes suelen ser orgullosas. Podría emplearse el efecto contra la causa, valerse del orgullo para combatir la indolencia. En el sur de Europa, donde los pueblos tienen tanto pundonor, sería bueno premiar a los labradores que mejor cultivaran sus terrenos y a los artesanos que perfeccionaran sus respectivas industrias. Es un proceder que en cualquier país dará buenos resultados. En nuestros días ha servido en Irlanda para establecer una de las más importantes manufacturas de hilo que hay en Europa.


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CAPÍTULO X

De las leyes que tienen relación con la sobriedad de los pueblos

En los países cálidos la parte acuosa de la sangre se disipa mucho con la transpiración (1); es necesario, pues, suplirla con otro líquido. El mejor para este efecto es el agua; las bebidas fuertes coagularían los glóbulos de la sangre después de disipada la parte acuosa de la misma.

En los países fríos, la parte acuosa de la sangre se exhala poco por la transpiración; queda abundancia de ella, por lo que puede hacerse uso de licores espirituosos sin que la sangre se coagule. Como abundan los humores, las bebidas fuertes pueden convenir, porque dan movimiento a la sangre.

La ley de Mahoma, que prohibe tomar vino, es una ley conveniente para el clima de Arabia; aun antes de Mahoma, el agua era la bebida común de los Árabes. La ley que prohibía el uso del vino a los Cartagineses (2) era otra ley concorde con el clima, pues entre los climas de ambos países hay poca diferencia.

No sería buena semejante ley en los países fríos, donde el clima parece obligar a una especie de embriaguez nacional muy distinta de la de las personas. La embriaguez se encuentra en todas partes, siendo en todas proporcional al frío y a la humedad del clima. Si se pasa del Ecuador a nuestros climas, se verá que la embriaguez aumenta con los grados de latitud; y yendo del mismo Ecuador al polo sur, aumentará igualmente, como antes caminando con rumbo al polo norte.

Es natural que donde el vino dañe a la salud, se castigue el abuso en la bebida con más severidad que en los países donde la embriaguez perjudica poco a la sociedad y menos a la persona; donde no vuelve a los hombres furiosos, aunque los embrutece. Las leyes que castigan a los borrachos, tanto por las faltas que cometan embriagados como por la embriaguez, sólo son aplicables al individuo, no a la embriaguez nacional (3). Un alemán bebe por hábito; un español por gusto.

En los países cálidos, la relajación de las fibras es lo que produce tan grande transpiración de los líquidos; pero las partes sólidas se disipan menos. Las fibras, que ejercen una acción muy débil y que son de poca elasticidad, se gastan poco, no hace falta mucho jugo nutritivo para restaurarlas y, por consecuencia, se come poquísimo en dichos países.

Las distintas necesidades en los diversos climas han formado las diferentes maneras de vivir; y estas diferentes maneras de vivir han originado diversidad de leyes; no pueden éstas ser las mismas para la nación en que los hombres se comuniquen mucho, que para un pueblo en que no se comuniquen.


Notas

(1) Yendo de Lahor a Cachemira, mi cuerpo es una destiladera; toda el agua que bebo sale por todos mis miembros como un rocío, hasta por las puntas de los dedos: bebo diez pintas de agua cada día sin que me haga daño. (Viajes de Bernier).

(2) Platón, De las Leyes, lib. II. - Aritóteles, De los cuidados domésticos. - Eusebio, Preparación evangélica, lib. XII, cap. XVII.

(3) Como hizo Pitaco: véase Aristóteles, Política, lib. II, cap. III. Vivía en un clima que no estimulaba la embriaguez, y esta no era, por consiguiente, un vicio general.


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CAPÍTULO XI

De las leyes en su relación con las enfermedades del clima

Dice Herodoto (1) que las leyes de los Judíos acerca de la lepra se tomaron de las costumbres de Egipto. En efecto, las mismas enfermedades pedían iguales remedios. Estos remedios fueron desconocidos entre los Griegos y los primeros Romanos, porque ni en Roma ni en Grecia había leprosos. Claro está que no había de legislarse para remediar un mal que no existía. Pero el clima de Egipto y palestina hizo necesarias dichas leyes; y la facilidad con que la tal dolencia se propaga, nos hace comprender la sabiduría de aquellas leyes, la previsión de quien las hizo.

Los occidentales mismos hemos experimentado los efectos de esa terrible enfermedad; nos la trajeron los Cruzados. Pero con medidas previsoras, se atajó en lo posible su propagación (2).

Una ley de los Lombardos nos prueba que la lepra existía ya en Italia antes de las Cruzadas, puesto que se legisló acerca de ella. Rotaris ordenó que se aislara a los leprosos, que se les echara de sus casas, que no entraran en poblado, que se les privara de la libre disposición de sus bienes, que se les diera por muertos. Se les despojaba de sus derechos civiles, para impedir todo trato y comunicación con los sanos.

Pienso que esta plaga vino a Italia durante las conquistas de los emperadores griegos, en cuyos ejércitos habría quizás militares de Palestina o de Egipto. De todos modos, los progresos del mal se contuvieron hasta la época de las Cruzadas.

Se dice que los soldados de Pompeyo, al regresar de Siria, trajeron una enfermedad muy parecida a la lepra. No ha llegado a nosotros ningún reglamento que se hiciera entonces, pero es muy probable que se tomara alguna disposición, pues el mal estuvo contenido hasta el tiempo de los Lombardos.

Hace dos siglos que pasó del Nuevo Mundo a Europa una enfermedad que no conocían nuestros ascendientes, enfermedad que ataca a la naturaleza humana en la fuente de la vida y de los placeres. Gran número de familias principales del mediodía de Europa sucumbieron víctimas de una dolencia que a fuerza de ser común dejó de ser afrentosa. La sed de oro perpetuó el mal, pues los que iban y venían de América traían nuevos fermentos.

Razones piadosas hicieron decir que el mal era castigo de la culpa. Sin embargo, aquella calamidad se había introducido en el seno del santo matrimonio e inficionado a la inocencia.

Como incumbe a la sabiduría de los legisladores velar por la salud pública, lo acertado hubiera sido contener el contagio por medio de leyes semejantes a las mosaicas.

Todavía más rápidos son los estragos de la peste. Su asiento principal está en Egipto, de donde se propaga a todo el mundo. En la mayor parte de los Estados de Europa existen reglamentos para impedir su invasión, y en nuestros días se ha imaginado un buen medio de cortarle el paso: acordonar con tropas lugares infectados para hacer imposible toda comunicación (3).

Los Turcos no tienen aprensión ni toman medida alguna contra las epidemias; compran los vestidos de los apestados y se los ponen (4). Como son fatalistas, el magistrado se convierte en pasivo espectador de lo que él no puede remediar; es la creencia en un destino inflexible.


Notas

(1) Libro II.

(2) El occidente de Europa no se ha librado de la horrible enfermedad; para eso nos sirvieron las Cruzadas, que si no la trajeron, esparcieron el contagio por casi toda Europa.

(3) Era peor el remedio que la enfermedad; el acordonamiento de las ciudades ya no se practica.

(4) Rigault, Del imperio otomano, pág. 84.


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CAPÍTULO XII

De las leyes contra los suicidas

No vemos en la historia que ningún Romano se diese la muerte sin motivo; pero los Ingleses de nuestros días se matan algunas veces por ignoradas causas, hasta en el seno de la felicidad.

El suicidio era entre los Romanos un efecto de la educación y las costumbres; entre los Ingleses es efecto de una enfermedad, consecuencia de un estado físico y sin ninguna otra causa (1).

Se puede pensar que esto provenga de falta de filtración del jugo nervioso; la máquina cuyos motores se paralizan a cada momento, se cansa de sí misma. El alma no siente el dolor, sino dificultad para existir. El dolor es una molestia local, a la que quisiéramos ponerle término; el peso de la vida no tiene asiento fijo y nos hace desear el término de ella.

Es claro que las leyes de algunos países han tenido razones para castigar el suicidio con la infamia; pero en Inglaterra no es posible castigarlo, sino como se castigan los efectos de la demencia.


Notas

(1) Pudiera ser un acto complicado con el escorbuto, que en algunos países origina incomprensibles rarezas y hace que un hombre no pueda aguantarse ni a sí mismo. (Viaje de Francisco Perard, parte 2a., cap. XXI).


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CAPÍTULO XIII

Efectos resultantes del clima de Inglaterra

En una nación donde una enfermedad del clima se comunica de tal modo al alma, que produce el hastío, haciendo aborrecer todas las cosas, incluso la existencia, es evidente que el mejor gobierno será aquel en que no pueda culparse a uno solo de los disgustos y contrariedades que se experimenten, un gobierno en que las leyes manden más que los hombres, siendo preciso trastornar las leyes para cambiar la forma del Estado.

Si tal nación hubiera recibido del clima un carácter impaciente, que no le permitiera soportar mucho tiempo las mismas cosas, aun sería mejor para ella el gobierno que hemos dicho.

Ese carácter impaciente no es gran cosa por sí, pero puede serlo si se le une el valor.

Es distinto de la ligereza, que consiste en acometer empresas sin motivo para abandonarlas de igual modo; más se parece a la tenacidad, porque proviene de un sentimiento tan vivo de los males que no se debilita ni a fuerza de padecerlos.

Este carácter, en una nación libre, es muy a propósito para descontentar los proyectos de la tiranía (1), que es siempre parsimoniosa y floja en sus comienzos, como enérgica y rápida a su hora; que empieza mostrando su mano para socorrer y acaba oprimiendo con multitud de brazos.

La servidumbre empieza por la modorra; pero un pueblo que no se adormece ni descansa nunca, que está siempre alerta y no cesa de palparse, no puede dormirse.

La política es una lima sorda que va limando lentamente hasta lograr su fin. Pues bien, hombres como aquellos de que hablábamos no podrían perseverar en las lentitudes, los detalles, la serenidad de los negociadores; sacarían de las negociaciones menos partido que cualesquiera otro y perderían en los tratados lo que hubieran ganado con las armas.


Notas

(1) Uso la palabra tiranía en la acepción que le daban los Romanos y los Griegos: designio de trastornar el régimen establecido, sobre todo si es el democrático.


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CAPÍTULO XIV

Otros efectos del clima

Nuestros padres, los antiguos Germanos, vivían en un clima en que eran poco vehementes las pasiones. Sus leyes no encontraban en las cosas más que lo que se veía, no imaginando nada más; y como juzgaban de las ofensas inferidas a los hombres por el grandor de las heridas, no ponían mayor refinamiento en los insultos hechos a las mujeres. En este particular es muy curiosa la ley de los Alemanes. El que le descubría la cabeza a una mujer pagaba una multa de seis sueldos; por descubrirle la pierna hasta la rodilla, pagábase lo mismo; el duplo si de la rodilla se pasaba. Parece que la ley medía la gravedad de los ultrajes inferidos a la mujer, como se mide una figura geométrica: por las dimensiones; se castigaba el delito de los ojos pero no el de la imaginación. Pero al trasladarse a España un pueblo germánico, impuso el clima otras leyes. La de los visigodos prohibió a los cirujanos el sangrar a una mujer ingenua como no fuera en presencia de su padre o de su madre, de su hermano de su hijo o de su tío. La imaginación de los pueblos inflamó a la de los legisladores igualmente: la ley sospechó de todo en un pueblo que podía sospecharlo todo.

Aquellas leyes prestaron suma atención a los dos sexos. Pero en las penas que imponían, parece que pensaban más en satisfacer la venganza particular que en ejercer la pública. En la mayor parte de los casos, reducían a los dos culpables a la servidumbre de los parientes o del marido ultrajado. La mujer ingenua (1) que se entregaba a un hombre casado era puesta en poder de la mujer ofendida, quien disponía de ella según su voluntad. Las mismas leyes obligaban a los esclavos a atar y presentar al marido la mujer a quien sorprendían en adulterio, como permitían a sus hijos acusarla y dar tormento a los esclavos para probar el delito. Así fueron dichas leyes más a propósito para refinar la susceptibilidad y el pundonor que para formar una buena policía. No debe admirarnos que el conde Don Julián creyera que un agravio de cierta índole exigía la ruina de su patria y de su rey; no debe extrañarnos que los moros, con semejante conformidad de costumbres, se establecieran tan fácilmente en España, se mantuvieran en ella durante ocho siglos y retardaran la caída de su imperio.


Notas

(1) Ley de los Visigodos, lib. III, tít. IV.


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CAPÍTULO XV

De la diferente confianza que las leyes tienen en el pueblo, según el clima

El carácter del pueblo japonés es tan atroz, que sus legisladores y sus magistrados no han tenido ninguna confianza en él; no le han puesto delante de los ojos otra cosa que jueces, amenazas y castigos, y le han sometido para todo a la inquisición y a las pesquisas de la autoridad. Esas leyes que, de cada cinco cabezas de familia, hace a uno magistrado de los otros cuatro; esas leyes que castigan a toda una familia y aun a todo un barrio por el delito que ha cometido uno solo; esas leyes que no encuentran inocentes allí donde puede haber algún culpable, se han escrito para que todos los hombres desconfíen unos de los otros y cada uno vigile a los demás, siendo su inspector, su testigo y aun su juez.

El pueblo indio, al contrario, es dulce, tierno, compasivo (1); por lo mismo sus legisladores tienen gran confianza en él. Han señalado pocas penas, que ni son severas ni se cumplen con rigor (2). Han dado los sobrinos a los tíos y los huérfanos a los tutores, como en otros países a los padres, y han regulado la herencia por el método notorio del heredero. Parecen haber creído que cada ciudadano debe contar con el buen natural de su prójimo.

Los Indios otorgan fácilmente la libertad a un esclavo, los casan, los tratan como a sus propios hijos (3). ¡Clima afortunado que produce el candor en las costumbres y la blandura en las leyes (4)!


Notas

(1) Véase Bernier, tomo II, pág. 140.

(2) Puede verse en la colección décimocuarta de las Cartas edificantes, pág. 403, lo que allí se dice de los usos y leyes del Indostán.

(3) Cartas edificantes, colección novena, pág. 378.

(4) Yo había creído que la blanda y llevadera esclavitud en la India era lo que le ha oía hecho decir a Diódoro que en aquel país no había ni amos ni esclavos; pero Diódoro atribuye a toda la India lo que, al decir de Estrabon, era peculiar de una sola comarca. (Montesquieu) Es indudable que el clima influye en la fuerza y la belleza físicas, en el genio, en las inclinaciones. Jamás se ha hablado de una Friné samoyeda o negra, ni de un Hércules lapón, ni de un Newton tupinambú; pero no creo que el ilustre autor haya tenido razones para afirmar que los pueblos del Norte hayan vencido siempre a los del Sur. Ya he citado el ejemplo de los Árabes, que en poco tiempo adquirieron por las armas un imperio tan extenso como el de los Romanos; los Romanos mismos habían plantado sus águilas en las costas del mar Negro, que son casi tan frías como las del Báltico. - Se le concede, quizá, demasiado influjo al clima. En todas las latitudes, la sociedad humana ha comenzado por pequeños pueblos que, después de haber alcanzado cierto grado de civilización, han acabado por reunirse o ser absorbidos por grandes imperios. La diferencia más visible es la que hay entre los Europeos y los habitantes del resto del globo; y esta diferencia es obra de los Griegos, que eran meridionales. Fueron los filósofos de Atenas, de Mileto, de Siracusa, de Alejandría los que han hecho a los habitantes de Europa superiores a los hombres de los demás países. Que Jerjes hubiera triunfado en Salamina, y pudiera ser que todavía fuéramos bárbaros. (Nota de Voltaire).


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