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IV

El gobierno imperial encabezado por Agustín I, no fue que digamos un ejemplo de virtud y capacidad, sino muy por el contrario representó más bien una pésima experiencia.

El flamante emperador hubo de afrontar la carencia cuasi absoluta de recursos, pero paralelamente debía irradiar la majestuosidad propia de cualquier emperador que se precie a sí mismo, por lo que hubo de despilfarrarse parte del escaso erario público en gastos superfluos e intranscendentes para aparentar la exquisitez imperial. Por otra parte, en el plano del reconocimiento internacional, se enfrentó una particular problemática. La monarquía española, como ya lo hemos señalado, negaba validez a la independencia de México, y por consecuencia no podía reconocer a ningún gobierno del naciente país, y la inmensa mayoría de los demás gobiernos europeos se mantenían a la expectativa sin la menor intención de reconocer a un gobierno que no sabían si podía perdurar. En el caso de los Estados Unidos, éstos veían con desconfianza el establecimiento de un imperio en el recién independizado México, por lo que tampoco deseaban otorgar un reconocimiento a una forma de gobierno que aborrecían. Ante tal panorama, el señor Agustín I prácticamente se encontraba aislado del mundo, asunto que en términos financieros se traducía en la imposibilidad de poder acceder al crédito internacional. En sí, tan sólo la realidad de ese tétrico panorama hacía previsible que el tan cacareado imperio no constituyera mas que una experiencia pasajera. En pocas palabras, que el señor Agustín I en poco tiempo se vería obligado a hacer sus maletas para irse muy lejos.

Pero, aunque sea difícil de entender, existieron otros problemas que mucho más influyeron para el desmoronamiento de la experiencia gubernativa imperial. En efecto, el plano político, en el que seguía predominando una encarnizada lucha entre el Congreso o Cortes contra el emperador, se constituyó en uno de los factores de más peso para el descrédito del imperio. El enfrentamiento entre éstos dos poderes - legislativo y ejecutivo -, llegó a tales extremos que para el día 31 de octubre de 1822, Agustín I optó por disolver al Congreso o Cortes, creando inmediatamente una parodia caricaturesca a la que denominó Junta Instituyente, mediante la cual buscaba engañar a la población haciéndole creer que la susodicha Junta venía a ocupar el vacío dejado por el disuelto Congreso, hecho éste, por completo falso, puesto que esa <>Junta no contaba con la facultad legislativa, misma que había sido usurpada por el alocado emperador. De hecho, la disolución del Congreso por el gobierno imperial, tácitamente representaba un auténtico golpe de Estado que violentaba a la tranquilidad pública.

Para el mes de noviembre, las cosas se le complican al señor Agustín I. En efecto, a finales de ese mes, el General Antonio López de Santa Anna se levanta en armas, en Veracruz, contra el imperio, y para el día 2 de diciembre toma la tan importante ciudad portuaria estableciendo en ella la República. El General Guadalupe Victoria secunda este levantamiento, logrando ocupar estratégicos puntos militares. Para el mes de enero de 1823, los Generales Vicente Guerrero y Nicolás Bravo abandonan la ciudad de México de manera sigilosa para, posteriormente sumarse al levantamiento contra el imperio. La figura del en otra hora héroe proclamante del Plan de Iguala comienza, rápidamente, a eclipsarse. Entre sus antiguos partidarios, entre quienes antaño le guardaran fe ciega, surge la duda o la desconfianza ante sus acciones.

Los Generales adictos al emperador, encargados de someter al orden la rebelión encabezada por Santa Anna y Victoria, deciden cambiar de bando entrando en pláticas con sus perseguidos para acabar proclamando, el día 2 de febrero de 1823, el famoso Plan de Casa Mata, documento éste compuesto de once cláusulas cuya principal bandera se centraba en la petición de instalación de un nuevo Congreso. Así, la defección de aquellos Generales, entre los que figuraban los señores Echavarri, Morán y Negrete, conlleva a la formación del por ellos llamado Ejército Libertador que combatiría a las fuerzas leales del emperador Agustín I.

Para el 15 de marzo, el emperador resuelve la reinstalación del antiguo Congreso, del mismo que él había disuelto, ordenando, para tal efecto, poner en libertad a los Diputados que él ordenó arrestar, e igualmente impele a los conformantes de la Junta Instituyente, quienes también habían pertenecido al disuelto Congreso, para que vuelvan a ocupar su antiguo cargo de Diputados. Dos días después, el 17 de marzo, el emperador, mediante la representación de su Ministro de Justicia, señor Juan Gómez Navarrete, presenta ante el Congreso su abdicación a la Corona imperial mediante un documento compuesto de cinco cláusulas.

Después de prolongadas y acaloradas discusiones, la Comisión nombrada por el Congreso para dar respuesta a la abdicación de Agustín I, expide, el día 5 de abril de 1823, un decreto compuesto de ocho artículos, en el que se establece como nula y sin ningún valor la coronación del señor Agustín de Iturbide, razón por la cual se subrayaba estar fuera de lugar el contestar a su texto de abdicación. Expide también el Congreso, otro no menos importante decreto en el que declara nulos tanto al Plan de Iguala como a los Tratados de Córdoba, en lo referente a la forma de gobierno que en ellos se asentaba.

¡Por fin México se independizaba de España! Aquél decreto expedido por el Congreso mediante el cual se enterraban las pretensiones del Partido Monárquico proborbónico, e igualmente se cortaba de una vez y para siempre el invisible cordón umbilical que mantenía dependiente a México de España, constituyó, en toda la extensión de la palabra, la auténtica Acta de la declaración de la Independencia. México se inauguraba en cuanto nación soberana. La soberanía residía, al fin, en el pueblo, y a éste le correspondía fijar la forma de gobierno que más le conviniera.

¡Fue aquél día 8 de abril de 1823 cuando quedó definitivamente consolidada la independencia de nuestro país!

Para el día 11 de mayo, el señor Agustín de Iturbide se embarca, en el puerto de Veracruz, junto con su familia, partiendo rumbo a Italia.

En la ciudad de México, las triunfantes fuerzas del Ejército Libertador nombran a los Generales Bravo, Victoria y Negrete como encargados del Poder Ejecutivo, siendo nombrados suplentes los señores Vicente Guerrero, Miguel Domínguez y Mariano Michelena.

Las ideas republicanas triunfaban sobre las monárquicas y el panorama político del país cambió. Dos partidos emergen en el escenario de la discusión política: el de los republicanos federalistas y el de los republicanos centralistas. Ambos agrupamientos editan sus respectivos diarios, el primero, crea el periódico El Aguila Mexicana, y, el segundo, edita el periódico El Sol. Los partidarios de los ya extintos partidos monárquicos pro borbonista y pro iturbidista pasan a engrosar las filas de los agrupamientos republicanos federalista y centralista.

En lo referente al Congreso que había reinstalado el señor Agustín de Iturbide, y que continuaba en funciones, éste se constituyó en objeto de pugna puesto que ambos partidos, el Federal y el Centralista, lo veían ya como un órgano anacrónico cuya única función debería ser la de promulgar una nueva ley electoral y convocar a elecciones para la conformación de un nuevo Congreso que tendría que ser Constituyente y se encargara de elaborar la Carta Magna de la naciente República mexicana. Surgieron, desde luego, algunas desavenencias por parte de no pocos de los diputados pertenecientes al Congreso, al sentirse éstos ofendidos por el carácter de Congreso Convocante a que se les quería relegar, alegando que ese Congreso había emergido como Constituyente, esto es, encargado de elaborar la Constitución imperial, y que si bien el imperio nunca pudo consolidarse, ese mismo Congreso, Constituyente de origen, bien podía dedicarse a la elaboración de la Constitución de la República. No obstante que los alegatos de aquellos resentidos diputados, en sí contenían elementos de razón, su interés no prosperó y aquél Congreso hubo de decretar una nueva ley electoral y convocar a elecciones.

Para octubre de ese año de 1823, se instaló, formalmente, el nuevo Congreso con carácter de Constituyente.

Cumpliendo el Congreso Constituyente con su sagrada misión de elaborar la Constitución de la República, hubo de enfrentar varios problemáticos asuntos paralelos a su sagrada misión. Tres fueron los principales problemas que encaró:

1.- la llamada Constitución de Lobato.

2.- la rebelión de Guadalajara y,

3.- el intento de restauración del imperio llevado a cabo por el señor Agustín de Iturbide.

Los tres hubo de resolverlos de manera atinada.

En el primer caso, relativo al levantamiento del señor Brigadier J. M. Lobato, cuya finalidad era la de exigir del Congreso la expedición de una ley que expulsara a los españoles radicados en el naciente país, el Congreso mantuvo una postura enérgica negándose rotundamente a satisfacer las pretensiones del mencionado Brigadier, logrando con tan valiente actitud, primero la incertidumbre y el desconcierto entre las tropas sublevadas y, después su rendición.

En cuanto a la rebelión de Guadalajara, ésta fue el producto de un claro intento de reinstauración del imperio en México. Sus promotores, cobijándose bajo el manto protector de un supuesto federalismo intransigente exigían al Congreso el nombrar un Supremo Director para que se encargara del Poder Ejecutivo, pretensión ésta que ponía a descubierto sus objetivos reinstauradores, puesto que ese Supremo Director encajaba a las mil maravillas con la idea de un emperador convertido en Supremo Dictador. Nada casual era que en aquella rebelión se encontrasen implicados los nombres de los Generales Bustamante, gobernador de aquel Estado, Quintanar, jefe de armas del Estado en cuestión, y los señores Antonio J. Valdés, Eduardo García, José Manuel de Herrera y el coronel Rosemberg, todos, absolutamente todos ellos fervientes y entusiastas partidarios del señor Agustín de Iturbide. Para resolver aquella intentona pro restauradora, fue enviado el señor General Nicolás Bravo quien al mando de sus tropas logro someter a los conjurados.

En lo referente a las aventureras y locas acciones del señor Iturbide, tenían éstas como objetivo frenar la acción del Congreso Constituyente en su loable labor de estructurar la Constitución de la República así como, obvia el señalarlo, la reinstauración del imperio. Pensaba, de manera ingenua, el proclamante del Plan de Iguala que con su sola presencia bastaría para que el pueblo entero le siguiera como perrito faldero, ¡tal era la egolatría de aquél desdichado! El Congreso, al enterarse de los malvados planes del señor Iturbide, decretó que en caso de que pisase tierra mexicana, se le considerara como renegado de la justicia, pudiendo ser ejecutado por quien fuera sin necesidad de juicio previo.

A mediados del mes de julio de 1824, el señor Iturbide arriba a México por el puerto de Soto de la Marina, y el día 19 de ese mes es apresado e inmediatamente fusilado. Con la ejecución de quien tuvo la osadía de hacerse coronar emperador quedó claro que con la soberanía popular no se jugaba.

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