Índice de El federalista de Alexander Hamilton, Santiago Madison y John JayEscrito doceEscrito catorceBiblioteca Virtual Antorcha

EL FEDERALISTA

Número 13



Al pueblo del Estado de Nueva York:

Por su relación con el tesoro público, debemos ocuparnos ahora de la economía. El dinero ahorrado en un sector podrá aplicarse a otro, evitando así el disponer en mayor escala de los bolsillos del pueblo. Si los Estados siguen unidos bajo un solo gobierno, sólo habrá una nómina nacional que cubrir; si están divididos en varias confederaciones, existirán tantas nóminas nacionales de empleados a que hacer frente, como partes distintas -y cada una de ellas, en sus principales departamentos, será tan amplia como la que habría sido precisa para el gobierno de todas. La división absoluta de los Estados en trece soberanías aisladas es un proyecto demasiado extravagante y demasiado lleno de peligros para tener muchos defensores. Los hombres que especulan acerca de la desmembración del imperio suelen inclinarse a la formación de tres confederaciones: una compuesta de los cuatro Estados norteños, otra de los cuatro centrales, y la tercera con los cinco del Sur. No es probable que se estableciera alguna más. Conforme a esta distribución, cada confederación abarcaría un territorio más extenso que el reino de la Gran Bretaña. Ningún hombre bien informado puede suponer que los asuntos de semejante confederación pueden ser dirigidos en forma adecuada por un gobierno menos completo, en cuanto a sus órganos o instituciones, que el propuesto por la convención. Cuando las dimensiones de un Estado alcanzan determinada magnitud, requiere el mismo grado de gobierno y los mismos sistemas de administración que otro mucho más extenso. Esta idea no es susceptible de una demostración precisa, porque no existe ninguna regla para gobernar a un número dado de individuos; pero cuando consideramos que las Islas Británicas, que tienen poco más o menos las mismas proporciones que cualquiera de las confederaciones que suponemos, contienen una población de cerca de ocho millones de habitantes, y cuando pensamos en el grado de autoridad indispensable para encauzar hacia el bien común las pasiones de una sociedad tan numerosa, no vemos razones para dudar que la misma porción de poder sería suficiente para cumplir la misma tarea en una sociedad mucho más numerosa. El poder civil, debidamente organizado y ejercido, es capaz de difundir su fuerza hasta un grado muy grande, y puede, en cierta manera, reproducirse en todos los puntos del imperio gracias a una sagaz organización de las instituciones subordinadas.

La suposición de que cada una de las confederaciones en que es de creerse que se dividirían los Estados, necesitaría un gobierno no menos comprensivo que el propuesto, se verá reforzada por otra suposición más probable que la que nos ofrecen tres confederaciones como alternativa a la Unión de todas. Si atendemos con cuidado a las consideraciones geográficas y comerciales, al par que a los hábitos y prejuicios de los diferentes Estados, llegaremos a la conclusión de que en caso de desunión sería más natural que se coaligaran bajo dos gobiernos. Los cuatro Estados orientales, por motivos de simpatía y proximidad, formarían seguramente un grupo. Nueva York, por su situacion, no cometería jamás la locura de enfrentar su flanco débil y sin apoyo a la fuerza de esta confederación. Existen otras razones obvias que facilitarían su entrada en ella. El Estado de Nueva Jersey es demasiado pequeño para pensar en hacerle de frontera y oponerse a esta poderosa combinación; ni existen tampoco obstáculos para incluirlo en ella. Hasta Pensilvania hallaría bastantes alicientes para unirse a la liga norteña. Un activo comercio con el extranjero, basado en su propia marina, constituye su verdadera política, que coincide además con las opiniones y aptitudes de sus ciudadanos. Los Estados que están más al sur no tendrán mayor interés, por diversas circunstancias, en estimular la navegación. Quizás prefieran un sistema que brindara a todas las naciones la libertad más amplia para transportar y comprar sus productos. Y tal vez Pensilvania no quiera mezclar sus intereses en unas relaciones tan contrarias a su política. Como su situación ha de ser a la fuerza fronteriza, estimará preferible para su seguridad que su lado más expuesto linde con la potencia más débil del sur, que con la poderosa confederación del norte. Con esto tendría más probabilidades de evitar el convertirse en el Flandes de América. Pero sea cual fuere la decisión de Pensilvania, si la Confederación del Norte incluye a Nueva Jersey, no es verosímil que se establezca más de una confederación al sur de ese Estado.

Nada puede ser más evidente que el que los trece Estados serán capaces de sostener un gobierno nacional mejor que la mitad de ellos, que un tercio o que cualquier parte del todo. Esta reflexión pesa mucho para desvanecer las objeciones contra el plan propuesto que se fundan en el problema del costo; sin embargo, cuando lleguemos al punto en que debemos estudiarlas más de cerca, veremos que estas objeciones son de todo punto erróneas.

Si a la multiplicidad de las nóminas de funcionarios, añadimos el número de personas que habrían de emplearse necesariamente en las fronteras de las distintas confederaciones para resguardar las comunicaciones internas con el fin de evitar el comercio ilícito, que surgirá necesariamente con el tiempo debido a la necesidad de ingresos; si agregamos las organizaciones militares; que se ha demostrado que serán resultado inevitable de las rivalidades y conflictos entre las diferentes naciones en que se dividirían los Estados, claramente vendremos en conocimiento de que una separación resultaría igualmente perjudicial para la economía, la tranquilidad, el comercio, los ingresos y la libertad de cada parte.

PUBLIO

(Se otorga la autoría de este artículo a Alexander Hamilton)

Índice de El federalista de Alexander Hamilton, Santiago Madison y John JayEscrito doceEscrito catorceBiblioteca Virtual Antorcha