Índice del libre De la convocación a la revolución. La Constitución francesa de 1791 de Chantal López y Omar CortésCapitulo anteriorCapítulo siguienteBiblioteca Virtual Antorcha

Del nacimiento de la Asamblea Nacional y el jalón de orejas que dio el Rey

Constituidos ya en Asamblea Nacional, los asambleístas se habían juramentado pronunciando: Nosotros, juramos y prometemos, solemnemente declaramos cumplir con celo y fidelidad, las funciones de las que estamos investidos.

Entre las primeras medidas acordadas por la representación nacional, lo fue el abocarse al espinoso problema de la materia impositiva, que a todos, clérigos, nobles, burgueses, artesanos, rentistas, libres profesionistas y campesinos, preocupaba. Después, acordaron el nombramiento de cuatro comités, a través de los cuales pensaban, dividiendo los trabajos, agilizar y desahogar los asuntos que abordarían. Todo parecía encontrar sus cauces lógicos de desarrollo, y al finalizar la sesión del 19 de junio, ninguno de los presentes podía, ni tan siquiera imaginar, que para el día siguiente, el salón de los menudos placeres, amanecería cerrado y fuertemente custodiado por un numeroso destacamento militar. El Rey, asustado ante el giro que tomaban los acontecimientos, se había decidido a actuar, aunque ello significara el descubrir, ante Francia entera, la suciedad y porquería de sus malvadas y perversas intenciones. En la puerta de entrada del salón de los menudos placeres, había hecho fijar una proclama, invitando a los Estados Generales para una reunión urgente a celebrarse el día 22. Esta se pospondría hasta el 23 de junio, pero antes de esto, el mismo día 20, un furibundo grupo de asambleístas, herido en su orgullo por la afrenta real, buscando calmar sus exasperados ánimos, decidieron ir a echarse un jueguito de frontón, y en el juego de pelota estaban aún berreando y maldiciendo, cuando a uno de ellos, Mounier, se le prendió el foco y propuso a los ahí presentes el evadir la provocación real y continuar sesionando donde fuera, como si nada hubiese ocurrido. La idea encontró rápido apoyo, y secundada por Target, Bernave y Chapellier, apuraron a Bailly, quien fungía como presidente de la agredida Asamblea Nacional, para que de inmediato abriera la sesión, lo que desde luego hizo, terminando aquello con un solemne juramento, que a la historia ha pasado con el nombre de El juramento del juego de pelota, y que a la letra especificaba: La Asamblea Nacional, considerando que llamada a fijar la Constitución del reino, a producir la regeneración del orden público y a conservar los verdaderos principios de la monarquía, nada puede impedir que prosiga con sus deliberaciones en cualquier lugar en que se vea forzada a establecerse y que, por último, en todo sitio en que sus miembros estén reunidos, allí se encuentra la Asamblea Nacional.

Decide que todos los miembros de esta Asamblea, presten de inmediato juramento solemne de jamás separarse, y de reunirse en todo sitio en donde las circunstancias lo exijan, hasta que la Constitución del reino esté establecida y consolidada sobre fundamentos sólidos; y que, al haber prestado el dicho juramento, todos los miembros y cada uno de ellos en particular, confirmarán por su firma esta resolución inquebrantable.

Mediante aquel acto, los asambleístas pintaban violines a su majestad. En seguida, los juramentados decidieron trasladar la sede de la Asamblea Nacional hacia la iglesia de San Luis, en la que, el 22 de junio, iniciarían su sesión.

Para el día 23 se celebra la reunión real; en la misma, Luis XVI pronuncia un discurso, presenta una Declaración sobre el estado actual de los Estados Generales, así como una Declaración de las intenciones reales.

En su discurso, el Rey amonesta sin contemplación a los asambleístas diciendo: Los Estados Generales se iniciaron desde hace cerca de dos meses y todavía no han podido ponerse de acuerdo sobre los preliminares de funcionamiento. Debería haber nacido un acuerdo perfecto por el solo amor por la patria, y una división funesta alarma a todos los espíritus.

En su Declaración sobre el estado de los Estados Generales, Luis XVI va mucho más allá de la simple amonestación, para, despojado de la careta de padre amoroso, mostrar su auténtico rostro autoritario proabsolutista. El Rey, sentenciaba, quiere que la antigua distinción de los tres órdenes del Estado, se conserve por completo, pues guarda relación esencial con la constitución de su reino; que los diputados electos con libertad por cada uno de los tres órdenes, formen tres cámaras, deliberen por orden y que pueden, con la aprobación del soberano, decidir deliberar en común, y puedan considerarse ellos solos como el cuerpo de representantes de la Nación. En consecuencia, el Rey ha declarado nulas las deliberaciones hechas por los diputados del orden del Tercer Estado, del 17 de este mes, así como las que pudieran ocurrir subsecuentemente, y las ha declarado ilegales y no constitucionales.

Y en su Declaración de intenciones, quizá el único documento que cualquier Rey que no fuese un manojo de vanidad, arrogancia e intolerancia, hubiere, dadas las circunstancias, presentado a consideración de aquellos asambleístas, se especificaba: No se establecerá ningún nuevo impuesto y no se prorrogará ningún impuesto antiguo más allá del término fijado por las leyes, sin el consentimiento de los representantes de la Nación.

Los tres documentos señalados, bastante extensos en su contenido, fueron íntegramente leídos en aquella sesión real, para que al finalizar su lectura, Luis XVI, invitando a los presentes a sesionar en tres cámaras diferentes, de acuerdo a los añejos cánones de los Estados Generales, se levantara y marchara seguido de sus perrillos falderos del clero y la nobleza. Los miembros del Tercer Estado, no se movieron de sus lugares, por lo que, el marques de Breze, quien había fungido como maestro de ceremonias de aquella abominable sesión del absolutismo real, se vio obligado a preguntar, con fuerte voz, a los silenciosos e inmóviles asambleístas: ¿Habéis oído al Rey?, y cual obedientes niños de escuela, al unísono contestaron con un sonoro ¡Siii! Entonces, volvió a inquirirles Breze, ¿qué esperáis que no os largáis? Ante eso, el conde de Mirabeau, acelerado y conmovido hasta las lágrimas por tanta injuria y majadería, se levantó para mandar al cuerno al alfeñique real y cuentan los reaccionarios proabsolutistas, que pronunciando un bonito y emotivo discurso, cuando en él hizo referencia a Catilina, el patricio romano que en el año 63 a.C.., se sublevó contra el senado, expresó: ¿en dónde están los enemigos de la Nación? ¿Está tocando Catilina a nuestras puertas? Las miradas de los asambleístas se dirigieron todas hacia la entrada, y no faltó una voz sonora que expresó: ¡No seáis majaderos, id y abridle!


Índice del libre De la convocación a la revolución. La Constitución francesa de 1791 de Chantal López y Omar CortésCapitulo anteriorCapítulo siguienteBiblioteca Virtual Antorcha