Índice del libre De la convocación a la revolución. La Constitución francesa de 1791 de Chantal López y Omar CortésCapitulo anteriorCapítulo siguienteBiblioteca Virtual Antorcha

De la situación en que se encontraban los tres órdenes, previa a la reunión de los Estados Generales

La convocatoria a la reunión de los Estados Generales, despertó tanto las ansias de expresión al igual que las de participación, no quedando, para nada relegados los apetitos y ambiciones de poder. Cada orden debería, desde un criterio formalista, ponerse a organizar la manera de nombrar o elegir a sus respectivos representantes. Todas las demarcaciones en que se dividía el reino, tendrían que contar con la representación debida, e incluso, para agilizar trámites y ganar tiempo, celebrar sus reuniones particulares en las que se ventilaran las quejas, protestas o sugerencias de los miembros del orden. Por supuesto que no siempre se siguió este procedimiento, y ya hemos señalado cuál fue la razón.

El orden que aventajaba a los demás, debido a su estructura interna, concepción de disciplina e imposibilidad de discusión entre inferiores y superiores, devenida del voto de obediencia, lo era el del clero. Nada más fácil para los cardenales, arzobispos y obispos, que señalar la línea y ordenar, con la debida autorización del Vaticano, lo que debería de hacerse y quién sería él o los representantes. Jerárquica y antiparticipativa por excelencia, a la estructura clerical le fue, hasta cierto punto muy sencillo, el resolver los pequeños conflictos que en su seno producían algunos jaloneos entre determinadas ordenes monásticas. La principal queja que elevarían ante los Estados Generales, era la referente al cobro del diezmo, asegurando que los campesinos eran unos chapuceros, puesto que escondiendo parte de sus cosechas, tan sólo declaraban a los recolectores del diezmo la mitad o aun menos de lo que realmente habían cosechado. Esto, señalaban, les perjudicaba enormemente por la situación de estrecheces por las que el reino atravesaba, impidiéndoles cumplir correctamente con la sacralidad de su función espiritual y de asistencia.

En el terreno del orden nobiliario, resultaba algo problemático tanto el nombramiento de representantes como el establecer en puntos comunes las quejas, protestas o sugerencias. Bastante individualistas y sumamente engreídos, la mayor parte de los nobles del reino consideraban denigrante el tratar con otros sus problemáticas privadas y, sobre todo, tolerar el ser representados por alguien. Mas no obstante esto, la cohesión existente entre el minoritario sector más combativo de este orden, fue suficiente para, mediante su conducto, designar representantes y exponer quejas y sugerencias. Estas últimas remarcaban principalmente tres puntos: 1º Revalorar a quienes realmente pertenecían a la nobleza separándoles de aquellos arribistas que por poseer dinero o algunas propiedades se habían colado al orden nobiliario sin tener en sí derecho de alcurnia para pertenecer a él; 2º Revalorar la importancia del orden eclesiástico puesto que, en opinión de los nobles ya no tenía porque considerársele el primero; y, 3º Revalorar la Constitución del reino elaborando una, acorde con los tiempos actuales y que limitara claramente los poderes de la monarquía.

En el campo estricto del orden del Tercer Estado, la ebullición política y los forcejeos y luchas, eran donde más se evidenciaban. Y no podía ser de otra forma, ya que en su interior se agitaban intereses y deseos muy opuestos e incluso encontrados. Téngase en cuenta que en el Tercer Estado, participaban miembros de los otros dos órdenes. Por ejemplo, un noble poseedor de un taller o que ejercía una profesión libre o un comercio, adquiría, por su actividad, el derecho a pertenecer al llamado Tercer Estado; de la misma manera, clérigos que contasen, por ejemplo, con una fábrica de vinos, también lo tenían. Estaban, además, los habitantes de los burgos, llamados burgueses, por lo general dedicados a actividades comerciales, industriales o de servicios; todas las cofradías y asociaciones profesionales de artesanos; los miembros de las profesiones libres; rentistas tanto urbanos como rurales; campesinos propietarios ya dedicados a labores agrícolas o bien de ganadería o crianza de animales. Tenemos, entonces, que en el Tercer Estado convergían, de hecho, los tres órdenes reconocidos, por lo que nada tuvo de extraño que de él emanaran todas las directrices, ideas y propuestas que terminarían consensando a la asamblea convocada.

El proceso de agitación y lucha política fue sumamente significativo en este orden. Las diferentes tendencias y corrientes se agruparon en asociaciones patrióticas o de lectura; en las sociedades secretas de la francmasonería y, más comúnmente en los llamados clubs, entre los que destacó el Club Bretón, posteriormente llamado Sociedad de Amigos de la Constitución, y después Club de los Jacobinos, en referencia al sitio en que celebraba sus reuniones. En su interior se presentaría una escisión, de la que emergería el Club de los Fuldenses, corriente en pro del monarquismo constitucionalista. También el Club de los Franciscanos adquirió gran notoriedad, sobre todo en París.

Las quejas, protestas y sugerencias del Tercer Estado, fueron consensadas, ciertamente forzándolas, a la necesidad de establecer una Constitución que cohesionara los destinos del reino. En sí, las propuestas de todas las demarcaciones, no presentaban ese interés proconstitucionalista, sino, muy alejadas, se enfocaban a la problemática inmediata. Finiquitación de los monopolios y control de importaciones, paso libre a la circulación de las mercancías y, por ende, finiquitación de las aduanas interiores, esto, en el terreno de los comerciantes. Finiquitación de deudas y supresión de impuestos, particularmente el de los diezmos; permiso para la construcción de molinos para el Tercer estado, no reconocimiento de intereses acumulados devenidos de deudas encontradas en el proceso de revisión de los derechos señoriales, esto, en cuanto al campesinado, y así, sucesivamente. Sin embargo, los Clubs fueron lo suficientemente inteligentes como para subordinar todas esas peticiones a la necesidad de establecer su anhelada Constitución, a través de la cual, en aquellos momentos, no se pretendía que condujera más que al establecimiento de una monarquía constitucional.


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