Índice del libre De la convocación a la revolución. La Constitución francesa de 1791 de Chantal López y Omar CortésCapitulo anteriorCapítulo siguienteBiblioteca Virtual Antorcha

De la presencia de Luis XVI ante la Asamblea Nacional constituyente y de lo que ante ella dijo

Para el 4 de febrero de 1790, el Rey de Francia se presenta ante la Asamblea Nacional constituyente, y presa de un explicable y entendible nerviosismo que por lo general acompañan a los aventureros de todo género cuando éstos sienten inseguridad sobre el fin o destino a que sus pérfidas aventuras tienden, fuera ya de control, a dirigirse, pronunció un discurso pletórico de palabras bonitas con el arrullador sonsonete característico del hipócrita prepotente que miente con inigualable frescura sabedor de la inexistencia de mortal alguno capaz de replicarle.

He aquí aquel monumento a la incongruencia y notoria inmadurez de quien durante más de una década y media fue el Rey de los franceses:

Señores:

La gravedad de las circunstancias en las que se encuentra Francia me atrae en medio de ustedes. El relajamiento progresivo de todos los lazos del orden y la subordinación, la suspensión o la inactividad de la justicia, los disgustos que nacen de las privaciones particulares, las oposiciones, los odios desdichados que son la consecuencia inevitable de largas disensiones, la situación crítica de las finanzas y las incertidumbres sobre la fortuna pública; en fin, la agitación general de los espíritus, todo parece reunirse para mantener la inquietud de los verdaderos amigos de la prosperidad y de la felicidad del reino.

Una gran meta se presenta ante ustedes; pero es preciso alcanzarla sin acrecentar disturbios y sin nuevas convulsiones. Era, debo decirlo, de una manera más dulce y más tranquila, que esperaba conducirles a ella cuando formé el propósito de reunirles, y de reunir para la felicidad pública las luces y las voluntades de los representantes de la Nación; pero mi felicidad y mi alegría no están menos estrechamente ligadas al éxito de sus trabajos.

Gracias a una continua vigilancia, yo les he protegido de la funesta influencia que pudiesen tener sobre sus trabajos las circunstancias desdichadas en medio de las cuales ustedes se encontraban. Los horrores de la hambruna que Francia debía temer el año pasado, han sido alejados gracias a cuidados multiplicados y abastecimientos inmensos. El desorden que el estado antiguo de las finanzas, el descrédito, la excesiva rareza del numerario y el deterioro gradual de los ingresos debía naturalmente traer, este desorden, al menos en su estallido y en sus excesos, ha sido hasta ahora descartado. Aminoré por todas partes, y principalmente en la capital, las peligrosas consecuencias de la falta de trabajo, y no obstante el debilitamiento de todos los medios de autoridad, mantuve el reino si no en la calma en que hubiese deseado, sí en un estado de tranquilidad suficiente para recibir el beneficio de una libertad prudente y bien ordenada; en fin, a pesar de nuestra situación interna generalmente conocida, y a pesar de las tempestades políticas que agitan a otras naciones, conservé la paz afuera, mantuve con todas las potencias de Europa las relaciones de respeto y amistad que pueden volver esta paz más duradera.

Después de haberles preservado así de las grandes contrariedades que podían tan fácilmente alcanzar sus cuidados y sus trabajos, creo el momento llegado en que importa para el interés del Estado que yo me asocie de una manera aún más expresa y más manifiesta para la ejecución y el logro de todo lo que han concertado para beneficio de Francia. No puedo tomar una mejor ocasión que la en que ustedes presentan a mi aceptación decretos destinados a establecer en el reino una organización nueva, que debe tener una influencia tan importante y tan propicia sobre la felicidad de mis súbditos y sobre la prosperidad de esta Nación.

Ustedes saben, señores, que hace más de diez años, y en un tiempo en el que el deseo de la Nación aún no se había explicado sobre las asambleas provinciales, había comenzado a sustituir este tipo de administración al que una antigua y larga costumbre había consagrado. La experiencia, habiéndome hecho saber que yo no me había equivocado en lo que había concebido de la utilidad de estos establecimientos, busqué hacer gozar del mismo beneficio a todas las provincias de mi reino, y para asegurar a las nuevas administraciones la confianza general, quise que los miembros con los que debían estar compuestas, fueran nombrados libremente por todos los ciudadanos. Ustedes han mejorado estas opiniones de varias maneras, y lo más esencial, sin duda, es esta subdivisión igual y sabiamente motivada que, al debilitar las antiguas separaciones de provincia a provincia, y al establecer un sistema general y completo de equilibrio, reune mayormente en un mismo espíritu e interés todas las partes del reino (se refiere a la división departamental propuesta en el seno de la Asamblea Nacional constituyente, NdA). Esta gran idea, este saludable propósito le son enteramente debidos: bastaba con una reunión de voluntades por parte de los representantes de la Nación; bastaba su justa ascendencia sobre la opinión general, para emprender con confianza un cambio de tan gran importancia, y para vencer en nombre de la razón las resistencias de la costumbre y de los intereses particulares.

Yo favoreceré, yo secundaré por todos los medios que están en mi poder el éxito de esta vasta organización de la que depende la salvación de Francia; y, creo necesario decirlo, estoy demasiado ocupado con la situación interna del reino, tengo los ojos demasiado abiertos a los peligros de toda clase de los que estamos rodeados, para no sentir fuertemente que, en la disposición presente de los espíritus, y considerando el estado en que se encuentran los asuntos públicos, es preciso que un nuevo orden de cosas se establezca con calma y con tranquilidad, o que el reino esté expuesto a todas las calamidades de la anarquía.

Que reflexionen sobre ello los verdaderos ciudadanos así como yo lo hice, fijando únicamente su atención sobre el bien del Estado, y verán que, hasta con opiniones diferentes, un interés eminente debe reunirles a todos hoy. El tiempo reformará lo que podrá quedar defectuoso en la colección de leyes que habrán sido la obra de esta asamblea, pero toda empresa que tendiese a socavar los principios de la misma Constitución, todo acuerdo que tendría como finalidad el derrumbarlos o debilitar su afortunada influencia, no servirían más que para introducir entre nosotros los males aterradores de la discordia; y suponiendo el éxito de una tentativa semejante contra mi pueblo y mi persona, el resultado nos privaría, sin reemplazo, de los diversos bienes de los que un nuevo orden de cosas nos ofrece la perspectiva.

Entreguémonos entonces de buena fe a las esperanzas que podemos concebir, y sólo pensemos en realizarlas por medio de un acuerdo unánime. Que por doquier se sepa que el monarca y los representantes de la Nación están unidos por un mismo interés y un mismo deseo, con el fin de que esta opinión y esta firme creencia esparzan en las provincias un espíritu de paz y de buena voluntad, y que todos los ciudadanos recomendables por su honestidad, todos aquellos que pueden servir al Estado esencialmente por su celo y por sus luces, se ufanen en formar parte en las diferentes subdivisiones de la administración general, cuyo encadenamiento y conjunto deben concurrir eficazmente al restablecimiento del orden y a la prosperidad del reino.

No debemos disimulárnoslo; hay mucho que hacer para alcanzar esta meta. Una voluntad continua, un esfuerzo general y común son absolutamente necesarios para obtener un éxito verdadero. Prosigan entonces sus trabajos sin otra pasión que la del bien; fijen siempre su primera atención sobre la suerte del pueblo y sobre la libertad pública; pero ocúpense también de suavizar, de calmar todas las deficiencias, y pongan fin, lo más pronto posible, a las diferentes inquietudes que alejan de Francia un tan gran número de sus ciudadanos, y cuyo efecto contrasta con las leyes de seguridad y de libertad que ustedes quieren establecer: la prosperidad sólo regresará con la satisfacción general. Percibimos por todas partes esperanzas; estamos impacientes de ver también por todas partes la felicidad.

Un día, me gusta creerlo, todos los franceses indistintamente reconocerán la ventaja de la supresión entera de las diferencias de orden y de Estado, cuando se trate de trabajar en común para el bien público; pero esta prosperidad de la patria que interesa por igual a todos los ciudadanos; y cada uno debe ver sin dificultad que, para ser llamado desde ahora en adelante a servir al Estado de alguna manera, bastará con haber demostrado talentos y virtudes.

Al mismo tiempo, sin embargo, todo lo que recuerda a una Nación la antigüedad y la continuidad de los servicios de un linaje honorífico, es una distinción que nada puede destruir, y como se une a los deberes del reconocimiento, aquellos que en todas las clases de la sociedad aspiran servir eficazmente a su patria, y aquellos que han tenido ya la felicidad de lograrlo, tienen interés en respetar esta transmisión de títulos o de recuerdos, la más bella de todas las herencias que se puede entregar a sus hijos.

El respeto debido a los ministros de la religión tampoco podrá borrarse; y cuando su consideración estará principalmente unida a las santas verdades que son la salvaguarda del orden y de la moral, todos los ciudadanos honestos e iluminados tendrán igual interés en mantenerla.

Sin duda, aquellos que han abandonado sus privilegios pecuniarios, aquellos que ya no formarán como antaño un orden político en el Estado, se encuentran sometidos a sacrificios de los que conozco toda la importancia; pero, estoy persuadido de ello, tendrán bastante generosidad para buscar una compensación en todas las ventajas públicas de las que el establecimiento de las Asambleas Nacionales presenta la esperanza.

También tendría pérdidas que contar, si en medio de los más grandes intereses del Estado, me detuviese en cálculos personales; pero yo encuentro una compensación que me basta, una compensación plena y entera en el incremento de la felicidad de la Nación; y es desde el fondo de mi corazón que expreso aquí ese sentimiento.

Entonces defenderé, mantendré la libertad constitucional, cuyo deseo general, de acuerdo con el mío, consagró los principios. Haré más, y de acuerdo con la Reina, que comparte todos mis sentimientos, prepararé pronto el espíritu y el corazón de mi hijo al nuevo orden de cosas al que las circunstancias han llevado. A partir de sus primeros años lo habituaré a estar feliz de la felicidad de los franceses, y a reconocer siempre, a pesar del lenguaje de los aduladores, que una prudente Constitución lo preservará de los peligros de la inexperiencia y que una justa libertad agrega un nuevo precio a los sentimientos de amor y de fidelidad de los que la Nación, desde hace tantos siglos, da a sus Reyes pruebas tan conmovedoras.

No debo ponerlo en duda, al acabar su obra ustedes seguramente se ocuparán con sabiduría y con candor del afianzamiento del Poder Ejecutivo, esta condición sin la que no podría existir ningún orden durable adentro, ni ninguna consideración afuera. Ninguna desconfianza puede razonablemente quedarles, así es su deber, como ciudadanos y como fieles representantes de la Nación, asegurar para el bien del Estado y para la libertad pública esta estabilidad que sólo puede derivar de una autoridad activa y tutelar. Seguramente tendrán ustedes presente que sin dicha autoridad todas las partes de su sistema de Constitución quedarían a la vez sin lazo y sin correspondencia; y al ocuparse de la libertad que aman, y que yo amo también, ustedes no perderán de vista que el desorden en administración, al traer la confusión de los poderes, degenera a menudo, por ciegas violencias, en la más peligrosa y más alarmante de todas las tiranías.

Así, no para mi señores, quien no cuenta lo que me es personal ante las leyes y las instituciones que deben reglar el destino del reino, sino para la felicidad misma de nuestra patria, para su prosperidad, para su poder, les invito a librarse de todas las impresiones del momento que podrían distraerles de considerar en su conjunto lo que exige un reino como Francia, por su vasta extensión, su inmensa población, sus relaciones inevitables hacia el exterior.

No omitirán tampoco fijar su atención sobre lo que exigen todavía de los legisladores los usos, el carácter y las costumbres de una Nación que se ha vuelto demasiado célebre en Europa por la naturaleza de su espíritu y de su genio, para que pueda parecer indiferente alentar o alterar en ella los sentimientos de dulzura, de confianza y de bondad que le han valido tanto renombre.

Dénle el ejemplo también de este espíritu de justicia que sirve de salvaguarda a la propiedad, a este derecho respetado por todas las naciones, que no es obra de la casualidad, que no deriva de los privilegios de opinión, sino que se liga estrechamente a las relaciones más esenciales del orden público y a las primeras condiciones de la armonía social.

¡Por qué fatalidad, cuando la calma comenzaba a renacer, nuevas inquietudes se han esparcido en las provincias! ¡Por qué fatalidad ahí se entregan a nuevos excesos! Únanse conmigo para detenerlos e impidamos con todos nuestros esfuerzos que criminales violencias acaben mancillando estos días en que la felicidad de la Nación se está preparando. Ustedes que pueden influir por tantos medios sobre la confianza pública, iluminen sobre sus verdaderos intereses al pueblo que se confunde, este buen pueblo que me es tan caro, y del que se me asegura que soy amado cuando se quiere consolarme de mis penas. ¡Ah ...! ¡Si supieran hasta qué punto soy desdichado cuando me entero de un atentado contra las fortunas o de un acto de violencia contra las personas, tal vez evitaría esta dolorosa amargura!

No puedo informarles de los grandes intereses del Estado sin apresurarles en ocuparse de una manera pronta y definitiva, de todo lo que tiene que ver con el restablecimiento del orden en las finanzas, y con la tranquilidad de la innombrable multitud de ciudadanos que están unidos por algún lazo a la fortuna pública. Es tiempo de apaciguar todas las inquietudes, es tiempo de devolver a este reino la fuerza de crédito a la que tiene derecho pretender. No pueden emprender todo a la vez; así, yo les invito a reservar para otros tiempos una parte de los bienes de la que la reunión de sus luces les presenta el cuadro; pero cuando ustedes hayan agregado a lo que ya han hecho, un plan sabio y razonable para el ejercicio de la justicia, cuando hayan asegurado las bases de un equilibrio perfecto entre los ingresos y los egresos del Estado; en fin, cuando ustedes hayan acabado la obra de la Constitución, habrán adquirido grandes derechos al reconocimiento público; y, en la continuación sucesiva de las Asambleas Nacionales, continuación fundada desde ahora en adelante sobre esta misma Constitución, sólo habrá que agregar año con año nuevos medios de prosperidad. ¡Pueda esta jornada, en la que su monarca viene a unirse con ustedes de la más franca e íntima manera, ser una época memorable en la historia de este reino! Lo será, eso espero, si mis deseos ardientes, si mis apremiantes exhortaciones pueden ser una señal de paz y de acercamiento entre ustedes. Que aquellos que se apartasen de un espíritu de concordia que se ha vuelto tan necesario, me hagan el sacrificio de todos los recuerdos que les afligen; les pagaré con mi reconocimiento y mi afecto.

Sólo profesemos todos, a partir de este día, sólo profesemos, yo les doy el ejemplo, una sola opinión, un solo interés, una sola voluntad, el apego a la nueva Constitución y el deseo ardiente de la paz, de la felicidad y de la prosperidad de Francia.


Índice del libre De la convocación a la revolución. La Constitución francesa de 1791 de Chantal López y Omar CortésCapitulo anteriorCapítulo siguienteBiblioteca Virtual Antorcha