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De los efectos que en opinión de los autores trajo para con el clero la organización del Poder Judicial

El considerado, a todo lo largo del periodo feudal como el más importante de los órdenes reconocidos, el orden clerical, sucumbiría, como era de esperar, ante la organización del Poder Judicial.

De hecho no podía ser otro el efecto, puesto que al acceder a la palestra de la Nación francesa una nueva interpretación de la justicia que desplazaba a la hasta entonces existente, lógico resultaba que todas las corporaciones, incluyendo al orden clerical, que hacían depender de ella su existencia, al faltarles sostén, acabaran derrumbándose.

Conviene aquí echar un brevísimo vistazo al orden clerical así como a las instituciones que le mantuvieron durante siglos en el pináculo de la veneración y admiración de los franceses.

Abordaremos tres instituciones fundamentales: A) Las inmunidades. B) Las parroquias. C) Su relación con la Corona a través de la Regalía. Pasaremos por alto lo relativo a los diezmos, esto es, al pago del diez por ciento de la cosecha o producción pecuaria del agricultor o granjero, y el óbolo, esto es, la aportación de bien mueble o inmueble a favor del clero.

En cuanto a las inmunidades del orden clerical, un diploma otorgado por Luis, llamado el Pío, en el año de 815 al abad de Adalard en relación al monasterio de Corbie, sirve de excelente ejemplo para que se comprenda en qué consistía la institución de la inmunidad. Veamos lo que se especificaba en una parte de ese documento:

En consecuencia, mandamos y ordenamos que ninguno de nuestros fieles o cualquiera en virtud de un poder judicial, o ninguno de nuestros fieles tanto presentes como por venir, se atreva a penetrar en las iglesias, lugares, tierras y todas posesiones del susodicho monasterio que este posee justa y legalmente en la hora actual, en un cualquier pagues (circunscripción territorial rural, antecedente del vocablo país, NdA), o territorio bajo el control de nuestro imperio o cuya divina piedad querrá acrecentar en el porvenir los derechos del susodicho monasterio, para oír causas judiciales, exigir multas e impuestos, solicitar albergue, tomar las fianzas a los hombres tanto ingenuos (hombre que nació y permanece libre, en oposición al affranchi, término usado para referirse al nacido siervo que obtenía su libertad por concesión o gracia de su amo o dueño, NdA), como siervos que habitan en la tierra de dicho monasterio, requerir impuestos o prestaciones, ahora o después, o no tener la audacia de hacer nada de lo mencionado; y todo lo que el fisco pudiera quitar de los bienes del susodicho monasterio, lo cedemos en totalidad a cambio de una remuneración eterna, al susodicho monasterio, con el fin de que este sirva siempre para acrecentar los óbolos de los pobres servidores de Dios que están ahí al servicio de Cristo, de suplicar sin cesar la misericordia del Señor en nuestro favor, en la de nuestra esposa, de nuestros descendientes para la estabilidad de todo el imperio que nos fue concedido por Dios y que debemos conservar.

En cuanto a las parroquias, lo especificado en algunos párrafos de una carta del arzobispo de Bourges, correspondiente al año de 1151, ejemplifica a la perfección esa institución: Yo, Pedro, por misericordia de Dios arzobispo de Bourges, quiero que sea confiada a la memoria de los fieles tanto presentes como por venir que, Archembaund de Bourbon, después de haber edificado una villa franca llamada Limeaux, me suplicó humildemente establecer una iglesia parroquial teniendo bautisterio y cementerio; nosotros, accediendo a su solicitud, ahí hemos establecido una iglesia, hemos bendecido el cementerio por el crisma (aceite mezclado de bálsamo, usado en algunas ceremonias tanto de la religión católica como ortodoxa, NdA), hemos concedido el crisma y el aceite a la dicha iglesia para celebrar el santo sacramento del bautizo. En fin, hemos dado esta iglesia a los monjes de Sauvigny para que la posean a perpetuidad, de tal manera que testimonien según la costumbre parroquial de las iglesias, sumisión y obediencia a su santa madre la iglesia de Bourges, y que entreguen a nosotros y a nuestros sucesores los sínodos, albergues, procuraciones y otros derechos parroquiales. Para los sínodos entregarán en la semana de Pentecostés, veinte dinares de la moneda de Sauvigny y, a la fiesta de San Lucas, veinte dinares de la misma moneda, y cada tres años entregarán diez sous (antigua moneda francesa que podía ser de oro, cobre o bronce, cuyo valor era un veintavo de libra, antigua unidad monetaria en Francia, NdA), en la fiesta de San Andrés. El capellán que servirá la dicha iglesia será nombrado por la elección canóniga de los monjes y por nuestra confirmación; y tendrá la mitad de las oblaciones y de los demás beneficios de un monje, y el capellán percibirá una mitad de los derechos sinodales y de albergue, quedándose los monjes con la otra mitad. Si ocurriera que los monjes adquiriesen ahí tierra o diezmos, serán de su propiedad; el capellán no tendrá ninguna parte de ella, a menos de que los monjes se la den. En fin, como este territorio se encuentra en los límites de la parroquia de La Franchise, es concedido que Hugues Brun, sacerdote parroquial, tenga, durante su vida, el cuarto de los beneficios de la nueva iglesia, a saber, la mitad de la parte que es remitida al capellán. Pero después de su muerte, ningún capellán de la iglesia de La Franchise podrá reclamar o requerir algo a la iglesia establecida en Limeaux.

En lo que se refiere a la Regalía, en cuanto institución garante de los derechos y obligaciones que se desprendían de las relaciones entre el clero y la Corona, el siguiente párrafo de una decisión administrativa tomada por el Parlamento en el año de 1267, sobre el arzobispado de Sens, es bastante ilustrativa:

Fue concedido de toda antigüedad por privilegio real al arzobispo de Sens que, en tiempo de la Regalía de Sens, el señor Rey, en el arzobispado de Sens no recibiría anualmente por concepto de taille (impuesto directo en Francia hasta 1789, del que estaban exentos el clero y la nobleza, pagado tan sólo por los plebeyos, NdA), mas que sesenta libras. El arzobispo de Sens, después del consentimiento y con la confirmación del Rey, libertó su dominio de St. Julien de Salice y ciertos otros, que debían pagar este taille proporcionalmente a sus medios, aumentados, sin embargo, en los dichos dominios libertados y para esta razón, ciertos impuestos que redituaban bien al arzobispo, según sus declaraciones, tanto como la proporción de taille correspondiente a los dichos impuestos. Como los dominios de Nally y Villefolle y ciertos hombres de cuerpo del arzobispado que habitan en Sens se quedaban solos para el pago del taille, puesto que los otros dominios del arzobispado habían sido libertados, y como los guardias de la Regalía forzaban a los hombres de estos dos dominios y los demás de Sens a pagar la totalidad de la suma de sesenta libras (...) después de haber oído la argumentación de unos y de otros, y tomando en cuenta que en los dominios libertados durante la vacancia de la sede, el señor Rey recibe los derechos equivalentes o superiores a la porción del taille susodicho que les incumbía, fue decidido y pronunciado por los hombres de los susodichos dominios y los otros de Sens serían solamente obligados a la parte que les corresponde del dicho taille, deducción hecha de la porción de taille que podía incumbir o incumbía a los otros dominios libertados y que no estaban obligados a pagar en lugar de los demás.

Históricamente, el orden clerical perdió mucho de su poder y presencia en los últimos cinco siglos de su existencia. En efecto, desde el siglo XIV, cuando a consecuencia de un jaloneo entre el monarca francés y el Papa en turno, el primero, como ya lo hemos señalado, convocó a los Estados Generales para obtener de éstos su apoyo en tal conflicto, la presencia del orden clerical empezó a eclipsarse. Siguieron después, durante los siglos XV y XVI, los conflictos inter-religiosos propios del movimiento conocido con el nombre de Reforma, mismos que trajeron en Francia efectos de destrucción de muy gran alcance, hundiendo aún más al ya de por sí maltrecho orden clerical. El asesinato colectivo de los calvinistas llamados hugonotes, durante la trágica noche de San Bartolomé, terminó enlodando el poco respeto que aún retenía el clero francés, sumergiéndole en el descrédito total. Aquella matanza, realizada bajo las bendiciones y oraciones de los curas católicos, fue un acto tan execrable y abominable que no podía tener perdón. A toda aquella locura siguieron los voraces apetitos de poder por parte de un importante sector de la clericalla, cuya pretensión consistía en elevar al trono de Francia, como sucesor de Enrique III, al cardenal Carlos de Borbón, y en esa aventura que terminaría con el asesinato del cardenal, el orden clerical acabó dilapidando las moronas de sus en otra hora muy respetables presencia y poderío. Al arribo de la familia real de los Borbones al trono de Francia, el orden clerical, que no era ya ni la sombra de lo que había sido, mantenía una poca fuerza que devenía mucho más de la ignorancia y atraso en que se encontraba empantanada una considerable parte de la población francesa, paralizada por los prejuicios y las supersticiones, que por logros propios del orden clerical. La táctica de desesperado apego al poder real, le atrajo la imagen de lambisconería y oportunismo que aún más descrédito acarrearían a su ya debilitada imagen. El orden clerical buscaba desesperadamente mantenerse, sin importarle que para ello se viera obligado a lamer, prácticamente, los pies del soberano en turno; sin embargo, no obstante que tal bajeza le permitió durante los siglos XVII y XVIII mantenerse en cuanto a orden reconocido y privilegiado, su existencia como tal pendía de un hilo cada vez más delgado. Los conflictos en su interior, a los que ya nos hemos referido, del jaloneo entre jansenistas y jesuitas, aunque reviviría en algo su intranscendente existencia en cuanto orden, no lo haría lo suficiente como para inyectarle un segundo aire, y el orden clerical continuó vegetando en espera de su ya inminente extinción. Para agosto de 1789, sería sentado, ante la Asamblea Nacional, en el banquillo de los acusados. Primero, la supresión del diezmo en cuanto privilegio de recaudación, puso claramente de manifiesto que su época de gloria, durante la cual conformó un orden prácticamente intocable, había quedado en el pasado; luego, para el día 28 del mismo mes vendría la conformación del comité sobre asuntos eclesiásticos, cuya tarea sería revisar sus goces y privilegios, y para el mes de febrero de 1790, durante los días 11, 12 y 13, la Asamblea Nacional abordaría, en extensas y agotadoras jornadas, la supresión de los votos y órdenes monásticas, lo que equivalía al desmantelamiento del clero en cuanto orden reconocido.

En la sesión del 11 de febrero, la discusión inició con lo expresado por el señor Treillard, quien en nombre del comité eclesiástico pronunció un extenso informe sobre el tema, puntualizando:

La repartición viciada de sus ingresos, la organización no menos viciada de varios establecimientos, la negligencia desgraciadamente tan común en la selección de sus titulares, las pretensiones excesivas de algunos ministros del culto, han, desde hace tiempo, provocado justas reclamaciones, y la Nación espera, con impaciencia, el instante feliz en donde el mérito sea el único título para alcanzar esos puestos, en donde los salarios estarán en proporción con los servicios, en donde sabios reglamentos elevarán límites inmutables entre las dos jurisdicciones y prevendrán para siempre estos debates escandalosos que tantas veces han hecho gemir a la razón y han desolado a nuestra patria.

Por supuesto que la propuesta de establecer salarios a los ministros del culto católico conllevaba, por sí sola, una novísima concepción, desacralizándole al reducir a sus portavoces como simples prestadores de servicios, a raíz de los cuales y en justa retribución, la Nación les pagaría un salario. Igualmente, obvia el señalar que mediante esta nueva interpretación de las relaciones que habría de mantener el clero con la Nación francesa, quedaba al descubierto el interés por ordenar los bienes clericales bajo la potestad exclusiva de la Nación, asunto éste de supremo interés máxime si se toma en cuenta la crítica situación financiera por la que Francia atravesaba en aquellos años.

A raíz de los debates demasiado generales que se suscitaron después de la lectura del informe, la asamblea prefirió adoptar un modo de discusión basado sobre tres preguntas:

1

¿Se abolirán las órdenes religiosas?

2

¿Qué suerte correrán los religiosos que no querrán quedarse en las casas y hábitos de su orden?

3

¿Qué suerte correrán los religiosos que sí querrán continuar en las casas y con los hábitos de su orden?

El primer orador fue el duque de la Rochefoucauld, quien entre otras cosas manifestó:

Señores, hace ya tiempo que la opinión pública en Francia ha decidido sobre la pregunta sometida en este momento a nuestras deliberaciones; hace ya tiempo que pide la supresión de las órdenes religiosas. Cuando ustedes pusieron los bienes eclesiásticos a disposición de la Nación, ustedes oyeron en su derredor un aplauso universal; cuando ustedes suspendieron provisionalmente la emisión de los votos, desde el fondo de los claustros y de en medio del mundo se han elevado hacia ustedes voces de agradecimiento; al suprimir las órdenes religiosas no harán mas que acabar una obra cuyo plan ha sido trazado ya en sus decretos anteriores, y para los cuales ustedes han recibido agradecimientos de los hombres, la verdadera sanción de las leyes. Continuó su exposición afirmando que era incontestable el que las órdenes religiosas rindieron servicios a la sociedad en la agricultura, en las artes, en la religión, pero que todo había ya cambiado y que la religión ya no necesitaba más que virtudes activas y prácticas, mismas que desplegaba el clero secular en el servicio del culto, y que en las letras los clérigos ya no podían ser más profusos que las ciencias naturales y en la agricultura sus aportaciones eran cosa del pasado, puesto que ya sólo podían ser perfeccionadas. Así, en su opinión, si se dividían los vastos dominios eclesiásticos entre muchos padres de familia, bien se haría, para que los trabajaran en beneficio de sus hijos.

El abad Gigorio se pronunció en contra de la completa abolición de los establecimientos religiosos, ya que para él, las ciencias y la agricultura podían ser conservadas tal y como se encontraban, y los monjes serían útiles en ese terreno. En cuanto a las letras, afirmaba que las abadías de St Germain des Prés y de Santa Geneviève eran muy importantes al estar en ellas muchos distinguidos sabios.

El señor Petron de Villeneuve dijo, en resumen, que para él los monjes eran nocivos individualmente, y que como cuerpo eran francamente peligrosos, por lo que su abolición haría un bien inestimable a la Nación al devolver hombres a la libertad, ciudadanos a la sociedad, brazos a la agricultura y a las artes.

El señor Dedeley d´Ager, expresó que no se debían conservar las órdenes religiosas, argumentando que su posición se debía a que su régimen se encontraba en oposición con los Derechos del Hombre y porque ninguna ventaja compensaba tal contradicción.

El señor Coyla, General de la Orden de St. Lázaro se manifestó en contra de la supresión, alegando que con ello se buscaba tan sólo exaltar el patrioterismo al ligar la destrucción de las órdenes religiosas a la regeneración del Estado.

Examinemos, decía, el efecto de esta regeneración comenzando por la capital, la ciudad de París, en donde ha habido ya tantas pérdidas que deberían ustedes ahorrarle aún más; sin embargo, ustedes pretenden alejar de ella a cien mil personas ligadas al ministerio del culto, ustedes quieren privarle hoy de las comunidades religiosas y de la multitud de consumidores que estas comunidades encierran; ustedes quitan en general a las campiñas, consumidores útiles. Se dice que los bienes de los religiosos no harán más que cambiar de manos, pero las manos de los capitalistas no son ni generosas ni bienhechoras. Se nos muestra la fortuna pública regenerada por propiedades celestiales; la edad de oro va a renacer, la felicidad pública va a elevarse sobre las ruinas del clero ... ¡Pero si no fuese esto más que un sueño! Al pedir la famosa declaración de los beneficios, ustedes han querido conocer los recursos que el clero puede ofrecer; y bien, ustedes habrán acabado sus operaciones antes de que se hayan apropiado sus primeras bases. Después de haber tomado sobre los establecimientos religiosos los cuatrocientos millones que destinarán al Estado, ¿les quedará con qué pagarles pensiones a los monjes? Ustedes tomarán sobre el clero, pero se tendrá que mantener a cuarenta mil curas, cuarenta mil vicarios, pues aunque reduzcan su número, los individuos quedan, y para zafarse de ellos, no los van a mandar a la linterna (expresión popular referente al ahorcamiento, NdA). Les quedarían los gastos del culto, los pobres, los mayordomos de parroquia, los sacristanes, los canónigos, ¿podrán subvenir a todas sus necesidades? ¡No! Su operación es entonces antipolítica.

El señor Barnave expresó:

Las órdenes religiosas son contrarias al orden público, sometidas a jefes independientes, están fuera de la sociedad; son contrarias a la sociedad, obligadas a deberes que la naturaleza no ha prescrito, que la naturaleza reprueba, ¿no son llevadas por la naturaleza misma a vicios? Es un gran mal político.

Para la sesión del día 12 de febrero, el señor Garat, el primogénito, intervino y armó la de Dios es Cristo cuando pronunció: Juro que nunca he podido concebir que Dios amase retomar de los hombres los dones que le hizo a la especie humana, y que fuese una manera de complacerle el que se sacrificase la libertad que de él se recibió. Yo juro ..., pero no pudo continuar debido a que tanto abades como obispos gritaban, una y otra vez: ¡Blasfemo! ¡Blasfemo! ¡Blasfemo! El tumulto creció a tal punto que se temió lo peor, pero finalmente los clérigos presentaron una moción y el presidente de la asamblea contestó a aquellas auténticas miradas que mataban, que la religión católica, apostólica y romana era la religión nacional. Tan inoportuna medida para calmar los ánimos de unos, exaltó, a contraparte, los de los otros. Por supuesto que nadie se esperaba aquella moción atribuida al obispo de Nancy, y la cual fue sabiamente sopesada como una auténtica provocación cuya única finalidad era la de distraer la atención de los asambleístas para desviar el curso de los debates e impedir lo que era ya un hecho: la aprobación del decreto mediante el cual se suprimían los votos y las órdenes monásticas.

El señor Charles de Tameth fue a quien le tocó el honor de responder a aquella auténtica provocación:

No me elevo contra la moción del obispo de Nancy; pero me elevo tanto cuanto este en mi, contra la intención del apóstol que la hizo. Para nivelar esta intervención sólo recordaré una circunstancia, no haré más que una comparación que veo importante. Cuando se trato entre nosotros de abolir estos órdenes políticos cuya existencia era un insulto para la razón y para el pueblo, cuando hemos atacado estos ordenes injustos, contrarios a la felicidad de la Nación, se dijo que queríamos atentar contra el poder real; hoy, que hablamos de abolir las órdenes monásticas, gritan que atacamos a la religión. Es aquí el asilo de todos los poderes, el santuario de todas las autoridades, si la religión podía estar en peligro, es aquí que encontraría a sus verdaderos defensores. Sigo con mi comparación. En esta circunstancia, en donde no se trata ya de destruir los órdenes, sino los desórdenes religiosos: ¡cuando se trata de viles intereses temporales y de dinero, nos vienen a hablar de la divinidad! Se trata de la supresión de las órdenes religiosas; y bien, si se les puede recordar su institución primitiva, nadie se elevará contra ellas, pero sí para salvar una opulencia tan ridícula a los ojos de la razón, tan contraria al espíritu del evangelio, la inquietud de los pueblos sobre nuestros sentimientos religiosos, si hacemos nacer por una moción indecente a la orden del día, y muy insidiosa, los medios de atacar la confianza tan legítimamente debida a esta asamblea, si se tiene el proyecto absurdo y criminal de armar el fanatismo para defender los abusos ... (aplausos de un lado, gritos del otro; vivas y porras mezcladas con injurias e insultos, NdA), ... si nunca esta intención ha podido ser concebida, si pudo no ser vista, ¡lo reclamo a la patria! Me veo obligado a profetizar a su autor, que no tendrá el éxito que promete. Se quiere destruir por el fanatismo la obra de la razón y de la justicia y esos esfuerzos culpables serán inútiles.

Finalmente, el abad de Montesquieu que gozaba de la estima y la confianza de la asamblea, terminó con aquel embrollo al tener ya preparado un decreto que fue aumentado por algunas disposiciones del señor Bernave y por algunas enmiendas de los señores Thouret y Mirabeau. De esto nació el famoso decreto del 13 de febrero de 1790, mediante el cual se puso fin a los votos y órdenes monásticas, desarticulando, de hecho, al clero en cuanto orden privilegiado.

En aquel histórico decreto se especificaba:

La Asamblea Nacional decreta, como artículo constitucional, que la ley ya no reconocerá votos monásticos solemnes de personas de uno y otro sexo; declara en consecuencia que las órdenes y congregaciones regulares en las que se efectúan tales votos, son y permanecerán suprimidas en Francia, sin que puedan, de manera semejante, ser establecidas en el porvenir.


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