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De las consecuencias que generaron el despido de Necker y la toma de la Bastilla

Después de una maratónica sesión, que iniciada en la mañana del 13 de julio, se prolongó, de manera ininterrumpida, hasta las diez de la noche del día 15, la Asamblea Nacional acordó el declararse permanente. La gravedad de la situación a ello la orillaba sobre todo si se tiene en cuenta los sucesos acaecidos en París el día 14 que generó la ahora mítica toma de La Bastilla.

La sangre había corrido, y nada raro resultaba el que los ánimos, las pasiones y ambiciones, se extendieran, rápidamente, hasta los más alejados confines de Francia. Así, los levantamientos populares de Troyes, el 18 de julio; Estrasburgo, el 19; Cherburgo, el 21; Ruán, el 24; y, Maubeuge, el 27, guardaban su relación, si bien no en todos los casos de manera directa, con lo sucedido en París.

A raíz de aquellos sucesos, una gran parte de los miembros de la Corte, así como no pocos nobles y clérigos, al igual que ciertos burgueses adinerados, bajo la consigna de ¡pies, para que os quiero!, rápidamente empacaron y pusieron pies en polvorosa. De que, como comúnmente se dice, el miedo no anda en burro, amplias pruebas ofrecieron aquellas fastuosas caravanas que de Versalles, París y otras poblaciones aledañas, salían con destino a reinos extranjeros. La falsedad del rumor esparcido, del supuesto golpe de Estado; el acuchillamiento y degollina de todo aquel partidario o simpatizante de los amantes de la ley, y la famosa disolución de la Asamblea Nacional, quedó, por lo menos en esa ocasión, en plena evidencia.

Mientras menos burros, más olotes, pletórico de alegría ha de haber pensado Luis XVI, mientras que desde los balcones del palacio real, con pícara sonrisa veía a una gran parte de ese ejército de gorrones buenos para nada, conformantes de su Corte, que como liebres asustadas, nerviosos apuraban el momento para largarse. Satisfecho con el resultado de las intrigas y chismes que él mismo se encargaba de generar y difundir, de seguro el reyecito se ha de haber puesto a meditar en los pasos que daría para arreglar los obvios e inevitables desperfectos que en París se produjeron. La reinstalación de Necker y demás ministros, la daba ya el Rey por hecha, puesto que ello no menguaba ni su autoridad ni mucho menos su poderío. Muy por el contrario, la petición de la Asamblea Nacional en ese sentido, reforzaría su imagen de Rey prudente y atento a los deseos de sus súbditos. El Bebote estaba que no cabía en júbilo, puesto que según su corto entender, todo había salido a pedir de boca. Y tan alegre se encontraba, que sufriendo uno más de los continuos ataques de regresión de su personalidad, buscó, hasta encontrarla, a una gatota persa que desde días atrás le echo el ojo, y le entró, de lleno, al ronroneo ...

En París, el fervor popular, lejos de haberse calmado, se esparcía por los canales de preorganización, reflexión y análisis, que caracterizan a todo momento que sigue a una acción considerada como victoriosa. La toma de la vieja fortaleza de La Bastilla, aunada a la ejecución de su jefe defensor, así como a la liberación del conjunto de reos que ahí se encontraban, desató la febril imaginación popular, elevando hasta el séptimo cielo sus ánimos y otorgándole, paralelamente, una gran seguridad en sí misma. Si el atolondrado de Luis XVI pensaba que sería pan comido el echarse a la bolsa todo aquello sin tener nada que pagar a cambio, se equivocaba en toda la línea ...


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