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El gobierno y el clero de México en perfecta armonía

Tocó al gobierno socialista de Portes Gil, dar el abrazo de concordia al viejo rival, el gobierno eclesiástico (católico, apostólico y romano), que desde 1857 se venía disputando el predominio en el mundo, pero derrotado el clero católico en tiempos de Benito Juárez y Sebastián Lerdo de Tejada, recurrió en su despecho al auxilio extranjero, encontrando eco en el Vaticano y en las bayonetas de Napoleón III. Se pasó sobre el precepto bíblico del no matarás y, después de pasar sobre montañas de cadáveres, se impuso en México el Imperio de Maximiliano; por derrotadas que fueron las fuerzas imperiales por los enemigos de la intervención y fusilados sus principales jefes (Maximiliano, Miramón y Mejía), en el Cerro de las Campanas, el gobierno de México creyó al clero completamente vencido, cuando los hijos de Loyola no cesaron de conspirar en la sombra, volviendo a hacerse fuertes durante la larga dictadura de Porfirio Díaz. Y como el astuto dictador vio en el clero un apoyo fuerte para su permanencia en el poder, declaró enfáticamente su famosa política de conciliación, la que dio al clero romano un impulso tal, que el dictador estuvo a punto de ser elevado a la categoría de Porfirio I, Emperador de México, cuando lo sorprendió la Revolución que dio al traste con su nefasta y corrompida administración.

Durante los veinticinco años de dictadura porfirista y mientras los políticos ambiciosos del mundo y de riquezas se disputaban la silla presidencial, los discípulos de Loyola no perdieron tiempo en su propaganda de embrutecimiento, de modo que cuando los primeros gobiernos llamados constitucionales (tales como los de Carranza, Obregón y Calles), comenzaron a tener alguna fuerza, pretendieron ir sometiendo al clero al régimen constitucional, pero se encontraron con un enemigo fuerte, arrogante y soberbio, dispuesto a medir sus fuerzas con el gobierno civil, levantándose en armas en varios lugares del país, al grado de haber causado muy serias bajas a las fuerzas gobiernistas en los campos de batalla, culminando con la muerte de Álvaro Obregón por el místico José de León Toral.

Así es que las declaraciones hechas recientemente por el Delegado del Papa, Arzobispo Ruiz y Flores, en un periódico de Nueva York, encaminadas a entrar en negociaciones de paz y concordia con el gobierno de México, fueron como el maná bíblico llovido de las alturas sobre la majestuosa figura del actual Presidente Provisional.

El astuto Presidente ha comprendido, al fin, como lo comprendió Porfirio Díaz, que la alianza y ayuda del clero es indispensable para llevar a cabo el programa oficial de completo sometimiento de las masas rebeldes al yugo, como es indispensable también, la armónica solidaridad con el Capital, los tres poderosos y nocivos enemigos de todo progreso y bienestar para las sufridas masas explotadas del mundo.

En su carta Pastoral, el señor Arzobispo Ruiz y Flores, jesuíticamente, declara lo siguiente:

No es el ánimo de la Iglesia poner ni quitar gobierno, ni declararse en favor de ningún candidato político, sino más bien el de robustecer el principio de autoridad y aceptar de grado la libertad que necesita de manos de cualquier gobierno.

Del periódico Avante, 10 de julio de 1929.


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