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LIBRO SEGUNDO

Tercera parte

Capítulo vigésimo quinto

La disciplina en los ejércitos democráticos

Es una opinión muy general, sobre todo en los pueblos aristocráticos, que la extrema igualdad social que reina en el seno de las democracias hace a la larga al soldado independiente del oficial, destruyendo así el lazo de la disciplina. Más éste es un error, pues hay dos especies de disciplinas que es preciso no confundir. Cuando el oficial es noble y el soldado siervo, el uno rico y el otro pobre, el primero ilustrado y fuerte y el segundo ignorante y débil, es fácil establecer el lazo más estrecho de obediencia. El soldado está sujeto a la disciplina militar, por decirlo así, antes de entrar en el ejército, o más bien, la disciplina militar es el complemento de la servidumbre social. En los ejércitos aristocráticos, el soldado llega a hacerse insensible a todas las cosas, excepto a las órdenes de sus jefes; obra sin pensar, triunfa sin entusiasmo y muere sin quejarse. En tal estado no es, pues, un hombre, sino un animal muy temible, destinado a la guerra.

Los pueblos democráticos no deben esperar jamás de sus soldados esa obediencia ciega, minuciosa, resignada y siempre igual, que los aristocráticos les imponen sin dificultad. Como el estado social no los prepara para esto, se arriesgarían a perder sus ventajas naturales, queriendo adquirir artificialmente aquéllas. En los pueblos democráticos, la disciplina militar no debe pretender aniquilar el libre vuelo de las almas; sólo debe aspirar a dirigirlo; la obediencia que crea es menos exacta, pero más pronto y sabia. Su raíz está en la voluntad misma del que obedece, y no se apoya simplemente sobre su instinto, sino sobre su razón; así que ella misma se estrecha a medida que el peligro lo hace necesario. La disciplina de un ejército aristocrático se relaja fácilmente en la guerra, porque se funda en hábitos que la guerra turba siempre. La disciplina de un ejército democrático se hace por el contrario más firme delante del enemigo, pues todo soldado ve entonces muy claramente que es preciso callarse y obedecer, para poder triunfar.

Los pueblos que han hecho hasta ahora las cosas más extraordinarias por la guerra, no han conocido otra disciplina que ésta de que hablo. Entre los antiguos no se admitían en los ejércitos, sino hombres libres y ciudadanos que diferían bien poco entre sí y estaban acostumbrados a tratarse como iguales. En este sentido, puede decirse que los ejércitos de la Antigüedad eran democráticos, aunque no saliesen sino del seno de la aristocracia, y por esto reinaba entre ellos una especie de confraternidad familiar entre el soldado y el oficial. Cualquiera se convence de esto leyendo la Vida de los grandes capitanes, de Plutarco. Los soldados hablan allí con mucha libertad a sus generales; éstos escuchan con gusto sus discursos y les responden y más bien por palabras y con ejemplos, que por la violencia y el castigo, los dirigen. Se dirían compañeros más bien que jefes.

No sé si los soldados griegos y romanos perfeccionaron jamás tanto como los rusos los pequeños detalles de la disciplina militar; mas esto no impidió a Alejandro conquistar el Asia, ni a Roma el mundo.

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