Índice de La democracia en América de Alexis de TocquevilleCapítulo décimo noveno de la tercera parte del LIBRO SEGUNDOCapítulo vigésimo primero de la tercera parte del LIBRO SEGUNDOBiblioteca Virtual Antorcha

LIBRO SEGUNDO

Tercera parte

Capítulo vigésimo

La influencia de los empleos en ciertas naciones democráticas

Desde que un ciudadano en los Estados Unidos tiene algunas luces y cuenta con algunos recursos, trata de enriquecerse en el comercio y en la industria, o bien compra un campo cubierto de maleza y lo cultiva. Todo lo que pide al Estado es que no se le perturbe en sus labores y se le asegure su fruto.

En la mayor parte de los pueblos europeos, cuando un hombre empieza a conocer sus fuerzas y a extender sus deseos, la primera idea que se le presenta es la de obtener un empleo público. Estos diferentes efectos, producidos por una misma causa, merecen que nos detengamos a considerarlos.

Cuando los empleos públicos son pocos, mal dotados e inestables, y por otra parte las carreras industriales son numerosas y productivas, hacia la industria y no hacia la administración se dirigen los nuevos e impacientes deseos que hace nacer a cada instante la igualdad.

Pero, al mismo tiempo que las clases se igualan, si las luces continúan siendo incompletas, o los espíritus tímidos, o el comercio y la industria están detenidos en su vuelo, no ofrecen sino medios difíciles y lentos de hacer fortuna. Es entonces cuando los ciudadanos, desesperando de mejorar por sí mismos su suerte, corren en tropel hacia el jefe del Estado, a pedirle protección. Gozar más comodidad a costa del tesoro público les parece, si no la única vía, al menos la más fácil de todas para salir de esa condición que no les satisface, y los empleos son la industria más concurrida.

Así debe suceder, sobre todo, en las grandes monarquías centralizadas, donde el número de las funciones retribuidas es inmenso, y la existencia de los funcionarios se halla bien asegurada. Entonces nadie desespera de tener un destino y gozar pacíficamente de él como de un patrimonio.

No diré que este deseo universal e inmoderado de las funciones públicas, es un gran mal social, que destruye en cada nación el espíritu de independencia y derrama en todo el cuerpo social un humor servil y venal y que sofoca en él las virtudes varoniles. No señalaré tampoco que una industria de esta clase, no crea más que una actividad improductiva y agita al país sin fecundarlo, pues todo esto se concibe fácilmente.

Quiero, sí, hacer ver que el gobierno que favorece una tendencia semejante, arriesga su tranquilidad y pone en gran peligro su existencia. Sé que en un tiempo como el nuestro, en el que se ve extinguirse gradualmente el amor y el respeto que en otra época se tenía al poder, puede parecer necesario a los gobernantes encadenar más estrictamente a cada hombre por su interés; y servirse de sus mismas pasiones para conservarlo en el orden y en el silencio; mas esto no puede durar largo tiempo, y lo que parece en cierto periodo un elemento de fuerza, se transforma con el tiempo en una causa poderosa de trastorno y de debilidad.

En los pueblos democráticos, como en todos los demás, el número de empleados públicos acaba por tener un límite; pero el de los ambiciosos no lo tiene y crece sin cesar por un movimiento gradual e irresistible, a medida que las condiciones se igualan, y no se limita sino cuando faltan los hombres.

Cuando la ambición no tiene más punto de vista que los empleos, el gobierno encuentra una oposición permanente, porque se ve reducido a satisfacer, con medios limitados, deseos que no tienen límite. Es preciso convencerse de que, entre todos los pueblos del mundo, ei más difícil de contener y dirigir, es el que se compone de solicitantes. Por muchos esfuerzos que hagan los jefes, no pueden jamás satisfacerlos y debe temerse siempre que echen por tierra la constitución del país y logren conmover al Estado sólo con el fin de que haya empleos vacantes.

Los príncipes de nuestro siglo, que se esfuerzan en contentar y en atraer hacia ellos solos todos los nuevos deseos que suscita la igualdad, acabarán, si no me equivoco, por arrepentirse de semejante empresa: descubrirán un día que han aventurado su poder al quererlo hacer tan necesario, y que hubiera sido más razonable y seguro enseñar a cada uno de sus súbditos el arte de satisfacerse por sí mismo.

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