Índice de La democracia en América de Alexis de TocquevilleCapítulo décimo sexto de la primera parte del LIBRO SEGUNDOCapítulo décimo octavo de la primera parte del LIBRO SEGUNDOBiblioteca Virtual Antorcha

LIBRO SEGUNDO

Primera parte

Capítulo décimo séptimo

Algunas fuentes de la poesía en las naciones democráticas

Se han dado muy diversas significaciones a la palabra poesía, y sería inútil fatigar a los lectores averiguando cuál de estos diversos sentidos le conviene con preferencia; diré, pues, el que mejor me ha parecido.

La poesía, en mi opinión, es la busca y pintura del ideal. El que, cercenando una parte de lo que existe, agregando al cuadro algunos rasgos imaginarios y combinando ciertas circunstancias reales, sin que se encuentre el conjunto, y logra completar y engrandecer la naturaleza, éste es poeta. Así, la poesía no tendrá por objeto representar la verdad, sino adornar y ofrecer una imagen superior al espíritu.

Los versos que me parezcan como el bello ideal del lenguaje, serán en este sentido eminentemente poéticos, pero por sí solos no constituirán la poesía. Ahora vaya averiguar si entre las acciones, sentimientos e ideas de los pueblos democráticos se encuentran algunas que se presten a la imaginación de lo ideal y que deban considerarse, por esta razón, como fuentes naturales de la poesía.

Desde luego, es preciso reconocer que el gusto por lo ideal y el placer que se experimenta al ver su pintura, no es tan vivo ni se extiende tanto en un pueblo democrático como en el seno de una aristocracia.

En las naciones aristocráticas sucede algunas veces que el cuerpo obra como por sí mismo, mientras que el alma está sumergida en un reposo modesto. En ellas, el pueblo mismo deja ver gustos poéticos, y su espíritu se lanza algunas veces más allá y por encima de lo que lo rodea. Pero en las democracias, el amor a los goces materiales, la idea de la perfección, la rivalidad y el encanto próximo del éxito, son como otros tantos estímulos que precipitan los pasos de cada hombre en la carrera que ha abrazado y le prohiben separarse de ella un solo instante. Los principales esfuerzos del alma se dirigen siempre hacia este objeto; no porque la imaginación esté debilitada, sino porque se entrega casi exclusivamente a concebir lo útil y a representar lo real.

La igualdad no solamente desvía a los hombres de la pintura de lo ideal, sino que disminuye el número de los objetos que pueden describirse.

La aristocracia, conservando inmóvil a la sociedad, favorece la duraciÓn y entereza de las religiones positivas y la estabilidad de las instituciones políticas; y no solamente mantiene en la fe al espiritu humano, sino que lo dispone también a adoptar una con preferencia a otra. Un pueblo aristocrático se inclinará siempre a colocar poderes intermediarios entre Dios y el hombre.

Por todo esto se puede decir que la aristocracia se muestra muy favorable a la poesía, pues cuando el universo se compone dc seres sobrenaturales que no están al alcance de los sentidos, pero que el espíritu descubre, la imaginaciÓn se siente más dispuesta y los poetas, hallando mil asuntos diversos que representar, encuentran espectadores sin número, prontos a interesarse por sus cuadros.

En los siglos democráticos sucede algunas veces que las creencias fluctúan como las leyes. La duda reduce entonces la imaginación de los poetas a las cosas de la tierra y los encierra en el mundo visible y real.

Aun cuando la igualdad no conmueva a las religiones, las simplifica y desvía la atención de los agentes secundarios, para atraerla principalmente hacia el soberano dueño.

La aristocracia conduce naturalmente el espíritu humano a la contemplación de lo pasado y lo fija en él. La democracia, por el contrario, inspira a los hombres una especie de disgusto instintivo por todo lo que es antiguo. La aristocracia es en esto más bien favorable a la poesía, porque las cosas se engrandecen por lo regular y se ocultan, a medida que se alejan; y, bajo este doble aspecto, se prestan más a la pintura de lo ideal.

Después de haber quitado a la poesía lo pasado, la igualdad le arrebata, en parte, lo presente.

En los pueblos aristocráticos hay un cierto número de individuos privilegiados, cuya existencia está, por decirlo así, fuera y por encima de la condición humana; el poder, la riqueza, la gloria, el ingenio, la delicadeza y la distinción en todas las cosas parecen pertenecer a aquéllos, en propiedad. La multitud no los ve jamás desde muy cerca o no los sigue en los detalles, y es preciso hacer muy poco para volver poética la pintura de estos hombres.

Por otra parte, las clases ignorantes, humildes y serviles que hay en esos mismos pueblos, se prestan a la poesía por el exceso de su tosquedad y de su miseria, como las otras por su refinamiento y su grandeza. Además, estando muy separadas las diversas clases de que se compone un pueblo aristocrático y conociéndose mal entre sí, la imaginación puede siempre, al representarlas, agregar o disminuir alguna cosa a la realidad.

En las sociedades democráticas, donde los hombres son todos pequeños y muy semejantes, viéndose cada uno a sí mismo ve al momento a todos los demás. Los poetas que viven en los siglos democráticos no pueden tomar nunca a un hombre en particular por objeto de su cuadro; porque el que es mediocre y se percibe claramente desde cualquier sitio, no representará jamás a lo ideal. Está demostrado que si la igualdad se establece sobre la Tierra, agotará por sí sola la mayor parte de las antiguas fuentes de la poesía. Veamos, pues, ahora, de qué manera puede procurar otras nuevas.

Cuando la duda despobló el cielo y los progresos de la igualdad redujeron al hombre a proporciones mejor conocidas y más pequeñas, los poetas, no imaginando todavía lo que debieran poner en lugar de los grandes objetos que huían cqn la aristocracia, dirigieron su vista hacia la naturaleza inanimada y, alejando de su idea a los héroes y a los dioses, emprendieron, desde luego, la pintura de los ríos y de las montañas. De aquí nació en el siglo último la poesía que, por excelencia, se llama descriptiva.

Algunos han pensado que esta pintura, embellecida con las cosas materiales e inanimadas que cubren la Tierra, era la poesía más propia de las épocas democráticas; pero yo creo que es un error, pues en mi concepto no representa sino un periodo pasajero.

Estoy convencido de que la democracia desvía con el tiempo la imaginación de todo lo que es exterior al hombre, para fijarla en el hombre mismo. Los pueblos democráticos pueden entretenerse un momento en considerar la naturaleza; pero no se animan realmente sino a la vista de sí mismos, y sólo por esta parte se encuentran en ellos las fuentes naturales de la poesía; aún puede creerse que los poetas que no quieran recurrir a ellas perderán todo su imperio sobre el alma de los que pretenden hechizar, y acabarán por no tener más que fríos testigos de sus transportes. He hecho ver de qué manera la idea del progreso y de la perfectibilidad indefinida de la especie humana era propia de los siglos democráticos.

Los pueblos democráticos apenas se ocupan de lo que ha pasado, pero meditan y aun sueñan en lo que pasará; en este sentido, su imaginación no tiene límites y se extiende y aumenta sin medida. Esto presenta un vasto campo a los poetas y les permite ver el cuadro de lejos; así, la democracia, que oculta lo pasado a la poesía, le abre el porvenir.

Como los ciudadanos que forman una sociedad democrática son casi iguales y semejantes, la poesía no puede fijarse en ninguno en particular; pero toda la nación se ofrece a su pincel. La semejanza de todos los individuos, que hace a cada uno separadamente impropio como objeto de la poesía, permite a los poetas encerrarlos a todos en una misma imagen, para considerar al pueblo mismo. Las naciones democráticas se dan cuenta con más claridad que todas las demás de su propia forma, y esta gran forma se presta maravillosamente a la pintura de lo ideal.

Convendrá fácilmente en que los norteamericanos no tienen poetas; pero no por eso admitiré que carezcan de ideas poéticas. En Europa, se ocupan mucho de los desiertos de América, y los norteamericanos ni piensan en ellos, pues se muestran insensibles a las maravillas de la naturaleza inanimada, y no ven, por decirlo así, los admirables bosques que los rodean, sino cuando caen bajo sus golpes. Su vista está fija en otra cosa, y el pueblo norteamericano se ve marchar a través de esos desiertos desaguando las ciénagas, enderezando los ríos, poblando la soledad y domando la naturaleza. Esta espléndida imagen de ellos mismos no se ofrece tan sólo de tiempo en tiempo a la imaginación de los norteamericanos, pues puede decirse que sigue a cada uno de ellos en sus más mínimas acciones, como en las principales, y que permanecen siempre delante de su espíritu.

Nada puede concebirse tan pequeño, tan oscuro, tan lleno de miserables intereses y tan antipoético, en una palabra, como la vida de un hombre en los Estados Unidos; pero entre los pensamientos que lo dirigen se encuentra uno lleno de poesía y puede mirarse como el nervio oculto que da vigor a todo el resto.

En los siglos aristocráticos, cada pueblo, así como cada individuo, propende a permanecer inmóvil y separado de los demás.

En los siglos democráticos, la extrema movilidad de los hombres y sus impacientes deseos, hacen que cambien todos los días de lugar y que los habitantes de diferentes países se mezclen, se vean, se escuchen y se imiten: no son solamente los miembros de una nación los que se hacen semejantes, sino también las naciones mismas, y todas juntas no forman, a la vista del espectador, más que una vasta democracia en la que cada ciudadano es un pueblo. Esto pone de manifiesto, por primera vez, la forma del género humano.

Todo lo que tiene relación con la existencia de la humanidad en general, con sus vicisitudes y su porvenir, llega a ser una mina muy fecunda para la poesía.

Los poetas que vivieron en los siglos aristocráticos, hicieron admirables pinturas, tomando por objeto ciertos incidentes de la vida de un pueblo o de un hombre; pero ninguno de ellos se atrevió jamás a representar en su cuadro los destinos de la especie humana, mientras que los poetas que escriben en los siglos democráticos pueden emprenderlo.

Cuando cada uno, llevando su vista más allá de su país, empieza a descubrir a la humanidad en sí misma, Dios se manifiesta más y más al espíritu humano, en su plena y entera majestad.

Si en los siglos democráticos la fe en las religiones positivas es frecuentemente vacilante y las creencias en los poderes intermedios, cualquiera que sea el nombre que se les dé, se oscurece, también sucede, por otra parte, que los hombres se hallan dispuestos a concebir una idea muy vasta de la Divinidad misma y su intervención en los negocios humanos aparece con nueva y mayor claridad; y, considerando al género humano como un solo todo, conciben fácilmente que un mismo designio preside todos sus destinos; y en las acciones de cada individuo reconocen la huella de ese plan general y constante, por el cual Dios conduce la especie. Esto puede considerarse como otra fuente abundantísima de poesía en estos siglos.

Los poetas democráticos parecerán siempre pequeños y fríos si pretenden representar a los dioses, los demonios o los ángeles con formas corpóreas o si los hacen descender del Cielo para disputarse la Tierra; pero si quieren atribuir los grandes acontecimientos que describen a los designios generales de Dios sobre el Universo y, sin mostrar la mano del supremo maestro penetrar en su pensamiento, serán admirados y comprendidos, porque la imaginaciÓn de sus contemporáneos sigue por sí misma esta senda.

Se puede prever, igualmente, que los poetas que viven en los siglos democráticos, pintarán las pasiones y las ideas, más bien que las personas y los hechos.

El lenguaje, los usos y las acciones diarias de los hombres no se prestan en las democracias a la imaginación de lo ideal. Tales cosas no son poéticas por sí mismas, y aun cesarían de serlo por la razón sola de que son demasiado conocidas de aquellos a quienes se quisiese hablar de las mismas. Esto obliga a los poetas a penetrar más adentro de la superficie exterior que los sentidos descubren, a fin de vislumbrar el alma misma; y no hay nada que se preste más a la pintura de lo imaginario que el hombre, contemplado de este modo en lo profundo de su naturaleza inmaterial.

No tengo necesidad de examinar el cielo ni la tierra para descubrir un objeto maravilloso lleno de contrastes, de grandezas y de pequeñeces infinitas, de oscuridades profundas y de singulares resplandores, capaz a la vez de hacer nacer la piedad, la admiración, el desprecio y el terror; no tengo más que considerarme a mí mismo; el hombre sale de la nada, atraviesa el tiempo y, va a desaparecer para siempre en el seno de Dios; sólo un momento se le ve vagar en el extremo de los dos abismos en que se pierde.

Si se ignorase al hombre completamente, no sería poético, porque no puede pintarse lo que no se conoce. Si se viese claramente, su imaginación permanecería ociosa y nada tendría que agregar al cuadro; pero el hombre está bastante descubierto para que pueda percibir algo de sí mismo y demasiado oculto con el velo del destino, para que el resto se sumerja en tinieblas impenetrables, donde busca sin cesar y siempre en vano a fin de acabar de conocerse.

Jamás debe esperarse que en los pueblos democráticos la poesía viva de leyendas, que se alimente con tradiciones y antiguos recuerdos, que pretenda volver a poblar el Universo de seres sobrenaturales, en que ni los poetas, ni los lectores creen, ni que personifique virtUdes y vicios que quieran verse bajo su propia forma. Todos estos recursos le faltan, pero le queda el hombre, y esto basta para ella. Los destinos humanos, el hombre, prescindiendo de su tiempo y de su país y colocado enfrente de la naturaleza y de Dios, con sus pasiones, con sus dudas, sus prosperidades inauditas y sus miserias incomprensibles, vendrá a ser para estos pueblos el objeto principal y casi Único de la poesía; esto bien puede asegurarse si se consideran los escritos de los más grandes poetas que han aparecido desde que el mundo se dirige hacia la democracia.

Los escritores que en nuestros días han reproducido tan admirablemente las acciones de Childe-Harold y de Jocelyn, no han pretendido referir los hechos de un hombre, sino iluminar y engrandecer ciertos aspectos del corazón humano, todavía oscuros.

Tales son los poemas de la democracia. La igualdad, pues no destruye todos los asuntos de la poesía, sino que los hace menos numerosos y más vastos.

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