Índice de La democracia en América de Alexis de TocquevilleCapítulo décimo cuarto de la primera parte del LIBRO SEGUNDOCapítulo décimo sexto de la primera parte del LIBRO SEGUNDOBiblioteca Virtual Antorcha

LIBRO SEGUNDO

Primera parte

Capítulo décimo quinto

Por qué el estudio de la literatura griega y latina es particularmente útil en las sociedades democráticas

Lo que se llamaba pueblo en las Repúblicas más democráticas de la Antigüedad no se parece en nada al que nosotros consideramos actualmente como tal. En Atenas, todos los ciudadanos tomaban parte en los negocios públicos; pero de más de trescientos cincuenta mil habitantes que componían la República, sólo veinte mil eran ciudadanos y todos los demás esclavos; la mayor parte de ellos desempeñaban las funciones que pertenecen en nuestros días al pueblo y aun a las clases medias.

Atenas, a pesar de su sufragio universal, no era sino una República aristocrática, en donde todos los nobles tenían igual derecho al gobierno. Si se considera la lucha entre los patricios y los plebeyos de Roma, desde el mismo punto de vista, no se encontrará sino una cuestión interna entre los diversos miembros de la misma familia. Todos, en efecto, propendían a la aristocracia y participaban de su influencia.

Se debe observar, igualmente, que en toda la Antigüedad los libros fueron escasos y caros y se experimentaba una gran dificultad para hacerlos reproducir y circular. Estas circunstancias reconcentraban en un corto número de hombres el gusto y el uso de las letras y formaban como una pequeña aristocracia literaria, dentro del grupo selecto de una gran aristocracia política. Nada indica que entre los griegos y los romanos las letras hayan sido tratadas nunca como una industria.

Estos pueblos, que no formaban solamente aristocracias, sino que también eran naciones muy cultas y libres, han debido dar a sus producciones literarias los vicios particulares y las cualidades especiales que caracterizan a la literatura en los siglos de aristocracia.

En efecto, basta echar la vista sobre los escritos que nos ha dejado la Antigüedad, para descubrir que si a los escritores les falta algunas veces variedad y fecundidad en los diversos asuntos, y valentía, movimiento y generalización en el pensamiento, han dejado ver siempre un arte y un cuidado asombroso en los detalles; nada parece hecho en sus obras con precipitación ni a la ventura; todo está allí escrito para los inteligentes, y el esmero por la belleza ideal se muestra sin cesar. No hay literatura que enseñe más claramente que la antigua las cualidades que faltan a los escritores de las épocas democráticas y, por lo mismo, no hay ninguna que más les convenga estudiar. Tal estudio es el más propio de todos para combatir los defectos literarios inherentes a estos siglos, y en cuanto a sus cualidades naturales, ellas se producirán por sí solas, sin que sea necesario aprender a adquirirlas. Esta materia necesita entenderse con claridad.

Un estudio puede ser útil a la literatura de un pueblo y no por esto ser aplicable a sus necesidades políticas y sociales.

Si se enseñasen sólo las bellas letras en una socieuad en que cada uno estuviese habitualmente dispuesto a hacer esfuerzos violentos para aumentar su fortuna o para conservarla, habría ciudadanos muy cultos y muy peligrosos; porque dándoles diariamente el estado social y político necesidades que la educación no les enseñaría a satisfacer, turbarían al Estado invocando a los griegos y romanos, en vez de fertilizarlo con su industria.

Es evidente que en las sociedades democráticas el interés de los individuos, así como la seguridad del Estado, exigen que la educación del mayor número sea científica, comercial e industrial, más bien que literaria.

El griego y el latín no deben enseñarse en todas las escuelas; pero conviene que aquellos cuya afición o cuya fortuna los destinan a cultivar las letras o los predisponen a apreciarlas, encuentren escuelas en donde se enseñe con perfección la literatura antigua, para penetrarse completamente de su espíritu. Algunas buenas universidades valdrían más para conseguir este resultado que una multitud de colegios malos, en donde estudios superfluos y mal seguidos impiden crear otros más necesarios.

Todos los que ambicionan sobresalir en las letras, en las naciones democráticas, deben estudiar las obras de la Antigüedad. Ésta es una higiene saludable. Yo no considero absolutamente sin tacha las producciones literarias de los antiguos; pienso sólo que ellas tienen cualidades especiales que pueden neutralizar maravillosamente nuestros defectos particulares y sostenemos en el lado a que nos inclinemos.

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