Índice de Solución al problema social de Pierre-Joseph ProudhonCapítulo SextoBiblioteca Virtual Antorcha

CAPÍTULO SÉPTIMO

RESEÑA GENERAL DE LOS RESULTADOS DE LA INSTITUCIÓN

El proyecto que acabamos de exponer y nos proponemos realizar por decreto del Emperador, mediante la concesión condicional del Palacio de la Industria y la garantía tambien condicional de un interés de 4 por 100 que se ha de abonar a los accionistas, puede ser resumido y definido en los siguientes términos, que recomendamos a la meditación de su Alteza Imperial:

Organización y centralización del cambio de productos por productos, según la fórmula de J. B. Say, con el menos numerario, las menos personas intermedias y los ménos gastos posibles, y en exclusivo provecho de lós productores y los consumidores.

Tal es el principio fundamental, científico y jurídico que domina en todo nuestro proyecto, principio del cual no podian ser más que vigorosos corolarios todos los capítulos y artículos que llevamos escritos, por mucho que los hubiésemos multiplicado y por grande extensión que hubiésemos querido darles.

Examinemos ahora rápidamente las consecuencias que produciria la aplicacion de este principio, de pronto, para el comercio, luégo para el consumo, para la producción y el trabajo, para el crédito, para el órden público, para las clases trabajadoras y para la sociedad entera.

Nadie ignora que la circulación de la riqueza, o, en otros términos, el cambio de productos con productos, fue pronto el objeto de una función o industria particular entregada a la iniciativa, riesgos y manejos más o ménos abusivos, de cierto número de indivíduos que tomaron por esta razon el título de comerciantes.

Es también sabida la influencia que en todos tiempos ha ejercido esta clase de la sociedad sobre el consumo general, la clase trabajadora, la fortuna pública, las costumbres de las naciones y los gobiernos.

Los frutos que ha producido en todos los tiempos y en todas las épocas la anarquía mercantil, frutos que está todavía en camino de seguir produciendo, son:

El contínuo encarecimiento de las subsistencias, primeras materias y productos, y algunas veces penuria; la explotación de los trabajadores, el pauperismo sistemático y la miseria constitucional, efectos todos de una circulación subversiva, de la prelibación capitalista y de la acumulación de los valores más positivos en un corto número de manos; la corrupción y la hipocresía de las costumbres; la dominación del Estado por una casta egoista y sin principios; finalmente, revoluciones sin término, sin eficacia y sin objeto.

En estos momentos, el precio de todos los valores es tan exorbitante, que se hace imposible el consumo, y las clases productoras, que por lo mismo que son las que producen deberian ser las más ricas, es decir, la clase jornalera y la clase media, se van hundiendo cada vez más en la miseria.

El productor no consume: esta es la fórmula que puede darse al mal desconocido que arruina y devora las sociedades.

Para que el productor consuma más no hay sino dos medios:

1° Disminuir el precio de los productos;
2° Aumentar el salario o los rendimientos.

Ocupémonos por de pronto del primero.

Hasta aquí no se ha procurado rebajar el precio de los productos sino a fuerza de mermar el salario. de los trabajadores, ya inventando máquinas que los reemplacen, ya disminuyendo, por medio de la division del trabajo y de otras combinaciones más o ménos económicas, el precio de las hechuras, el de la mano de obra. Esos medios están casi agotados; y admitiendo que quedase mucho por hacer en este camino, la experiencia adquirida en el período de un siglo en las naciones más industriosas y mercantiles del globo, prueba que, léjos de menguar el pauperismo, no hace más que crecer por esa categoría de procedimientos.

Y luego, nótese la contradicción. ¿Por qué no consume el productor? Porque, se dice, está demasiado caro el producto. Y ¿por qué está caro el producto? Porque están, se contesta, demasiado altos los salarios. Se reduce por consecuencia los salarios a fin de disminuir el precio de los productos; y como obtenida esta disminucion de precio, resultan reducidos en otro tanto los medios de adquirir del productor, se viene al fin a reconocer que nada se ha obtenido, ni nada se ha hecho, sino recorrer un círculo vicioso.

Algo que hacer queda, sin embargo.

En vez de buscar la disminución del precio de los productos en los salarios, ¿no se le podria buscar en los gastos de la circulación misma?

Si se examina la constitución actual del comercio, se encuentra en efecto que el precio de los productos viene aumentado, sobre el de su coste, por el interés de los capitales empleados en el comercio, cuya suma podria ser considerablemente reducida; por los sueldos del personal mercantil, cuyo número está fuera de toda proporción con los servicios que presta; por la exageración de los inquilinatos y arriendos; por lo enorme de los gastos generales y los extraordinarios; por todo lo que absorben al fin el monopolio, el agiotaje y el parasitismo bajo todas sus formas.

La suma de esos aumentos, que designaremos con una sola palabra bajo el nombre de gastos de la circulación, entendiendo por esto el conjunto de funciones intermedias entre la producción y el consumo, ha sido valuada para la Francia, por un economista conservador que es autoridad en la materia, por Miguel Chevalier, en cuatro mil millones de francos, esto es, el tercio de la producción nacional.

Todo el mundo sabe que el interés legal de los capitales empleados en el comercio es de 6 por 100, al paso que el de los empleados en hipotecas 6 rentas del Estado, 6 en la industria y la agricultura, no es más que de 5. Como si el Estado se hubiese constituido precisamente en el deber de aumentar los cargos y recargos y los gravámenes y vejámenes de la circulación, de ese hormiguero de intermedios parásitos que gravan la mercancía e impiden que productor y consumidor se acerquen y se entiendan. La sociedad rebosa de contradicciones de este género. Todo el mundo sabe tambien que los comisionistas y los corredores de cambios, los tenderos y los mercaderes, no pasan por una comisión ni un beneficio inferiores a 19, 12, 15, 20, 25 Y más por 100; y que el Estado, como si esa bomba aspirante fuese a sus ojos una función sagrada, ha cuidado de armar ese estado mayor del mercantilismo de toda clase de garantías y privilegios, ha limitado el número, los ha constituido en cuerpo privilegiado, les ha concedido jueces especiales, al paso que los ha negado a los escritores públicos, y les ha dado para sus ejecuciones una ley sumaria y expeditiva.

Todo el mundo sabe, por fin, que para verificar la distribución de los productos, ese comercio anárquico se vé obligado a tener una innumerable multitud de empleados, unos viajeros, otros sedentarios, y a mantener una infinidad de relaciones que se cruzan, se contrabalancean, se contradicen, se neutralizan y se crean inextricables embarazos, dependiendo la fortuna de cada comerciante de la ruina de su cofrade, que es su competidor y su rival.

Ahora bien; ¿es posible que no quepa hacer para el comercio propiamente dicho, para el cambio, lo que los ferrocarriles han hecho para la industria de coches y mensajerías? Al crear las compañías de ferrocarriles, el Estado no ha hecho más que reemplazar un caos de pequeños monopolios por una media docena de monopolios grandes que, sobre ser más temibles para el país y el Estado mismo que la antigua multitud de empresarios de trasportes y diligencias, se reservan la mayor parte de los beneficios de la invención que explotan; al paso que nosotros proponemos hoy al Estado que organice, no un monopolio, -continúe cuanto quiera el comercio anárquico en su dispendiosa agitación y siga en hora buena, si puede, haciendo víctimas,- sino una sociedad central de cambio directo que garantice la cantidad, la calidad y el precio de los productos, descuente al 1/2 por 100, se contente con una comisión máxima de 2, y esté constituida de modo que sus beneficios se repartan entre los productores-consumidores, que han de ser los llamados con preferencia a suscribir las acciones.

Este es el punto de partida de la nueva institucion, cuyas consecuencias iremos ahora consignando.

1. Si por el sistema que nos proponemos establecer, los gastos de circulación y de cambio, es decir, los de las personas que se interponen entre la producción y el consumo, gastos que ascienden hoy, segun el señor Chevalier, al 35 por 100, quedasen de pronto reducidos al 5, que es el séptimo de su actual importe, es claro que el precio de los productos disminuiria en su totalidad en un 30 por 100, pues no se compondria en general sino de los gastos de producción, con el aumento de un 5 por 100 para el cambio.

El primer efecto de la institución es, pues, hacer la vida barata, sueño de Enrique IV, que no han dejado de proseguir algunas almas generosas de nuestro siglo.

2. Si disminuye el precio de los productos, crece otro tanto el consumo, y por lo tanto el bienestar. La circulación, antes febril y pobre, entra en toda su plenitud y actividad y se regulariza. El cuerpo de la sociedad está a punto de recobrar su salud, su vida normal.

3. Restablecido el consumo, se hace insuficiente la producción ordinaria: el consumo reclama el producto, como el estómago del que convalece pide el sustento. De aquí una mucho más considerable demanda de trabajo y de brazos. ¡Qué servicio puede prestarse a la ciudad de París, a los departamentos, al comercio, al Imperio, agobiados bajo los enormes gastos de obras públicas, cuya duración no puede ser larga, y cuya dudosa utilidad trae involuntariamente a la memoria los harto célebres talleres nacionales!

4. Con ser más considerable la demanda de trabajo, no sólo vuelve a encontrar ocupación la multitud de jornaleros que han debido abandonar su industria o siguen en ella pero sin trabajo, sino que también empiezan a subir los salarios, hecho doblemente ventajoso, pues por un lado el jornalero se encuentra con mayores entradas y con los productos más baratos, y por otro el Estado se libra de una clientela onerosa y vé alejarse cada vez más los tiempos de falta de trabajo y de abandono voluntario de los talleres. Sin necesidad de que intervengan la policía ni los tribunales, la Sociedad de la Exposición Perpétua, por su sola acción económica, restablece el órden en el taller del mismo modo que lo ha restablecido en el mercado. No tiene necesidad de volver atrás los ojos; le basta marchar.

5. El Palacio de la Industria ha recibido este año, segun se dice, muestras de veinte mil productores. Tomemos esa cifra por base hipotética del número de los que han de venir a buscar en ese bazar magnífico sus escaparates. La suposición es modesta, puesto que asociándose los Docks, los mercados y los demás depósitos, la Sociedad de la Exposición Perpétua no podrá ménos de tomar una extensión mucho más considerable.

Tenemos veinte mil fabricantes sin necesidad de tienda, que teniendo perfectamente organizado su servicio, hacen una séria concurrencia a los partidarios del antiguo régimen. ¿No ha de ser este solo hecho de suficiente fuerza para obligar, por las vias más legítimas, a los propietarios de París y de las demás ciudades a reducir el precio hoy verdaderamente tiránico de los inquilinatos? Los pequeños almacenes al por menor, afiliados a la Compañía, de que se ha hablado en el párrafo 8: del capítulo IV, ¿no han de ser aquí los irresistibles agentes de esa revolucion de la tienda, tanto bajo el punto de vista del comercio al por menor, como bajo el de la propiedad?

6. No pararán aquí las cosas. Luego que los productores no necesiten de tienda, no necesitarán tampoco vivir en cuartos bajos, ni en las calles principales, ni en los muelles, ni en los bulevares, ni en el centro de las ciudades. Podrán desparramarse por los arrabales, las afueras y aun las menores aldeas. Con la vida barata, que reclama el Sr. Delamarre, tendremos por lo tanto la casa barata, que reclama todo el mundo y no puede proporcionar nadie, como no sea la Sociedad de la Exposición Perpétua.

7. Hemos dicho, fundándonos en la autoridad del Sr. Chevalier, que las personas intermedias, comerciantes, monopolizadores y parásitos, no retiran de la producción total ménos de un 35 por 100, que representa una suma total de cuatro mil millones. Supongamos que, gracias al desarrollo de la nueva institución y de su establecimiento en toda Francia, quedase reducida a mil millones tan enorme suma. Suprimidos, o por mejor decir, salvados los tres mil millones restantes, y representando como representan una parte de trabajo y otra de intereses de capitales hoy sin empleo, es indudable que esos capitales y ese trabajo refluirian sobre la producción propiamente dicha, es decir sobre la industria, la agricultura, los canales, etc.

Así, la industria que languidece hoy por falta de capitales; la agricultura que está desesperada por no gozar del crédito que se le ha prometido y no tiene, gracias a la defección que el capital le ha hecho; el espíritu de empresa que se vé rechazado en todas partes, como no tenga, Dios sabe a qué precio, el exequatur de los Péreires, Mirés y consortes; todo lo que, en una palabra, constituye el trabajo nacional, va a recibir nuevo vigor y nueva vida. No necesitamos para esto de los tesoros de California ni de Australia; nos basta un simple trasiego. El servicio de la circulación cuesta demasiado caro, absorbe demasiados capitales; conviene, organizándole, llevar los capitales del sistema venoso o linfático al sistema muscular. La nación recobrará entónces la salud; el enfermo podrá burlarse de los médicos.

8. Producir más, acrecer las reservas de capitales, disminuir la suma de los capitales en juego, es aún aumentarlos.

Pero cuanto más aumenta una mercancía, tanto más ofrecida está; y cuanto más ofrecida, tanto más baja de precio. Tenemos por consecuencia el capital barato, como teníamos ya baratos la subsistencia y el domicilio; tenemos la comandita en baja. Entonces, y sólo entónces, podrá el Emperador pensar de nuevo en realizar su institución de Crédito territorial y agrícola. La Sociedad de la Exposición, con sus anticipas y préstamos sin interés de productos sobre hipoteca, haciendo desaparecer las aparcerías, abrirá el camino para esa institución y le trazará su método.

9. Una vez empeñada en esa corriente, la Sociedad no puede ya detenerse. ¿No estamos hoy mismo viendo cómo el campesino de Picardía, de Beacia y de las mejores comarcas de Francia, reduce cuanto puede su negocio, limita a lo estrictamente necesario los gastos de conservación y mejora de su finca, y reserva sus economías para el empréstito, porque considera que no le ha de dar la tierra el 4 1/2 por 100 de interés que le ofrece el Estado? Existiendo los mismos motivos en el trabajo industrial, no podrán menos los propietarios territoriales de rebajar el precio de sus arriendos, y lo que es más, de vender sus tierras. Con esa inevitable reducción del precio de los arriendos se realiza entonces otra aspiración de la economía política: la tierra para el que la cultiva, la renta territorial para el labrador y para el Estado.

No se realizarán, a buen seguro, en toda su plenitud, desde el primer dia, tan magníficas esperanzas; mas ¿cabe acaso negar que el bien y el mal no se dan en la sociedad la mano, y que así como la alteración de la sangre produce a la larga la disolución de los órganos, su pureza y su abundancia traen consigo la hermosura y la energía?

10. Podrá entónces la nacíón emprender de un golpe los grandes trabajos para mejorar y colonizar el territorio que hace veinte años reclaman a una los economistas todos, tanto los de la tradición como los del progreso, tanto los innovadores como los estacionarios: desaguar los pantanos, hacer susceptibles de cultivo la Soloña, la Camarga y las costas del Océano, replantar bosques, generalizar los riegos y el drenaje, prolongar por los medios que facilita la marina de vapor el territorio francés hasta el Atlas, y, si podemos hablar así, absorber el África septentrional en las antiguas Galias ... Quedarán allanados todos los obstáculos que se oponen a la colonización, porque la Sociedad asegurará los medios materiales, y el Estado, siguiendo la via que se haya abierto ya por su sistema de empréstitos, no tendrá más que substituir la colonización por todo el mundo a la colonización por compañías privilegiadas y creación de feudos.

11. Pero no corresponderíamos a la esperanza del Emperador ni al deseo que formalmente ha manifestado, si despues de haber hablado de los efectos de la nueva institución en lo que se refiere a mejorar la suerte de los jornaleros, abaratar la vida y hacer el trabajo más abundante y mejor retribuido, no pusiésemos de relieve las consecuencias que la Sociedad está destinada a producir muy próximamente respecto a la emancipación y a la independencia de las mismas clases.

Eliminando, como hemos eliminado, el ejército de los parásitos, y organizando la circulación de los productos por medio de la comandita de los mismos productores, hemos intervertido la relación que une, en la economía social, las dos grandes potencias industriales, el capital y el trabajo.

El trabajo gemia bajo la dominación y la esclavitud del capital, y está ahora emancipado y libre; era ántes el capital el que le dictaba órdenes, y es ahora el trabajo quien las dicta al capital y le impone su voluntad absoluta.

El trabajo pasa de subalterno a jefe; y el capital, por lo contrario, de tirano y despojador, pasa a servidor obediente y útil.

¿Qué hemos hecho para obtener este resultado? Nada más que abrir un asilo a los productores en el Palacio de la Industria, ponerlos en contacto a todos, enseñarles a conocerse, y proponerles una manera de hacer sus propios negocios sin trabajos ni sacrificios.

Sobre esa interversión general de las relaciones económicas, y no sobre otra cosa, hemos fundado el nuevo sistema de órden público a que, a nuestro modo de ver, aspira la Francia toda, y en particular la democracia trabajadora; con esa sola permutacion de la autoridad hemos procedido a restablecer el equilibrio entre las fuerzas sociales.

Veamos ahora cuál es, en ese nuevo régimen, la situación de las clases jornaleras.

12. Se cuentan en la sola ciudad de Lyon de veinticinco a treinta mil tejedores de velos. Esta célebre corporacion está muy internada por la campiña de los departamentos del Ain y del Ródano; la carestía de los alquileres y de las subsistencias les obliga a huir cada vez más de la ciudad a los pueblos rurales, donde no cesa de perseguirles la miseria.

Esos pobres jornaleros, sin relaciones entre sí ni con los consumidores indígenas ni extranjeros, sin conocimiento alguno de los asuntos de comercio, son desde tiempo inmemorial una fecunda mina que enriquece a todo un pueblo de comisionistas y negociantes, raza egoista, rapaz, tan ajena a todo sentimiento humano como al mismo trabajo.

Trabaja el jornalero, y el mercader y el comisionista cosechan y gozan.

Produce el jornalero, y el mercader y el comisionista exponen. ¿Cuántos nombres de tejedores de velos han llegado a la Exposicion del Palacio de la Industria?

El mercader, con sus capitales, monopoliza la primera materia; el comisionista, los pedidos; y unidos ambos para explotar ese ramo de la industria, no dejan al jornalero, al productor, sino un mezquino salario. Lo que los agentes intermedios, los especuladores y los parásitos venden al consumidor por 10 francos, cuesta, sólo tres al pie de fábrica! ...

Con la Sociedad de la Exposición Perpétua queda eliminado el parasitismo tenderil y agiotista. Pudiendo obtener el jornalero anticipas de primeras materias sobre productos, se hace su propio mercader, y su propio comisionista, sin costarle ni un minuto de tiempo ni un céntimo de gasto. Una parte del enorme recargo que pesaba sobre su producto cae en su escarcela; la otra es beneficio para el consumidor.

Lo que decimos del tejedor de velos, puede y debe decirse del cintero que puebla las montañas del Forez, y del pasamanero o cordonero que ocupaba en otro tiempo ciertos barrios de la capital; y hoy, a causa de la miseria que nace de la explotacion, empieza a desfilar hácia los llanos de Picardía, donde apartado de toda clase de relaciones comerciales, se consuma su servidumbre.

Otro tanto se debe decir por fin de todas las profesiones en que el jornalero trabaja en su propia casa, y sus productos son objeto, por parte de los empresarios especuladores, de agrupación, de aglomeración, de agiotaje.

13. Ahora bien, lo que el trabajador a domicilio obtendrá desde luego de la Sociedad de la Exposición, el de taller y el de fábrica lo obtendrán igualmente, pero bajo la prévia condición de que se asocien.

Después de la revolución de 1848, el Gobierno, sintiendo la necesidad de hacer algo para la clase jornalera, comanditó por via de ensayo, y a expensas del Tesoro, algunas asociaciones. El éxito obtenido por esa clase de socorro fue más que mediano: siempre que el Estado se pone a comanditar el trabajo, el Estado se pierde, y lo que es peor, la sociedad se desorganiza.

En principio el Estado, como no debe hacerse industrial ni comerciante, no debe tampoco comanditar el trabajo: su papel está reducido a aconsejar, a estimular, y luego a abstenerse.

Pero, si para explotar industrias que requieren combinación, división y distribución por grupos de trabajadores, se forman sociedades jornaleras tales como las pocas que existen en la capital, entónces puede la Sociedad de la Exposición ayudarlas y asegurar su existencia: ¿qué no pueden ganar, por ejemplo, con la nueva institución, las sociedades de los ebanistas, pianistas, torneros y bruñidores de metales? ... Y una vez empezado este movimiento, ¿quién no vé que con el tiempo la corriente lo llevará tras sí todo: manufacturas, metalurgia, carbones, gas, navegacion, ferrocarriles? Pronto, bajo la presión de la idea popular y de la conciencia pública, todos esos establecimientos del monopolio, y todas esas fortalezas del privilegio, se verán obligados a liquidar, y tendrá el feudalismo rentístico su noche del 4 de Agosto. La democracia entónces se entregará, a no dudarlo, en brazos del poder que le haya abierto tan ancha esclusa, y con la democracia la sociedad entera.

14. Elevémonos a consideraciones cada vez más generales.

Emancipado el jornalero por la sola organización del cambio, no por una vana declaración de derechos civiles, políticos y humanitarios, ni por un infructuoso ejercicio del sufragio universal, ni por una falaz promesa de comandita, ni por los socorros de una insultante filantropía, arrancados a las clases ricas por medio de derramas arbitrarias, molestas y siempre insuficientes; emancipado el jornalero, decimos, desaparece el proletariado, puesto que no es proletario sino el que carece absolutamente de trabajo, o le tiene sin garantía ni independencia. Se realiza entónces el sueño doctrinario del gobierno de la clase media, porque toda la nación entra en ella, y no es ya posible que de ella salga.

Se realiza todavía otro sueño, considerado en estos últimos tiempos como la más peligrosa de las utopias: el derecho al trabajo.

Aparece como una verdad de sentido comun otra quimera, declarada tal por todos los economistas, hace cincuenta años, y equiparada a la cuadratura del círculo y al movimiento perpétuo: la extinción del pauperismo, la abolición de la mendicidad y de la miseria.

¿Y qué le habrá costado al Poder producir todas estas maravillas? - Nada.

¿Qué esfuerzo de ingénio habrá tenido que hacer para la resolución de tan irresolubles problemas? - Ninguno.

¿Qué golpe de soberano poder habrá debido dar para aterrar esos mónstruos? - Ni un puntillón siquiera.

Las enfermedades no se sanan, como se cree, por una acción directa, curativa o creadora de los remedios, nos decia uno de nuestros amigos médicos; los medicamentos todos, del mismo modo que las operaciones de la cirugía, no sirven sino para poner unas en frente de otras las fuerzas orgánicas; hecho esto, la naturaleza se cura por sí sola.

Hemos puesto unas en frente de otras las fuerzas productivas, y la sociedad se cura por sí misma. El Emperador puede reinar: ni él ni nadie gobiernan.

15. Una de las llagas de la sociedad moderna, llaga debida toda, como hemos dicho al principio de este proyecto, a la división y a la ininteligente enajenación del patrimonio público y al antagonismo universal, es la concurrencia subversiva, desleal, y destructora del trabajo y de los capitales. Faltaríamos a nuestro deber si no recordáramos aquí la obra del Sr. Luis Blanc, obra llena de elocuencia, que produjo, hace unos doce años, sensacion tan honda.

Otra de esas llagas es la falsificacion, a la cual andan pronto unidos el envenenamiento, el fraude, el robo.

Otro tercer azote, más repugnante aún porque procede de más alto, es, el cáncer del agiotaje que, propagándose desde las eminencias del comercio a los labradores y a los porteros, hace abandonar el trabajo y el cultivo por la Bolsa, y desafía la habilidad de los tribunales y los rigores del ministerio pÚblico.

La nueva institución pone término a todas estas detestables prácticas.

Recobra la concurrencia ese carácter de honradez y de emulacion liberal y fecunda que la hizo una de las fuerzas de la revolucion del 89, cuando hubo que combatir y derribar los últimos restos del feudalismo nobiliario y el sistema de monopolio establecido en el estado llano por la rutinaria é imprudente política de los antiguos reyes. La falsificacion: ¿cómo ha de ser posible con el régimen de alta y universal garantía, creado por la Sociedad de la Exposición Perpétua?

En cuanto al agiotaje rentístico, a ese juego desmoralizador y estéril que se hace con los valores industriales, es indudable que ha de disminuir progresivamente, a medida que la Sociedad se apodere de la circulación de los productos; a medida que, por medio de la emancipación del trabajador y de la organización de la clase jornalera, sustraiga esos productos al agiotaje; a medida que, bajo su poderosa influencia, se vayan convirtiendo las grandes compañías actuales de capitalistas en sociedades de productores y de jornaleros.

Pronto no le quedarán al agiotaje, como hace algunos años, más que los fondos públicos: el 3, e1 4 y el 4 1/2 por 100. Y, ¿no es aún de esperar que el Estado, merced a la sucesiva rebaja del interés producido por la nueva circulación, llegue, de conversión en conversión, al total reintegro de su deuda?

16. En el cap. IV, § 7°, al tratar del arancel de cambios, hemos explicado cómo, por la previsión de la Compañía, no podria ménos de verificarse de una manera insensible y segura la reforma de la moneda. No insistiremos sobre este punto, uno de los más árduos de la ciencia y más fecundos en resultados.

Mas, después de haber arreglado el cambio dentro de Francia, ¿no ha de tener la Sociedad poder para arreglarlo en el extranjero?

¿Quién no vé que, cuanto más afan manifiesten los productores y cambistas del país por hacer uso de un papel que, en razon de ser siempre reembolsable, les ahorra el 4 por 100 de interés en todas sus transacciones, tanto más han de buscar y solicitar los extranjeros, los belgas, los alemanes, los suizos, los americanos, los ingleses, ese mismo papel, cuyo empleo les proporciona, ipso facto, una economía de 4 por 100 en todas sus compras?

Ahora bien: una vez introducido en el comercio de las naciones el papel de cambio de la Compañía, es la Sociedad de la Exposición Perpétua la que gobierna el mundo. Destronado el metálico, no desempeña ya más que un papel secundario; la aduana pierde con él su primera y principal razon de existencia; y mientras proteccionistas y libre-cambistas disputan acerca de sus sistemas, igualmente falsos en lo que tienen de absoluto, el Gobierno, apoyado en la nueva Sociedad, y siguiendo el movimiento que ésta le indica, va rebajando progresivamente su arancel de aduanas, eliminando unos tras otros los artículos que protege, mucho mejor que su administración, la baratura creada por la Compañía, y se dispone a tomar una preponderancia decisiva en toda Europa, por medio de la definitiva supresión de toda clase de barreras.

En esa sucinta exposición no podemos profundizar ni enumerar siquiera todas las ventajas que no puede menos de producir la Sociedad, tanto en el órden económico, como en el órden moral y político.

Habríamos querido poder decir, por ejemplo, cómo crea la más completa libertad del hombre y del ciudadano, sin riesgo alguno para el Estado, antes con una ventaja creciente para el poder; y cómo, en una palabra, en este sistema de garantías recíprocas, cuanto más se ostenta la libertad en la literatura, los periódicos, las discusiones políticas y económicas, la asociación, las reuniones, etc., etc., tanto más fuerte es el gobierno y tanto más está al abrigo de todo ataque.

Bástanos, por ahora, recordar un solo hecho que esta breve exposición de nuestro proyecto ha hecho evidente y palpable: es a saber, que nuestra institución tiene por efecto inmediato convertir la anarquía actual y la demagogia jacobínica en una democracia organizada, solidaria, compacta, y tan amiga del órden como ardiente para el progreso; y además, hacer entrar esa democracia trabajadora en alianza con el gobierno, y en oposición con ese feudalismo rentístico y mercantil, agiotista, corruptor y absorbente, que unido a la Iglesia y a los antiguos partidos, amenaza nada ménos que con sepultar nuestra vieja revolucion bajo las ruinas del nuevo Imperio.

Terminaremos dando aquí el perfil de la Compañía.

La Sociedad de la Exposición Perpétua tiene por objeto:

l° El cambio directo y más económico posible de productos por productos, mediante un bono general de cambio, reembolsable a la menor reclamacion del portador, ya en mercancías, ya en numerario, en los almacenes o en la caja de la Compañía;
2° El descuento de mercancías, primeras materias y productos, ya en bonos generales de cambio, ya en metálico;
3° El descuento de efectos de comercio con dos firmas;
4° Los anticipos y préstamos de productos sobre productos, y tambien sobre hipoteca;
5° La regularización del cambio y el equilibrio de los valores;
6° La publicidad, la buena fé y la garantía en las transacciones.

El capital de esta Sociedad es de 100 millones de francos, y está dividido en acciones de 100, pagaderas, un décimo en dinero, y nueve décimos en productos o mercancías. Esas acciones, que son al portador, producen un interés de 4 por 100, de que sale garante el Estado.

Son preferidos a los demás capitalistas, para suscribir las acciones, los productores y los industriales, en razon de tener la institución por objeto restablecer entre la producción y el consumo las relaciones naturales que ha alterado la intervención exagerada y abusiva del capital.

Está absolutamente privada la Compañía:

De toda fabricacion (produccion agrícola, industrial, etc.);
De todo comercio por su propia cuenta;
De toda clase de operaciones de Bolsa sobre fondos públicos y acciones;
De toda comandita.

El tipo de los descuentos en bonos generales de cambio es provisionalmente de 1/2 por 100, y en metálico de 4 1/2· El tipo máximo de la comision es de 2 1/2.

Percibe además la Sociedad sobre las mercancías que se le entregan un tanto por ciento de almacenaje, depósito y anuncios, que se calculará por el justo importe de los gastos.

Se requiere para ser admitido en la Sociedad:

l° Suscribir un número de acciones que guarde proporción con la importancia de la industria y de los negocios del cliente;
2° Depositar muestras de mercancías, con indicación de su precio, calidad, cantidad y peso, y además con su marca de fábrica (la indicación de precio servirá para tres meses, por lo ménos);
3° Comprometerse a dar a la Sociedad, al precio convenido y en la cantidad designada, los productos de la industria del suscritor.

Durará la Sociedad 99 años.

Empezarán sus operaciones en cuanto tenga suscritas acciones por un millon de francos.

En consecuencia de todo lo cual, vistos los motivos del proyecto y las condiciones indicadas:

El Gobierno imperial cede a perpetuidad, es decir, para mientras la institucion dure, a los Sres. X. Y. Z, y Compañía, el Palacio de la Industria con todos sus anejos y pertenencias.

Durante los tres primeros años de su existencia, a contar desde el dia de su constitución, gozará del Palacio la Compañía a título gratuito. A contar desde el cuarto año, la Sociedad pagará al Estado, a título de alquiler, una suma anual, calculada a razón de 3 por 100 sobre el importe de los gastos hechos por la Compañía del Palacio.

El Gobierno garantiza además el interés de 4 por 100 que producen las acciones suscritas.

Índice de Solución al problema social de Pierre-Joseph ProudhonCapítulo SextoBiblioteca Virtual Antorcha