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La sociedad moribunda y la anarquía

Jean Grave

CAPÍTULO VIGESIMOSEGUNDO

La verdad desnuda


Realmente, el lenguaje que hemos empleado en el capítulo anterior no es el que suele usarse en los partidos políticos, que prometen el oro y el moro, asegurando que la más ínfima reforma ha de proporcionar un período edénico a quienes la hayan apoyado. Pero nosotros, que nada aguardamos de la admiración de la masa, nosotros, que queremos que se guíe por sí misma, no queremos tratar de alucinarla. Para dar mayor fuerza a nuestro pensamiento, más alcance a nuestros actos, hemos de ver claro por nuestro camino, hemos de guardarnos de toda ilusión, hemos de deshacernos de cualquiera preocupación que pudiera extraviarnos.

.Nuestras ideas no podrán aplicarse si falta la energía para que las propaguen y defiendan quienes las hayan comprendido. El próspero éxito depende del esfuerzo que dediquemos al servicio de la revolución, pero si no empleamos inmediatamente esa fuerza, si no tratamos de pasar de una vez de la teoría a la práctfca, es porque se nos presentan obstáculos, forzoso es reconocerlo. Si nuestras ideas pudieran realizarse inmediatamente, no tendríamos disculpa al no intentar la solución. De modo que hay que saber cuáles son esos obstáculos para vencerlos, en vez de negarlos.

Además, si hacemos propaganda, es precisamente para llevar a la práctica nuestras ideas, porque si fueran inmediatamente realizables, bastaría con la fuerza de las cosas.

Hemos de acostumbrarnos a mirarlo todo con frialdad; no nos hemos de empeñar en contemplar con cristales de aumento el objetivo de nuestros deseos, y al revés lo quo tememos. No buscamos más que la verdad. Si nos engañáramos, engañaríamos también a los demás, y la revolución que hiciésemos sería inútil.

Nuestros contrincantes, cuando han agotado su argumentación, nos dicen que nuestras ideas son impracticables, y hemos de confesar que esa objeción parece fundada, sino en el fondo, en la forma, porque en la sociedad actual, parecen efectivamente utópicas nuestras ideas. Al individuo cuya mirada no ha llegado más allá de nuestra sociedad actual, le ha de ser muy difícil comprender que se pueda vivir sin gobierno, leyes, jueces, polizontes sin férula de ninguna especie, sin moneda ni valor representativo, cuando cuesta ya tanto trabajo entenderse en este mundo presente, en que se atribuye a las leyes la facultad de facilitar las relaciones.

A esa objeción no podemos contestar más que con hechos, puesto que lo que queremos no es todavía más que un sueño. Podemos citar las tendencias que guían a la humanidad; enumerar los ensayos que se hacen en corta escala dentro de la sociedad; pero eso poco puede influir en el espíritu prevenido de aquel cuyas aspiraciones no van más allá de la mejora de lo que existe.

Negar la objeción, sería obrar como los avestruces, y la objeción no dejaría de subsistir. Si respondemos con sofismas, nos meteremos en un callejón sin salida, y con eso nada ganan las ideas. Para dilucidarlas y contestar a todas las objeciones, hemos de buscar todos los argumentos que se nos puedan oponer, y hasta suscitarlos para contestarlos como sea debido. Pero ante todo hemos de buscar la claridad y la precisión y no asustarnos de la verdad verdadera, puesto que eso es lo que buscamos. Afirmamos que nuestras ideas se basan en la verdad, y debemos demostrarlo, buscándola en todo y por todas partes.

Comprendemos perfectamente que este lenguaje no es a propósito para seducir a las masas, ni para levantar a las muchedumbres, y algunos compañeros podrán acusarnos de que sembramos en nuestras filas el desaliento, por no ocultar las partes flacas de la doctrina.

Esas reconvenciones no pueden basarse más que en un residuo de la educación de los partidos políticos. ¿Por qué hemos de prometer lo que no está en nuestra mano dar, y prepararnos una reacción que redundaría en perjuicio de nuestro ideal?

Si fuéramos un partido político deseoso de llegar al poder, haríamos a los individuos un montón de promesas, para que nos elevaran al pináculo; pero los anarquistas no procedemos así, no tenemos nada que prometer, nada que pedir y nada que dar. Cuando nuestros contrincantes nos objetan la imposibilidad de nuestras ideas, después de haber expuesto los hechos que demuestran las tendencias de la humanidad hacia ese ideal, no nos queda más que volver a la demostración de los abusos que se derivan de todas las instituciones, la falsedad de las bases en que descansan, la inutilidad de las reformas, con las cuales se nos quiere adormecer y repetir que se está en la alternativa de continuar padeciendo la explotación, o de rebelarse, mientras que les demostramos que el buen éxito de nuestra revolución dependerá de la fuerza con que quieran la realización de lo que comprenden. Esa es nuestra misión, lo demás depende de los individuos y no de nosotros.

No somos partidarios de la propaganda hecha con auxilio de grandes frases retumbantes o sentimentales, que incitan a los individuos a esperar una imposible realización inmediata. Llegan muy entusiasmados a la propaganda, creyendo que tocan la realización con el dedo, y como no es así, se desaniman y desaparecen uno tras otro sin que se vuelva a oir hablar de ellos. Muchos hemos visto llegar a los grupos, hace doce años, que no se contentaban con menos que con derribar, como Sansón, las columnas del templo. ¿Y dónde están hoy?

Nuestro ideal es llevar a cabo una tarea menos grandiosa, menos brillante, pero más duradera. Lejos de limitarnos a hablar al sentimiento de los individuos, tratamos de dirigirnos a su lógica y a su razón. Y no es que queramos hablar mal de aquellos cuyo talento consiste en interesar el sentimiento de los individuos. Cada cual trabaja según su concepto y su temperamento. En lugar de creyentes, buscamos convencidos; es necesario que cuantos acudan a la propaganda conozcan las dificultades que les aguardan, para que estén apercibidos a combatirlas y no se dejen desalentar por el primer obstáculo. Largo y áspero es el camino que hay que recorrer; antes de emprender la marcha, consulte cada cual su voluntad y sus músculos, porque habrá víctimas que se harán sangre con las asperezas, con los recodos del camino; habrá muchos cadáveres; los que no dispongan de gran fortaleza de ánimo quédense atrás, porque serán un estorbo para la columna.

Otra preocupación que ha adquirido gran crédito entre los anarquistas, consiste en considerar a la masa como una parte útil que se puede dirigir como se quiera, y de la cual no se debe hacer gran caso. Procede esa preocupación de que, por haber dado un paso más que los demás, hay quien se tiene por una especie de profeta, más inteligente que la generalidad de los mortales. Dicen muchos: Mandaremos hacer esto o lo otro a las masas, las arrastraremos con nosotros, etc., no dirían otra cosa los dictadores. Ese modo de apreciar las masas procede de un pasado autoritario.

Y no es que neguemos la inflüencia de ias minorías sobre la muchedumbre; porque estamos convencidos de ella nos movemos tanto; pero creemos que en tiempo de revolución, el único influjo que puedan tener sobre las masas los anarquistas, es la acción; únicamente, poniendo en práctica las ideas y dando ejemplo, se arrastrará a la muchedumbre. Pero hay que estar muy convencidos de que, a pesar de todo, esos actos no influirán en las masas hasta que los pueda comprender, por una propaganda clara y determinada; cuando a la muchedumbre la haya puesto en pie el impulso de ideas recibidas anticipadamente.

Si sabemos propagar las nuestras, su influencia será la que se note; cuando hayamos sabido dilucidarlas y hacerlas inteligibles, podremos acometer la transformación social. Entonces no podremos temer que no nos sigan; lo que habrá que temer serán las trabas que quieran poner los que se consideren directores del movimiento.

En épocas revolucionarias, las muchedumbres van siempre más allá que los precursores. Extendamos, pues, nuestras ideas, expliquémoslas, dilucidémoslas, repitámoslas hasta la saciedad, no temamos mirar a la verdad cara a cara. Esa propaganda, lejos de restar adhesiones a nuestra causa, contribuirá a atraer a cuantos están sedientos de Justicia y de Libertad.

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