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La sociedad moribunda y la anarquía

Jean Grave

CAPÍTULO DECIMOCTAVO

Revolución y anarquía


Si hay entre los anarquistas esa divergencIa en el modo de apreciar los medios de acción, procede eso de que algunos, más arrebatados por el temperamento que impulsados por las ideas, creyendo combatir por la anarquía, no tienden más que a la revolución, creyendo que en ésta está, por su esencia, todo el ideal anarquista, lo mismo que los republicanos antiguos creían que se abriría una era de grandeza y prosperidad para todos en cuanto se proclamase la República. Inútil es hacerles notar las decepciones que se han sucedido en la masa obrera desde que se instauró el régimen republicano; Prevengámonos contra aquellas no menos terribles que sufriríamos, si nos acostumbrásemos a esperarlo todo de la revolución, convirtiéndola en fin, cuando no es más que un medio.

Esos amigos parten del principio, laudable desuyo, de que están penetrados: que se pueden agrupar elementos, para llevar a cabo la revolución; que se puede juntar bastante gente para intentar levantamiento; crear situaciones para que estalle la revolución y que las agrupaciones revolucionarias organizadas podrán hacer evolucionar en la dirección que convenga darles. Por eso aceptan ciertos medios que les parecen convenientes para apresurar el momento revolucionario; por eso se esfuerzan en tratar de reunir cuanto les parece revolucionario, con un programa mixto, dejando aparte ciertos pormenores, ciertos matices que impedirían el acuerdo, y los obligarían a eliminar a ciertos individuos que les parecen temperamentos revolucionarios.

Nosotros estamos persuadidos de que la revolución vendrá sin nuestra ayuda, antes que seamos bastante numerosos para provocarla; pensamos que la organización viciosa de la sociedad nos lleva fatalmente a ella, y que complicándose la crisis económica con un hecho político cualquiera, bastará para inflamar la pólvora y hacer que estalle ese movimiento que quieren provocar nuestros amigos.

Para cuantos no se pagan de palabras y no se tapan la cabeza para no ver los hechos, es evidente que esta situación no puede prolongarse mucho. El descontento es general, y dió mucha fuerza al movimiento boulangerista que sólo fracasó por la estupidez y cobardía de sus jefes. Pero lo que éstos no lograron otros pueden conseguirlo.

Si no es tan agudo como cuando aquel movimiento, el descontento no deja de existir, y no es menos profundo ni extenso. Lejos de apaciguarse, aumenta la crisis comercial, cada vez es más difícil contratar trabajadores, los que están parados ven crecer sus descansos forzosos, el ejército de gente sin trabajo aumenta diariamente. En invierno volveremos a ver las largas procesiones de pordioseros mordidos por el frío y el hambre, aguardando con ansia a la puerta de los cuarteles, de los hospitales, de las fondas y de ciertos filántropos, la hora de distribuir las sobras o un pedazo de pan.

Y como esa situación no puede prolongarse, como los individuos acabarán por cansarse de perecer de hambre, se rebelarán.

Creemos qne en esa revolución, tanto más fuerte será la acción anarquista, cuanto más se hayan propagado las ideas y hayan sido mejor comprendidas y dilucidadas, y queden completamente libres del fárrago de preocupaciones que nos dejaron ja costumbre, la herencia y la educación. Lo que buscamos principalmente es precisar las ideas, esparcirlas, agrupar compañeros conscientes, evitando toda concesión, que pudieran velar un rincón de nuestro ideal; no queremos, bajo pretexto de acrecentar nuestro número, aceptar ninguna alianza, ningún compromiso que, en un momento dado, pudiera constituir una traba o poner en duda algo de lo que queremos.

Digamos otra vez que la revolución no es un fin, es un medio, inevitable ciertamente, al cual habrá que recurrir, pero que no tiene más valor que respecto al fin a que se dirige. Dejemos a la Sociedad, por sus escandalosas injusticias, el trabajo de crear revolucionarios, creando descontentos y rebeldes; tratemos de crear individuos conscientes, que sepan lo que quieran; en una palabra, anarquistas perfectos, revolucionarios de verdad, pero que no tiendan sólo a la violencia, sino a que ésta sirva para algo.

Ya sabemos lo que nos contestarán algunos contrincantes. Nos dirán: ¿Qué han producido hasta ahora vuestras hermosas teorías sobre la iniciativa, sobre la espontaneidad de los individuos? ¿Qué hacen vuestros grupos diseminados y sin relaciones? ¿No tenéis que combatir vosotros mismos actos y teorías, que se trata de hacer pasar como anarquistas, que os negáis a admitir?

Es evidente que la propaganda anarquista no ha dado todos los resultados que exige su extensión, que no la han comprendido todos aquellos que la defienden, pero eso prueba justamente la necesidad de e}aborarlas más, de no temer las repeticiones, para concentrar la atención en los puntos que se quieren dilucidar.

Además, si los esfuerzos de los anarquistas están faltos de una coordinación consciente, de organización real y tangible, esos esfuerzos no deian de ser considerables. A lo menos tienen la cuordinación que da la visión común del mismo objeto perseguido y claramente definido. Sea en Francia, en España, en Inglaterra, en América o en Australia, los anarquistas quieren la supresión de la propiedad individual, la destrucción de la autoridad, la autonomía completa del individuo sin restricción alguna. Ese es el fondo común de la idea.

Puede haber divergencias en el empleo de los medios necesarios; aún no hemos alcanzado el ideal, pero vamos a él insensiblemente, y cuando hayamos llegado a no tener miedo a ciertas palabras, bajo las cuales se confunden cosas desemejantes, no tardaremos en ver establecidas una inteligencia y una organización verdaderamente serias y completamente libertarias entre los distintos grupos internacionales, inteligencia y organización tanto más duraderas, cuanto más se deriven de los hechos y no de una inteligencia ficticia, compuesta de concesiones.

Cuanto a saber si hay actos y teorías que no han de aceptarse, es evidente que existe un género de propaganda, que se ha deslizado entre nosotros y que ha contribuído a extender entre nosotros la exageración de temperamento de ciertos camaradas, contra el cual debemos precavernos con todas nuestras fuerzas.

Pero no llegaremos a guardarnos de los hermanos falsos, de los principios e ideas falsos, declamando contra los principios y empujando hacia la revolución. No hay más que un medio de separar las ideas anarquistas de las ideas emitidas para aliviar el movimiento, y es trabajar más toda vía para dilucidarlas, expurgar más nuestro procedimiento de todos los restos de preocupaciones autoritarias, hacer que aquellos a quienes nos dirigimos nos comprendan y puedan discernir si tal o cual acto es anarquista, y tal o cual otro contrario; más eficaz será eso que provocar exclusiones en grande.

A los que ansían impacientes la realización de nuestro sueño de ventura y armonía, lo que ahora ocurre en nuestras filas puede desalentarlos, y desesperarán de que salga alguna vez la buena inteligencia del caos de ideas que, con el nombre de anarquía, guerrean más o menos contra los burgueses. Pero es propio de toda idea nueva que viene a destruir el orden de cosas existente crear, por lo pronto, el caos y el desorden.

Dejemos que chillen los impacientes, precisemos las teorías y las ideas, hagamos que sean más reflexivas, más conscientes, que se coordinen tanto mejor cuanto menos obedezcan a imposiciones, y no se dificulte la libre evolución del espíritu. Repitámoslo hasta la saciedad; desarrollando la idea anarquista es como se crean hombres conscientes y acrecentamos las probabilidades de buen éxito de la revolución.

Lo que ha contribuído a inculcar a muchos compañeros el error de que los principios eran una traba, un estorbo para la lucha, es que, al ver esa cacofonía de ideas y esfuerzos, desesperando de ver agrupada una fuerza suficiente para dar una revolución, llaman metafísica a la discusión profunda de las ideas, y no encontrando entre nosotros esa fuerza que creen poder adquirir por otros medios, vuelven al sistema autoritario que creen cándidamente haber despojado de toda autoridad, porque le han dado otro nombre. Impacientes por luchar, no ven que, aunque parecen aislados, los esfuerzos de los combatientes convergen hacia el mismo objeto, y que no les falta a esta coordinación más que ser razonada, para dispODer de toda la fuerza que quieren darle, lo cual no se logrará más que difundiendo las ideas cada vez más.

Esos compañeros dicen: Queremos que cuando un camarada nos prometa su auxilio, podamos contar con él, y que no venga, so pretexto de libertad, de autonomía individual, a faltar a su palabra el día de la batalla.

Somos de la misma opinión, pero entendemos que la propaganda es la llamada a demostrar a los individuos que no deben comprometerse más que a lo que puedan cumplir, y que cuando se hayan comprometido faltarán a la honradez si no hacen lo que prometieron, nuestra propaganda demostrará los buenos efectos de la inteligencia y confianza completas entre compañeros. ¿De qué sirvirían, si no, todos los compromisos previos? Aunque se inscribiera con caracteres colosales en los programas preparados anticipadamente, que los individuos deben cumplir los compromisos adquiridos, ¿qué harán los que no dispongan de fuerza coercitiva, para constreñir a los que violen sus promesas? Hagamos menos caso de la impaciencia, y más de la razón, y veremos que la metafísica no reside en lo que se supone.

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