Indice de Los seis libros de la República de Jean BodinLIBRO CUARTO - Capítulo primeroLIBRO CUARTO - Capítulo cuarto.Biblioteca Virtual Antorcha

Los seis libros de la República
Jean Bodin

LIBRO CUARTO
CAPÍTULO TERCERO
Los cambios de las Repúblicas y de las leyes no deben hacerse de modo súbito.


... Con la sabiduría y prudencia que Dios ha dado a los hombres se pueden conservar las Repúblicas bien ordenadas en su Estado y prevenir su ruina. Hasta los propios astrólogos convienen en que los hombres sabios no están sujetos a los astros; son aquellos que sueltan la rienda a los apetitos desordenados y a los instintos animales, quienes no pueden escapar a los efectos de los cuerpos celestes ... Si se ha descubierto que el influjo de los astros, considerado antes como inevitable, se puede debilitar y los médicos han encontrado remedios para cambiar las enfermedades y alterar las fiebres contra su curso natural, curándolas fácilmente, ¿por qué el sabio político, previendo los cambios que naturalmente se producen en las Repúblicas, no podría, mediante consejos y remedios convenientes, prevenir su ruina? Cuando la fuerza del mal es tan grande que no le quede otro recurso que obedecerla, podrá, no obstante, observando los síntomas en el día crítico, diagnosticar los resultados del proceso y aconsejar a los ignorantes lo que conviene hacer para salvar lo que se pueda. Así como íos médicos expertos confían más en la curación ante los ataques más fuertes, cuando los síntomas son claros, que cuando la enfermedad es lenta y crónica ..., así también el político sabio, cuando observa su República atormentada en todas direcciones y casi vencida por los enemigos, pero ve que los sabios tienen en sus manos el timón, que los súbditos obedecen a los magistrados y los magistrados a las leyes, entonces recupera su coraje y se promete un buen fin, en tanto que el pueblo ignorante pierde la paciencia y se entrega a la desesperación ...

Sea, pues, la primera regla que se ha de observar para conservar la República en su Estado, conocer bien la naturaleza de cada República y las causas de las enfermedades a que son propensas. Esta es la razón que me resolvió a tratar de ambos asuntos, ya que no basta saber cuál es la mejor de las Repúblicas, sino que es necesario conocer los medios para conservar a cada una en su Estado, cuando no es posible cambiarla, o cuando, siéndolo, el cambio suponga peligro de perderla. Vale más sostener al enfermo con una dieta conveniente que intentar curar una enfermedad incurable con peligro de la vida, no debiendo nunca probar remedios violentos, salvo si la enfermedad es grave y ya no queda esperanza. Esta máxima es aplicable a toda República, tanto para el cambio de Estado como para el cambio de las leyes y de las costumbres, y quienes no han reparado en ella han arruinado hermosas y grandes Repúblicas, movidos por el señuelo de una buena ordenanza tomada de una República totalmente diferente a la suya. Ya hemos mostrado cómo muchas leyes buenas, adecuadas para conservar la monarquía, significan la destrucción para el Estado popular, y cómo las que aseguran la libertad popular sirven para arruinar la monarquía.

Es cierto que existen muchas leyes cuyo valor no depende de la clase de República de que se trate, pero, sin embargo, la eterna cuestión de los sabios políticos sigue en pie: ¿Debe preferirse la nueva ordenanza cuando es mejor que la antigua? La ley, por buena que sea, nada vale si conlleva menosprecio de sí misma; tratándose de leyes, la novedad no es estimable. Por el contrario, el respeto por la antigüedad es tan grande que atribuye suficiente fuerza a la ley como para que sea obedecida sin necesidad de magistrado ... Además, nada hay de más difícil manejo, ni de más dudoso resultado, ni de ejecución más peligrosa que la introducción de nuevas ordenanzas ... Finalmente, todo cambio en las leyes que ... atañen al Estado supone tanto peligro como remover los cimientos o las claves de bóveda que sustentan el peso de la construcción ...

Si se alega que el cambio de las leyes es muchas veces necesario, en especial el de las que conciernen a la administración, respondo que, en tal caso, la necesidad no tiene ley ... No hay ley, por excelente que sea, que no admita cambio cuando la necesidad lo requiere, pero no de otro modo ... Aunque la injusticia de una ley antigua sea evidente, es preferible aguardar a que pierda, poco a poco, su vigor por el paso del tiempo, que anularla de modo súbito y violento ... El natural de los hombres y de las cosas humanas es corruptible en alto grado y va continuamente de lo bueno a lo malo y de lo malo a lo peor; los vicios se propagan poco a poco, como los malos humores que penetran insensiblemente el cuerpo humano, hasta que lo llenan. A causa de ello, es absolutamente necesario valerse de nuevas ordenanzas, pero siempre poco a poco y no de repente ...

Del mismo modo que es peligroso suprimir de un golpe el poder de un magistrado supremo o de un príncipe que cuenta con las fuerzas en sus manos, no es menos peligroso para el príncipe echar o desairar de inmediato a los antiguos servidores de su predecesor, o destituir a una parte de los magistrados, conservando los demás. Sobre estos y los nuevamente nombrados pesará la envidia, en tanto que sobre los otros recaerán acusaciones de malversación o incompetencia y se verán privados de un honor y de un bien comprados a buen precio. Quizá sea uno de los más hermosos fundamentos de esta monarquía el hecho de que, cuando muere el rey, los oficiales de la corona conservan sus cargos, gracias a lo cual no se altera el estado de la República ...

Nada de esto es de temer en los Estados populares y aristocráticos, ya que quienes ostentan la soberanía nunca mueren. Sin embargo, el peligro no es menor cuando se trata de cambiar los magistrados supremos o los capitanes en jefe, como ya he dicho, o cuando es preciso dictar alguna ley que no es del agrado del pueblo ..., o cuando escasean los víveres y provisiones ...; en tales casos hay siempre peligro de alteraciones y sediciones populares. En general, cuando es preciso suprimir magistraturas, corporaciones o colegios, o suprimir los privilegios de los particulares, o disminuir los salarios y recompensas, o aumentar las penas, o restaurar la administración de los negocios políticos y religiosos a sus fuentes originarias ..., ningún expediente mejor que hacerlo poco a poco, sin violentar nada, si ello es posible ...

Debe, pues, el gobierno de un Estado bien ordenado imitar al gran Dios de la naturaleza, que en todo procede lentamente y poco a poco; de una minúscula simiente hace crecer un árbol frondoso, sin que nos demos cuenta, ya que une los extremos por mitad, colocando la primavera entre el invierno y el verano y el otoño entre el verano y el invierno, pues su sabiduría está presente en todas las cosas ...
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