Índice de Sacco y Vanzetti, sus vidas, sus alegatos, sus cartasA manera de prólogo de Chantal López y Omar CortésSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

CÓMO SE URDIÓ LA TRAMA

A. Felicani (1)

Entre los procesos célebres, el de Sacco y Vanzetti es, quizá, el que ha tenido mayor repercusión internacional, pese a que los acusados eran dos obreros anónimos y a que, inicialmente, el juicio no tuvo, en rigor, un carácter clasista.

Los dos condenados -particularmente Vanzetti- percibieron con absoluta claridad el papel que les tocó desempeñar. Su proceso no llevaba la finalidad de poner fuera de combate a dos trabajadores llegados a los Estados Unidos en busca de libertad y justicia, decepcionados en su esperanza y resueltos a luchar por un mundo mejor. Fue un acto de intimidación contra todas las fuerzas progresistas, una advertencia a quienes se atrevían a turbar la tranquilidad de los poseedores. El nombre de los dos oscuros anarquistas italianos se convirtió en bandera junto a la cual se congregaron los que no querían someterse al dictado de una minoría de privilegiados y los que veían en la dignidad y la justicia los bienes más altos de la humanidad.

Este acto de injusticia cubrió de fango el nombre de los Estados Unidos. Pero no debe olvidarse que, junto a las muchedumbres que, desde Francia a Suecia, desde Africa del Sur a Inglaterra, manifestaron en aquellos días, maldiciendo a la oligarquía norteamericana, otras multitudes se batieron para tratar de salvar a Sacco y Vanzetti. Eran las multitudes de trabajadores e intelectuales norteamericanos, que sintieron, a la par de sus hermanos del mundo entero, la urgencia de] llamado que lanzó este terrible caso.

El esfuerzo generoso de trabajadores, juristas, sociólogos se estrelló contra la máquina mortal que la reacción había puesto en marcha.

El desenfreno reaccionario

Para explicar el caso Sacco y Vanzetti, es preciso ambientarlo en la atmósfera envenenada que se creó en los Estados Unidos al término de ]a primera guerra mundial. Atmósfera saturada de odio, fomentada y explotada por el Ministro de Justicia, A. Mitchell Palmer, que proporcionaba a los diarios artículos pagados por el Ministerio y destinados a excitar a la opinión pública contra los extranjeros y los izquierdistas.

En una publicación titulada El delirio de la deportación en 1920, aparecida por aquellos días, el Sub-Secretario de Trabajo entre 1913 y 1921, Louis F. Post, hacía la historia de ese período de persecuciones, que fue denominado el reinado del terror y en que millares de inocentes fueron sometidos a toda clase de persecuciones y malos tratos. Las declaraciones hechas a la prensa por el gobierno, o eran enteramente falsas, o deformaban los hechos: nunca se exhibió una prueba que justificara la acción gubernamental.

Los derechos constitucionales fueron pisoteados.

En ese período en que la propaganda se ensañaba con los radicales y los extranjeros, fueron arrestados y procesados Sacco y Vanzetti. Más: cuando los detuvieron, hacía unos días que el cadáver del militante anarquista Andrea Salsedo había aparecido, destrozado e irreconocible, en la acera del edificio del Ministerio de Justicia, en Nueva York, donde, desde hacía varias semanas, estaba ilegalmente detenido, junto a Roberto Elia, y mientras en el Tribunal Federal de Boston se tramitaba el proceso contra los izquierdistas presos en las redadas de la noche del 2 de enero de 1920.

Los hechos previos: dos asaltos a mano armada

En la tarde del 15 de abril de 1920, en el pueblo de South Braintree, frente a la fábrica de calzados Rice & Hutchins, F. A. Parmenter y A. Berardelli -pagador, el primero, y guardián, el segundo, de la Slater & Morrill Shoe Co.- fueron muertos a tiros y despojados de una suma superior a los 15.000 dólares, que llevaban para el pago de salarios.

La tragedia se desarrolló con velocidad fulminante. Fue uno de los tantos atracos que entre noviembre de 1919 y julio de 1920 se produjeron en la región occidental del Estado de Massachussets.

El hecho conmovió a la opinión pública, y el eco de esta indignación repercutió en la Cámara Legislativa del Estado, que votó una recompensa de 25.000 dólares, solicitada por el entonces gobernador Coolidge (más tarde presidente de los Estados Unidos) para pagar a quien hiciera condenar a los delincuentes. La Slater & Morril Co., por su parte, prometió otra elevada recompensa, y los mismo hizo la Bridgewater Shoes Co., que había sufrido un intento de atraco el 24 de diciembre de 1919.

Diecinueve días después del crimen, el arresto de los criminales se había convertido, para la policía, en cuestión de honor y de dinero.

Una trampa mortal: contra dos militantes

Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti fueron arrestados en Brockton la noche del 5 de mayo de 1920, por un policía que buscaba a otro individuo. Llevados a la jefatura, no se les acusó de ningún delito. Sólo se les interrogó acerca de sus actividades políticas.

¿Son ustedes socialistas? ¿Son comunistas? ¿Son anarquistas? Tales fueron las primeras preguntas que las autoridades policiales y judiciales les hicieron.

Al otro día fue arrestado y sometido al mismo tratamiento Riccardo Orciani.

El propio fiscal Katzrnann declaró durante el juicio -ante una pregunta de la defensa- que, en los primeros interrogatorios, había interrogado a los arrestados exclusivamente acerca de sus actividades políticas. Sacco y Vanzetti no negaron su condición de anarquistas, pero, naturalmente, mintieron en lo relativo a sus actividades, pues no querían comprometer a amigos y compañeros en un nuevo proceso de deportación. Cuando fueron detenidos, creyeron -y el primer interrogatorio así parecía indicarlo- que se los hacía víctima de una de las tantas redadas de rojos que en aquellos días iban en impresionante aumento. Transcurrieron dos días antes de que se les dijera que estaban detenidos por los asesinatos de South Braintree.

Cuando se acusó a los arrestados de la comisión de delitos comunes, la prensa inmediatamente divulgó el hecho de que eran anarquistas, como prueba moral de la capacidad de aquellos para delinquir.

Como se hicieron las identificaciones

Al día siguiente, fueron identificados: Vanzetti como autor principal del intento de atraco ocurrido la mañana del 24 de diciembre en Bridgewater, y Sacco como el autor principal del doble asesinato y robo de más de 15.000 dólares ocurrido en South Braintree el 15 de abril de 1920.

Pero para realizar estas identificaciones se usaron procedimientos sin precedentes en los anales judiciales.

La norma, en todo el mundo -incluido los Estados Unidos-, es presentar a los imputados de un delito junto a otras varias personas, entre las cuales los testigos deberán reconocerlos. En un principio, éste fue el procedimiento empleado para la identificaci6n de Sacco y Vanzetti. Pero no se pudo continuar. La policía había colocado a Sacco entre una decena de personas -algunas de ellas, policías vestidos de civil-, pero el primer testigo que acudió a identificar al arrestado señaló, no a Sacco, sino ... a un policía.

El asunto no marchaba, y entonces, en este importantísimo preliminar de todo proceso, se recurríó a un método expeditivo y seguro. Se puso a cada arrestado en una pieza, solo, y llevó a los testigos, uno por vez, para que los identificaran.

Pero aÚn con ese método muchos testigos a quienes se preguntó si identificaban a los asaltantes, respondieron con un rotundo no; otros se mostraron confusos e inseguros; ninguno pudo hacer una identificación positiva, pese a que los policías se esforzaron para facilitarla usando algunos trucos escénicos. Por ejemplo: si un testigo decía que uno de los atracadores tenia el pelo desgreñado, los policías, sin pérdida de tiempo, lo presentaban con el cabello revuelto. Si el testigo declaraba que uno de los asaltantes llevaba una gorra calada hasta los ojos, los policías mostraban a los arrestados con gorras metidas hasta los ojos. Si un testigo decía que uno de los bandidos empuñaba el rev6lver teniendo el brazo extendido en determinada dirección, los policías hacían que los arrestados extendieran el brazo y apretaran el puño, en la postura descrita por el testigo.

Con tal método de identificaci6n, cuatro o cinco testigos pasaron de la inseguridad o la probabilidad. Para que, siquiera en parte, estas vagas identificaciones pudieran resistir el juicio público, la policía hizo que los arrestados reprodujeran la escena en el lugar del crimen.

Fuertemente esposados, fueron metidos en un auto y bajo guardia armada, llevados a Bridgewáter, South Braintree, Dedham, Needham, Milford. En cada una de estas poblaciones, fueron trasladados a la comisaría local y sometidos a la misma rutina de identificación porque habían pasado en Brockton.

En South Braintree se les hizo representar el delito cometido alli el 13 de abril.

Con estos medios se recogieron tres testimonios contra Sacco por el asalto de South Braintree y cuatro contra Vanzetti por el Bridgewater. Ningún testigo implicó a Vanzetti en el de South Braintree.

Con tales elementos de acusación, el trinunal validó las actuaciones y dispuso que Vanzetti Fuera sometido a juicio ante e! lribunal de Plymonth, imputándole solamente el intento de atraco del 24 de diciembre de 1919 en Brigewater y absolviéndolo de toda responsahilidad en el de1ito de South Braintree. En cuanto a Sacco, dispuso que fuera sometido a juicio un gran juradoo, por los hechos de South Braintree.

El proceso de Plymouth: Vanzetti condenado de antemano

Hasta hoy no se ha podido comprender por qué se escenificó con tanta prisa el primer proceso contra Vanzetti, a no ser que se admita que ya desde aquel momento el fiscal de distrito Katzman había decidido implicar a Vanzetti en el crimen de South Braintree y trabajaba para obtener la condena del acusado, con el fin de llevar al banquillo del tribunal de Dedham a un hombre, ya sentenciado por otro tribunal, que salía de la penitenciaría para responder por el terrible delito de South Braintree.

El proceso se ventiló ante el tribunal de Plymouth, en junio de 1920, un mes después del arresto, cuando la opinión pública todavía estaba excitada por las pavorosas leyendas sobre los bandidos italianos que habían asesinado y robado en South Braintree, a la luz del día y a las puertas de la fábrica.

La colectividad italiana, y en particular los trabajadores, cerró filas en torno al acusado, a quien todos sabían inocente e incapaz de cometer un crimen. Pero el ambiente oficial (no ya la policía, sino la magistratura) rezumaba hostilidad contra el acusado, conocido por sus ideas y actividades políticas, desarrolladas allí mismo, en Plymouth, y por su destacada participación en la huelga de los obreros de la Cordage Company. algunos años atrás.

Se sentía en la sala del tribunal que Vanzetti, más que acusado de un delito -con razón o no- era la presa atrapada por los cazadores tras un largo acecho.

Estaba condenado desde antes de que empezara el rito del proceso.

La acusación, a cargo del fiscal de distrito Katzmann, no contó con un solo testigo que presentase ante el jurado declaraciones creíbles. Los testigos de la acusación se mostraron inseguros, titubeantes, más preocupados por servir a alguien que por cumplir un deber social en interés de la verdad y la justicia. Y por eso casi todos alteraron, en el tribunal, las declaraciones precedentes, efectuadas en las audiencias preliminares. Se mostraron cínicamente falsos, Se contradijeron entre sí y consigo mismo.

De nada valieron al acusado veinte testigos que afirmaron y confirmaron haberlo visto, y algunos haber hablado y hecho negocio con él, la mañana del 24 de diciembre de 1919, cuando vendía anguilas por las canes de Plymouth.

Es costumbre de los italianos comer anguilas en la víspera de la Navidad. Vanzetti, que en aquel tiempo se dedicaba a la venta de pescado, había salido de su casa poco antes de las 7 de la mañana, con su carrito cargado de anguilas. Era lógico que nueve testigos declarasen haberle comprado anguilas aquella mañana. Ante la homogeneidad de las declaraciones, el fiscal dijo que los testigos repetían una lección aprendida de memoria.

Contra la coartada que presentó la defensa, y que resultó indestructible, la acúsación presentó algunos testigos oculares, los cuales declararon que pensaban, que creían, que el acusado era el autor del fallido atraco, pero que no estaban seguros de ello. Hubo sólo uno que no se mostró inseguro. Era un muchachito, vendedor de diarios, que en el momento del atraco se había refugiado tras un poste de telégrafo. Apenas había podido echar un vistazo al asaltante, pero estaba seguro de que era extranjero por la manera de huir. Estas eran las pruebas aportadas por los testigos: el atracador era de tez morena, parecía italiano.

Pero, como hemos dicho, el acusado estaba condenado de antemano, y de nada le valió haber probado su inocencia. El jurado emitió un veredicto de culpabilidad.

Ese veredicto fue una ignomia. Para llegar a él se pasó por encima de todas las garantías del procedimiento, se violó el más elemental sentido de la equidad. Basta un hecho para demostrarlo: cuando Vanzetti fue arrestrado y registrado por el policía Connelly, se le encontraron cuatro cartuchos de escopeta para caza menor.

Connelly entregó los proyectiles al capitán Proctor, jefe de la policía estatal de Massachussets, para que los conservase en la sala del tribunal de Plymouth, el policía Connelly examinó los cuatro cartuchos presentados como prueba y declaró que no eran los que había encontrado en poder de Vanzetti. y entregado a Proctor.

Estos cuatro cartuchos fueron presentados a los jurados en la sala de deliberaciones, mientras discutían sobre el veredicto que habrían de emitir, y alli -por sugerencia de una persona desconocida- fueron abiertos. Los cartuchos, que eran de marca Peter y estaban cargados con perdigón pequeño, para la caza de pájaros, aparecieron cargados de munición.

La carga de perdigón pequeño no mata a un hombre; la de munición, sí. Y el jurado emitió un veredicto de intento de homicidio e intento de atraco. Si el juez condenó a Vanzetti solamente por intento de atraco, ello se debió a un imprevisto: al día siguiente, en un restaurante de Brockton, uno de los jurados se encontró por casualidad con el juez Thayer, que había presidido el juicio de Plymouth, y le mostró uno de los cartuchos que habían sido presentados en el proceso contra Vanzetti. Dicho jurado había guardado el proyectil como recuerdo. Estaba presente el fiscal de distrito Katzmann, quien dijo al jurado le entregase el cartucho y telefoneó a los demás jurados para pedirles que le dieran los cartuchos que habían guardado como recuerdo. Recomendó a todos que no hablaran del asunto. A uno de ellos, que no tenía la conciencia tranquila y que le preguntó si el veredicto era justo, Katzman le respondió que era ... recomendable.

Algunos meses después, el 16 de agosto, el juez Thayer, que había presidido el debate, convocó al tribunal en sesión extraordinaria y condenó a Bartolomeo Vanzetti a 15 años de reclusión.

Pero la via crucis de Vanzetti no había llegado a su término.

Después del veredicto del tribunal de Plymouth, y antes de que se pronunciara la sentencia, la defensa pidió -como era su derecho- la libertad provisional de Vanzetti, quien, en libertad, hubiera podido encontrar otros testimonios -éstos, de ciudadanos norteamericanos- con los cuales corroborar su coartada, que la acusación no había logrado destruír.

La fianza por la libertad de Vanzetti fue fijada en 20.000 dólares. Se consiguió reunir esa suma, pero entonces el fiscal duplicó la cifra. El fiador, picado por esta rareza judicial, ofreció hasta 100.000 dólares. y entonces la fiscalía informó que existía una imputación secreta contra Vanzetti por el crimen de South Braintree.

Proceso de East Norfolk contra Sacco

Vanzetti, fue, pues, involucrado en el crimen de South Braintree mediante imputación secreta. No se le concedió audiencia preliminar en esta segunda acusación.

El 18 de mayo de 1920, Nicola Sacco compareció ante el juez Avery, del tribunal de East Norfolk, para ser sometido a juicio. Contra Sacco declararon tres testigos: Louis L. Wade, obrero de la Slater & Morrill, y France Devlyn y Mary Splaine, empleadas de la misma compañía.

Estos declararon en rápida sucesión, para hacer la identificación de Sacco.

Puedo haberme equivocado (Wade, pág. 26 de las actas preliminares). No afirmo positivamente que sea él (Frances Devlin, pág. 47 de las actas preliminares). No tuve oportunidad de ver al hombre lo suficiente como para afirmar que sea éste (Mary Splaine, pág. 26, actas preliminares).

Aunque la policía no presentó ninguna prueba tangible contra Sacco, y aunque numerosas personas -que desde las ventanas de la fábrica Rice & Hutchins contemplaban directamente la escena del crimen- no identificaron al acusado, y, además, aunque la mayor parte de ellas declararon positivamente que no habían visto al acusado entre los asaltantes, el juez Avery envió al imputado ante un gran jurado, bajo la acusación de homicidio.

El proceso de Dedham: se cierra la trampa

El 31 de mayo de 1921, cuando se abrió el proceso ante el tribunal superior de Dedham, el hecho de estar cumpliendo una condena de 15 años de prisión por un delito similar era ya un elemento en contra de Vanzetti, y, asimismo, perjudicaba a Sacco, su coacusado.

La defensa hizo todo lo posible para que los dos procesos se efectuaran por separado, pero el tribunal, presidido por el juez Thayer, denegó repetidamente la petición. Y el 14 de julio de 1921 los dos acusados fueron declarados culpables de doble homicidio en primer grado.

En un breve relato, no es posible resumir el extenso debate que finalizó en el inconcebible veredicto. Echa alguna luz sobre tál monstruosidad judicial una relación presentada por el abogado Howard L. Stebbins al congreso de juristas realizado el 27 de junio de 1922 en Detroit y publicada poco después de dicho congreso, en la Revista de la Asociación del Foro Norteamericano. Como es uno de los primeros documentos de valía técnica que sobre el caso se publicaron, reproducimos algunos pasajes:

El caso giró en torno de la identidad personal de los imputados, por lo cual, en este aspecto, no fue sustancialmente diferente de los problemas que en todos los tiempas ha tratado la justicia penal. Pero todo el procedimiento resultó alterado por la inclusión de hechos ajenos a la cuestión principal, aunque de enorme importancia en sí mismos. Ambos acusados eran indiscutiblemente izquierdistas, conocidos en los medios obreros, instigadores de huelgas, adeptos del socialismo, desertores del servicio militar y propagandistas de la prensa de izquierda. Se estaba entonces en el apogeo de la campaña posbélica contra los rojos y los extranjeros (...)

El 5 de julio Vanzetti prestó declaración. Sus defensores habían logrado presentar una coartada que cubría los movimientos de los dos acusados durante el día del crimen y en la noche de su arresto. Dijo que Sacco había estado en Boston el día del crimen, para tratar de obtener pasaporte para Italia, mientras Vanzetti recorría las calles de Plymouth vendiendo pescado, a muchas millas de la escena del doble asesinato. Cada afirmación de la defensa fue sostenida por gran número de testigos. La noche de su arresto -dijo la defensa- los acusados habían salido a recoger publicaciones extremistas, para destruirlas, pues temían que ellas comprometieran a sus amigos.

(...) Bartolomeo Vanzetti, hombre de cierta ilustración, habló con sencillez y sin emoción, narrando la historia de su vida (...) Habló de sus actividades como agitador obrero, de su propaganda en mitines izquierdistas y de su trabajo por las ideas en que creía. Sin mostrar sentimiento ni resentimiento, dijo que durante la guerra se había ido a México para sustraerse a la conscripción militar (...) Nicola Sacco prestó declaración durante casi tres días (...) Lo que quizá arrojó mayor luz sobre el proceso fue la respuesta de Sacco a la pregunta de qué entendía por país libre. Durante diez minutos habló con ímpetu y elocuencia. Dijo que había venido a los Estados Unidos porque creía que aquí había mayores oportunidades de progreso, pero que comprobó que no era así. Había más alimentos y más dinero, pero no para la clase trabajadora. Creía que había libertad de pensamiento, pero no era así, pues Eugene Debbs (2) y otros estaban en la cárcel por sus ideas. Había trabajado junto a judíos, irlandeses, alemanes y por todos ellos sentía afecto. ¿Por qué, pues, había de combatir contra ellos? la guerra había sido desatada por capitalistas, ávidos de ganancias (...)

El lunes 11 de julio terminó la defensa sus actuaciones. El miércoles llegaron a su fin las ocho horas de argumentaciones de los abogados, y el jueves 14 de julio tocó al jurado pronunciar su veredicto.

Después de cinco horas de deliberaciones, emitió un veredicto de culpabilidad en primer grado contra los dos acusados. En Massachussets, la pena correspondiente a este veredicto es la muerte en la silla eléctrica.

El veredicto de Dedham provocó indignación en los Estados Unidos y en todo el mundo. El Comité de Defensa, sostenido por una inmensa solidaridad, logró el concurso de las figuras más descollantes en el campo jurídico. Se hizo un llamamiento internacional para lograr una campaña solidaria más efectiva y tangible, que obligase a los verdugos a dejar en libertad a sus víctimas. Se obtuvo la solidaridad pedida, pero todo fue en vano. Las fuerzas coligadas del privilegio y el poder se impusieron sobre el sentido de la decencia y la justicia, y enviaron a Sacco y Vanzetti a la silla eléctrica el 27 de agosto de 1927.




Notas

(1) El autor de este trabajo, A. Felicani, tuvo activísima participación en la lucha entablada para rescatar las vidas de Sacco y Vanzetti, durante los siete años que transcurrieron entre la detención de los dos militantes y su condena y ejecución.

Obrero, anarquista e italiano emigrado como ellos, íntimo amigo de Vanzetti, fue uno de los primeros compañeros a quienes éste hizo llamar cuando se le detuvo. Contribuyó a crear el Comité de Defensa, en el que actuó incansablemente.

El artículo es obra, pues, de alguien que tiene directo y personal conocimiento de los hechos que narra.

(2) Militante obrero y socialista norteamericano.

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