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RELACIONES ENTRE LA IGLESIA Y EL ESTADO
y otros artículos

Ponciano Arriaga

Selección de Chantal López y Omar Cortés

LA RELIGIÓN Y LAS REFORMAS A LA CONSTITUCIÓN GENERAL



Las reformas de que la Constitución general necesita por los conocidos defectos de que está plagada, son tanto mas indispensables, cuanto que estamos en un tiempo en que todos a su vez hacen esfuerzos por deducir la verdad. En el inmenso campo de las cuestiones que se suscitan para tal objeto, se encuentra la interesante materia de Religion que tanto influjo tiene sobre el bien de la sociedad y que hasta ahora segun la misma Constitución es la católica, apostólica, romana, sin tolerancia de otra alguna. Escritores demasiado juiciosos e instrUidos han escrito largamente reprobando este artículo, que en efecto es imprudente en los términos en que se halla concebido; al reformarlo y bajo la base de la tolerancia religiosa han puesto: Todo hombre tiene derecho de adorar a Dios conforme le dicte su conciencia. Esta reforma nos parece en nuestro concepto demasiado saludable y acertada, pero muy ajena de las circunstancias, estado y gobierno en que nos hallamos.

Estamos, es verdad, porque sea establecida la tolerancia religiosa Y que todos los cultos moderados y honestos puedan ser ejercidos; este derecho se apoya en mil razones tan poderosas que se debilitarian comentandolas, y en mil autoridades de casi todos los hombres ilustrados que autorizan y juzgan conveniente la tolerancia de religiones. Pero es en nuestro humilde modo de pensar muy necesario distinguir la palabra tolerar, de la de aprobar; Montesquieu hace esta juiciosa distincion, y aun para los teologos, dice el mismo, hay mucha diferencia en tolerar y aprobar una religión cuando se tolera, únicamente parece que el legislador disimula y sufre los cultos de otras religiones; y cuando se aprueba, se da un vigor y fuerza desmedida a cada uno de ellos. La reforma, pues, parece que no sólo tolera, sino que aprueba todas las crencias de los hombres y les da facultad para pelear legalmente por la religión que profesen. Si todos ellos han de tener derecho de adorar a Dios segun les dicte su conciencia, y si la ley no dice bajo que términos ni cuales han de ser los objetos de estas adoraciones, se abre franca puerta á la idolatría, y a los cultos bajos y miserables de los Chinos y salvajes, cada cual buscará su Dios que adorar, establecerá su culto religioso, inventará el sistema que más se acomode con su corrupción y con sus vicios, y a la sombra de tan franca ley se cometeran impunemente horrorosos delitos.

Religión hay que autoriza el robo y el estupro; Religión existe que en su culto publico proteje la impudicia y la desvergüenza; y no falta otra que prohiba la navegación, que celebra más fiestas que dias de trabajo y que forma a los hombres holgazanes y vagabundos; todas estas religiones toleradas tan extensamente, darán lugar a que el pueblo se corrompa y entregue a la disolución. La moral de una nación establecida bajo los principios de la razón y de la naturaleza, es uno de los dones más preciosos que pueden disfrutarse, y que no se conserva sino engrandeciendo aquellos mismos principios. ¿Y cómo ellos serán engrandecidos dando campo ancho a tantos establecimientos religiosos que los hombres han inventado conforme a sus apetitos y deseos? ¿Cómo conservar la sana moral autorizando las torpezas y escandalosos desórdenes de las religiones formadas por el capricho y la maldad? ¿Cómo en fin permanecerán incorruptibles las costumbres mexicanas si se facilitan los medios de corromperlas?

No hablemos ya de las creencias porque en ellas, que pueden ser equivocadas o falsas, ningún poder tiene el legislador; cada uno creerá lo que quisiere y en ello obrará su convencimiento y sus preocupaciones; pero en esto de costumbres no puede haber equivocos ni falsedades; la naturaleza nos ha inspirado sus preceptos, y la razón nos ha dictado el modo de cumplirlos. Por lo mismo, es fuera del caso dar derecho a todas las religiones del mundo de establecer sus crasos y erróneos sistemas de costumbres, que mas bien pueden llamarse garantes de la impunidad de los delitos. El ladrón dirá: mi religión permite robar; el estuprador se defenderá con lo mismo y todos los delincuentes, por ese medio, se cubrirán del braso y poder de la justicia.

Que el hombre crea como quiera, en buena hora; que de cultos a su creencia según se halle establecido sin ofensa de las leyes y sanas costumbres, y que la moral de ls mexicanos sea siempre la evangélica que por mil títulos es dulce, suave, recomendable y fundada en la naturaleza, en la razón y en la justicia.

(De El Yunque de la Libertad, San Luis Potosí, Núm. 83, del 6 de febrero de 1834)

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