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RELACIONES ENTRE LA IGLESIA Y EL ESTADO
y otros artículos

Ponciano Arriaga

Selección de Chantal López y Omar Cortés

LA CONDUCTA DE LOS ECLESIÁSTICOS



Hemos tenido el disgusto de observar según lo que nos manifiestan casi todos los periódicos liberales de la República, la depravada conducta con que en diversos puntos se han comportado muchos eclesiásticos, que a la vez están demasiado descontentos por el actual órden de cosas. Es ciertamente muy doloroso y sensible, que hombres destinados por la Providencia a engrandecer las virtudes morales, bajo Un sistema religioso que respira complacencia y dulzura, tomen una parte tan activa en asuntos tan distintos de su profesión. En cada parte de la República, parece que existe un Apostol de la seducción, que a la sombra de una intolerante hipocresia, proclaman los principios más erróneos y absurdos. El Estado de San Luis se halla plagado por casi todos sus ángulos de tales Ecleciásticos, que no merecian ni el nombre de ministros del Altar; en la Capital, hemos visto a muchos frailes no sólo predicando en contra de los caudillos de la Libertad, sino infamandolos públicamente en las conversaciones que suelen tener en los Cementerios con las bienaventuradas, que forman el club del pánico fanático; vimos también a algunos de ellos, concurriendo con notable desvergüenza a muchos parajes donde reside el vicio y el escándalo: dos Agustinos dia por dia asistian a las sociedades del juego, tomaban el naipe y se ponian a tallar, como el mas experto y aventajado en la materia; iban del mismo modo a la plaza de Gallos, y alli alzándose los manguillos, soltaban la pelea como el mejor; sabian tambien consagrar sus sacrificios a Baco, lo mismo que no ignoraban el modo de hacer ofrendas á Venus, y en fin, estaban muy acostumbrados a manejarse como el más veterano pillo; pero los Prelados lo disimulaban todo, y nadie ponia diques al torrente de la seducción y la malicia, que se derramaba por los ojos, y por los corazones de todos los que presenciaban estos hechos. En la Ciudad de Catorce existen dos o tres de la misma, que con sus escandalosas acciones, no sólo corrompen y desmoralizan al pueblo y a la juventud, sino que propagan sus ideas ambiciosas y alarmantes, pues por desgracia, de tiempos muy atrás, han enraizado su perverso influjo en los corazones asi de los incautos, como de los supersticiosos: en Charcas, ya es la costumbre muy general y recibida que los frailes que viven en aquel convento, (excepto uno o dos, cuya moderación y arreglo nos han recomendado) hagan sus visitas a las mujeres más prostituidas del pueblo, y que muchas de ellas con descaro se glorien de vivir ilicitamente con un sacerdote; que éste se esté en un juego embriagandose hasta el amanecer, y que a esa hora vaya a celebrar el respetable y sacrosanto sacrificio de la Misa.

En Matehuala hay un Cura, que jamas por jamás, ni de dia ni de noche, deja un momento la baraja de las manos; el Tribunal de Birjan ha sustituido al de la Penitencia, en él despacha las boletas para Bautismos, Casamientos, entierros etc., y alli mismo tiene la osadía y atrevimiento (según se nos ha informado) de ejercer algunas de las más sagradas prerrogativas de su ministerio. Por este tenor, iriamos recorriendo uno por uno de todos los lugares del Estado, como el de Rio Verde, que por desgracia ha sido distinguido en este particular, pues mueren allí porción de infelices, sin el auxilio saludable de la confesión, nada menos, que por el abandono y desidia de los que están encargados de administrarla; pero tememos nosotros mismos ofender los oidos piadosos de muchos, que juzgarán estos pormenores como mas dignos de sepultarse en el silencio, que de ser publicados en las columnas de un Periodico liberal. Quizá con sólo esta reseña tendremos el placer de palpar alguna enmienda, pues de otro modo el crédito de nuestro Estado nos hara siempre tomar la pluma en contra de unos hombres, que habiendo muerto para el mundo, son más mundanos que otros muchos. Es dolor y muy agudo dolor, no tanto que cometan excesos tan notorios y atentados tan groseros, ellos al fin son hombres dotados de pasiones y tan débiles como los demás; pero ¡los Prelados!; los jefes de la disciplina Ecleciástica que están constituidos para promover todas estas reformas, castigar y corregir estas maldades, ¿por qué no lo hacen? ¿por qué palpando tan claras y manifiestas iniquidades, no toman una providencia que nos deje á salvo de ellas?; ¿no hay Tribunales para jusgarlas, no hay autoridad para conocer de ellas, no hay penas para escarmentarlas? por el honor mismo de nuestra Religión, por los preceptos de el Evangelio, por el orden de la disciplina eclesiástica, por los mandatos canónicos, y por cuantos motivos puedan expresarse, conviene ante todas cosas que los que tienen en sus manos esta autoridad, obren con la energia que debe caracterizarlos.

Esperamos que estas insinuaciones valgan mucho, y que sus efectos nos priven del indispensable dolor de volvernos a ocupar de asunto tan delicado y trasendental.

(De El Yunque de la Libertad, San Luis Potosí, Núm. 19, 14 de febrero de 1833)

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