Índice de Relaciones entre la Iglesia y el Estado y otros artículos de Ponciano ArriagaPresentación de Chantal López y Omar CortésSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

RELACIONES ENTRE LA IGLESIA Y EL ESTADO
y otros artículos

Ponciano Arriaga

Selección de Chantal López y Omar Cortés

LIBERALISMO Y CRISTIANISMO



Los malvados conocen que sus odiosas y perversas miras no pueden realizarse eficazmente sin un ardid grocero que en nuestra Nación más que en otra alguna ha producido ventajas considerables a los tiranos; saben que el fanatismo aliado nato de la ingnorancia ha de hacerles una terrible falta en la ejecución de sus proyectos; advierten, que estando el pueblo mexicano adelantado tan poco en la ilustración y en las bellezas de una religión puramente divina, ha de ser predominado por la superstición, y que esta obrará más enérgicamente que sus demás arterias. Con este fin y amagando la ambición de algunos Eclesiasticos, no faltarán unos de estos que ya por su poca seguridad en descubrir las negras intenciones, otros por engrandecer su interés que sobrepondrán a todo lo demás y otros en fin por su prostitución y malas costumbres se verán comprometidos a ejecutar todo lo que pueda ofrecerles un ministerio sagrado que les fue dado para ensalsar sólo la religión santa de Jesucristo; subirán a las cátedras del Evangelio a preconizar elogios a la aristocracia más descarada; se acercarán los sitios de la confesión a encargar a cada uno de los penitentes que menosprecien la voz del partido de la libertad, y que crea sólo en la buena fé de los tiranos. En las calles, en las plazas, en los parajes más públicos, veremos acaso como tantas veces hemos visto frailes descocados que pisando los preceptos santos y divinos, gritarán como han gritado desvergonzadamente, que los liberales son excomulgados como herejes.

Los ilustrados y sabios eclesiasticos, los sacerdotes verdaderos que saben a fondo las obligaciones de un condecorado instituto, los fieles enviados por Jesucristo a glorificar solo su nombre, y sus mandatos se adherirán al plan salvador de la nación, tomarán parte en sus empresas, harán lo que esté a sus alcances por el bien universal y común; pero jamás por jamás violando los lugares respetables que están destinados a objetos muy distintos, jamás por jamás escandalizando al pueblo, ni levantando tumultos que ocasionen deplorables tracedencias y males de grandes tamaños; jamás por jamás atropellando los mandamientos de la ley divina que encarga sólo la exaltación de la fe más pura, y de las virtudes más brillantes.

La piedad y la religión influyen poderosa y especialmente en la felicidad de un pais; por esta grande importancia el deber más sagrado de un soberano es el de engrandecerlas y purificarlas. La nación que es verdaderamente religiosa y respeta los consejos de la piedad, está fortificada por los muros de la virtud. Es la Religión un vínculo indispensable a todos los hombres, es el origen más directo de su bienestar, es la fuente más pura de sus prosperidades, es la columna que más los defiende de los males, y de las adversidades. Todos los filósofos eran bien recibidos, todos los publicistas más acreditados, y los sabios todos que han honrado al mundo son de común sentir, que sin Religión no puede existir felizmente una sociedad. ¿Quién teniendo luz natural y raciocinio, podrá negar la certeza fisica de una verdad tan eterna y respetable? ¿Quién sin ser un necio ó idiota el más absurdo, podrá contravenir a un principio tan sólido e inconcuso?

Pero no ha de ser esta Religión hija de una piedad ciega que a la vez no produce más que barbarismos y supersticiones; no ha de ser un proyecto de ambición que abrume a los pueblos con el peso de creencias groseras, y los haga prorrumpir como al Ateo en horrendas blasfemias; ha de ser la Religión como lo es la de Cristo, un sistema dulce y arreglado que haga a los hombres trabajar por formarse ideas exactas de la divinidad que debe adorar y conocer por instruirse en sus leyes y preceptos que, como los del Evangelio Cristiano, respiren complacencia y respeto, el más profundo al criador Soberano de las cosas; por honrarle y atestiguar en todas veces, que reconoce al que lo sacó de la nada y le concedió con beneficencia cuanto tiene y puede tener. Una moral en todo acompañada de la virtud, una obediencia constante a los préceptos de la Ley Divina, y una disposición eterna a ejecutar el bien y a aborrecer el mal, deben ser los objetos de una Religión como la de nuestro Divino Maestro.

Los Sacerdotes de ella no deben ser más de unos fieles observantes de sus principios y exactos ejecutores de sus preceptos. Ellos son los que deben enseñarlos, acompañando sus doctrinas con la sana conducta, y buenos ejemplos, sin dar lugar a que por corrupción de unos, padezca el honor de todos los demás. El que traspasa los límites de esta circunferencia por miras particulares e intereses privados, no cumple con los deberes sagrados de su institución, no lleva a efecto los fines santos del Sacerdocio, no corresponde a la confianza con que lo distingue la Iglesia.

Terribles y dolorosos son los estragos que la irregularidad y el desorden de algunos frailes impuros ha hecho en las imaginaciones de un pueblo incauto. Dificil es y muy dificil a un triste ignorante dejar de escuchar con decidida aceptación la voz de un ministro, que según la doctrina, es el más arreglado cristiano. Cualquiera expresión mal o bien dicha por alguno de ellos hace una fuerte y poderosa impresión en la fantasia de sus oyentes que no están capaces de distinguir la perfidia encubierta; y no pueden menos de convenir en que lo han oido es el Evangelio. Pero si ese pueblo que concurre a los templos del Dios Eterno con ansia de instruirse en su verdadera creencia no quiere ya ser burlado por la ambición de un malvado: si desea adelantar en sus intereses religiosos y no ser engañado por las imposturas de un hipócrita; se solicita poner en su verdadero punto de vista las cuestiones que alli deben tratarse; deje a un lado las preocupaciones rancias de la prostituida España; abandone las ideas antiguas de los desgraciados padres que fueron esclavos del rey mas bruto; sepa que en aquellos lugares inviolables y sagrados solo debe ensalsarse el Evangelio y las doctrinas de Cristo; esté entendido que aquel miserable que metiendo su hoz en mies ajena, versare asuntos politicos por miras perversas de su interés, engrandecimiento, o adelantos, es un desgraciado que profana los altares, es un ciego que sin guia segura se conduce al precipicio, es en fin un infeliz que no comprende la esencia del delito que comete.

¿Que importaba en los tiempos pasados para el aumento de la religión cristiana y los progresos de la fe, el que fuese independiente la Nación mexicana, para que se hubiesen desatado tantos indecorosos frailes a predicar contra el grito de nuestra emancipación? Los mexicanos por ser libres, iban a perder el don precioso de la Religión cristiana, para que se abriesen tantas fuentes de superstición e inundasen al pueblo en los errores más notorios y crasos? ¿Era por ventura el proyecto de independencia irreligioso o anticristiano para que sobrasen caudillos, que llevando en una mano el incensario, y en otra el tirano y homicida cuchillo confundiesen la vista de los ignorantes con el primero, para que no viesen a la hora que les cortaban la cabeza con el segundo? Pues yá lo vimos: muchos ministros del altar, por su ambición y por su espíritu de dominar, se convirtieron en asesinos de nuestros hermanos, al paso que los memorables e ilustrados Hidalgo, Morelos y otros, empuñaron el acero de la justicia, sin ofender a la piedad.

Pues qué importa en las presentes circunstancias, para los progresos ó atrasos de la Religión cristiana que triunfe la aristocracia o el liberalismo, para que hayan salido de la oscuridad tantos fanáticos a ensalsar a la primera y denigrar a la segunda? ¿Qué importa al Sistema religioso, la ganancia de los aristocratas o serviles, o las glorias de los federalistas liberales para que frailes ignorantes y escandalozos salgan orgullosos a la palestra a defender a los primeros y hostilizar a los segundos?

¿Podrá ser cierto que éstos intentan destruir la Religión que profesamos, y levantar otra distinta menos sólida y nada divina? ¿Se creerá que los hombres anonadados por naturaleza pretendan deshacer las obras del Dios de los Cielos? Díganlo los hechos y las repetidas experiencias que reciben los lugares, donde son alojados los soldados del Ejército Libertador. Incesantes y repetidisimos son los laureles que recojen por insignias de sus triunfos: muchos y muy honrosos los testimonios que dan al obcecado tirano en todas las ciudades y poblaciones a donde llegan. ¿Y en cuáles de ellas han atropellado las pertenencias religiosas, ni a lo menos intentado hacerlo?

¿En cuál de ellos han cometido alguno siquiera de tantos excesos como se les imputan? ¿Han robado los templos, saqueado las Iglesias, roto los Ornamentos Sacerdotales, quemado sus paramentos, o servídose de sus utencilios? ¿Han ultrajado a los religiosos, mofado a los sacerdotes, o burlado las ceremonias eclesiasticas? ¿Han finalmente tenido la mas leve o remota intervención en tales asuntos que son dignos de veneración y acatamiento? Que hablen, que respondan, ahora ante el tribunal de la verdad los mentecatos partidarios del usurpador; que citen ejemplos, que nos presenten hechos para conducirnos por ellos y no por vanas y locas palabras que se prorrumpen por la irritación de las pasiones.

¿Cómo pues, con qué motivo, o por qué causa se asegura impunemente que son anti-religiosos, los que pugnan por el celestial don de la Libertad? ¿Por qué razón se oyen con gusto los discursos de los impostores y no se escucha la declaración de la experiencia y de los hechos? ¿Con qué justificación se disimulan y toleran las acciones de los fanáticos que por su interés abusan de su divino establecimiento? Bien claro es, que sus acerciones son las más faltas de verdad y calificación y que las producen contra el sentimiento de su conciencia y sentido interior; así lo ha acreditado la serie constante de los hechos, el curso del tiempo, y las operaciones de los libres ciudadanos. Demasiado notorio es al mismo tiempo que el que falta a la verdad no sólo con ánimo e intención decidida de engañar, sino con miras directas de causar daño a determinadas personas, es acreedor justisimamente a un castigo severo, mucho mas, cuando ejecuta esto en lugares dignos y respetables que deben ser ocupados en las materias de revelación y en recomendar el arreglo en las costumbres y sana moral. Luego es clara y patente consecuencia que debe extrañarse y recibirse muy mal en la consideración de los sensatos que no sólo existen sin una pena proporcionada los que no son autores de estas atrocidades, sino que después de cometidas disfrutan de premios y galardones debidos sólo ál mérito verdadero y a la virtud pura y sincera. ¿No es un agravio patente hecho a la justicia esa tolerancia tan intempestiva? ¿No es una ofensa inferida a las luces del siglo, y un mal que gravita insoportablemente sobre el cuello de los Pueblos? ¿O no conocen estos crimenes, juez, sentencia, ni castigo en el universo? ¿No existen ya prelados metódicos y justicieros que sepan juzgar esta clase de maldades? ¡Triste tiempo de desolación y de abandono, tiempo de desórden, de revolución y de desenfreno! De nada sirven los afanes de los buenos ni los empeños de los ilustrados patriotas ni los servicios de inumerables sabios recomendables; si ha de ser aun esgrimida con destreza tan insolente esa espada soberbia de la superstición y del engaño; de nada sirven tantos sacrificios si al fin el objeto de ellos ha de ser burlado por el ciego fanatismo; de nada si la supercheria más necia ha de gritar a la sombra de un disimulo tan funesto, que los patriotas son herejes y anti-religiosos.

(De, El Yunque de la Libertad, San Luis Potosí, Núm. 9 y Núm 10, del 10 y 13 de enero de 1833)

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