Índice de El patriotismo y La Comuna de París y la noción de Estado de Miguel BakuninCAPÍTULO SEXTOCAPÍTULO OCTAVOBiblioteca Virtual Antorcha

CAPÍTULO SÉPTIMO

Ya he dicho que el patriotismo, mientras es instintivo o natural y tiene sus raíces en la vida animal, no es más que una combinación particular de costumbres colectivas, materiales, intelectuales y morales, económicas, políticas y sociales, desarrolladas por la tradición o la Historia en una sociedad humana muy limitada.

Estas costumbres - he añadido - pueden ser buenas o malas; el contenido o el objeto de este sentimiento instintivo no tiene ninguna influencia sobre el grado de su intensidad y, si se admitiera con relación a esto último una diferencia cualquiera, se inclinaría más en favor de las malas costumbres que de las buenas, porque, a causa del origen animal de toda sociedad humana y por efecto de esta gran inercia que ejerce una acción tan poderosa en el mundo intelectual y moral, como en el mundo material, en cada sociedad aún no degenerada que progresa y marcha adelante, las malas costumbres están más profundamente arraigadas que las buenas. Esto nos explica por qué en la suma total de las costumbres colectivas actuales y en los países más civilizados, las nueve décimas partes por lo menos no valen nada.

No os imaginéis que quiero declarar la guerra a las costumbres que tienen generalmente la sociedad y los hombres de dejarse gobernar por la costumbre. En esto, como en muchas cosas, no hacen más que obedecer fatalmente a una ley natural y sería absurdo rebelarse contra las leyes naturales. La acción de la costumbre en la vida natural y moral de los individuos, lo mismo que en las sociedades, es la misma que la de las fuerzas vegetativas en la vida animal; la una y la otra son condiciones de existencia y de realidad; el bien, lo mismo que el mal, para ser una cosa real debe convertirse en costumbre, sea individualmente en el hombre, sea en la sociedad; todos los ejercicios y todos los estudios a que se entregan los hombres, no tienen otro objeto, y las mejores cosas no se arraigan en el hombre hasta el punto de convertirse en segunda naturaleza más que por la fuerza de la costumbre. No se trata, pues, de rebelarse locamente, puesto que es un poder fatal que ninguna inteligencia o voluntad humana podrá distinguir; pero si, iluminados por la razón del siglo y por la idea que nos formamos de la verdadera justicia, queremos seriamente ser hombres, no tenemos más que hacer una cosa: emplear constantemente la fuerza de voluntad, es decir, la costumbre de querer extirpar las malas costumbres, que circunstancias independientes de nosotros mismos han desarrollado en nosotros, y reemplazarlas por otras buenas; para humanizar una sociedad entera, es preciso destruir sin piedad todas las causas, todas las condiciones económicas, políticas y sociales que producen en los individuos la tradición del mal y reemplazarlas por condiciones que tengan por consecuencia necesaria engendrar en esos mismos individuos la práctica y la costumbre del bien.

Desde el punto de vista de la conciencia moderna, de la humanidad y de la justicia que, gracias al desarrollo pasado de la Historia, hemos logrado comprender, el patriotismo es una mala y funesta costumbre, porque es la negación de la igualdad y de la solidaridad humanas.

La cuestión social planteada prácticamente por el mundo obrero de Europa y de América y cuya solución no es posible más que por la abolición de las fronteras de los Estados, tiende necesariamente a destruir esta costumbre tradicional en la conciencia de los trabajadores de todos los países. Yo demostraré más tarde cómo, desde comienzos de este siglo, fue muy quebrantada en la conciencia de la alta burguesía comercial e industrial, por el desarrollo prodigioso e internacional de sus riquezas y de sus intereses económicos; pero es preciso que demuestre primero cómo, mucho antes de esta revolución burguesa, el patriotismo natural instintivo, que, por su naturaleza, no puede ser más que un sentimiento limitado y una costumbre colectiva local, ha sido, desde el principio de la Historia, profundamente modificado, desnaturalizado y disminuido para la formación sucesiva de los Estados políticos.

En efecto, el patriotismo, mientras es un sentimiento natural, es decir, producido por la vida realmente solidaria de una colectividad y está poco debilitado por la reflexión o por efecto de los intereses económicos y políticos, como por el de las abstracciones religiosas, este patriotismo, si no todo, en gran parte animal, únicamente puede abrazar un mundo muy limitado, como una tribu, etc. Al principio de la Historia, como hoy en los pueblos salvajes, no había nación, ni lengua nacional, ni culto nacional; no había más que patria en el sentido político de la palabra. Cada pequeña localidad, cada pueblo, tenía su idioma particular, su dios, su sacerdote, y no era más que una familia multiplicada y extensa que se afirmaba viviendo y que, en guerra con las diferentes tribus existentes, negaba el resto de la humanidad. Tal es el patriotismo natural en su enérgica y sencilla crudeza.

Aun encontraremos restos de este patriotismo en algunos de los países más civilizados de Europa; en Italia, por ejemplo, sobre todo en las provincias meridionales de la península italiana, en donde la configuración del suelo, las montañas y el mar crean barreras entre los valles y los pueblos, que los separa, los aísla y los hace casi extraños los unos a los otros. Proudhon, en su folleto sobre la unidad italiana, ha observado, con mucha razón, que esta unidad no era más que una idea, una pasión burguesa y de ninguna manera popular, a las que las gentes del campo, por lo menos, son hasta ahora en gran parte, extrañas, y añadiré que hasta hostiles, porque esta unidad está en contradicción, por un lado, con su patriotismo local, y, por otro, no le ha aportado nada más que una explotación implacable, la opresión y la ruina.

En Suiza, sobre todo en los cantones primitivos, ¿no vemos con frecuencia el patriotismo local luchar contra el patriotismo cantonal y a éste contra el patriotismo político, nacional, de la confederación republicana?

Para resumir, saco la conclusión de que el patriotismo como sentimiento natural, siendo en esencia y en realidad un sentimiento substancialmente local, es un impedimento serio para la formación de los Estados, y por consecuencia estos últimos, y con ellos la civilización, no pueden establecerse más que destruyendo, si no del todo por lo menos en grado considerable, esta pasión animal.

(Del periódico ginebrino Le Progrès, de julio de 1869).

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