Índice de Manifiesto político y social de la democracia pacífica de Victor ConsiderantAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

5.- Transición en el terreno social y despertar del espíritu público.

En el intervalo, mientras el viento agostador del egoísmo y del escepticismo barre los campos devastados y estériles de donde la humanidad se retira, porque no puede recoger más cosechas fructíferas, el campo de las ideas sociales, laborado silenciosamente en el curso de mucho tiempo por jornaleros ignorados, se siembra, se cubre de vegetación y se torna lugar de cita día a día más frecuentado y activo, de las inteligencias robustas, de los corazones ardientes, de las generaciones nuevas y de quienes, en una palabra, sienten latir vivamente en su seno el amor a la humanidad y que un instinto seguro del destino de los pueblos arrastra hacia las gloriosas rutas del porvenir.

Nuestra época asiste así a la extinción de un culto envejecido y de una idea que cumplió con su misión, agotó sus fórmulas y ofreció lo que contenía de capital; presencia el fin, y el fin miserable, de un movimiento político que dejó sus frutos, conquistó sus glorias y sus triunfos y consumió varias nobles generaciones, pero cuya misión ha concluído. Y como la humanidad no haría alto en la corrupción, ni se detendría en su marcha ascendente, nuestra época presencia además el nacimiento de una fe nueva y los primeros florecimientos de la Idea general y social, cuyos rayos bienhechores reanimarán a los nobles y religiosos sentimientos del alma humana y alumbrarán pronto sobre la tierra las más hermosas, liberales y santas realizaciones.

Los fenómenos de esa magnífica renovación y de ese glorioso renacimiento de la Humanidad fueron presentidos o presagiados, con gran autoridad, por los genios superiores de nuestro siglo, desde De Maistre hasta Fourier, que consideramos como el genio culminante de la humanidad en los tiempos modernos. En la soledad inmensa de sus últimos años, sobre la roca de Santa Elena, el Prometeo de la edad moderna, el último representante del genio de las batallas, Napoleón, meditando sobre el porvenir de los pueblos, vaticinó el destino de la Democracia moderna, la unidad federativa de las razas europeas y, como consecuencia inevitable, el establecimiento definitivo de la armoniosa unidad del mundo.

Pero ¿qué son De Maistre, Fourier, Napoleón y otros espíritus de tal calidad al lado de los profundos políticos que todas las noches redactan artículos de diarios que el país casi ya no lee y de los grandes hombres de estado cuyos discursos parlamentarios vuelven a Francia tan próspera y tan gloriosa?

Sin embargo, la incredulidad social de los viejos romanos de la política no impide de ningún modo a las ideas nuevas invadir y proseguir su curso; y si se quiere un síntoma de por si bastante decisivo, escogido dentro de la misma esfera parlamentaria, sépase lo que sigue: numerosos diputados pasaron los últimos meses de sesiones confesándose recíprocamente que se hallaban al fin de su carrera política -son sus términos-, y que en adelante no podrían encontrar la senda perdida si no es abordando las cuestiones sociales. Para completar tal revelación con un testimonio, que no nos resulta desagradable reproducir, agreguemos que el órgano principal de las ideas sociales, La Falange, cuya continuación bajo un título más accesible al espíritu general es la Democracia pacífica, y que apenas algunos años hace se le consideraba diario de soñadores y de utopistas, era ordinariamente bastante apreciado y citado en la Cámara como el más positivo, práctico y el único casi que trataba en serio y a fondo problemas vitalísimos. Como se ve, efectuóse un cambio en los espíritus.

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