Victor Griffuelhes


El sindicalismo

Primera edición cibernética, enero del 2004

Captura y diseño, Chantal López y Omar Cortés


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Indice

Presentación por Chantal López y Omar Cortés.

I. La cuestión social.

II. Los dos métodos: ¿lucha o conciliación?

III. La organización autónoma de la clase obrera.

IV. Las huelgas.

V. La acción directa.

VI. Conclusiones.












Presentación

El autor, de origen francés, fue una de las sobresalientes personalidades obreras sobre cuya acción fue construyéndose el edificio alternativo del sindicalismo revolucionario.

Sorel, Berth, Lagardelle, Victor Griffuelhes y otros más, concibieron la idea sindicalista revolucionaria, esto es, el denominado, a principios del siglo XX, sindicalismo rojo, de cara al entonces llamado sindicalismo amarillo, o sea sindicalismo reformista.

Griffuelhes, en este ensayo marca claramente la diferencia entre uno y otro concepto de sindicato. El amarillo o reformista se agota en la simple acción economicista de los acuerdos con la patronal, y el rojo, esto es, el revolucionario, cuya misión va mucho más allá de los simples acuerdos con la patronal, es en el que Victor Griffuelhes deposita toda su fe. Un sindicalismo combativo de amplias perspectivas, autónomo, que, a la par que eduque al elemento proletario, constituya una poderosa herramienta tanto de organización como de lucha y preparación de la conciencia obrera para que la clase trabajadora pueda alcanzar su emancipación.

Griffuelhes aborda temas relacionados con la idea misma de sindicato, como lo son el de la huelga y la acción directa; viendo en la primera, además de una herramienta de lucha obrera, una auténtica escuela en donde el proletariado aprende, en la práctica misma, los conceptos y alcances de la organización y la solidaridad; y, en la segunda, la manifestación más clara del nivel de madurez alcanzado por la clase obrera.

Es de esperar que quien se acerque a leer esta edición virtual, extraiga de la misma elementos suficientes que le ayuden a entender la esencia misma del sindicalismo.

Chantal López y Omar Cortés


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El sindicalismo

I. La cuestión social

La situación creada al obrero moderno en la sociedad capitalista es difícil y dolorosa. Para vivir se ve obligado a realizar los más duros trabajos, sin obtener por ello la menor satisfacción. Es el creador de la riqueza social, de la que no goza. Por el contrario, son los hombres que no la crean los únicos que se aprovechan de ella.

En otros términos, esta situación se define así: de un lado, el productor colocado en la imposibilidad de consumir; de otro el no productor, colocado en la posibilidad de consumir bien. El no productor puede, por lo tanto, consumir plenamente, solo porque el productor no puede hacerlo; el privilegio del uno está hecho de la miseria del otro. Más claramente: el no productor -es decir, el patrono, el capitalista- sólo puede prolongar la existencia de sus prerrogativas si mantiene esclavizado al productor, es decir, al obrero.


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II. Los dos métodos: ¿lucha o conciliación?

El obrero, naturalmente, quiere mejorar de situación. Mas, para conseguirlo, necesita agruparse a fin de obtener de su patrono las satisfacciones necesarias. Y como este último no se las concede de grado, el obrero se ve obligado a luchar. Esta lucha del trabajador debe ir dirigida contra el patrono; debe, aumentando el poder del obrero, tender a disminuir el privilegio del patrono. Hay ahí frente a frente dos adversarios irreductibles, que se combatirán hasta el momento en que los choques sucesivos hayan hecho desaparecer la causa de la lucha: la explotación y esclavización de los trabajadores.

Para nosotros, sindicalistas revolucionarios, la lucha se basa, no en sentimientos, sino en intereses y necesidades. Tal es la concepción que nos guía en nuestro movimiento. Estamos separados de los que, como los sindicalistas reformistas, quieren combinar los esfuerzos obreros y los esfuerzos patronales para garantizar ventajas comunes, que no pueden obtenerse sino a costa del consumidor y, por lo tanto, a costa del obrero, que también es consumidor. En nuestro medio social actual, el obrero produce porque necesita consumir; es decir que para poder calmar su hambre y satisfacer sus primeros apetitos, el trabajador tiene que producir.

Los sindicalistas revolucionarios planteamos la cuestión obrera del siguiente modo: luchar contra la clase patronal para obtener de ella, y en desventaja suya, cada vez más mejoras, encaminándonos hacia la supresión de la explotación. Para los sindicalistas reformistas, en contra de los cuales estamos, la cuestión obrera se plantea como sigue: agruparse para establecer una alianza con la clase patronal, que tenga por objeto demostrar la necesidad de que conceda algunas satisfacciones, sin mermar en lo más mínimo el privilegio patronal. ¡Esta última manera de proceder nos lleva muy lejos del fin que nos asignamos!

En efecto, veamos a qué tienden los esfuerzos de estos camaradas. El periódico de los amarillos nos lo enseña.

Hablando de un libro aparecido recientemente, titulado El obrero y prologado por un prudente consejero obrero, el periódico amarillo reproduce pasajes muy sugestivos que, naturalmente, aprueba con calor. He aquí lo que dice esta obra, patrocinada por el ministerio de Comercio:

La carrera de un obrero no se encierra entre las cuatro paredes del taller donde trabaja. Reclama ser un cambio de servicios, requiere buenos procedimientos, oficiosidades, abnegación con su patrono y sus camaradas. Exige de él, corazón, valor, buena voluntad.

Más lejos se lee:

Gustar del gozo allí donde realmente se encuentra, es decir en la dulce filosofía que sabe juzgar suficiente la dicha que se posee, esperando, si es posible, hacerla mayor.

Y luego:

Este librito es un amigo que desea ver a todos los hombres ocupados en el trabajo manual y al país lleno de la actividad de las hachas, de los martillos, de las limas, de los arados, trabajando en paz y prosperidad por la familia, la ciudad, la patria, la humanidad.

Se convendrá en que los comentarios son inútiles. Estos extractos bastan. ¡Ahora se comprenderá por qué los patronos se sienten tranquilos; por qué hay algunos que conceden ligeras mejoras y por qué resulta poco peligroso dar trabajo a obreros organizados! Pues la obra a que nos hemos referido se propone llevar a los jóvenes al sindicato. El periódico amarillo se da perfecta cuenta de que semejante enseñanza no se opone en nada a los intereses patronales, y concluye emitiendo una justa apreciación:

El autor ha sabido reunir en este pequeño volumen las enseñanzas y consejos que hacen de su obra el catecismo del trabajador.

Escuchemos también el final de un discurso del hombre que ha introducido la corrupción en los medios obreros. En Arras, ante el Congreso de higiene social, Millerand, el antiguo ministro de Comercio, terminó con las palabras siguientes:

En un momento en que tantos motivos de discordia nos asaltan, ¿no es hacer una obra buena y meritoria el tratar de fundar en la mejora de las condiciones de la vida humana, por la unión de los corazones y de las conciencias, la paz francesa?

Pero hay más: El Bulletin de I' Office du travail de Diciembre de 1903, resumiendo los trabajos del Consejo Superior del Trabajo, contiene una proposición de los señores Fontaine y Keufer sobre el plazo de despido, que fue adoptado por unanimidad:

Puesto que resulta, tanto de la encuesta hecha por el ministro de Comercio como de las observaciones particulares de cada uno, que el plazo de despido es una costumbre general y tradicional en materia de anulación de contrato de alquiler de servicio o de trabajo de duración indeterminada, se afirma: que esta costumbre se funda en el interés individual recíproco de los contratantes, en el interés colectivo de los grupos profesionales y en el interés general de las industrias y del comercio, y que responde a una necesidad de orden público y de paz social.

He aquí los documentos que nos suministran un instructor, un ministro socialista y una Asamblea que comprende a representantes de grupos obreros. Estos diversos textos tienden al mismo objeto: conciliar y unir elementos contrarios. La negación del derecho obrero es su resultado lógico.

A este trabajo en común y a esta alianza, oponemos nosotros la lucha, quizás menos ventajosa, y que desde luego ofrece menos provecho. A ese contacto permanente y regular, oponemos nosotros una agrupación autónoma. Damos, en una palabra, a la organización, el carácter provocado, no por nosotros, sino por las condiciones que el régimen capitalista impone a los trabajadores.

Estas condiciones, dictadas por la clase patronal, tienen el apoyo del Poder, que es su representante. Ahí están los hechos mostrando que el Estado favorece a los explotadores. Y como los hechos son indiscutibles y conocidos, basta con afirmar el carácter independiente que queremos dar a la acción obrera. Separado de la clase patronal y contra ella, fuera del gobierno y contra él, el movimiento sindical debe actuar y desarrollarse libremente.


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III. La organización autónoma de la clase obrera

La intensificación del movimiento debía forzosamente provocar combinaciones y maniobras encaminadas a la atenuación de nuestra acción revolucionaria.

Los conflictos, al hacerse más numerosos y al producirse fuera de toda consideración patronal y gubernamental, han dado origen a un montón de proyectos que, con una apariencia liberal, son inútiles o peligrosos. Para disminuir el número de conflictos y atenuar su carácter, se querría instituir toda una reglamentación complicada y de difícil manejo. Con ella, las huelgas regularizadas, de un mecanismo lento, perderían primero su crudeza, para desaparecer más tarde. Existe la esperanza de sacar de un organismo social lleno de irregularidades, de incoherencias y de choques, manifestaciones que se desenvuelvan conforme a un cuadro estrecho y definido. Se tiene la ilusión de modelar los hechos que perjudican al obrero, haciéndoles pasar a través de formalidades de procedimiento, para que resulten soportables al trabajador, en beneficio de la paz social.

Los que razonan de esta suerte dan pruebas de una profunda ignorancia de las cuestiones obreras. La vida del trabajador, imagen de la vida del taller, es demasiado compleja y diversa para prestarse a una reglamentación arbitraria. Los sufrimientos, como las penas, no pueden medirse hasta el punto de hacerlos menos agudos bajo un montón de complicaciones, sacadas de las formas parlamentarias.

La burguesía impone su voluntad y sus caprichos por la fuerza y por la fuerza mantiene su explotación. El mundo social descansa únicamente en la fuerza, vive de la fuerza y lleva la fuerza en sí mismo. Necesita, por lo tanto, crear la fuerza y obligar a los que esclaviza a utilizar la fuerza. La autoridad patronal se basa en la violencia, y sólo la fuerza puede suprimirla. Y no porque la fuerza sea cosa agradable, sino porque está impuesta por las condiciones que presiden la lucha obrera.

En apoyo de esto, citaré la opinión de un miembro del Instituto. Para justificar el movimiento amarillo escribe:

Basta con señalar, que ante el número creciente y el carácter cada vez más agudo de las huelgas, la inmensa mayoría de las gentes sensatas ve con placer constituirse los elementos de un partido obrero moderador. Al mismo tiempo, todo el mundo reconoce que la cuestión social, puesta un poco violentamente sobre el tapete, se impone a la atención pública, y que, por el momento, prevalece sobre todas las demás. Ya no es posible ignorarla ni evitarla, como se ha hecho tanto tiempo.

Jaurés escribía con motivo de los incidentes de Cluses, después de haber tratado de mostrar la necesidad de la reglamentación para crear la vida mecánica:

Conviene instituir mediante la ley, un sistema de garantías, sin el cual la lucha de clases, en vez de resolverse en armonía socialista por una serie de transaciones, se exasperará hasta el delirio del crimen patronal, como en Cluses, o hasta sangrientas represalias obreras.

El artículo que contiene estas líneas, despojado de la fraseología simplista y de los sueños que expone, afirma la necesidad de la fuerza. Sin duda la reglamentación indicada tiende a evitar, según el autor, su empleo; pero como todo se opone a esa reglamentación, la afirmación queda en pie.

Mas esta fuerza que hallamos en la organización de lucha, debe manifestarse bajo el impulso de los interesados. A los obreros corresponde dirigir su propia acción, puesto que tiene por fin defender y salvaguardar sus intereses. Sobre este punto, también nos diferenciamos de nuestros contradictores. Decimos que como la organización es provocada por la situación miserable del trabajador y no debe comprender más que a asalariados, debe ser manejada sólo por los obreros para fines específicamente obreros. Toda consideración ajena a estos fines, debe sernos extraña; en una palabra, la cuestión obrera debe prevalecer sobre todas las demás. Para ello, los militantes no subordinarán nunca la acción obrera a las fuerzas sociales que se agitan en torno. Y este resultado sólo puede alcanzarse si la clase obrera constituye un organismo formado por ella y cuya única misión consista en luchar por sus intereses. Este organismo, a nuestro juicio, debe escapar de toda influencia extraña, tanto emanando de los poseedores como del Poder; debe comprender las instituciones y servicios que responden a cada una de las necesidades del trabajador; debe bastarse, para no tener necesidad de tomar sino de los elementos que comprende, la fuerza para actuar e imponerse.

Esta idea no es sólo nuestra. Otros la comparten. Lagardelle escribía en 1902, en Páginas libres:

EI socialismo de Estado tiende, en cambio, a extender el dominio de las instituciones administrativas existentes, a ensanchar el campo de acción del mecanismo de la sociedad presente, y no a sustituir ésta por organismos nuevos, de formación puramente obrera.

Desde este punto de vista, el ministerialismo falsea el espíritu de las masas. Desplaza el centro de gravedad de su acción; quita al proletariado toda confianza en sí mismo, le hace esperar todo de la acción providencial del Estado, y le interesa sólo en la permanencia o caída del personal gubernamental. Así como el socialismo revolucionario es una doctrina de combate y energía que nada espera sino de los esfuerzos conscientes del proletariado mismo, el socialismo de Estado es un principio de abandono y debilidad, que confía en realizar gracias a la intervención externa del poder lo que la acción personal no puede alcanzar. El primero debe desarrollarse en países de grande y potente vida industrial; el segundo es el producto de naciones en decadencia económica, de pueblos anémicos y envejecidos.

El lema de todos los socialistas preocupados de mantener intangible la virtud revolucionaria de las instituciones autónomas del proletariado, sigue siendo la vieja frase de la Internacional: La emancipación de los trabajadores debe ser obra de los trabajadores mismos.

Louche, mecánico, escribe en la Voz del Pueblo, sobre la actitud de los gubernamentales frente al proyecto de ley relativo a los retiros obreros:

Los sindicatos rechazan lejos de sí a todos los elementos disolventes y continuarán su camino hacia adelante, sin preocupaciones políticas ni gubernamentales de ninguna especie.

Es esta necesidad de autonomía e independencia la que nos hace rechazar todas las instituciones que los Gobiernos han creado, porque tienen un fin sospechoso. Estas instituciones desplazan nuestra acción colocándola bajo la tutela del Poder. Con ellas, la organización obrera se convertiría en un organismo del Estado, mientras que nosotros queremos crear frente al Estado burgués una organización llamada a luchar contra él y contra las fuerzas que representa.


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IV. Las huelgas

Durante mucho tiempo, en los medios obreros, se ha tenido a las huelgas por nefastas. Esta no es nuestra opinión. Para nosotros, las huelgas son necesarias. Primero, porque forman a los trabajadores y los disponen para la lucha, porque habitúan a la clase obrera a la acción y a la defensa de sus intereses. Además, las huelgas dan resultados, relativos sin duda, pero que no por eso son menos reales.

Hablando de las huelgas en Alemania, L'Humanité refería recientemente que en el año 1903 los Sindicatos alemanes han gastado en socorros para huelgas 5,600,000 francos; pero dicho periódico olvida lo esencial al no darnos el número de los resultados obtenidos en ese país. La importancia de los socorros distribuídos no puede disimular la falta de resultados. La huelga no tiene por objeto semejante distribución de socorros, sino conceder mejoras a los obreros.

En Francia, los socorros repartidos son mucho menos elevados, y no obstante, los resultados son superiores a los obtenidos en Alemania. La prueba de ello nos la suministra Le Temps, periódico poco sospechoso de simpatía hacia nosotros.

Los obreros ingleses triunfan en sus huelgas, por término medio en un 31 por 100 de los casos, y un 21 por 100 terminan en transacciones; los alemanes, obtienen un 22 por 100 de éxitos y un 32 por 100 de transacciones; los austriacos consiguen un 19 por 100 de victorias y un 30 por 100 de transacciones; los belgas ganan ocho huelgas de 76; nosotros obtenemos, por término medio, un 25 por 100 de éxitos y un 30 por 100 de transacciones.

Así, pues, Francia está después de Inglaterra y antes de Alemania. ¡Es inútil hacer lucir los millones distribuídos!

La estadística de las huelgas dada por la Oficina del Trabajo francesa, registra, de 1890 a 1901, un total de 5.625 huelgas, clasificadas de este modo:

1.330 triunfos.

1.867 transacciones.

2.428 fracasos.

De estas 5.625 huelgas, ha habido, por consiguiente, como fracasos completos, menos de la mitad de los conflictos, o sea: 2.428 desfavorables a los obreros, contra 3.197 favorables -porque una transacción proporciona, sin disputa, ventajas a los trabajadores.

Si consideramos las ganancias y pérdidas de salarios, hallamos -según Fontaine- que en huelgas y conciliaciones, basándose en que el año 1895 puede ser tenido por un año de tipo medio de huelgas, ha establecido un cálculo, fundamentado en 300 días de trabajo, de las ganancias y pérdidas de salarios a consecuencia de las huelgas, las siguientes cifras:

En caso de triunfo. Pérdida de salarios (en Francia) 120.000. Ganancia (en Francia) 700.000

En caso de transacción. Pérdida de salarios (en Francia) 600.000. Ganancia (en Francia): 1.300.000

En caso de fracaso completo: Pérdida de salarios (en Francia) 600.000

Lo que nos da un total de 1 520 000 en pérdida de salarios, y 2 000 000 en ganancia.

He aquí unas cifras que muestran que en Francia la lucha da resultados, a pesar de la penuria de las cajas sindicales. ¡Y es que el dinero no basta para alcanzar el triunfo! es preciso el espíritu de lucha que se desarrolla en nuestro país y que falta casi totalmente en el extranjero.

Decimos que el dinero no basta, porque estas cifras nos lo prueban y, además, porque sabemos de huelgas que han sido derrotas obreras, a pesar de que durante ellas se haya dado a cada obrero un socorro de tres a cuatro francos por día.

Como puede verse, a pesar de los defectos que nos son propios, sabemos luchar. Otra prueba de ello la suministra el crecimiento del movimiento sindical, suscitado por los conflictos y la propaganda; por eso estimamos necesarias las huelgas.

Esta necesidad nos impele, además, a hacer la propaganda antimilitarista, que se impone, no sólo porque somos los negadores de la patria, sino porque el soldado tiene por misión defender al patrono contra el obrero. Hacer antimilitaristas a los jóvenes, es ganarnos la simpatía de las bayonetas de mañana.

El crecimiento de que acabamos de hablar, se comprueba también por la entrada en línea de nuevas corporaciones. Los panaderos, cafeteros, todos los obreros de la alimentación, en una palabra, y los campesinos, refractarios hasta hoy a la organización, se agitan y han sabido por su energía imponerse a la opinión pública y a sus patronos. Esto es un indicio nuevo del desarrollo de la lucha obrera.

Tal desenvolvimiento de la lucha exige ser acelerado por nosotros, y lo conseguimos oponiéndonos a toda reforma que no tenga por resultado aumentar la potencia de acción obrera. Toda reforma que tiende a disminuir el espíritu de lucha, es combatida por nosotros.

Y al querer establecer una selección entre las reformas que pueden ser ofrecidas a los trabajadores, no nos mostramos en modo alguno partidarios del todo o nada, como se pretende. Hay modificaciones al estado de cosas existente que sólo rechazamos, porque, dada su insuficiencia, son un engaña bobos, y una farsa. En esto, somos menos exigentes que los que querían hacernos pasar por partidarios del todo o nada. Los obreros de las manufacturas de tabaco, por ejemplo, que reclaman un retiro de 720 francos por año para los hombres y de 530 para las mujeres a los cincuenta años de edad nos reprochan el ser partldarios del todo o nada, porque no nos contentamos con una promesa de retiro de 360 francos por año, después de treinta años de trabajo. Los trabajadores de la ciudad de París reclaman un retiro igual a la mitad del salario (lo que da un mínimo de 900 francos para llegar hasta 1.200 y más), después de veinticinco años de servicio, contando los servicios militar y administrativo.

Si estos camaradas, que se llaman nuestros contradictores, son lógicos cuando piden retiros como los mencionados, ¿por qué vamos a ser nosotros partidarios del todo o nada? ¿Porque no nos satisface el retiro prometido de 360 francos?

¡También conocemos algún militante que afirma que la jornada de ocho horas es legítima para los obreros del Estado, mientras que para los de la industria, basta con la jornada de diez horas!

Se convendrá en que ser tratados de partidarios del todo o nada por los camaradas que formulan los puntos precitados, es sobremanera raro, y que su acusación, lanzada con tanto furor y levantada sobre nuestras cabezas como un anatema, pierde mucho de su fundamento y se volvería, si semejante crítica fuese justificada, contra sus propios autores.


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V. La acción directa

Es esta una palabra que suscita muchas discusiones. Se han complacido en dar de ella una definición falaz y ha sido agitada como un espantajo. La acción directa ha sufrido, en boca de nuestros contradictores, una deformación exagerada, que conviene remediar. En efecto, corresponde definir esta palabra a los primeros que la han lanzado.

Acción directa quiere decir acción de los obreros mismos, es decir, acción directamente ejercida por los interesados. Es el trabajador mismo quien realiza su esfuerzo, y lo ejerce personalmente sobre los Poderes que le dominan, para obtener de ellos las ventajas reclamadas. Por la acción directa, el obrero crea su lucha y la dirige, decidido a no encargar a otro que a sí mismo el cuidado de emanciparle.

Mas como las definiciones teóricas no bastan para mostrar lo que nosotros entendemos por acción directa, citaremos como ejemplo la agitación promovida en Francia para libertar al capitán Dreyfus. Si se hubiese esperado esta liberación únicamente de la legalidad, puede asegurarse que nunca habría sido un hecho. Se conquistó a la opinión pública y se la dispuso en un estado de ánimo favorable a la causa del forzado, gracias a la agitación, a la campaña de la Prensa, a los mítines, reuniones, manifestaciones, demostraciones callejeras que, en algunas ocasiones, originaron víctimas. Fue la multitud amotinada la que hizo presión sobre los poderes constituídos, y el complejo organismo judicial, puesto en movimiento, devolvió al capitán la libertad. Todo el mundo tiene demasiado presente en el espíritu este período de agitación para que necesitemos pararnos en él.

A consecuencia también de una agitación menos intensa, pero de idéntico carácter, los Poderes públicos atacaron al derecho de propiedad de los agentes de colocación, permitiendo la supresión del privilegio de que gozaban.

La actitud del Senado frente a la extensión de la jurisdicción arbitral a todas las categorías de asalariados muestra también el valor de la acción directa. Recordemos este hecho, demasiado poco citado.

En Julio de 1903, las organizaciones de los Empleados diseminaban por todo París un llamamiento a la corporación, que decía:

¡Tened confianza!

¡Los empleados piden jueces! La Cámara se ha inspirado en sus deseos; ha adoptado, casi por unanimidad, un proyecto de ley que concede a los empleados la jurisdicción de árbitros.

Este proyecto está actualmente en el Senado. El ministro de Comercio lo ha defendido en un discurso documentado ...

Es imposible que tal lenguaje no sea aprobado por el Senado republicano.

¡Tened confianza!

Renunciad a manifestaciones intempestivas, que serían aprovechadas por los partidos de reacción y comprometerían nuestra causa. Con nuestra prudencia, debemos apelar a la prudencia del Senado.

A este lenguaje tan prudente, tan ... republicano, respondió el Senado con un acto democrático y ... republicano. A finales de Octubre, negaba el derecho a formar parte de los tribunales arbitrales a estos asalariados. Y esta negativa se hacía en el momento en que la Cámara votaba la supresión de las agencias de colocación. Sin embargo, conviene repetirlo, semejante supresión constituía un atentado, anodino sin duda, contra la propiedad, y la cuestión arbitral no era más que una extensión de una jurisdicción establecida.

Tres meses después, el Senado repetía su negativa, por una mayoría de votos mucho mayor que la primera vez. Ante tal obstinación, los empleados lanzaron el manifiesto siguiente:

Al negar a los empleados del comercio y la industria la jurisdicción de árbitros, el Senado ha perdido la confianza que el proletariado de las oficinas y almacenes había depositado en su espíritu republicano. Protestar contra su voto reaccionario se nos impone como un deber.

Pero la protesta, que todas vuestras organizaciones corporativas deben hacer, sería vana, si no fuese seguida de una acción enérgica.

A esta acción debéis invitar a nuestros camaradas obreros para un esfuerzo solidario. No son sólo nuestros derechos los que han sido desconocidos; son también sus derechos los amenazados por los ataques de que ha sido objeto, por parte de los retrógrados del Luxemburgo, la institución misma del arbitraje.

Se han atrevido a invocar contra nosotros y contra todos los trabajadores los principios de la Revolución. ¡Qué audacia y qué impudicia! ¿Creen, pues, que habéis olvidado la historia de las luchas sostenidas en defensa de nuestros derechos? ¿Y quién, entonces, si no han sido los hombres de 1789 y 1793, ha proclamado más enérgicamente el derecho de los ciudadanos a ser juzgados por sus pares, el principio de la elección de los magistrados?

La Federación Nacional de empleados os invita a una enérgica campaña de protesta y acción. El triunfo es posible: depende de vuestra resolución y de vuestra tenacidad. La violencia sería peligrosa para nuestra causa, pero la inacción y el silencio serían mortales. Por todos los medios que estén a vuestro alcance y en todos los terrenos de propaganda, manifestad vuestra voluntad, afirmad vuestro derecho.

Empleados del comercio y la industria:

Al negaros la jurisdicción de árbitros el Senado ha cometido contra vosotros un acto de injusticia. Vuestra Federación Nacional no se dejará desalentar por ningún obstáculo, desarmar por ninguna habilidad. Fuerte por vuestro apoyo, no dejará de combatir hasta que os haya sido asegurada la justicia por la victoria completa de vuestras reivindicaciones.

Hay diferencia entre los dos manifiestos. El segundo declara la acción enérgica indispensable y eso es lo que significa acción directa.

Para acabar, he aquí un comentario a la reproducción de un pasaje de Sembat en el Parlamento sobre la acción directa, de la cual hizo un somero examen; el comentario es de Pouget:

Pues bien, sí. Eso es la acción directa ... Es una manifestación de la conciencia y voluntad obreras; puede tener manifestaciones benévolas y muy pacíficas, como también ímpetus vigorosos y violentos ... Esto depende de las circunstancias.

Pero, en uno como en otro caso, es acción revolucionaria, porque no se preocupa de la legalidad burguesa y porque tiende a obtener mejoras que realicen una disminución de los privilegios burgueses.


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VI. Conclusiones

La acción obrera no es, pues, para nosotros más que una manifestación continua de nuestros esfuerzos. Decimos que la lucha debe ser cotidiana y que su ejercicio pertenece a los interesados. Tenemos, por consiguiente, ante nuestros ojos, una práctica diaria, que va creciendo por momentos, hasta el instante en que, habiendo alcanzado un grado de potencia superior, se transforme en una conflagración que denominamos huelga general, y que será la revolución social.


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