Indice de Frente al enemigo de Enrique Flores Magón ¡Viva Tierra y Libertad! Himno revolucionario Tu reino concluyo. Canción revolucionariaBiblioteca Virtual Antorcha

FRENTE AL ENEMIGO

ENRIQUE FLORES MAGÓN

Recopilación de Chantal López y Omar Cortés

LOS HUÉRFANOS



I

La pequeñuela preguntaba a su joven madre donde estaba papá y cuando vendría papá, sin saber, ¡ay!, que papá no estaba ahí ni volvería más, porque las ruines pasiones de los mismos que debieran haber velado por el bienestar de esa inocente criatura de cuatro años, la habían criminalmente arrancado de su padre, junto con su tierno hermanito y la joven madre.

Debido al brutal mandato de un padre autoritario, y a la obediencia pasiva de una hija débil, ésta abandonó injustamente al compañero que la amó tanto, y la pequeña niña, con su hermanito, quedaron huérfanos de padre, aunque éste vivía aún, los amaba entrañablemente, y ansiara tanto tenerlos a su lado.

II

La infancia de aquellas criaturas pasó como pasa la de todos los desventurados niños sin padre en medio de una sociedad timorata y egoísta: crecieron en el abandono, a la mitad del arroyo, casi despreciados y mal queridos por todo el mundo, hasta por los criminales causantes de su orfandad, en su odio al padre ausente porque no se prestó a enjuagues sucios.

Se desarrollaron como las plantas salvajes; sin cultivo, sin los cuidados solícitos y expertos de ese jardinero insustituible bajo aquel sistema social burgués: un padre consciente.

III

La niñez y la adolescencia pasaron. La pequeña niña convirtióse en una atractiva jovencita, perseguida por los jóvenes calaveras, producto insano de la época, y aún por ciertos libertinos de entrada edad que se mal llamaban a si mismos anarquistas, pretendiendo justificar con ese bello nombre su asquerosa práctica de lo que denominaban amor libre: amor bestial de Priapos que ni la tierna niñez respetaba, pero que en su cinismo inmenso describían aquellos faunos como amor puro, puro como la gota de rocío en la hoja de la flor.

Y la pequeña crisálida, aún no transformada bien en mariposa, cayó. Sus tiernas alitas se quemaron en el incendio voraz de la concupiscencia de los faunos anarquizantes. La agraciada joven, educada inconscientemente, casi a la mitad del arroyo, y, por lo tanto, desconocedora de las escabrocidades de la vida en una sociedad cruel y mal organizada, se dió a los impulsos de su naturaleza despertada prematuramente por la lascivia de un sátiro oficiante de ese mal llamado amor libre, y fue a aumentar el montón de los cadáveres de niñas sifilíticas que arrojan por millares las planchas de los anfiteatros, después que el macho cabrio, una vez saciados sus apetitos, la hubiera abandonado, indefensa por su inexperiencia, a los rigores de la maldita sociedad burguesa, mojigata y egoísta.

IV

El nino adolescente, ya en el umbral de la pubertad, tuvo la fortuna de tropezar con un verdadero anarquista, viejo amigo de su padre, del padre injustamente abandonado, y de él aprendió las bellas ideas igualitarias. De él aprendió a pensar como su padre pensara; aquel padre al que jamás había amado porque no lo conociera, y a quien entonces aprendió a amar intensamente, y por cuyas desgracias sintió infinitas amarguras en su corazoncito de joven rebelde.

Comprendió también, entonces, cómo había muerto su hermanita, víctima del amor puro, puro como la gota del rocío en la hoja de la flor, de los falsos anarquistas. Y sintió asco y desprecio por esos viles ordeñadores de la anarquía.

Comprendió también el bestial autoritarismo de su abuelo, otro anarquizante y sintió también asco, desprecio y horror del criminal que lo dejara huérfano.

Y, por último, también comprendió la injusticia de su madre al abandonar al que le diera el ser, y así mismo comprendió la inaudita debilidad de ella al acatar, sin rebelarse al mandato inicuo del viejo anarquizante de que abandonara a su compañero, al padre de sus entonces tiernos hijos, cuyo abandono ocasionó su desventurada infancia y el trágico fin de su infortunada hermanita. Comprendió todo; y sintiendo vergüenza de su madre que jamás supo reparar su falta, huyó.

Huyó, con el corazón preñado de asco y de desprecio, y con el rostro ardiendo de vergüenza. Huyó.

V

Aún se oía a lo lejos el traqueteo de los fusiles libertarios mexicanos batiendo al capital, al clero y la autoridad en sus últimas trincheras en las vastas campiñas mexicanas.

Aún se oía el ronco retumbar de los cañones rodando lentamente de una colina a otra, de cerro en cerro y de montaña en montaña, en la rica región de los aztecas.

Los clarines tocaban a degüello.

Y en medio del estruendo del conflicto armado, se destacaba la estentórea voz de los rebeldes que en son de desafío y de triunfo gritaban: ¡Viva Tierra y Libertad!

VI

Ahí se peleaba por destruir la imbécil y cruel sociedad burguesa y establecer una justa y libre, donde no hubiera más niños huérfanos casi despreciados y mal queridos por todo el mundo, creciendo en el abandono aunque el padre viviese y deseara tenerlos a su lado; donde todos los grandes fuesen padres amorosos de los chicos, y todos un solícito y experto jardinero que celosamente cultivase las tiernas plantas; donde ya no hubiera famosos sacerdotes del amor puro, puro, que prostituyesen niñas prematuramente; donde las queridas hermanitas de los demás, educadas racionalmente, no por ordeñadores de la anarquía, sino por verdaderos anarquistas, alcanzaran su desarrollo completo y concientemente buscasen la satisfacción de sus necesidades cuando su naturaleza lo demandase; donde el padre autoritario y brutal ya no existiera y cediese su lugar al hombre conciente que comprende y practica el grande respeto que el padre debe a los hijos, puesto que los forza a nacer sin el consentimiento de ellos; donde la hija cargada de tierna progenie y alejada por circunstancias inevitables del apoyo de su compañero, no se viera forzada por cuestiones económicas a acatar servilmente con vergonzosa debilidad, las órdenes autocráticas de un padre inconciente y anarquero; y donde, en fin, todos fueran libres política, social y económicamente, siendo todo de todos, y siendo, por lo tanto, todos felices, con el sagrado derecho a vivir asegurado, y pudiendo todos disfrutar de los goces de la vida.

VII

Atardecta. El eco del fragor del combate había muerto ya en las lejanas cerranías que, majestuosas, erguíanse en lontananza.

En el hospital rebelde, un joven, casi un adolescente, agonizaba. De su pecho generoso corrían hilos rojizos.

El pequeño huérfano abrió los ojos, sonrió a las caras amigas de proletarios que le rodeaban, estrechó por última vez las callosas manos fraternales que le recogieran del campo de batalla, y haciendo un último y supremo esfuerzo, con su voz clara de tenor elevó al espacio su poster deseo, expresado en el himno revolucionario ¡Tierra y Libertad!, cantando la última cuarteta.

Y al llamar del clarIn a la guerra,
Con arrojo al combate marchad
A tomar para siempre la tierra
Y también a ganar libertad.

(De Regeneración, del 28 de febrero de 1914, N° 178).
Indice de Frente al enemigo de Enrique Flores Magón ¡Viva Tierra y Libertad! Himno revolucionario Tu reino concluyo. Canción revolucionariaBiblioteca Virtual Antorcha