Índice de La casa sin puertas. Actas y documentos del primer Congreso de la Federación Anarquista de México de Chantal López y Omar CortésDocumento anteriorSguiente documentoBiblioteca Virtual Antorcha

Documento Nº 5.

¿Son convenientes las alianzas con las organizaciones obreras reformistas y con los partidos políticos?

Nos dicen repetidas veces que la situación actual del mundo exige establecer pactos y alianzas con las organizaciones obreras, y hasta con los partidos políticos. Esta invitación a la colaboración circunstancial parte a menudo de comunistas y de socialistas que quieren únicamente cambiar al gobierno, el dictador de la hora, al Rey o al presidente de la República, por otro que satisfaga sus ambiciones de poder y de dinero que al poco tiempo resulta, incluso, más despótico que los anteriores gobernantes.

No es de esperar que los antianarquistas acepten compromisos para hacer la revolución social. Además, no podrían comprometerse a ello, porque sus representantes han sido educados para ser dirigidos y no para defender por sí mismos sus derechos sociales.

Por otra parte, ninguna revolución de carácter social se ha debido a pactos ni a alianzas entre comités sindicales y jefes políticos. Las primeras manifestaciones y acciones revolucionarias de los trabajadores han sido siempre hijas resueltas de sus instintos de libertad y de conciencia social. El peligro común une las voluntades, mantiene el contacto de codos entre los explotados y tiranizados de ayer, la solidaridad de sus esfuerzos. Estos se esterilizan cuando se va agrandando el número de aquellos que vuelven a dar oídos a sus antiguos jefes y se someten a sus órdenes. Las revoluciones pierden entonces su norte y sus energías impulsoras más valiosas: las fuerzas morales, la espontaneidad, las iniciativas de todos los trabajadores y los sentimientos de libertad que iluminaban sus conciencias y los estimulaban a proseguir, sin muletas, hacia la conquista de la libertad y del bienestar, de sus derechos a vivir sin restricciones económicas, culturales y sociales.

Los anarquistas queremos la unidad con los explotados y tiranizados para acabar, precisamente, con la explotación y la dominación del hombre por el hombre. Pero los pactos y alianzas que ofrecen líderes llamados obreros, o jefes políticos de izquierda, no son para liberarnos a todos, absolutamente a todos del yugo capitalista estatal, sino para uncirnos a otros más nuevos que nos sujeten más sólidamente.

Si campesinos y obreros industriales, si todos los proletarios no están todavía unidos para librarse de los yugos religiosos y políticos, es porque el mayor número han sido y son educados en sentido religioso y político. Por el hecho de que los sindicatos católicos, apostólicos y romanos; los republicanos, los comunistas y los socialistas representen a obreros, no vamos a unirnos a los mismos ni con pactos circunstanciales que reducirían siempre nuestro potencial revolucionario. Por mucho que consideremos equivocado al obrero católico, al republicano, al comunista o al socialista, creen ellos tener la razón, y siempre nos estrellaremos ante el espíritu de obediencia ciega a sus ministros y jefes. Suscribir un pacto con ellos significaría, para el obrero anarquista, comprometerse a no atacar sus mitos y las causas del malestar social: la religión, la propiedad privada y el Estado. ¡El respeto a las ideas de los pactantes, ha de ser el espíritu de todo pacto revolucionario, y de la alianza entre sindicales obreras! Proclaman líderes y jefes políticos. Esta condición contrarrevolucionaria nos impediría accionar contra las ideas de aborregamiento de los trabajadores, ya que mantienen que hay que obedecer a los ministros de Dios y del Estado. Sería una traición a los intereses de la revolución social que los anarquistas no podemos perpetrar.

Revolucionariamente hablando nada tiene de práctico unirse a semejantes con ideas opuestas, y que consideran mejor seguir la ruta reformista de la colaboración política, de esperarlo todo del líder, del Secretario de sindicato y del político, para nunca poder conquistar la libertad que anhelan.

A ningún individuo, grupo de individuos ni pueblo queremos imponer nuestras concepciones económicas, sociales y pedagógicas; pero como tampoco queremos que otros nos impongan las suyas, reclamamos el derecho a propagarlas y practicarlas. Este sería un pacto de honradez y de respeto a las ideas opuestas. Pero cuando los anarquistas tratamos de practicar nuestras concepciones en alguna región del globo terráqueo en donde conseguimos una influencia mayoritaria, los estatistas o políticos más o menos izquierdistas, que nos hablan de pactos, etc., vuelcan contra nosotros todas sus intrigas políticas y todas sus fuerzas armadas para ahogar en sangre proletaria el intento emancipador. Y es que la autoridad sólo puede fabricar autoridad y no libertad.

Somos idealistas prácticos, los más prácticos porque sabemos que toda unión, pacto o alianza entre proletarios será estéril en tanto no los convenzamos previamente que la salud social se halla en el campo antipolítico. Por eso somos partidarios del todo o nada, del todo que muchos aun no conocen ni entienden: del todo antiautoritario, de todas nuestras fuerzas para impulsar el progreso social con el fin de acercarnos más y más al todo de la vida armónica, libre y bella entre los seres humanos.

Del cultivo de las mentes y de los corazones en sentido religioso, político o anarquista, nacen y se desarrollan ideas y prácticas de organización de la vida entre los humanos muy contrarias. Sabiéndolo consideramos tarea primordial combatir los prejuicios religiosos y políticos. Esta actividad es la práctica, y lo demás es ser, sencillamente, plagiadores de ideas políticas, renovándolas en el peor sentido y el más perjudicial a los intereses de la revolución social.

Compadezcámonos de las pobres gentes que, agotadas, están sin fuerzas para trabajar por el todo, con escasas energías que consumen en actividades pobres que no pueden conquistar ni migajas de bienestar. Las clases privilegiadas y despóticas sólo ceden al empuje varonil, de hombría de los revolucionarios que queremos todo el bien económico y social para todos. Lo poco que se va alcanzando de libertad es merced a la lucha por el todo y no por la parte.

Los anarquistas somos, pues, los trabajadores sociales más prácticos, los revolucionarios que conseguiremos acercarnos a la meta de las más bellas y nobles aspiraciones humanas, porque no desperdiciamos energías en actuaciones que nos aparten, ni circunstancialmente siquiera, de los fines que perseguimos. Sabemos que todo instante que dejemos de trabajar en sentido netamente anarquista, abandonamos la obra de libertad y bienestar que ha de perfeccionarse cada día más. Y la amamos demasiado para dar oídos a los equivocados, a los impotentes, a los ineptos y a los que odian que quede en evidencia su pequeñez moral e intelectual que los incapacita para arremeter con furia en contra del viejo edificio autoritario que hay que destruir completamente.

Ni pactos ni alianzas, que en realidad son frenos que quieren ponerse a la revolución social, con comités o jefes políticos que dirigen organizaciones obreras. Los anarquistas de la F. A. M. continuaremos manteniendo nuestra posición antiparlamentaria, antigubernamental, antipolítica, de acción directa, de hostilidad implacable y de guerra abierta contra todas las formas de represión, de coacción y de dominación.


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