Índice del Epistolario revolucionario e íntimo de Ricardo Flores MagónCarta anteriorCarta siguienteBiblioteca Virtual Antorcha

Penitenciaría Federal de los Estados Unidos.

Leavenworth, Kansas.

Abril 26 de 1922.

Nicolás T. Bernal.

México D.F.

Mi querido Nicolás:

Recibí tu grata carta del 18 de este mes. Los folletos no me han sido entregados.

Mis males no ceden y cada vez me siento más debilitado, corporalmente, por supuesto; pues por lo que respecta a mi voluntad, es la misma de siempre. Yo me doy ánimo, para ver si mi pobre carne reacciona y puede resistir victoriosamente la terrible tuberculosis que está amenazándome, y detener por algún tiempo la pérdida total de mi vista. Mi única esperanza de poder recobrar mi salud es la libertad, el cambio de clima y régimen de vida; pero esta esperanza es tan débil ... No hay el menor indicio de una pronta liberación. Sin embargo no me quejo, pues yo soy el único responsable de la míserable condición en que me encuentro. El esclavo no tiene la culpa de encontrarme cargado de cadenas, pues nunca me encomendó la tarea de libertarlo de su yugo. Yo mismo me impuse esa tarea; yo mismo me elegí su defensor. La culpa es mía, no de él. Pero no me arrepiento de mi pecado, porque mi conciencia me dice que hice bien, que cumplí con mi deber de hombre, y la voz de mi conciencia me satisface, su sanción me conforta. Si mi presencia aquí se debiera al hecho de haber pretendido subir sobre los hombros del débil ... pero no, lo que en realidad intenté fue subir al débil sobre mis espaldas para hacerle ver lo que él no alcanza a columbrar: la belleza de una nueva vida para la raza humana, basada en la justicia y el amor. Mi intención fue generosa, pero mis espaldas flacas, y caí ... y caí entre las risotadas y las salivas de los fuertes, ¡ay! y de los débiles también. Pero no me arrepiento de haber obrado como obre; no lamento la pérdida de las riquezas y del poder con que se me ha tentado en mi borrascosa existencia; lo único que deploro es no haber tenido más sólidos hombros para haber llevado al débil hacia esa Tierra Prometida que los ojos de mi mente ven y en la que no hay fuertes ni débiles, sino hermanos y amigos. Esta es mi aflicción; pero confío en que hombros más robustos que los míos llevarán a cabo la generosa empresa. después de todo, ya estoy viejo, y casi ciego, y es sangre nueva la que necesita el ideal. Mi vida es ya sólo una vela mezquina próxima a extinguirse, cuando soles son los que se necesitan para alumbrar el camino que conduce a la felicidad humana. Después de todo, este es el sitio que me corresponde: la penumbra de mi calabozo, esta antesala de las eternas tinieblas que aguardan impacientes mi llegada. Un gran consuelo tengo, y es que la Tierra Prometida está ya a muy corta distancia de los pueblos, y si hubiera unión, y si hubiera concordia entre los que sufren, se arribaría a ella en un abrir y cerrar de ojos. ¿Por qué no llevar a cabo esta unión? ¿Por qué no procurar la concordia entre los esclavos? ¿No es el ideal del que sufre dar fin a sus tormentos? Y si este es el ideal común, ¿por qué dividirse en capillas? ¿por qué ese mostrar de puños coléricos, cuando el interés común aconseja el darse las manos? Esta riña entre hermanos me entristece porque ella retarda esta marcha dolorosa de la especie humana hacia la felicidad.

Aquí corto mi carta, porque el espacio se me está acabando. Escríbeme pronto y mucho, mucho, pues tengo hambre de saber qué hacen mis hermanos de cadenas. Librado lee las cartas que me escribes y te saluda cariñosamente. Da mis saludos fraternales a todos los buenos camaradas con quienes estés en contacto, y recibe un fuerte abrazo de tu hermano, que te desea buena salud.

Ricardo Flores Magón


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