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Penitenciaría Federal de los Estados Unidos.

Leavenworth, Kansas.

Julio 8 de 1922.

Mi querida camarada:

Al fin se presenta la oportunidad de poder contestar tus palabras de estímulo y amistad.

Han llegado a mi poder una tarjeta postal y una carta tuyas de fechas 8 y 9 de mayo último, respectivamente, no habiéndome llegado el madroño, como informé a nuestra querida amiga y camarada Irene Benton. Pero si no recibí el madroño, estoy satisfecho con los sentimientos que te impulsaron a enviarme el poético obsequio. Una flor es siempre bella; pero más bella y más poética es esa disposición del alma que, cuando está en presencia de esta alma de las plantas, recuerda aquellas otras almas para las que la naturaleza no tiene aves ni flores: las almas de los cautivos.

Tu carta me demuestra que no sabes la razón de por qué estoy enjaulado como bestia salvaje, ni el tiempo que debe durar esta tortura de la carne y del alma. Estoy aqui, mi querida amiga, porque soy un amante de la belleza; sólo por esto y nada más. No sé si para el bien o para el mal aconteció que yo apareciera en este mundo, dotado con un sistema nervioso capaz de registrar y gozar las manifestaciones más pequeñas de lo bello; ¡ay! y por registrar y resentir las manifestaciones más grotescas de lo que es feo.

Hijo de las montañas tropicales, mis primeras impresiones de la vida me fueron proporcionadas por la grandeza y majestad de lo que me rodeaba, y ningún príncipe vió nunca mecer su cuna en medio de tal esplendor como yo, bajo los rayos dorados y purpurinos de mi sol nativo. Creo que estas primeras impresiones determinaron mi futuro, porque hasta donde puedo recordar, la naturaleza ha sido para mí una fuente inagotable en donde mi alma ha tratado de saciar su formidable sed por la belleza. Así es que cuando llegué a la edad en que la razón arroja cruelmente su resplandor sobre el ambiente de uno, y cada cosa, y cada ser y cada emoción y el pensamiento es hecho para soportar su luz, pude contrastar lo amoroso de la naturaleza con la horrible artificialidad de la vida del hombre, y mi alma se rebeló. La creación es hermosa; todavia más, es sublime. Cuando se contempla el amor universal, el alma no puede comprender por qué el hombre, aunque tan inteligente y tan privilegiado por la naturaleza, que lo hace a uno hasta pensar que fue su elevado propósito hacer de él la flor de la vida, el mismo espíritu de la vida, desciende, sin embargo, a figura tan triste que lo convierte en una desgracia y una decepción. La realización de este hecho quema de vergüenza mi cara. ¿Van los soles a extinguir sus fuegos y convertirse en planetas, para que una raza degenerada pueda ostentar sus andrajos, sus andrajos morales y materiales, bajo la gloria de lo infinito, como si fueran las insignias más propias para recibir la brillante falange de estrellas y lunas, planetas y cometas? La magnificencia de la perspectiva hace a uno esperar la presencia de una criatura deiforme, moviéndose majestuosamente y obrando correctamente como parte armoniosa de la grandeza universal; y el desengaño es tan brusco, que el sentido más rudimentario de estética lo obliga a uno a protestar y rebelarse. ¿Qué es lo que el hombre tiene que ofrecer a la gracia y amor universal? Fue formado de tal manera que puede colocar firmemente su pie sobre la Tierra y levantar su cabeza al azul, de modo de circundar su frente con coronas de estrellas y de soles. Se le dieron las alas más poderosas con que pudiera explorar los rincones más remotos del infinito: las del pensamiento. Sin embargo, él se arrastra encadenado y azotado, llenando el espacio con sus lamentos, cuando debería hacerlo estremecer con himnos de triunfo y de alegría.

Me esforcé, mi querida camarada, por volver a encender en el corazón del hombre el fuego sagrado que el padre Prometeo robó para nosotros. Soñé viendo al hombre formando parte, al menos, de la hermosura universal, ya que no fue posible hacerle el rey de la creación; y siendo la libertad el único vehículo para llegar a la belleza, traté de romper sus cadenas con mis manos diminutas; pero el resultado de mis esfuerzos fueron mi quebrantada salud, una ceguera próxima y mi confinamiento, durante mi vida, en esta antesala de la muerte. Una sentencia de 21 años es una sentencia de muerte para un hombre de mi edad. Pero cualesquieran que puedan ser mis sufrimientos, me complazco en haber tratado de hacer del hombre una parte de lo hermoso.

Si deseas conocer los detalles de las razones porque estoy aquí, puedes obtener la información necesaria en el magazine Call de Nueva York del 12 de junio último, en donde se dió publicidad a mi caso. Concluyo aquí porque sólo se me permiten dos páginas para mi carta. Siento no poder contestar en toda su extensión tu hermosa carta. Gracias por tu bondad.

Ricardo Flores Magón


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