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Penitenciaría Federal de los Estados Unidos.

Leavenworth, Kansas.

Julio 12 de 1921.

Señorita Elena White.

Nueva York, N. Y.

Mi querida camarada:

Esta vez no sé en dónde la bella soñadora se puso a escribir a su amigo cautivo, pues aunque la misiva tiene fecha 4 de este mes, está, sin embargo, escrita a máquina, lo cual me hace sospechar que el lugar, ahora clásico para mí, fue la cuna felíz de los exquisitos sentimientos expresados en la carta a que me vengo refiriendo, y que ella tiene que trabajar aún en días de fiesta oficiales. Pero cualquiera que haya sido el sitio agraciado con tu presencia, tu cuarto, el lugar o la biblioteca, una cosa resulta cierta: que fue el 4 de julio, bajo la luz brillante de un sol de verano cuando me escribiste.

El 4 de julio. ¡La fecha histórica! Apenas los dedos rosados de la aurora habían asomado del obscuro manto de la noche, cuando las gentes felices o desgraciadas, no importa el caso, pero quienes pudieron proporcionarlo, empezaron a salir de sus habitaciones de la ciudad y, por todos los medios de locomoción disponibles, trataron de llegar a los lugares más frescos en donde pasar el día y, pocas horas más tarde, los campos, los parques, las playas se llenaron con la gente de la ciudad, ansiosa de celebrar, con algunas cuantas horas de descanso físico y mental, el gesto rebelde de los gigantes de 1776.

La soñadora no dejó la ciudad; ella permaneció allí porque quería, entre otras cosas, comunicarse con su amigo, el viejo rebelde, cuya alma también comprende a la suya. Sentada junto a su máquina de escribir, ella medita. El aire caliente lleno de rumores, y en la calle, miles de banderas se agitan en un frenético derroche de matices bajo los ardientes rayos del sol. Una confusión de pensamientos y de imágenes, falaces e inaccesibles como son todas las cosas bellas, pueblan el cerebro de la soñadora; ella se esfuerza por coger uno de ellos para entregarlo prontamente a las teclas, pero se escapan rápidamente sin dejar otra huella que el fulgor efímero de alas doradas que se deslizan al pasar. Desesperado de su impotencia de no poder aprisionar en las páginas de su carta a una de las brillantes mariposas, dice: Tu carta es tan hermosa, querido camarada, que me detengo y no encuentro qué decir. ¡Ella tiene tanto que decir! ¡La fecha memorable contribuye a intensificar la tumultuosa afluencia de ideas, agradables y desagradables, por las puertas de su privilegiado sensorio, mientras que el calor, ensanchando sus arterias, da a su sangre más amplios conductos para deslizarse por ellos suavemente, sin prisa ni precipitación y, de este modo, entregando su ser a una dulce somnolencia como un puente suave que ligara las márgenes del desvelo y el sueño. ¡Ella tiene tanto que decir! Y tiene éxito. Aunque lo hermoso es tan falaz, no puede escapar a su red y, una por una, las creaciones de su imaginación empiezan a lucir en apretada formación sobre la hoja de papel para beneficio de su amigo.

Gracias, muchas gracias mi generosa Elena; tus palabras me hacen bien; he gozado mucho con tu bella carta, la cual muestra el fondo que hay en ti, hermosa soñadora del futuro, cuya proximidad puede sentirse, aunque no por todos. Los que la sienten mejor no son los que sufren, sino aquellos que gozan de la vida ... El que sufre piensa que su miseria es transitoria; él no tiene la más ligera idea de estar en presencia de un caso simple y sencillo de suicidio. Los negocios - piensa - se normalizarán de un día a otro y habrá otra vez mucho que hacer, cuando la cuenta del Banco, tan espantosamente contraída hoy por medio de esta crisis, aumentará otra vez ... Este es el sueño del esclavo; el que no piensa romper sus cadenas y hacer pedazos el yugo, ¡oh no! Pero el que goza de la vida es receloso; sabe lo que va a suceder porque tiene en sus manos las riendas de ese monstruo que chupa el fluído vital de los pueblos de la Tierra, y el monstruo se ha inflado tan ávidamente que está a punto de reventar, que reventará necesariamente, y entonces ... El futuro de nuestros sueños es cierto; se llegará a él, no tanto por el lisiado sentido del honor de parte de los oprimidos, sino por la ultraestupidez y codicia ilimitada de los opresores ... ¡Pero he aquí que he gastado mis dos páginas sin decir nada de lo que tenía que decir!

Con mi cariño para Erma y a todos los buenos camaradas, e inmensa cantidad para tí, termino mi carta lamentando no haber dado salida a los sentimientos y pensamientos que se agitan en mí. ¡El espacio es tan corto!

Ricardo Flores Magón


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