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Contraste personal

Creía que, aunque sólo fuera por la amistad que nos liga, Malatesta y yo habríamos podido polemizar sin llamarnos matón y sinvergüenza uno al otro. Pero me he equivocado. La polémica apasiona y un hombre apasionado no logra, aunque sea el mismo Catón, mantenerse justo y ecuánime. Malatesta además es hombre de partido, está inmerso desde la juventud en las luchas políticas, defiende su pasado, cree quizá que esté en juego en la polémica entre nosotros empeñada su posición de jefe moral del partido anarquista italiano y por lo tanto no consigue, menos que los demás, discutir serenamente.

El sistema elegido por él para combatirme es el siguiente:

Me lanza numerosas cortesías: yo soy un hombre que busco la verdad, que rehuyo las trampas, que no recurro a artificios retóricos para poner en dificultad al adversario, etc., etc. Pero luego se maravilla de que yo dé vueltas en torno a la cuestión, que intente impresionar al lector con una cierta apariencia de espíritu práctico, y me llama reaccionario sin ambages. Merlino razona como hacen los conservadores. Se ve constreñido a recurrir a las bromas de los reaccionarios. Parece escuchar a un reaccionario, etc., etc.

Estas invectivas se comprende bien a qué sirven. Un proverbio dice: llama perro a uno y podrás dispararle. Malatesta no lo hace a posta, pero siente que si logra hacerme considerar reaccionario por los lectores de su diario, quita todo crédito a mis argumentos y que incluso si yo tengo razón y él está equivocado, todos le darán la razón a él. Él por tanto me califica a cada paso de reaccionario. A fuerza de oírselo, el lector se acostumbra a la idea de que me he vuelto un defensor encarnizado del actual orden de cosas y termina por creerlo firmemente y por apasionarse contra mí de tal guisa que ya no puede apreciar serenamente mis argumentos.

Yo podría valerme, contra Malatesta, del mismo método: podría, si quisiese, valiéndome de ciertas recientes declaraciones suyas acerca de la necesidad de luchar por el mejoramiento actualmente posible, darme el gusto de pintarlo a los ojos de sus amigos como un reaccionario, o al menos como un revolucionario que se encamina a convertirse en reaccionario.

Prefiero cerrar la polémica remitiendo al lector que tenga la curiosidad de conocer cuál es la solución, no colectivista-autoritaria ni anárquico-amorfista, que yo propongo al problema social, a un volumen que será publicado dentro de unos días por Treves (nota de la redacción: se trata de La utopía colectivista).

En cuanto a Malatesta, le advierto que la primera vez que él, pensando por su cuenta, disienta de sus amigos, éstos lo tratarán, si ya algunos no lo tratan, como él me trata a mi; y él no podrá lamentarse de ellos, porque habrán sido educados en su escuela.

Merlino

De, L'Agitazione, del 29 de diciembre de 1897.

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