Índice de Elecciones y anarquismo de Saverio Merlino y Errico MalatestaAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

Uso y abuso de la fuerza

Me desagrada usurpar vuestro espacio, pero debo contestar a la pregunta que me dirige E. Malatesta.

A propósito, ¿querrá Merlino responder a una pregunta, a la que ningún socialista democrático ha querido darme una respuesta explícita? Yo querría saber si, en su opinión, ese gobierno o parlamento que él cree necesario para la vida social, deberá tener a su disposición una fuerza armada.

Responderé como me respondió una vez Malatesta.

Si la gente es suficientemente razonable, no será necesario usar la fuerza, de la contrario, se recurrirá a ella. Entiéndase bien que el uso de la fuerza deberá estar reservado a los casos extremos y no deberá estar al arbitrio de un gobierno o de un parlamento el emplearla contra los ciudadanos, como son hoy el ejército o la policía, sino solamente los ciudadanos mismos podrán ser llamados en casos extraordinarios, como ya se usa en Inglaterra y en los Estados Unidos. En suma, es necesario regular el uso de la fuerza, limitar los casos, arrancarlo al arbitrio de una administración o autoridad central cualquiera, pero no se puede excluir a priori la necesidad de que la colectividad emplee la fuerza contra el individuo o contra la minoría, en los casos en que haya verdaderamente conflicto de voluntad y de intereses y la separación no sea posible y no se consiga un compromiso: Esto es, de palabra se puede prometer Arcadia, Eldorado y la paz perpetua, ¿pero se mantendría luego la promesa?

He aquí cómo le contesto a Malatesta, y a mi vez le hago una pregunta:

¿Los individuos usarán alguna vez la fuerza contra otros? ¿Si otro me da una bofetada, debo reaccionar o presentarle la otra mejilla?

Su respuesta, la preveo, es que debo reaccionar. ¿Y si soy débil? ¿Vendrá la gente a defenderme? ¿Cómo hará la gente, acudiendo durante una pelea, para saber de parte de quién está la razón, para ponerse de su lado? Posiblemente habrá quien tome partido por uno y quien por otro de los contendientes. Por tanto el pueblo debe estar enteramente en armas a cada disputa que se encienda entre dos individuos; y se dividirá en facciones, justamente como en los tiempos de Cerchiy de Donati, de Blancos y de Negros.

Yo he dicho, y repito, que este modo de entender la anarquía puede haber pasado en algún momento por la mente de alguno, pero no es sostenible; y cuanto antes lo corrijamos, mejor.

Malatesta dice que no hace de profeta. Así dicen también los socialistas democráticos, cuando se trata de demostrarles los inconvenientes del colectivismo. Por tanto demolamos y no nos cuidemos de nada más. ¿Pero se puede demoler sin saber qué se debe demoler realmente, y por qué? ¿Se puede adelantar a ciegas? No, tanto es verdad, que Malatesta tiene sus ideas. El sabe o cree que serán encargadas de los servicios públicos las asociaciones de aquellos que trabajan en cada servicio; que deberán cuidar al mismo tiempo del bienestar de sus miembros y de la comodidad de la población.

¿Deberán, porque lo decíais vosotros? Pero vosotros que a menudo notáis, y justamente, que la administración colectivista estaría inclinada a abusar de su autoridad y no podría permanecer democrática, vosotros debéis también saber que una asociación encargada de un servicio público miraría primero por su propio interés y la comodidad de sus miembros, y luego, si acaso, al de la población. Vuestras asociaciones se convertirían en otros tantos cuerpos burocráticos. ¿Cómo podéis creer vosotros que serían nada menos que imposibilitadas de prevaricar por el control de la opinión pública? ¿Cómo se ejercitaría ese control? ¿Qué formas asumiría? ¿Quizá la de una insurrección popular contra cada administración que no obedeciera a la voluntad de la población? Pongamos que la asociación ferroviaria se negase a hacer correr un expreso entre Roma y Ancona: ¿Sería puesta en su lugar por el pueblo en rebelión? ¿Y si la opinión pública estuviera dividida? ¿Si todas las localidades recorridas por el tren pidieran su detención? ¿Si la asociación fomentase voluntariamente la discordia?

Habría, agrega Malatesta, los lazos de dependencia recíproca entre las asociaciones. ¿Qué lazos? ¿De qué especie? ¿Pactos, obligaciones, deliberaciones colectivas, comités federales, congresos? Lo que equivaldría a un parlamento.

Y por último estaría el derecho de todos a entrar en las asociaciones y usar de los medios de producción que éstas emplean.

Esto además impediría a las asociaciones funcionar una sola hora. Imaginemos un astillero, donde se está fabricando una nave, invadido por gente que quiere meter las manos por todos lados y sustituyendo a aquellos que trabajan, para mañana, quizá, marcharse y dejarlo desierto.

Figurémonos una farmacia en que se presentan a trabajar los diletantes farmaceúticos, y así en todo lo demás.

A mí me parece que debemos entendernos sobre los elementos del socialismo antes de discutir sobre métodos.

Merlino

De, L´Agitazione, del 16 de diciembre de 1897.

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