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Aclaraciones a la vida y obra de Ricardo Flores Magón

Tendría yo unos 18 años cuando mi hermano mayor, Jesús, trajo a casa un libro titulado: Los nihilistas. Podemos decir que ese fue el primer libro que vino a despertar en nuestros cerebros ideas sociales más concisas de las que ya nos bullían.

Pobres y miserables éramos, como pobres y miserables lo hemos sido en toda nuestra vida. De humildísima cuna, naturalmente siempre vivimos en contacto con el dolor de los desheredados; y este malestar social, desde pequeños, hizo marca en nuestro carácter, dejando huella profunda que jamás se ha borrado. Los nihilistas, despertó en nosotros ansias de libertad, mejor definidas en Ricardo, que contaba dos y medio años más que yo.

Algo que también trabajó mucho en nosotros, para empujarnos hacia la lucha y afianzar más aún nuestra nostalgia por la justicia social, fue el profundo contraste que a simple vista resultaba entre pobres y ricos, mucho más aún en la época porfiriana que en la presente. Por un lado, en la avenida principal de Plateros, ahora Francisco I. Madero, se podía contemplar el lujo insultante de aquella burguesía, principalmente en días festivos, arrastrada en lujosos carruajes, llena de pedrería, de sedas y perfumes, soberbia y altanera, mientras que a tiro de piedra, al salir de Plateros, sobre el Zócalo se encontraba uno entre una multitud de seres demacrados, casi desnudos, pobres y miserables.

Cuando Ricardo y Jesús cayeron presos en mayo de 1901, Eugenio Arnoux y yo, aunque torpes para el manejo de la pluma, y con la ayuda de algunos artículos que los presos lograban enviar de contrabando desde sus calabozos, sostuvimos vivo a Regeneración, hasta que el dictador lo mató. En esa ocasión me encontré entre los libros de Ricardo, Mentiras convencionales de nuestra civilización y La conquista del pan. Por demás está decir que devoré aquellos libros, que despejaron en mi cerebro las confusas ideas germinadas en él; y que, estoy seguro, hicieron igual efecto en el de Ricardo con anterioridad.

Cuando en julio de 1902 Ricardo arrendó el periódico El hijo del Ahuizote que entre él y yo redactábamos, fuimos lectores apasionados de Faure, Malatesta, Grave, Kropotkin, Gorki y Proudhon, consiguiéndonos difícilmente sus obras, por ser sumamente escasas en México en aquel entonces.

Cuando en septiembre del mismo año, 1902, Ricardo cayó preso junto con Evaristo Guillén y Federico Pérez Fernández, también caí yo junto con ellos; y en la prisión militar de Santiago Tlatelolco, donde fuimos hospedados por la tiranía reinante, fue cuando por primera vez hablamos seriamente Ricardo y yo sobre la conveniencia de propagar los ideales comunistas anárquicos que ya profesábamos, concluyendo por considerarlo inoportuno, dado el medio en que vivíamos, de una tiranía aplastante, que no nos permitiría ir muy lejos; y menos aún cuando en México había un prejuicio tremendo contra el anarquismo. Hasta el tibio socialismo de Estado sembraba espanto en el ánimo popular.

A últimos de enero de 1903 salimos de aquel presidio, para caer en la cárcel de Belén dos meses más tarde, con cualquier pretexto, pero en realidad por haber convertido una manifestación monstruo porfirista en antiporfirista. Fue entonces cuando más de ochenta personas - entre ellas hasta niños voceadores de nuestro periódico -, fuimos reducidos a prisión.

Ahí volvimos a hablar seriamente, Ricardo y yo, sobre la posibilidad de la propaganda anarquista. En esta ocasión, Juan Sarabia tomó participación en nuestras discusiones; pero no pudo llegar a estar de completo acuerdo con nosotros, deteniéndose siempre en el límite de un socialismo parlamentario por demás moderado.

El hijo del Ahuizote fue asesinado por Díaz; pues aunque estábamos presos, escribíamos desde nuestros calabozos como cuando estuvimos en la prisión militar. Excélsior, nuestro periódico serio y en el cual cada uno firmaba sus artículos, para dar aliento con nuestro ejemplo de valor civil, sólo alcanzó a publicarse hasta el cuarto número. Muertos nuestros dos periódicos, publicamos El alacrán, que al tercer número murió. Entonces publicamos El padre del Ahuizote, y muerto éste, El nieto del Ahuizote; después El bisnieto del Ahuizote; todos ellos con vida efímera, pues pronto eran suprimidos. Hasta que Porfirio Díaz decretó que ningún periódico o escrito nuestro podría ser publicado en México, so pena de severos castigos a los impresores que lo hicieran y decomisación de imprenta.

Desarmados por completo, sin quien se atreviera a publicar algo nuestro, pensamos en la mejor manera de salir adelante. Fue en esa ocasión cuando Ricardo y yo maduramos nuestro programa de acción para el futuro.

Nuestro primer paso debería de ser salir del país, marchándonos a Estados Unidos, a la entonces llamada República Modelo, que tenía fama de que los refugiados políticos eran respetados. Nuestros primeros trabajos deberían encaminarse al derrocamiento de la secular dictadura porfiriana; a cuyo efecto, reorganizaríamos el Partido Liberal Mexicano, estableciendo nosotros en aquél país la Junta Organizadora del mismo, para agrupar a todos los elementos antiporfiristas que ya habíamos reunido, y los que siguiésemos conquistando, bajo una misma bandera.

Conocedores del medio en que vivíamos y de la psicología, tradiciones, prejuicios, atavismos, etc., etc., del pueblo mexicano, y teniendo en cuenta el antagonismo, o mejor dicho, el miedo, del pueblo de entonces ante las ideas avanzadas, comprendimos desde luego lo imprudente que hubiera sido declarar nuestros postulados anarquistas; imprudencia que hubiera dado por resultado que quedásemos aislados y nuestra labor reducida prácticamente a nada. Por tal motivo, nuestro plan fue organizar el Partido Liberal Mexicano, fortalecerlo y después darle un programa cualquiera a seguir, como lo fue el de julio de 1906, que nos sirviera de pretexto para soliviantar en armas al pueblo mexicano en contra de Porfirio Díaz, para entonces, una vez en plena rebelión armada, cuando la conciencia de la propia fuerza convierte a los cobardes en audaces y las mentes conservadoras se espantan menos con las ideas avanzadas, presentarnos abiertamente como anarquistas, buscando orientar al movimiento armado hacia una finalidad libertaria, o al menos lo más avanzada posible, de manera que si nuestros esfuerzos no daban todo el fruto apetecido, sirvieran siquiera de base para futuras reivindicaciones.

Fue ese el plan que más tarde fuimos desarrollando y a nadie en absoluto revelamos, para impedir que una indiscreción diera al traste con nuestros trabajos. Acariciábamos en la mente nuestros altos ideales, que celosamente guardábamos en nuestros cerebros, esperando el momento oportuno para que, al esparcirlos diesen fruto seguro. Fue para nosotros altamente penoso tener que ocultar nuestra identidad anarquista y concretar nuestros escritos a arengas patrióticas que no sentíamos y a simular ser políticos cuando abominábamos de la política.

Después del primer levantamiento de 1906, apareció en junio de 1907 nuestro periódico Revolución. Como ya los ánimos populares estaban excitados, consideramos entonces conveniente comenzarle a inyectar a nuestra propaganda liberal algo de propaganda anárquica; pero siempre bajo la etiqueta liberal. Podemos decir que Revolución fue el órgano del Partido Liberal Mexicano en su periodo de transición al anarquismo, por cuyos ideales nuestra propaganda se hacia más y más definida, aunque siempre con resabios liberales, que iban siendo borrados mientras más se acercaba el día que habíamos fijado para el levantamiento armado, el 25 de junio de 1908, Práxedis G. Guerrero y yo, de acuerdo con Ricardo y Rivera, presos con Villarreal desde agosto de 1907. A principios de ese año y para darle una orientación social más definida a nuestro movimiento, acostumbramos poco a poco a nuestros camaradas a cambiar nuestro viejo lema de Reforma, Libertad y Justicia, por el de Pan, Libertad y Justicia, aunque en ocasiones aún usábamos el anterior, principalmente en los documentos oficiales, para no descubrirnos aún por completo.

Nuestro levantamiento de 1908, aunque fracasó, sirvió para despertar más al pueblo mexicano y sacarlo de la abyecta sumisión en que se hallaba bajo la bota del sanguinario Porfirio Díaz, dándole mayores arrestos revolucionarios, mayores atrevimientos y más ansias de libertarse de aquella opresión agobiante.

De ahí que cuando Regeneración reapareció en 1910, ya le diéramos una orientación marcadamente anarquista; pero siempre vigilando cuidadosamente de prenderle a nuestra propaganda una etiqueta liberal, tomándonos la precaución de cuidar que jamás se nos escapase escribir o pronunciar la palabra anarquía o anarquista, que hubieran espantado a los timoratos que abundaban en nuestras filas, los que propagaban ya nuestras ideas anarquistas, sosteniendo de buena fe que eran liberales. Ese cuidado tuvimos hasta en nuestro Manifiesto del 23 de septiembre de 1911, en el que con toda pureza campean lo ideales anarquistas comunistas, pero sin que se encuentre en todo ese documento ni una sola vez, esas palabras, que aún sembraban el espanto en la inmensa mayoría de los mexicanos. Su hubiéramos cometido la imprudencia de escribir esas palabras, dicho documento no hubiera alcanzado el larguísimo tiraje que tuvo, ni hubiera sido aceptado como la nueva bandera a seguir, con su nuevo lema de finalidad social amplia y profunda: Tierra y Libertad.

Fue en 1914, cuando salimos de la Penitenciaría de MacNeil y nos apuramos a regresar a nuestros puestos de combate, que abiertamente nos presentamos ya como anarquistas. Había terminado el peligro de quedarnos aislados y de que nuestros esfuerzos fueran infructuosos. La familia anarquista entre los mexicanos hacia ya número y nuestras ideas habían echado hondas raíces en la conciencia popular de este país lo bastante para dar garantías para el futuro.

Inevitablemente, los políticos han sabido aprovecharse de nuestros esfuerzos. El número de los que trafican con el bienestar de los demás, para su propio provecho, es infinito. Por otra parte, en tiempo de revoluciones, como cuando hay torbellinos, la basura sube inmediatamente, mientras se asienta el tiempo; después todo cae, la polvareda se calma y la naturaleza vuelve a sonreír a sus hijos.

La revolución social mexicana no ha terminado aún; solamente toma un pequeño descanso, después de largos diez años de constante batallar, arma al brazo. La basura aún está arriba; pero no debe cantar triunfo todavía. La revolución social mexicana está en un periodo de receso, mientras que engrasa el mosquete y reorganiza mejor sus fuerzas, para seguir adelante, con sangre nueva, joven, vigorosa.

De los viejos iniciadores de aquella contienda quedamos vivos muy pocos; muchos han muerto, muchísimos otros, como Antonio de P. Araujo, han defeccionado lastimosamente, encanallándose a los pies de la basura, al parecer triunfante.

Pero en cambio, un buen porcentaje de sangre joven ha entrado a nuestro movimiento, inyectándole nueva vida y nueva fuerza. Estos buenos muchachos serán los continuadores de la obra, dentro de poco; y con ellos iremos los viejos a colaborar con nuestros esfuerzos y nuestra experiencia duramente adquirida, con la esperanza halagadora de poder seguir siendo útiles en algo a la causa común.

Ahora, estamos en paz, algo menos que la paz tradicional de Varsovia, esparciendo constantemente nuestra propaganda por todos los medios que nuestra miseria nos permite, esperando a que el tiempo madure, como diría nuestro querido Errico Malatesta.

Mientras tanto, nuestras ideas avanzan, hallando campo fructífero en los desengaños políticos frecuentes, que sufren los que aún creen en la necesidad de tener un arriero como los asnos, que les curta el cuero a palos, para poder caminar por la senda de la vida. Afortunadamente, como digo, los desengaños son frecuentes, con cada merolico que sube al poder ofreciendo miles de remedios sociales, pero sin curar ningún mal. Todos los que suben son amigos de los trabajadores y van a hacer su felicidad. Así hablan esos aventureros, porque estando ya en nuestra atmósfera un ambiente radical, no pueden atraerse a la gente y conseguir sus votos si no es hablando radicalmente.

Los políticos son el mejor espejo del pensamiento popular. Si ellos, hablan radicalmente, es porque el pueblo piensa más radicalmente de lo que ellos se permiten hablar; naturalmente, siempre buscando torcer las ideas para su conveniencia personal. Pero tanto ofrecen sin cumplir nada; tantos suben y bajan sin que el pueblo halle remedio a sus males, que nuestras filas van aumentando. Con lo que la revolución social, mientras toma un pequeño descanso, sigue engrosando sus filas.

Esto, afortunadamente, no lo ve la basura desde lo alto del plano en que se mueve a impulsos del remolino revolucionario; y aunque hablando aún radicalmente y expidiendo decretos anodinos, dizque para remediar la condición de los de abajo, sin conseguir más que crear nuevos puestos para nuevas sanguijuelas públicas que chupen la sangre del pueblo, procuren a la vez ir restringiendo las pocas libertades conquistadas, con la esperanza de regresar a los buenos tiempos porfirianos. Y, naturalmente, todo esto va devolviendo sus fuerzas a la fatigada revolución social que espero podrá ponerse pronto en marcha nuevamente, con mayores bríos y con una finalidad ya bien definida: hacia el comunismo anárquico.

Enrique Flores Magón.

De La Protesta del 30 de marzo de 1925.

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