Indice de Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu de Maurice JolyDiálogo séptimoDiálogo noveno.Biblioteca Virtual Antorcha

Diálogo en el infierno entre
Maquiavelo y Montesquieu
Maurice Joly

LIBRO SEGUNDO

DIÁLOGO OCTAVO


Maquiavelo

Partiré de la hipótesis que me es más contraria, tomaré un Estado constituido en República. Con una monarquía el papel que me propongo desempeñar resultaría harto fácil. Tomo una República, porque en una forma de gobierno semejante habré de encontrar una resistencia, casi invencible al parecer, en las ideas, en las costumbres, en las leyes. ¿Esta hipótesis os contraría? Acepto recibir de vuestras manos un Estado, cualquiera que sea su forma, grande o pequeño; lo supongo dotado de las diversas instituciones que garantizan la libertad, y os formulo esta sola pregunta: ¿Creéis que el poder estará al abrigo de un golpe de mano o de lo que hoy en día se llama un golpe de Estado?

Montesquieu

No, es verdad; concededme al menos, sin embargo, que semejante empresa será singularmente difícil en las sociedades políticas contemporáneas, tal como están organizadas.

Maquiavelo

¿Y por qué? ¿Acaso estas sociedades no están, como en todo tiempo, en las garras de las facciones? ¿Acaso no hay en todas partes elementos de guerra civil, partidos, pretendientes?

Montesquieu

Es posible; sin embargo creo poder, Con una sola palabra, haceros comprender dónde reside vuestro error. Tales usurpaciones, necesariamente muy raras, puesto que están colmadas de peligros y repugnan a las costumbres modernas, jamás alcanzarían, suponiendo que tuviesen éxito, la importancia que al parecer vos le atribuís. Un cambio de poder no traería aparejado un cambio de instituciones. Que un pretendiente cree perturbaciones en el Estado, sea; que triunfe su partido, lo admito: el poder pasa a otras manos y todo queda como antes; el derecho público y la esencia misma de las instituciones conservarán su equilibrio. Esto es lo que me conmueve.

Maquiavelo

¿Es verdad que abrigáis semejante ilusión?

Montesquieu

Demostradme lo contrario.

Maquiavelo

¿Me concedéis entonces por un momento, el éxito de una acción armada contra el poder establecido?

Montesquieu

Os lo concedo.

Maquiavelo

Observad bien entonces en qué situación me encuentro. He suprimido momentáneamente cualquier poder que no sea el mío. Si las instituciones que aún subsisten pueden alzar ante mí algún obstáculo, es sólo formalmente; en los hechos, los actos de mi voluntad no pueden tropezar con ninguna resistencia real; me encuentro, en suma, en esa situación extra-legal, que los romanos designaban con una palabra bellísima, de pujante energía: la dictadura. Es decir, que puedo en este momento hacer todo cuanto quiero, que soy legislador, ejecutor, juez y jefe supremo del ejército.

Recordad bien esto. He triunfado gracias al apoyo de una facción, es decir, que el éxito sólo ha podido lograrse en medio de una profunda disensión interior. Es posible señalar al azar, aunque sin riesgo de equivocarse, cuáles son las causas: un antagonismo entre la aristocracia y el pueblo o entre el pueblo y la burguesía. En el fondo, no puede tratarse sino de eso; en la superficie, un maremágnum de ideas, de opiniones, de influencias contrarias, como en todos los Estados donde en algún momento se haya desencadenado a la libertad. Habrá toda suerte de elementos políticos, tocones de partidos otrora victoriosos, hoy vencidos, ambiciones sin control, ardientes codicias, odios implacables, terrores por doquier, hombres de las más diversas opiniones y de todas las doctrinas, restauradores de antiguos regímenes, demagogos, anarquistas, utopistas, todos manos a la obra, trabajando por igual, cada uno por su lado, para el derrocamiento del orden establecido. ¿Qué conclusiones debemos extraer de semejante situación? Dos cosas: la primera, que el país tiene una inmensa necesidad de reposo y que habrá de rehusar a quien pueda brindárselo; la segunda, que en medio de esta división de los partidos, no existe ninguna fuerza real o más bien sólo existe una: el pueblo.

Soy, pues, yo un pretendiente victorioso; llevo, supongo, un nombre histórico insigne apto para estimular la imaginación de las masas. Como Pisístrato, como César, como el mismísimo Nerón; buscaré mi apoyo en el pueblo; éste es el abecé de todo usurpador. Ahí tenéis la ciega potestad que proporcionará los medios para realizar cualquier cosa con la más absoluta impunidad; ahí tenéis la autoridad, el nombre que habrá de encubrirlo todo. ¡Poco en verdad se preocupa el pueblo por vuestras ficciones legales, por vuestras garantías constitucionales!

Ahora que he impuesto silencio a las diversas facciones, veréis cómo procederé.

Quizá recordéis las normas que establecía en el tratado El Príncipe para la conservación de las provincias conquistadas. El usurpador de un Estado se halla en una situación análoga a la de un conquistador. Está condenado a renovarlo todo, a disolver el Estado, a destruir la urbe, a transformar las costumbres.

Tal es el fin, mas en los tiempos que corren sólo podemos tender a él por sendas oblicuas, por medio de rodeos, de combinaciones hábiles y, en lo posible, exentas de violencia. Por lo tanto, no destruiré directamente las instituciones, sino que les aplicaré, una a una, un golpe de gracia imperceptible que desquiciará su mecanismo. De este modo iré golpeando por turno la organización judicial, el sufragio, las prensas, la libertad individual, la enseñanza.

Por sobre las leyes primitivas haré promulgar una nueva legislación la cual, sin derogar expresamente la antigua, en un principio la disfrazará, para luego, muy pronto, borrarla por completo. He aquí mis concepciones generales; ahora vais a ver los detalles de ejecución.

Montesquieu

¡Ojalá estuvierais aún en los jardines de Ruccellai, ¡oh Maquiavelo!, para enseñar estas maravillosas doctrinas! ¡Qué inmensa lástima que la posteridad no pueda oíros!

Maquiavelo

Tranquilizaos; para el que sabe leer, todo esto está escrito en el tratado El Príncipe.

Montesquieu

Estamos, entonces, al día siguiente de vuestro golpe de Estado; ¿qué pensáis hacer?

Maquiavelo

Dos cosas: una grande y luego una muy pequeña.

Montesquieu

Veamos primero la grande.

Maquiavelo

No todo concluye con un levantamiento triunfante contra el gobierno constitucional, pues en general los partidos no se dan por vencidos. Nadie conoce aún con exactitud qué valor tiene la energía del usurpador, habrá que ponerlo a prueba, organizar contra él rebeliones con las armas en la mano. Ha llegado, pues, el momento de instaurar un terror que conmueva a la sociedad en pleno y que haga desfallecer hasta a las almas más intrépidas.

Montesquieu

¿Qué vais a hacer? Me habíais dicho que repudiabais el derramamiento de sangre.

Maquiavelo

No es cuestión de falsos sentimientos humanitarios. La sociedad amenazada se halla en estado de legítima defensa; para prevenir en el futuro nuevos derramamientos de sangre, recurriré a rigores excesivos y aun a la crueldad. No me preguntéis qué se hará; es imprescindible, de una vez por todas, aterrorizar a las almas, destemplarlas por medio del terror.

Montesquieu

Sí, lo recuerdo; es lo que enseñáis en el tratado El Príncipe cuando relatáis la siniestra ejecución de Borgia en Cesena (cap. VII). Sois el mismo de siempre.

Maquiavelo

No es eso, no; ya lo veréis más adelante; solo actúo así por necesidad, y a mi pesar.

Montesquieu

Pero entonces, esa sangre ¿quién la derramará?

Maquiavelo

El gran justiciero de los Estados: ¡el ejército!, el ejército sí, cuya mano jamás deshonrará a sus víctimas. La intervención del ejército en la represión permitirá alcanzar dos resultados de suprema importancia. A partir de ese momento, por una parte se encontrará para siempre en hostilidad con la población civil, a la que habrá castigado sin clemencia; mientras que, por la otra, quedará ligado de manera indisoluble a la suerte de su jefe.

Montesquieu

¿Y creéis que esa sangre no recaerá sobre vos?

Maquiavelo

No, porque a los ojos del pueblo, el soberano, en definitiva, es ajeno a los excesos cometidos por una soldadesca que no siempre es fácil de contener. Los que podrán ser responsables, serán los generales, los ministros que habrán ejecutado mis órdenes. y ellos, os lo aseguro, me serán adictos hasta su postrer suspiro, pues saben muy bien lo que les espera después de mí.

Montesquieu

Éste es entonces vuestro primer acto de soberanía. Veamos ahora el segundo.

Maquiavelo

No sé si habéis notado cuál es, en política, la importancia de los medios pequeños. Después de lo que acabo de deciros, haré grabar mi efigie en toda la moneda nueva de la cual acuñaré una cantidad considerable.

Montesquieu

Pero está en medio de los primeros problemas del Estado, ¡será una medida pueril!

Maquiavelo

¿Eso creéis? Es que no habéis ejercido el poder. La efigie humana impresa en el dinero, es el símbolo del poder. En el primer momento, ciertos espíritus orgullosos se estremecerán de cólera; pero terminarán por acostumbrarse; hasta los enemigos de mi poder estarán obligados a llevar mi retrato en sus escarcelas. Y es muy cierto que uno se habitúa poco a poco a mirar con ojos más tiernos los rasgos que por doquier aparecen impresos en el signo material de nuestros placeres. Desde el día en que mi efigie aparezca en la moneda, seré rey.

Montesquieu

Confieso que esta apreciación es nueva para mí; dejémosla, empero, ¿Olvidáis acaso que los pueblos nuevos tienen la debilidad de darse constituciones que son las garantías de sus derechos? Pese a todo vuestro poder nacido de la fuerza, pese a los proyectos que me reveláis, ¿no os parece que podríais veros en dificultades en presencia de una carta fundamental cuyos principios todos, todas sus reglamentaciones, todas sus disposiciones son contrarias a vuestras máximas de gobierno?

Maquiavelo

Haré una nueva constitución, eso es todo.

Montesquieu

¿Y no pensáis que eso podría resultaros aún más difícil?

Maquiavelo

¿Dónde estaría la dificultad? No existe, por el momento, ninguna otra voluntad, otra fuerza más que la mía y tengo como base de acción el elemento popular.

Montesquieu

Es verdad. Sin embargo, tengo un escrúpulo: de acuerdo con lo que me acabáis de decir, imagino que vuestra constitución no será un monumento a la libertad. ¿Creéis que un solo golpe de la fuerza, una sola violencia os bastará para arrebatar a una nación todos sus derechos, todas sus conquistas, todas sus instituciones, todos los principios con que está habituada a vivir?

Maquiavelo

¡Aguardad! No voy tan de prisa. Os decía, hace pocos instantes, que los pueblos eran como los hombres, que se atenían más a las apariencias que a la realidad de las cosas; ha aquí una norma cuyas prescripciones, en materia de política, seguiré escrupulosamente; tened a bien recordarme los principios a los cuales más os aferráis y advertiréis que no me crean tantas trabas como al parecer vos creéis.

Montesquieu

¡Oh, Maquiavelo!, ¿qué os proponéis hacer con ellos?

Maquiavelo

No temáis nada, nombrádmelos.

Montesquieu

No me fío, os lo confieso.

Maquiavelo

Pues bien, yo mismo os lo recordaré. No dejaríais por cierto de hablarme del principio de la separación de poderes, de la libertad de prensa y de palabra, de la libertad religiosa, de la libertad individual, del derecho de asociación, de la igualdad ante la ley, de la inviolabilidad de la propiedad y del domicilio, del derecho de petición, del libre consentimiento de los impuestos, de la proporcionalidad de las penas, de la no-retroactividad de las leyes; ¿os parece bastante o deseáis más aún?

Montesquieu

Creo, Maquiavelo, que es mucho más de lo que se necesita para colocar a vuestro gobierno en una situación embarazosa.

Maquiavelo

Estáis en un profundo error, y tan persuadido estoy de ello, que no veo inconveniente alguno en proclamar tales principios; y hasta lo haré, si así lo queréis, en el preámbulo de mi constitución.

Montesquieu

Me habéis demostrado ya que sois un mago extraordinario.

Maquiavelo

No hay magia alguna en todo esto; simple tacto político.

Montesquieu

Mas ¿cómo habiendo inscrito estos principios en el preámbulo de vuestra constitución, os ingeniaréis para no aplicarlos?

Maquiavelo

¡Ah!, moderaos, os he dicho que proclamaría estos principios, no que los inscribiría, ni tampoco que los nombraría.

Montesquieu

¿Qué os proponéis hacer?

Maquiavelo

No entraría en ninguna recapitulación; me limitaría a declarar al pueblo que reconozco y confirmo los elevados principios del derecho moderno.

Montesquieu

El alcance de esta reticencia escapa a mi entendimiento.

Maquiavelo

Ya llegaréis a advertir cuál es su importancia. Si enumerase expresamente tales derechos, mi libertad de acción quedaría encadenada a aquellos principios que hubiese declarado; esto es lo que no deseo. Al no nombrarlos, otorgo al parecer todos los derechos, y al mismo tiempo no otorgo ninguno en particular; esto me permitirá descartar, por vía de excepción, aquellos que juzgaré peligrosos.

Montesquieu

Comprendo.

Maquiavelo

Por otra parte, de estos principios, algunos competen al fuero del derecho político y constitucional propiamente dicho, otros al derecho civil. Es ésta una distinción que siempre debe tomarse por norma en el ejercicio del poder absoluto. Son sus derechos civiles los que los pueblos más defienden; siempre que pueda, no los tocaré, y de este modo una parte de mi programa al menos quedará cumplida.

Montesquieu

¿Y en cuanto a los derechos políticos? ...

Maquiavelo

En el tratado El Príncipe escribí la siguiente máxima, que no ha dejado de ser válida: Los gobernados siempre están contentos con el príncipe cuando éste no toca ni sus bienes, ni su honor, por lo tanto sólo tiene que combatir las pretensiones de un pequeño número de descontentos, que le será fácil poner en vereda. En esto encontraréis mi respuesta a vuestra pregunta.

Montesquieu

Se podría, en rigor, considerarla insuficiente; se podría replicarnos que los derechos políticos también son bienes; que también incumbe al honor de los pueblos el mantenerlos, y que al atentar contra ellos, atentáis en realidad contra sus bienes y contra su honor. Se podría agregar aún que el mantenimiento de los derechos civiles está ligado al mantenimiento de los derechos políticos por una estrecha solidaridad. ¿Qué garantizará a los ciudadanos, si hoy los despojáis de la libertad política, que no los despojaréis mañana de la libertad individual? ¿qué si atentáis hoy contra su libertad, no lo hagáis mañana contra su fortuna?

Maquiavelo

No cabe duda de que presentáis vuestro argumento con mucha vivacidad, mas creo que vos mismo comprenderéis perfectamente su exageración. Parecéis creer en todo momento que los pueblos modernos tienen hambre de libertad. ¿Habéis previsto el caso de que no la deseen más, y podéis acaso pedir a los príncipes que se apasionen por ella más que sus pueblos? Ahora bien, en vuestras sociedades tan profundamente corrompidas, donde el individuo no vive sino en la esfera de su egoísmo y de sus intereses materiales, interrogad al mayor número, y veréis si, de todas partes, no se os responde: ¿Qué me interesa la política? ¿Qué me importa la libertad? ¿Acaso todos los gobiernos no son una misma cosa? ¿Acaso un gobierno no debe defenderse?

Además, tenedlo bien presente, ni siquiera es el pueblo el que hablará con este lenguaje: serán los burgueses, los industriales, las personas instruidas, los ricos, los ilustrados, todos aquellos que están en condiciones de apreciar vuestras maravillosas doctrinas de derecho público. Me bendecirán, proclamarán que yo los he salvado, que constituyen una minoría, que son incapaces de gobernarse. Fijaos en esto, las naciones experimentan no sé qué secreto amor por los vigorosos genios de la fuerza. Ante todo acto de violencia signado por el talento del artífice, oiréis decir con una admiración que superará a la censura: No está bien, de acuerdo, pero ¡cuánta habilidad, qué destreza, qué fuerza!

Montesquieu

¿Vais a entrar entonces en la parte profesional de vuestras doctrinas?

Maquiavelo

No, todavía estamos en la ejecución. Hubiera, por cierto, avanzado algunos pasos más si vos me hubieseis forzado a una digresión. Prosigamos.
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