Paul Delesalle


La acción sindical

y

los anarquistas

Primera edición cibernética, enero del 2004

Captura y diseño, Chantal López y Omar Cortés


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Presentación

Paul Delesalle llegó a ser, junto con Fernand Pelloutier, Emile Pouget y otros más, uno de los más preclaros representantes de la corriente conocida, a principios del siglo XX, con el nombre de anarquismo obrero.

Delesalle, como anarquista de la tendencia comunista, comprendió la importancia que, para el desarrollo de la corriente a la que pertenecía, guardaba el sindicalismo, lo que le impulsó a buscar la manera de acoplar esa herramienta obrera a sus concepciones anarquistas.

Desde un principio percatose de la lucha que al interior de los sindicatos se manifestaba entre las corrientes reformistas y revolucionarias, comprendiendo la apremiante necesidad de bloquear, en lo posible, el crecimiento de la primera, impulsando una agresiva y constante propaganda libertaria en el seno sindical con el objeto de promover la idea de un sindicalismo revolucionario pero encauzado en el sendero anarquista. Por esta razón, Delesalle difícilmente puede ser ubicado dentro de la corriente denominada sindicalista revolucionaria, misma que planteaba el surgimiento de una nueva concepción revolucionaria alejada por completo de cualquier esquema ideológico preconcebido, y que cifraba las bases de su desarrollo en su propia práxis. Delesalle concebía, por el contrario, al sindicalismo inmerso en la alternativa anarquista comunista en su vertiente organizacionista.

Las raíces de lo que en la actualidad se conoce como anarcosindicalismo, las encontramos en los planteamientos de anarquistas obreristas como Paul Delesalle.

Chantal López y Omar Cortés




La acción sindical y los anarquistas

La importancia cada día mayor de los Sindicatos obreros, nos crea el deber de considerar y especialmente de estudiar qué conducta debemos seguir ante estos grupos y hasta qué punto debemos participar en su desarrollo, bien ingresando en ellos como miembros, ora favoreciendo su creación.

Toda forma social contiene en sí misma los propios agentes de su metamorfosis, y son las mismas leyes del régimen capitalista quienes operan la destrucción de este régimen, dado el antagonismo de clases originado por el modo de producción capitalista.

El régimen industrial moderno, es decir, las formas económicas actuales, tienen por corolario, en las relaciones sociales, la organización profesional.

El Sindicato obrero es el grupo que mejor representa a la clase explotada en lucha contra la avidez de la clase explotadora. No debemos, pues, oponernos a este movimiento de agregación de las unidades obreras. Debemos, por el contrario, fomentarlo resueltamente e impedir que su dirección caiga en manos de ignorantes o ambiciosos, que lo desviarían de su senda revolucionaria.

Obligados a resistir a la avaricia capitalista cada día mayor, los obreros se han agrupado por oficios para poner fin a su explotación. De ahí ha nacido el Sindicato obrero: asociación de obreros de un mismo oficio que se agrupan para defender sus intereses materiales y morales, creando relaciones de solidaridad entre sus adherentes, a fin de resistir a la codicia de los detentadores del capital.

Mas, para nosotros, revolucionarios, su acción no debe detenerse ahí. Nosotros vemos en los Sindicatos dos movimientos:

1° Un movimiento reformista para cuidarse de sus intereses materiales y morales, que tiende a la satisfacción de intereses inmediatos, como el aumento de salario, la disminución de la jornada de trabajo y, en general, toda mejora en el bienestar del obrero.

2° Un movimiento económico de la clase obrera contra la clase capitalista, cuyo fin determinado es la supresión de esta última y del régimen que representa.

Tales son, a nuestro juicio, los puntos diferentes a que tienden los sindicatos obreros. Un movimiento puramente reformista y un movimiento revolucionario, que se proponen cambiar la forma de la sociedad. La prueba la suministra esta frase inscrita al frente de un llamamiento hecho a los obreros de las industrias metalúrgicas para instarles a sindicarse:

El Comité declara que el fin que persigue es la supresión completa de la clase patronal y del salariado.

Nuestra actitud ante estas dos tendencias del movimiento sindical es sencilla: demostrar la vanidad de las reformas parciales y fomentar el espíritu revolucionario entre los sindicados.

Respecto de un aumento de salario, por ejemplo, nos es fácil demostrar que si, momentáneamente, tal aumento de salario nos favorece en cuanto compradores, llega un instante en que, como todos los salarios han aumentado, los productos suben de precio inevitablemente en idénticas proporciones y el aumento de salario no habrá servido de nada porque, aunque se tenga más dinero, no es posible que aumente la capacidad de consumo. Esto, según creo, es lo que los abogados del socialismo científico llaman la ley de bronce de los salarios.

Citaré sólo un ejemplo: en los Estados Unidos no es raro ver que un obrero gane 3 ó 4 dólares diarios, lo que equivale al 5 o 20 francos, a pesar de lo cual los trabajadores americanos no son más felices que nosotros, según demuestran las formidables huelgas de que tantas veces hemos oído hablar.

Nuestra propaganda en los sindicatos debe, pues, proponerse restringir el movimiento que tiende a las reformas parciales, demostrando a nuestros camaradas de grupo su inutilidad, cuantas veces se presente la ocasión.

Esto, naturalmente, no quiere decir que si nuestros compañeros piden un aumento de salario, nosotros debamos oponernos a su demanda, sino que debemos de mostrarles que tal acto sólo tiene una importancia pasajera puesto que necesitaremos volver a empezar poco después, si no queremos perder la ventaja conquistada, y con tal proceder, favoreceremos el movimiento sindical en cuanto a elemento de lucha contra la clase capitalista.

Nuestra posición, ante estos dos elementos del movimiento sindical, se define, pues, perfectamente, mediante estas dos fórmulas:

I° Demostrar la inutilidad de las reformas.

2° Favorecer el movimiento en cuanto al elemento revolucionario.

Como acabamos de ver, si hay un grupo que se coloca en el terreno económico de la lucha de clases es, sin disputa, el grupo sindical. En ningún sitio se hace sentir tan vivamente el antagonismo que existe entre patronos y obreros. Quiérase o no, los intereses de los obreros están en oposición con los de los patronos y viceversa; hay una lucha continua entre los dos elementos, y el grupo corporativo la favorece mejor que ningún otro, o, por lo menos, se lo recuerda a sus miembros, porque es su suprema razón de ser. Prueba de esto, la frecuencia de las huelgas en estos últimos años, frecuencia que crece a medida que se desarrollan los sindicatos obreros.

La lucha sobre este terreno tiene, además, la ventaja de que no deja el menor lugar a las alianzas y pactos con la clase burguesa o con las clases intermedias (pequeños burgueses, pequeños comerciantes, altos funcionarios), cuyos intereses inmediatos son antagónicos a los de los obreros, como ocurre en el movimiento político, donde las alianzas de intereses opuestos no son raras, antes al contrario. Mejor dicho, hay un antagonismo entre el movimiento corporativo y el político, y éste, a pesar de todos sus intentos, no ha conseguido nunca absorber a aquél.

Saber los deseos de los Sindicatos, conocer el grado de evolución de estos grupos, son cosas que deben interesarnos en el más alto punto, pues hay en ellos un campo de acción especialmente dispuesto para nosotros. Ya en varias ocasiones, la influencia de nuestra propaganda se ha hecho sentir en ellos vivamente. El Congreso de Londres, a donde unos cuantos camaradas llevaban las ideas y tendencias de los grupos corporativos, nos ha mostrado la ventaja que podíamos sacar de ello; y la campaña netamente antiparlamentaria, emprendida por los delegados obreros al dar cuenta de lo ocurrido en el Congreso a su regreso de Londres, no ha carecido de importancia.

Aun hoy, el antagonismo que existe entre los políticos -para quienes la conquista de los Poderes públicos es la suprema panacea- y los sindicalistas (como algunos les llaman tan desdeñosamente), partidarios de una transformación de la Sociedad y que preconizan como medio la huelga general -que no es en realidad sino una forma nueva de la revolución muy en relación con el régimen industrial moderno- nos muestra todo el beneficio que podemos obtener para nuestras ideas del movimiento puramente obrero de los Sindicatos.

Al contrario de la lucha electoral y política remotamente periódica, la lucha contra la avidez patronal es de todos los días, mantiene continuamente en tensión a los individuos, y, cosa muy importante, no necesita de jefes ni diputados para realizar la obra de todos; todos son invitados a tomar parte en ella activamente, mientras que en la lucha política electoral, el individuo efectúa un acto de soberanía -y ya sabemos de qué soberanía- a lo sumo cada cuatro o cinco años.

Son éstas ventajas innegables del movimiento económico sobre el político, pues en aquél el individuo toma parte activamente y sin necesidad de intermediarios. Nuestros políticos de oficio se han dado tan perfecta cuenta que, como decía Jaurés no hace aún mucho tiempo, tratan de relegarlo a segundo plano cuando, en nuestra opinión, la importancia del movimiento económico lo es todo, y la del político, nada.

Las revoluciones no han sido eficaces sino en cuanto han sido revoluciones económicas; las revoluciones políticas no han hecho otra cosa que cambiar la forma de Gobierno sin afectar en nada a las bases de la Sociedad, ni influir de modo alguno sobre las condiciones vitales del obrero.

Descartadas las reformas -que como creo haber demostrado más arriba, no son más que paliativos buenos, a lo sumo, para engañar por algún tiempo a aquéllos en provecho de quienes se hacen, y que no tardan en comprenderlo- el fin perseguido por los Sindicatos es, pues, en realidad, un fin revolucionario, que sólo puede alcanzarse por medios revolucionarios (huelga general u otro), porque el deseo supremo es el fin de la explotación del hombre por el hombre, con una tendencia -hay que reconocerlo- por parte de algunos hacia un cuarto estado centralizado (teoría colectivista).

No conviene engañarnos a nosotros mismos, fingiendo creer o querer que se crea, que si todos desean la transformación de la sociedad capitalista, todos esperan su emancipación de una sociedad comunista libertaria. Muchos aún no tienen como ideal sino un comunismo autoritario o colectivismo, confiados, a pesar de todos los sufrimientos padecidos, en la función del Estado providencia. Yo no tengo que hablar aquí del Estado productor y dispensador de todas las riquezas; enemigos de la centralización capitalista, no lo somos menos de la centralización socialista; ser gobernados por Guesde o por Lafargue, nos hace la misma gracia, a nosotros que no queremos ser gobernados por nadie, que serIo por Waldeck-Rousseau o por Méline.

Esta tendencia de los Sindicatos a transformar la sociedad es una tendencia revolucionaria. Y si, por otra parte, la transformación de la sociedad es posible por medio del grupo puramente económico, queda demostrada al mismo tiempo la perfecta inutilidad de una dirección puramente política.

Otra ventaja de los Sindicatos, y no de las menores, consiste en que estrechan los lazos de solidaridad entre los miembros de la clase obrera, y no sólo en un mismo taller, en una misma ciudad, en un mismo país, sino también, con frecuencia, por encima de las fronteras.

Seguramente se recuerda lo que fue la Internacional, aqueIla gran asociación de los trabajadores de todo el mundo, que tenían un fin común: la destrucción de la burguesía capitalista. Era la encarnación del internacionalismo práctico, y nuestros adversarios, los burgueses, lo comprendieron tan bien, que supieron agruparse a su vez, internacionalmente, para deshacer la Internacional obrera, dándonos así un ejemplo para un porvenir que creemos cercano.

El Sindicato ofrece además la ventaja de que, como agrupa a sus miembros en torno de intereses que les son comunes, no encierra antagonismos, como le sucede a un movimiento puramente político que divide siempre a los individuos de la clase obrera en cuestiones de personas o de supremacías de partidos, cosa que podemos observar actualmente en el seno del gran partido socialista francés.

La agitación en el terreno económico, al mismo tiempo que se muestra la perfecta inutilidad del movimiento político, prepara admirablemente la alianza entre los grupos productores para el día en que éstos se hallen en estado de hacerse dueños de los instrumentos de trabajo. En efecto, ¿cuál es el grupo que reune mejores condiciones para asegurar la producción y hacer frente a las necesidades del consumo al día siguiente de la revolución, sino el grupo corporativo?

Pues cuando se habla de revolución, parece olvidarse con demasiada frecuencia que será preciso estar en condiciones de asegurar el consumo al día siguiente de ésta. A la clase obrera, agrupada corporativamente, le será fácil garantizar la producción. Y esto es lo que nosotros esperamos. Semejante evolución de los Sindicatos obreros se hará tanto más de prisa cuanto más la alentemos y favorezcamos por nuestra propaganda.

Nada mejor que citar aquí a nuestro camarada Pelloutier, secretario de la Federación de las Bolsas del Trabajo. El también cree que los Sindicatos son los embriones de los grupos productores del porvenir.

Entre la Unión corporativa que se elabora y la Sociedad comunista y libertaria, en su período inicial, hay una concordancia perfecta.

Nosotros queremos que toda la función social se reduzca a la satisfacción de nuestras necesidades; la unión corporativa lo desea también, tiene ese mismo fin, y se liberta cada día más de la creencia en la necesidad de los gobiernos. Nosotros queremos la unión libre de los hombres; la unión corporativa (cada vez lo comprende mejor) no puede existir sino a condición de desterrar de su seno toda autoridad, toda coacción. Nosotros queremos que la emancipación del pueblo sea obra del pueblo mismo; la unión corporativa también lo quiere. Cada día se siente más la necesidad de administrar los propios intereses; el gusto de la independencia y el ansia de rebelión germinan a diario; se sueña con talleres libres donde la autoridad haya cedido el puesto al sentimiento personal del deber; se emiten indicaciones de una amplitud de espíritu sorprendente sobre el papel de los trabajadores en una sociedad armónica. En suma, los obreros, después de haberse creído condenados tanto tiempo al papel de herramientas, quieren hacerse inteligencias para ser al mismo tiempo los inventores y creadores de sus obras (La organización corporativa y la anarquía, págs. 17 - 18).

Los sindicatos, constituídos primitivamente para el socorro mutuo en caso de enfermedad o de paro, aumentaron muy pronto sus atribuciones, convirtiéndose en grupos de conciliación en los conflictos entre el capital y el trabajo. La burguesía patronal querría no ver hoy en ellos otra cosa.

Mas ahora han entrado de pleno en la lucha. Los trabajadores imponen la fuerza de su organización de resistencia contra la creciente avaricia capitalista, ya para rechazar disminuciones de salarios, bien al contrario, para exigir una mejor retribución, una disminución de las horas de trabajo o cualquiera otra reivindicación que mejore su suerte. Además, sin haber perdido todos sus caracteres primitivos, los grupos corporativos, constituídos sólidamente, consideran el porvenir próximo en que serán el embrión de los grupos libres de productores del porvenir. Obra inmensa, si hay alguna, y a propósito para atraernos.

Cierto que tendrán que seguir evolucionando, pero estamos convencidos de que la próxima revolución surgirá del movimiento obrero y en forma de huelga general, a lo que parece. A nosotros, pues, si no queremos que la revolución sea una vez más una farsa, nos corresponde impregnar, transformar los grupos corporativos conforme a nuestras ideas.

Necesitamos a toda costa evitar que acaparen este movimiento los partidarios del cuarto Estado, esos falsos amigos del proletariado que se llaman Jaurés, Millerand, Guesde, etc., y que sueñan con expropiar y expulsar a la burguesía en nombre de una vaga dictadura del proletariado, en la cual ellos serían los dictadores.

De mutualista que era, el movimiento sindical se convirtió muy pronto en un movimiento de reivindicaciones inmediatas, o movimiento reformista (aumento de salarios, duración de la jornada de trabajo, etc.). Hoy se ha hecho socialista y revolucionario; muchos camaradas, que han tomado parte en él, le han impregnado de nuestras ideas. Tratemos, pues, nosotros de liberarlo completamente de las viejas fórmulas; de hacerlo comunista y anarquista.

Sólo nos falta ahora refutar las objeciones, y son numerosas, hechas a nuestra participación en el movimiento sindical. No trataré de eludirlo; antes al contrario, procuraré refutar las principales.

Muchos camaradas nos hacen, con una apariencia de razón, la misma objeción que hacemos nosotros a los partidarios de la propaganda electoral y parlamentaria. Es de temer, dicen, que del mismo modo que el socialismo parlamentario, la agitación sindical pierda de vista el fin último, la transformación de la sociedad, y se convierta en un movimiento reformista.

El sindicato, nos dicen también, se impone a la hora actual únicamente porque agrupa a los trabajadores para conseguir mejoras inmediatas. Yo no oculto, menos que nadie, el valor de estos argumentos, verdaderos, por desgracia, demasiadas veces.

Lejos de detenernos, estos argumentos son, por el contrario, excelentes razones para que entremos en el seno mismo del movimiento sindical y creemos en él un movimiento anarquista. Repudiando la preocupación de las ventajas inmediatas y demostrando su inutilidad, imprimiremos al movimiento un carácter más conforme a nuestras propias ideas.

Otra objeción que podría hacerse y cuyo valor nadie puede ignorar menos que yo, es la de que no hay necesidad de formar sindicatos para agrupar a los obreros sobre un terreno revolucionario, que, antes al contrario, el movimiento corporativo tiende a no ocuparse más que de intereses exclusivamente corporativos, en suma, que muchos individuos, rechazados de los oficios especiales por el desarrollo constante del maquinismo, forman un verdadero ejército de reserva y no pueden entrar en ningún sindicato, y que estos individuos son precisamente los que tienen un interés más inmediato en la revolución y en la transformación de la sociedad. No obstante, nada impide agrupar a estos individuos sobre un terreno revolucionario, donde nuestra propaganda podrá afectarles más vivamente. Por lo demás, siempre hemos procurado hacerlo lo mejor posible, aunque personalmente hayamos sentido todas las dificultades que presenta actuar de semejante modo. Muchos camaradas lo han intentado también y han vuelto llenos de desilusiones. Todo este ejército de los sin trabajo, de vagabundos, es, en realidad, muy difícil de mover. Hay gentes todavía que van a pedir un pedazo de pan a los conventos de monjas o a algunos patronatos laicos, y yo deseo sinceramente que los camaradas que encaminan sus esfuerzos hacia este lado tengan más suerte que yo.

De todos modos, no puede negarse que hay ahí una fuerza real de la que, en un momento dado, será menester sacar partido.

El ideal, claro es, sería un grupo exclusivamente revolucionario; los grupos que nosotros nos esforzamos en crear, son una prueba de que, en cuanto anarquistas, no permanecemos inactivos. Pero, puesto que existen otros grupos cuyos individuos no vienen a nuestro lado, ¿no debemos nosotros ir hacia ellos? ¿No está nuestro puesto en todas partes donde hay que hacer propaganda, donde hay individuos que convencer? Y el Sindicato, mejor que cualquier otro grupo, ¿no es un excelente campo de propaganda? El Sindicato, poco a poco va libertándose; ya no es, como he procurado demostrar, exclusivamente un grupo de intereres corporativos y de reivindicaciones inmediatas; va más lejos, hasta forjar en su seno la organización de una sociedad mejor. Y esto es lo que deseamos todos.

También por los Sindicatos, los obreros de distintos países se han aproximado; han aprendido a conocerse; igualmente han sido creadas y viven federaciones de oficios o industrias. Esto es internacionalismo práctico. Los obreros de un mismo taller, de una misma ciudad, se conocen. Las relaciones creadas por encima de las fronteras entre los trabajadores, les harán darse cuenta pronto de que la explotación no tiene límites y que es la misma en todas partes. Nuestra propaganda también tiende a lo mismo. Con estas aproximaciones, con estas simpatías que se fundan entre todos los explotados, es con lo que más debemos contar. El día en que todos hayan comprendido que todo es igual aquende y allende las fronteras, la burguesía capitalista no podrá vivir más.

En fin, en cuanto anarquistas, podemos siempre impedir que el movimiento sindical derive hacia una organización autoritaria o cree una aristocracia obrera.

Por todas estas razones, debemos participar resueltamente en la acción sindical, y demostrar, por una incesante propaganda, a nuestros camaradas de Sindicato que nuestra emancipación completa sólo puede salir de una Revolución Internacional Comunista y Anarquista.