Índice de En defensa de la revolución de Ricardo Flores MagónOctavo escritoBiblioteca Virtual Antorcha

IX

Consecuente con su táctica de sacar conclusiones generales de un hecho particular, porque sólo así logra Spagnoli arrojar sombras sobre el luminoso y edificante movimiento mexicano, escribe este párrafo:

Esos peones no aman la revolución porque no alcanzan a comprender los beneficios que podría concederles y prefieren la paz; prefieren el trabajo rudo del pico y de la pala, y mal pagado, antes que ir al matadero.

Si los peones no amaran la revolución, ¿cómo es que la revolución, de 1910 a 1916, ha tenido en juego un millón de hombres armados, como acabamos de verlo en los párrafos anteriores?

Lo que prueba Spagnoli con el relato que hace de los peones de la hacienda de los Madero, a quienes vió trabajando de sol a sol por un peso diario, es que esos peones no habían tenido la oportunidad de rebelarse contra sus amos, y el mismo hecho de haber estado ganando un peso diario, afirma por sí solo un progreso, porque antes de la revolución, por un trabajo semejante, el peón solamente lograba ganar real y medio, o sea dieciocho centavos mexicanos, y en las regiones donde mejor se retribuía su trabajo, no alcanzaban a ganar arriba de tres reales, o sea treinta y siete centavos mexicanos.

Las circunstancias forzan a los trabajadores, aun en medio del torbellino revolucionario, a alquilar sus brazos para poder subsistir. Allí donde no encuentran una oportunidad para adueñarse de la tierra, tienen que seguirla trabajando para sus amos, so pena de perecer con sus familias; pero la revolución misma nos muestra con su historia de más de cinco años, que apenas encuentran los campesinos la oportunidad de expropiar la tierra, llevan a cabo ese acto.

Algunas veces parece que el peón no quiere adueñarse de la tierra. Sucede que alguna pequeña partida de rebeldes expropiadores pasa por una región controlada por fuerzas poderosas de alguna facción enemiga de la expropiación. El puñado de rebeldes invita al pueblo a la expropiación; pero los habitantes, inermes, indefensos, se conforman con mirarse los unos a los otros, sin decidirse a tomar la riqueza social para el beneficio de todos, no porque no abriguen en sus pechos ansias de reivindicación, sino porque comprenden que no pueden sostener su conquista, y que cuando la pequeña partida expropiadora se haya marchado, caerá sobre ellos el poderoso enemigo, armado hasta los dientes, y no sólo les quitará lo que apenas acaban de conquistar, sino que se entregara al ejercicio de las más crueles represalias, para escarmentar a los audaces.

Pero en las regiones donde domina un ambiente favorable para la expropiación, donde por el radicalismo de los revolucionarios encuentran simpatía y apoyo la acción expropiadora de los habitantes allí se apoderan de las tierras y de las casas, de las provisiones y de cuanto hay. ¿En qué hacienda del Estado de Morelos, por ejemplo, se encuentra gente trabajando a salario?

Las haciendas que los científicos Escandón, De la Torre, Noriega, Alarcón y muchos más, poseían en el Estado de Morelos, no están en poder de los jefes carrancistas, sino en poder de multitudes proletarias que las trabajan fraternalmente, demostrando así esos proletarios, lo que Spagnoli les niega al decir que esos peones no aman la revolución porque no alcanzan a comprender los beneficios que podría concederles; y que -sigue diciendo Spagnoli-, prefieren el trabajo rudo del pico y de la pala, y mal pagado, antes que ir al matadero.

Es preciso comprender de una vez, que las mismas ansias que tiene el campesino del sur de hacerse dueño de la tierra que riega con su sudor, las siente su hermano de otras regiones del país, sólo que, por circunstancias especiales, no ha tenido la oportunidad de arrancarla de manos de la burguesía. Pero que continúe el movimiento revolucionario, que las circunstancias se hagan propicias a la expropiación, y se verá entonces cómo esos peones de la hacienda de los Madero, que, para Spagnoli, prefieren el trabajo rudo del pico y la pala, hacen exactamente lo mismo que han hecho sus hermanos del sur.

Parece que Spagnoli siente gran admiración por A. Dolero, el escritor que dijo que el indio mexicano, al lanzarse a la revolución, no hace más que obedecer a sus instintos de rapiña y de vida nómada, con lo que da una muestra de su ignorancia de la historia de México y de su falta de escrúpulo para aventurar las más gordas mentiras.

Dice Spagnoli, muy contento de haber encontrado una autoridad que con él esté de acuerdo:

El citado escritor, A. Dolero, en un estudio sobre la revolución mexicana y sus causas, publicado en La Reforma Social, de La Habana, dice: en mis viajes recientes por México me cercioré una vez más de que la gran mayoría de los ciudadanos conscientes desean la paz ...

Ciudadanos conscientes, dice Dolero. ¿Conscientes de qué? Porque el militar es consciente de que su misión es velar por las instituciones del régimen capitalista; el funcionario público es consciente de que debe velar por los intereses de los capitalistas; el burgués es consciente de que hay que luchar a todo trance porque no desaparezca el sistema que lo capacita para obtener ventajas del que no cuenta más que con sus brazos y su inteligencia para ganarse la vida; el proletario es consciente de su derecho a obtener el producto íntegro de su trabajo, y así por el estilo, hasta Dolero y Spagnoli son conscientes de que escriben mentiras.

¿Quiénes son los ciudadanos conscientes que desean la paz? Indudablemente que han de ser todos aquellos cuyos intereses peligran con la revolución, los burgueses, los políticos, los militares profesionales, los clérigos de todas denominaciones, en suma, todos los que se benefician con la supervivencia de un sistema fundado en la esclavitud de los de abajo para que los de arriba gocen de libertad y de bienestar.

Estos, los interesados en que subsista el régimen capitalista, son los que desean la paz; los que temen perder la posición privilegiada que ocupan o los que aspiran a obtenerla, son los que quieren la paz; pero el proletario que no tiene un terrón donde reclinar la cabeza; el hombre que a duras penas consigue una tortilla para entretener el hambre que le roe las entrañas, ése no quiere la paz, ése no puede quererla a no ser que tenga por base la independencia económica, que es por lo que lucha el proletario mexicano.

El mejor mentis a las afirmaciones de Dolero, lo da ese millón de hombres que hemos visto empeñado en la revolución.

Naturalmente, con el apoyo que le da Dolero, Spagnoli ha notado algo parecido. He aquí sus propias palabras:

Algo parecido he notado yo en mis continuas correrías por los Estados del norte; el pueblo está cansado de la revolución y desea la paz.

Las continuas correrías de Spagnoli se reducen a las que ha de haber podido hacer en unos cuantos meses, una buena parte de los cuales la pasó en Monterrey, escribiendo Ideas, un periodiquito enemigo del Partido Liberal Mexicano, pues, muy corta fue su estancia en territorio mexicano; pero quien lea eso de continuas, quedará con la impresión de que ha recorrido estos Estados en todas las direcciones, que es la impresión que él quiere dejar, para que se le crea con más facilidad.

Para mentir y comer pescado, señor Spagnoli, se necesita mucho cuidado.

Spagnoli no ha recorrido en todas direcciones los Estados del norte que son: Sonora, Chihuahua, Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas; cada uno de los cuales cuenta con una gran extensión territorial, pues son los más grandes de la República mexicana y todos juntos forman poco menos de la tercera parte del territorio mexicano. ¡Qué correrías, ni que niño muerto! Habría necesitado años enteros para hacer correrías en un territorio tan extenso, y esas correrías son imposibles en tiempos de revolución, porque a cada paso hay que mostrar salvoconductos a las fuerzas de las diferentes facciones que en él operan, so pena de verse detenido en el tránsito hasta que se logre la identificación del viajero. Pero Spagnoli tenía que soltar esa mentira, para que se diera algún crédito a su relato.

Spagnoli no pierde oportunidad para denigrar al indio mexicano, y vuelve a citar lo que dice su autoridad. Veámoslo:

El ya citado A. Dolero, en frases escultóricas (cualquier cosa es escultórica para el pobre Spagnoli) pinta la vida de los que viven en varios Estados del sur de México y esa descripción en muchos podría adjudicarse, a los que viven en el norte. Oigámosle: Los indios a allí, como en todas partes de México, se conforman con su estado social; viven felices en sus jacales, cazan, pescan y quedan fuera de sus moradas con las piernas cruzadas ...

La mentira es manifiesta, porque si fuera la verdad lo que dice Dolero, y que con tanto placer copia Spagnoli, ¿cómo se explica que la revolución en los Estados del sur sea la más radical? Si aquella gente vive feliz en su estado social, ¿por qué se ha levantado en armas, y, todavía mejor, para qué ha expulsado o ajusticiado a los hacendados y se ha apoderado de las tierras que éstos detentaban?

Ante la admiración de todo el mundo inteligente, el indio del sur, al levantarse en armas, ha dado una prueba de que sabe por qué lucha al quemar los títulos de la propiedad territorial, romper los linderos y entregarse al trabajo libre de la tierra, sin tener ningún amo que le explote. Al hacer tal cosa, el indio del sur ha demostrado que no estaba conforme con su estado social; que quiere ser libre, y con un buen sentido que debieran envidiar Dolero y Spagnoli, se apodera de la tierra, probando con ese solo hecho que no se sentía muy feliz en su jacal, a cuyas puertas, con las piernas cruzadas, nos lo pinta Dolero.

De la manera como Dolero nos pinta al indio mexicano, éste es indolente, no tiene hábitos de trabajo, entonces, ¿para qué quiere la tierra que con su sangre le arrebata de las manos de sus amos? El indolente no quiere tierra, porque sabe que la tierra no da sino a cambio de sudor y de fatiga.

Con su actuación revolucionaria, el indio mexicano demuestra que Dolero y Spagnoli son un par de embusteros.

Dice Spagnoli que la descripción que hace Dolero de los indios del sur de México, puede ser aplicada a los indios del norte, y ésa es otra mentira. En el Estado de Nuevo León no encontramos otra población indígena que la del pueblo de Bustamante, y los indios de Bustamante son justamente admirados por todos como laboriosos, inteligentes, limpios. No viven de la caza ni de la pesca, como los pintan Dolero y Spagnoli, sino de la agricultura y de la industria, ni pasan las horas muertas, a las puertas de sus casas, con las piernas cruzadas ... ¡Esa es la población indígena de Nuevo León!

En Coahuila, en el Distrito de Múzquiz, reside la colonia indígena de los Kikapús. Estos indios tampoco viven de la caza y de la pesca. Crían ganados y se dedican a labrar la tierra. ¡Esta es la población indígena del Estado de Coahuila!

Hemos citado los Estados de Nuevo León y Coahuila, porque son los que conoce mejor Spagnoli. Su mentira es manifiesta, y ella demuestra que Spagnoli odia cordialmente al indio mexicano y odia la revolución.

Sigue diciendo Spagnoli acerca de los indios:

¿Queréis fastidiar a esa pobre gente que forma las tres cuartas partes de la población de México? Habladle de derechos del hombre y de su sufragio efectivo, del problema social.

En efecto, la charla de los demócratas que tanto alarde hacen de sus derechos del hombre y de su sufragio efectivo, fastidia al proletariado mexicano, porque el proletariado mexicano está convencido de que los derechos políticos son una ilusión cuando no están basados en la independencia económica.

En el Manifiesto que el gran revolucionario suriano, Emiliano Zapata, expidió en Milpa Alta, Distrito Federal, en agosto de 1914, encontrará Spagnoli la razón de ese disgusto con que el proletariado mexicano oye hablar a los papagayos demócratas. He aquí las notables frases de ese Manifiesto:

El campesino tenía hambre, padecía miseria, sufría explotación, y si se levantó en armas, fue para obtener el pan que la avidez del rico le negaba, para adueñarse de la tierra que el hacendado egoísta guardaba para sí, para reivindicar su dignidad que el negrero atropellaba inicuamente todos los días. Se lanzó a la revuelta, no para conquistar ilusorios derechos políticos, que no dan de comer, sino para procurarse el pedazo de tierra que ha de proporcionarle alimento y libertad, un hogar dichoso y un porvenir de independencia y de engrandecimiento.

Es cierto que los ilusos creen que el país va a conformarse (como no se conformó en 1910) con una pantomima electoral, de la que surjan en apariencia nuevos y en apariencia blancos, que vayan a ocupar las curules, los escaños de la Corte y el alto solio de la presidencia; pero los que así juzgan, parecen ignorar que el país ha cosechado en la crisis de los últimos cuatro años enseñanzas inolvidables, que no le permiten ya perder el camino, y un profundo conocimiento de las causas de su malestar y de los medios de combatirlas.

... no se conformará el país con la sola abolición de las tiendas de raya, si la explotación y el fraude han de subsistir bajo otras formas; no se satisfará con las libertades municipales, bien problemáticas, cuando falta la base de la independencia económica, y menos podrá halagarle un mezquino programa de reformas a las leyes sobre impuestos a las tierras, cuando lo que urge es la solución radical del problema relativo al cultivo de éstas.

El país quiere ... romper de una vez con la época feudal, que es ya un anacronismo; quiere destruir de un tajo las relaciones de señor a siervo y de capataz a esclavo, que son las únicas que imperan, en materia de cultivos, desde Tamaulipas hasta Chiapas y desde Sonora hasta Yucatán.

El pueblo de los campos quiere vivir la vida de la civilización, trata de aspirar el aire de la libertad económica que hasta aquí ha desconocido, y la que nunca podrá adquirir si se deja en pie al tradicional señor de horca y cuchillo, disponiendo a su antojo de las personas de sus jornaleros, extorsionándolos con la merma de sus salarios, aniquilándolos con las tareas excesivas, embruteciéndolos con la miseria y el mal trato, empequeñeciendo y agotando su raza con la lenta agonía de la servidumbre, con el forzoso marchitamiento de los seres que tienen hambre, de los estómagos y de los cerebros que están vacíos.

Gobierno militar primero, y parlamentario después, reformas en la administración para que quede reorganizada, pureza ideal en el manejo de los fondos públicos, responsabilidades oficiales escrupulosamente exigidas, libertad de imprenta para los que no saben leer, libertad de votar para los que no conocen a los candidatos; correcta administración de justicia para los que jamás ocuparán un abogado; todas esas bellezas democráticas; todas esas grandes palabras con que nuestros abuelos y nuestros padres se deleitaron, han perdido hoy su mágico atractivo y su significación para el pueblo. Este ha visto que con elecciones y sin elecciones, con sufragio efectivo y sin él, con dictadura porfirista y con democracia maderista, con prensa amordazada y con libertinaje de la prensa; siempre y de todos modos, él sigue rumiando sus amarguras, padeciendo sus miserias, devorando sus humillaciones inacabables, y por eso teme y con razón sobrada que los libertadores de hoy, vayan a ser iguales a los caudillos de ayer, que en Ciudad Juárez claudicaron de su hermoso radicalismo y en el Palacio Nacional echaron en olvido sus seductoras promesas.

¿Queda enterado Spagnoli, por qué no se entusiasma el pueblo mexicano con las lindezas democráticas? Si Spagnoli se deleita todavía con la charla democrática, allá él, pero en ese caso, debe confesar que el indio mexicano muestra estar dotado de mejor sentido práctico que él.

Dice Spagnoli que la rebeldía de los revolucionarios mexicanos es inconsciente, y con esa afirmación no hace más que añadir una mentira más al montón de embustes de que está formado su artículo, pues, si alguna rebeldía es consciente es la del mexicano, porque éste sabe que la posesión de la tierra por el que la cultiva, es la base de la libertad y del bienestar. El campesino sabe que para ser libre es preciso ser dueño de la tierra, y por la posesión de la tierra derrama su sangre generosa. Que vuelva a leer Spagnoli los párrafos que copiamos del Manifiesto de Zapata. Ahora, si por inconsciencia queremos referimos al hecho de que muchos de los revolucionarios mexicanos no conocen los principios de la anarquía, nadie ha negado ni niega ese hecho. Si todos los revolucionarios o la mayor parte de ellos conocieran los principios de la anarquía, la paz habría quedado hecha en corto tiempo; pero no es así, y, por lo mismo, todos los anarquistas debemos preocupamos porque nuestros principios arraiguen en el cerebro de los trabajadores mexicanos. Los anarquistas que componemos lo que se llama Partido Liberal Mexicano, cumplimos con ese gran deber de iluminar las conciencias, y hacemos esfuerzos sobrehumanos porque los políticos no absorban el generoso movimiento que se desarrolla al sur del Río Bravo. ¿Pueden decir lo mismo los detractores del sublime movimiento mexicano? ¿No se han esforzado, y llegan hasta hacer gala de ello, porque los trabajadores de todos los países nos abandonen, cuando deberíamos contar con el apoyo de todo hombre y de toda mujer de corazón bien puesto sin distinción de razas? Si Voluntad es sincero, debe eliminar de sus columnas todo aquello que tienda a proyectar sombras sobre la lucha emocionante que el pobre sostiene contra el rico en la tierra mexicana. Ya nadie puede dudar, con excepción de los malvados y de los traidores que dudan por razones personales, de que en México se desarrolla un movimiento de carácter económico, y por lo tanto, social. Insistir en la duda, es un crimen; negar al Partido Liberal Mexicano el apoyo que merece por su constancia, su honradez y su entereza, es un crimen.

¡A volver todos sobre sus pasos!


(De Regeneración, N° 222, del 22 de enero de 1916)

Ricardo Flores Magón

Índice de En defensa de la revolución de Ricardo Flores MagónOctavo escritoBiblioteca Virtual Antorcha