Índice de Los caminos de la libertad de Bertrand RussellIntroducción de Bertrand RussellCAPÍTULO SEGUNDO - Bakunin y el anarquismoBiblioteca Virtual Antorcha

LOS CAMINOS DE LA LIBERTAD
El socialismo, el anarquismo y el sindicalismo

Bertrand Russell

CAPÍTULO PRIMERO
MARX Y LA DOCTRINA SOCIALISTA


El socialismo, como todo lo que es vital, es más una tendencia que una doctrina estricta y definible. Una definición del socialismo o incluye, seguramente, unas opiniones consideradas por muchos como no socialistas, o excluye otras que tienen derecho a ser incluídas. Creo que nos aproximaremos más a la esencia del socialismo definiéndolo como el derecho a la propiedad comunal de la tierra y del capital. La propiedad de lo común puede significar propiedad sólo para un Estado democrático. Puede comprenderse también, en el concepto de los comunistas libertarios, como propiedad en común por la libre sociedad de hombres y mujeres sin la intervención de los poderes gubernamentales que son necesarios para constituir un Estado. Algunos socialistas esperan que la propiedad comunal vendrá de repente y traída absolutamente por una revolución catastrófica, mientras que los sindicalistas piensan que vendrá gradualmente primero en una industria, luego en otra.

Algunos insisten en que es necesario que el pueblo adquiera en su totalidad la tierra y el capital; mientras que otros se contentarían con ir viendo desmoronarse lentamente la propiedad privada a condición de que ésta no quedase dividida en grandes partes.

Lo que todas las formas de socialismo tienen de común es la democracia y la abolición virtual o completa del sistema capitalista actual. La diferencia que existe entre socialistas, anarquistas y sindicalistas depénde, en gran parte, del grado de democracia a que aspiran.

Los socialistas ortodoxos se contentan con una democracia parlamentaria dentro de la esfera gubernamental, afirmando que los males visibles de la constitución actual desaparecerán con la abolición del capitalismo. El anarquismo y el sindicalismo se oponen a toda la maquinaria parlamentaria y aspiran a un método distinto para solucionar las cuestiones políticas de la comunidad. Pero todos son demócratas en el sentido de que ellos pretenden suprimir todo género de privilegio y de desigualdad artificial: todos son, por igual, defensores del jornalero en la sociedad de hoy.

Los tres (el socialismo, el sindicalismo y el anarquismo) tienen también mucho de común en la parte económica de sus doctrinas. Los tres consideran el capital y el sistema de salarios como medios para explotar al trabajador en interés de las clases de propietarios y pretenden que la propiedad en común, en una u otra forma, es el único medio que podrá dar la libertad a los productores. Mas, dentro del cuadro general de esta doctrina hay muchas divergencias, y aun entre los que se llaman estrictamente socialistas hay una gran variedad de escuelas. Se puede decir que el socialismo empieza a ser una fuerza en Europa con Marx. Es verdad que antes de él hubo unas teorías socialistas, tanto en Inglaterra como en Francia. Así es también verdad que, en Francia, durante la revolución de 1848, el socialismo alcanzó durante un breve período una influencia importante en el Estado. Pero los socialistas que existieron antes de Marx tenían la tendencia de entregarse a ensueños utópicos y no pretendían fundar un partido político fuerte o estable.

Se debe a Marx, en colaboración con Engels, el haber sistematizado en un cuerpo coherente la doctrina socialista, en forma bastante plausible y clara para conquistar el espíritu de grandes multitudes, y también la formación del mcvimiento socialista internacional, que ha seguido creciendo en todos los países de Europa durante los últimos cincuenta años. Para comprender la doctrina de Marx es preciso saber algo de las influencias que le formaron.

Nació en 1818, en Treves (Renania); su padre era funcionario, un judío que había aceptado nominalmente el catolicismo. Marx estudió jurisprudencia, filosofía, economía política e historia en varias Universidades alemanas. Estudiando filosofía se empapó de las doctrinas de Hegel, que estaba por aquel entonces en el cenit de su gloria, y algunas de estas doctrinas dominaron en su pensamiento durante toda su vida. Como Hegel, Marx vió en la historia el desarrollo de una idea. Concebía los cambios en el mundo como formando una evolución lógica, que consiste en que se pase de una etapa a otra por revolución, siendo la nueva etapa antítesis de la anterior. Concepto que dió a sus opiniones una cierta abstracción y una mayor fe en la revolución que en la evolución.

Marx olvidó, pasada su juventud, las doctrinas más definidas de Hegel. Era conocido como un estudiante sobresaliente y podría haber tenido una próspera carrera como profesor o funcionario; mas su interés por la política y sus opiniones radicales le condujeron por sendas más arduas.

Por el año 1842 se hizo redactor de un periódico que el Gobierno prusiano suprimió al comienzo del año siguiente a causa de sus opiniones avanzadas. Esto hizo que Marx se marchase a París, en donde bien pronto fué conocido como socialista, y aprovechó su estancia para adquirir conocimientos sobre los precursores franceses (1) del socialismo.

En Londres, en el año 1844, empezó su amistad con Engels, que duró toda su vida; éste, hasta aquel entonces, seguía haciendo negocios en Manchester, en donde Marx conoció el socialismo inglés, del que adoptó, en general, sus doctrinas (2).

En 1845, Marx, expulsado de París, se marchó a Bruselas para vivir con Engels. Allí formó una Asociación de Trabajadores Alemanes y editó un periódico, que les servía de órgano. Por sus actividades en Bruselas llegó a ser conocido por la Liga Comunista Alemana de París, la que a fines de 1847 invitó a Engels y a él a redactar un manifiesto para la misma, que apareció en enero de 1848. Fué el célebre Manifiesto comunista, en el que está expuesto por primera vez el sistema de Marx. Apareció en un momento feliz. Al mes siguiente, febrero, estalló la revolución en París, y en marzo se extendió hasta Alemania. Teniendo miedo de la revolución, el Gobierno de Bruselas expulsó a Marx de Bélgica; pero la revolución alemana le permitió volver a su país, en donde editó un periódico que le colocaba en lucha frente a las autoridades, lucha que se iba enconando a medida que la reacción tomaba más fuerza. En junio de 1849 fue suspendido su periódico y Marx fue expulsado de Prusia. Vuelve a París, pero es inmediatamente expulsado de allí. Entonces se instala en Inglaterra (en aquel período, un asilo para los amigos de la libertad), en donde vivió hasta su muerte, en el año 1883, a excepción de unos breves intervalos dedicados a la agitación.

La mayor parte del tiempo que pasó en Inglaterra lo dedicó a componer su gran libro El Capital (3).

Su otra obra, más importante, en sus últimos años fué la organización y propaganda de la Asociación Internacional de Trabajadores. Desde 1849 en adelante, la mayor parte de su tiempo se lo pasaba en el Museo Británico, recogiendo, con una paciencia alemana, los materiales para su formidable denuncia contra la sociedad capitalista; sin embargo, continuaba dirigiendo el movimiento internacional socialista. Tenía en varios países hijos políticos (así como Napoleón entronizaba a sus hermanos), que eran caudillos del movimiento, y en las luchas internas prevalecía triunfante, generalmente, su voluntad y consejo.

Las más esenciales doctrinas de Marx pueden ser reducidas a tres: primera, lo que se llama interpretación materialista de la historia; segunda, la ley de la concentración del capital; tercera, la lucha de clases.


La interpretación materialista de la historia

Marx afirma que, en general, los fenómenos de la sociedad humana tienen su origen en las condiciones materiales, y éstas cree él que están incorporadas a los sistemas económicos. Las constituciones políticas, las leyes, las religiones, las filosofías todas, son para él, en sus líneas generales, expresiones del régimen económico de la sociedad en que se producen. Sería injusto decir que afirma que el motivo económico consciente es el único que tiene importancia; dice, más bien, que las condiciones económicas forman el carácter y la opinión, y son de esta manera la fuente principal de muchos hechos que parecen no tener relación alguna con ellas. Aplica su doctrina particularmente a dos revoluciones: una, en el pasado; otra, en el porvenir.

La revolución pasada es la de la burguesía contra el feudalismo; revolución que tiene por tipo la francesa. La del porvenir es la de los trabajadores o la del proletariado contra la burguesía; revolución que debe establecer la República socialista. Marx considera todo el movimiento de la historia como necesario, como el efecto de causas materiales producido sobre seres humanos. Ya no sólo predica: profetiza la República socialista.

Es verdad que juzga que ésta sería benéfica; pero se ocupa mucho más en comprobar que inevitablemente tiene que venir. El mismo sentido de predestinación inevitable se ve en su exposición de los males del sistema capitalista. No culpa a los capitalistas de las crueldades de que, según él demuestra, son responsables: indica solamente que están bajo la fatal necesidad de obrar con crueldad en tanto que la posesión particular de la tierra y del capital siga existiendo. Esta tiranía no durará eternamente, pues ella misma produce las fuerzas que deben, al fin, derrocarla.


La ley de la concentración del capital

Marx señala que las Empresas capitalistas tienden a un desarrollo cada vez mayor. Predice la substitución de los trusts a la concurrencia libre y que el número de Empresas capitalistas tendrá que disminuir a medida que aumente su volumen. Supone que este proceso lleva consigo una disminución, no solamente del número de negocios, sino también del número de capitalistas.

En efecto, hablaba generalmente como si cada Empresa perteneciera a un solo hombre; por consiguiente, esperaba que habría continuamente gente expulsada de la clase capitalista, y que los capitalistas, en el curso del tiempo, tendrían que ir disminuyendo en número. Aplicó esta máxima no sólo a la industria, sino también a la agricultura. Esperaba poder comprobar que los terratenientes disminuirían cada vez más, mientras que sus propiedades seguirían aumentando. Este proceso debía hacer resaltar de modo creciente las maldades e injusticias del sistema capitalista y estimular con gran entusiasmo a las fuerzas de la oposición.


La lucha de clases

Marx cree que el jornalero y el capitalista son antitéticos, completamente opuestos.

Piensa que cada hombre es o tiene que ser, dentro de un breve plazo, o lo uno o lo otro.

El jornalero que no posee nada (proletario), está explotado por los capitalistas, que lo poseen todo. A medida que el sistema capitalista se desarrolla y se revela más claro su carácter, la oposición entre la burguesía y el proletariado se agudiza cada día más. Las dos clases, ya que tienen intereses antagónicos, se ven obligadas a luchar en una guerra de clases que produce, dentro del régimen capitalista, la diseminación de sus fuerzas y elementos.

Los obreros van aprendiendo a unirse contra los que les explotan, primero localmente; después, nacionalmente, y, al fin, internacionalmente. Cuando hayan aprendido a unirse intemacionalmente, vencerán sin remedio. Entonces harán que toda la tierra y todo el capital pertenezcan a la comunidad, la explotación terminará y la tiranía de los ricos no volverá jamás a ser instaurada, no volverá a existir una división de clases en la sociedad y los hombres serán libres.

Todas estas ideas estaban expuestas en el Manifiesto comunista, obra de vigor asombroso, que expone en un breve resumen las fuerzas titánicas del mundo y su lucha épica y la consunción inevitable. Esta obra es de capital importancia en el desenvolvimiento del socialismo, y da un tan admirable resumen de las doctrinas expuestas con más detalle y más erudición en El Capital, que es preciso conocer sus pasajes trascendentales para cualquiera que desee comprender el dominio que el socialismo marxista ha adquirido en el espíritu y la imaginación de una gran parte de los jefes de la clase obrera.

Empieza así:

Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo. Todas las potencias de la vieja Europa se han unido en una Santa Alianza para acorralar a ese fantasma: el Papa y el zar, Metternick y Guizot, los radicales de Francia y los polizontes de Alemania. ¿Qué oposición no ha sido acusada de comunismo por sus adversarios en el Poder? ¿Qué oposición, a su vez, no ha lanzado a sus adversarios de derecha o izquierda el epíteto zahiriente de comunistas?

La existencia de una guerra de clases no es cosa nueva:

La historia de toda sociedad hasta nuestros días no ha sido sino la historia de las luchas de clases.

En estas luchas, la pugna termina siempre, bien por una transformación revolucionaria de la sociedad, o bien por la destrucción de las dos clases antagónicas.

El carácter distintivo de nuestra época, de la época de la burguesía, es haber simplificado los antagonismos de clases. La sociedad se divide cada vez más en dos grandes campos opuestos, en dos clases enemigas: la burguesía y el proletariado.

Después expone la caída del feudalismo, seguida de una descripción de la burguesía como fuerza revolucionaria:

La burguesía ha jugado en la historia un papel esencialmente revolucionario. En lugar de la explotación velada por ilusiones religiosas y políticas, ha establecido una explotación abierta, directa, brutal y descarada. Impulsada por la necesidad de mercados siempre nuevos, la burguesía invade el mundo entero. La burguesía, después de su advenimiento, apenas hace un siglo, ha creado fuerzas productivas más variadas y más colosales que todas las generaciones pasadas tomadas en conjunto.

Las relaciones feudales se transformaron en cadenas. Era preciso romper esas cadenas y se rompieron. A nuestra vista se produce un movimiento análogo.

Las armas de que se sirvió la burguesía para derribar al feudalismo se vuelven ahora contra ella. Pero la burguesía no ha forjado solamente las armas que deben darle muerte: ha producido también los hombres que manejarán esas armas, los obreros modernos, los proletarios.

Después son expuestas las causas de la miseria del proletario:

Lo que cuesta hoy día el obrero se reduce poco más o menos a los medios de sostenimiento de que tiene necesidad para vivir y para perpetuar su raza. Según eso, el precio del trabajo, como el de toda mercancía, es igual a su coste de producción. Por consiguiente, cuanto más sencillo resulta el trabajo más bajan los salarios. Además, la suma de trabajo se acrecienta con el desenvolvimiento del maquinismo y de la división del trabajo.

La industria moderna ha transformado el pequeño taller del maestro patriarcal en la gran fábrica del burgués capitalista. Masas de obreros, amontonados en la fábrica, están organizados militarmente. Son como simples soldados de la industria, colocados bajo la vigilancia de una jerarquía completa de oficialeé y suboficiales. No son solamente esclavos de la clase burguesa, del Estado burgués, sino diariamente, a todas horas, esclavos de la máquina, del contramaestre y, sobre todo, del mismo dueño de la fábrica. Cuanto más claramente proclama este despotismo la ganancia como fin único, más mezquino, odioso y exasperante resulta.

Trata después, el Manifiesto, de la evolución en la lucha de clases:

El proletariado pasa por diferentes fases de evolución. Su lucha contra la burguesía comienza desde su nacimiento. Al principio la lucha es entablada por obreros aislados; en seguida, por los obreros del mismo oficio de la localidad contra la burguesía que los explotaba directamente, No se contentan con dirigir sus ataques contra el modo burgués de producción y los dirigen contra los mismos instrumentos de producción.

En este momento, el proletariado forma una masa diseminada por todo el país y desmenuzada por la competencia. Si alguna vez los obreros forman en masas compactas, esta acción no es todavía la consecuencia de su propia unidad, sino la de la burguesía, que por atender a sus fines políticos debe poner en movimiento al proletariado, sobre el que tiene todavía el poder de hacerlo.

Los choques individuales entre el obrero y el burgués adquieren cada vez más el carácter de colisiones entre dos clases. Los obreros empiezan por coaligarse contra los burgueses para el mantenimiento de sus salarios. Llegan hasta formar Asociaciones permanentes en previsión de estas luchas circunstanciales. Aquí y allá la resistencia estalla en sublevación. A veces los obreros triunfan, pero es un triunfo efímero. El verdadero resultado de sus luchas es menos el éxito inmediato que la solidaridad aumentada de los trabajadores. Esta solidaridad es favorecida por el acrecentamiento de los medios de comunicación, que permiten a los obreros de localidades diferentes ponerse en relaciones. Después, basta este contacto, que por todas partes reviste el mismo carácter, para transformar las numerosas luchas locales en lucha nacional con dirección centralizada en lucha de clase. Mas toda lucha de clases es una lucha política, y la unión que los burgueses de la Edad Media, con sus caminos vecinales, tardaron siglos en establecer, los proletarios modernos la conciertan en algunos años por los ferrocarriles. Esta organización del proletariado en clase y, por tanto, en partido político, es sin cesar destruída por la competencia que se hacen los obreros entre sí. Pero renace siempre, y siempre más fuerte, más firme, más formidable. Aprovecha las disensiones intestinas de los burgueses para obligarles a dar garantía legal a ciertos intereses de la clase obrera.

Las condiciones de existencia de la vieja sociedad están ya abolidas en las condiciones de existencia del proletariado. El proletario está sin propiedad; sus relaciones de familia no tienen nada de común con las de la familia burguesa; el trabajo industrial moderno, que implica la servidumbre del obrero al capital lo mismo en Inglaterra que en Francia, en América como en Alemania, despoja al proletariado de todo carácter nacional. Las leyes, la moral, la religión, son para él meros prejuicios burgueses tras de los cuales se ocultan otros tantos intereses burgueses. Todas las clases que en el pasado se apoderaron del Poder ensayaron consolidar su adquirida situación sometiendo la sociedad a su propio modo de apropiación. Los proletarios no pueden apoderarse de las fuerzas productivas sociales sino aboliendo el modo de apropiación que les atañe particularmente, y, por consecuencia, todo modo de apropiación en vigor hasta nuestros días.

Los proletarios no tienen nada que salvaguardar que les pertenezca; tienen que destruir toda garantía privada, toda seguridad privada existente. Todos los movimientos históricos han sido hasta ahora realizados por minorías en provecho de minorías. El movimiento proletario es el movimiento espontáneo de la inmensa mayoría en provecho de la inmensa mayoría. El proletariado, capa inferior de la sociedad actual, no puede sublevarse, enderezarse, sin hacer saltar todas las capas superpuestas que constituyen la sociedad oficial.

Los comunistas, dice Marx, representan el proletariado en su totalidad. Son internacionales.

De otro lado, se acusa a los comunistas de querer abolir la patria, la nacionalidad ... Los obreros no tienen patria. No se les puede arrebatar lo que no poseen.

El fin inmediato de los comunistas es la conquista del Poder político por el proletariado. Los comunistas pueden resumir su teoría en esta fórmula única: abolición de la propiedad privada.

La interpretación materialista de la historia les sirve para contestar a acusaciones tales como que el comunismo es contrario al cristianismo: Cuanto a las acusaciones lanzadas contra el comunismo en nombre de la religión, de la filosofía y de la ideologÍa en general, no merecen un examen profundo. ¿Hay necesidad de una gran perspicacia para comprender que los conocimientos, las nociones y las concepciones, en una palabra, la conciencia del hombre, cambia con toda modificación sobrevenida en las condiciones de vida, en las relaciones sociales, en la existencia colectiva?

La actitud del Manifiesto frente al Estado no es muy fácil de comprender: El poder ejecutivo del Estado moderno no es sino un Comité para dirigir los asuntos comunes de toda la burguesía.

Sin embargo, el primer paso del proletariado debe ser el de apoderarse del control del Estado.

Hemos visto más arriba que la primera etapa de la revolución obrera es la constitución del proletariado en clase directora: la conquista de la democracia. El proletariado se servirá de su supremacía política para arrancar poco a poco todo el capital a la burguesía, para centralizar todos los instrumentos de producción en manos del Estado, es decir, del proletariado organizado en clase directora, y para aumentar rápidamente la cantidad de fuerzas productivas.

El Manifiesto expone luego un programa de reformas inmediatas, que al principio aumentará mucho el poder del Estado existente; pero se razona que cuando ya esté efectuada la revolución socialista, el Estado, tal como le conocemos, dejará de existir. Engels dice, en otra parte, que cuando el proletariado se apodera del poder del Estado, ... pone fin a todas las diferencias y antagonismos de clases, y, como consecuencia, también termina con el Estado como Estado.

Así, a pesar de que puede ser, en verdad, el socialismo de Estado el resultado de las proposiciones de Marx y Engels, no se les puede acusar de haber glorificado al Estado en ningún momento.

El Manifiesto finaliza con un llamamiento a los proletarios del mundo a ponerse en pie en nombre del comunismo:

Los comunistas no se cuidan de disimular sus opiniones y sus proyectos. Proclaman abiertamente que sus propósitos no pueden ser alcanzados sino por el derrumbamiento violento de todo el orden social tradicional. ¡Que las clases directoras tiemblen ante la idea de una revolución comunista! Los proletarios no pueden perder más que sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo a ganar.

¡Proletarios de todos los países, uníos!

En todos los grandes países de Europa, menos en Rusia, inmediatamente después de la publicación del Manifiesto comunista, estalló una revoluoión, que no era ni económica ni internacional, excepto, al principio, en Francia. En todas las demás partes era inspirada por las ideas nacionalistas. Por eso los gobernantes del mundo, momentáneamente aterrorizados, pudieron recobrar el poder, afirmando las hostilidades inherentes que existen en el espíritu del nacionalismo, y por todas partes, después de un triunfo muy breve, la revolución acabó en guerra y reacción. Las ideas del Manifiesto comunista aparecieron cuando el mundo se hallaba todavía impreparado para ellas; pero, sin embargo, sus autores vivían aún cuando el movimiento socialista empezó a extenderse por todos los países; este movimiento, que ha avanzado con una fuerza acelerada, influyendo sobre los Gobiernos cada vez más, culminando en la revolución rusa, y quizá capaz de alcanzar en un día no muy lejano el triunfo internacional, al cual llama en los últimos párrafos del Manifiesto a todos los trabajadores del mundo.

El magnum opus de Marx, El Capital, añadió volumen y substancia a la tesis del Manifiesto comunista. Lo aumenta con la teoría de la plusvalía, que pretende explicar el mecanismo mismo de la explotación capitalista. Esta doctrina es muy complicada y casi sin defensa como contribución a la teoría pura. Es preferible considerarIa como una traducción en palabras abstractas del odio que Marx tenía por un sistema que fabrica riqueza con vidas humanas, y es considerada así, más que como un análisis desinteresado, como debe ser leída por sus admiradores. Una crítica de la teoría de la plusvalía necesitaría una muy difícil y abstracta discusión sobre la teoría económica pura, sin que tenga mucha relación con la verdad o falsedad práctica del socialismo; por eso me ha parecido imposible hacerla dentro de los límites del volumen presente. A mi juicio. las partes más interesantes de El Capital son las que tratan de hechos económicos, de los que Marx tenía unos conocimientos enciclopédicos. Esperaba Marx, con su cultura, inculcar a sus discípulos aquel firme e imperecedero odio, que debía convertirles en soldados de la lucha de clases hasta la muerte.

Son tantos los hechos que compila, que resulta casi prácticamente imposible sean conocidos por la mayoría de los que viven acomodadamente.

Son hechos espantosos, y el sistema económico que los ocasiona tiene que ser reconocido como verdaderamente terrible.

Unos cuantos ejemplos, sacados de los suyos, nos servirán para explicar el rencor que tienen muchos socialistas:

El Sr. Broughton Charlton. magistrado de un condado, como presidente de un mitin celebrado en la casa municipal de Nottingham el 14 de enero de 1860, declaró que en la parte de la población ocupada en la fabricación de encajes reina un grado de sufrimiento y de indigencia desconocido en el resto del mundo civilizado ... A las dos, tres o cuatro de la mañana, niños de nueve a diez años son arrancados de sus sucios lechos y obligados a trabajar por su simple subsistencia hasta las diez, once o doce de la noche, mientras que sus miembros se enflaquecen, su cuerpo se encoge, los rasgos de su fisonomía se borran y todo su ser humano se petrifica en un estupor cuya simple vista horroriza (4).

Comparecen simultáneamente ante un grand jury londinense tres trabajadores de ferrocarril: un conductor de pasajeros, un maquinista y un guardaagujas. Un gran accidente de ferrocarril ha mandado cientos de pasajeros al otro mundo. El descuido de los empleados es la causa de la desgracia. Estos declaran unánimemente ante los jurados que hace diez o doce años su jornada de trabajo no duraba más de ocho horas. Durante los últimos cinco o seis años se la han hecho aumentar a catorce, dieciocho y veinte horas, y cuando hay gran afluencia de viajeros, como en las temporadas de trenes de excursionistas, dura a menudo cuarenta o cincuenta horas sin interrupción. Ellos no son cíclopes, sino hombres como los demás. En un momento dado se acaban sus fuerzas de trabajo. Les invade un aletargamiento. Sus cerebros dejan de pensar y sus ojos de ver. El muy respetable british juryman contesta con un veredicto enviándolos ante el Tribunal de lo Criminal por manslaughter (homicidio), y en un apéndice muy benévolo manifiesta el santo deseo de que los señores magnates del capital ferrocarrilero sean en lo futuro más pródigos en la adquisición de la cantidad necesaria de fuerzas de trabajo y más abstinentes o más renunciantes o más económicos en la absorción de la fuerza del trabajo comprada (5).

A fines de junio de 1863 todos los diarios de Londres publicaron una noticia con el sensational título de Death for simple over-work (Muerte por simple exceso de trabajo). Se trataba de la muerte de la modista María Ana Walkley, de veinte años de edad, ocupada en un respetable taller de modas explotado por una señora que respondía al inofensivo nombre de Elisa. Volvía a ser descubierta la vieja y ordinaria historia de que esas muchachas trabajan por término medio dieciséis horas y media al día; pero durante la temporada, muchas veces treinta horas sin interrupción, estimulando su agotada fuerza de trabajo con sherry, aporto o café. La temporada estaba en su apogeo y se trataba de hacer a la carrera los espléndidos vestidos con que nobles señoras asistirían al baile en honor de la princesa de Gales, recientemente importada. María Ana Walkley había trabajado sin descanso veintiséis horas y media, junto con otras sesenta muchachas; treinta en un cuarto que apenas contenía un tercio del aire necesario, y acostándose por la noche, a dos por cama, en un chiribitil donde, con tabiques de tabla, se había improvisado un dormitorio. Esa era una de las mejores casas de modas en Londres. María Ana Walkley enfermó el viernes y murió el domingo, para asombro de doña Elisa. sin concluir antes la última pieza de adorno. El médico Sr. Keys, llamado muy tarde al lecho de muerte, declaró en secas palabras ante el coroneris jury: María Ana Walkley ha muerto por trabajar muchas horas en un cuarto atestado de obreras y descansar en un desván muy reducido y mal ventilado. Para dar al médico una lección del arte de la vida, el coroneris jury declaró, por el contrario, que la fallecida había muerto de apoplejía, pero que había razón para temer que su muerte había sido acelerada por un trabajo excesivo en un taller demasiado lleno, etcétera. Nuestras esclavas blancas, exclamó el Morning Star, órgano de los señores librecambistas Cobden y Bright, nuestras esclavas blancas son llevadas a la tumba por el trabajo, y se aniquilan y mueren en el olvido y el silencio. (6).

Eduardo VI (un estatuto del primer año de su gobierno, 1547) ordena que si alguien se niega a trabajar debe ser condenado a ser esclavo de la persona que lo denuncie como ocioso. El amo debe alimentar a su esclavo con pan y agua, bebidas débiles y los residuos de carne que le parezcan buenos al efecto. Tiene el derecho de obligarle a cualquier trabajo, aun el más repugnante, por medio del azote y la cadena. Si el esclavo se ausenta por catorce días es condenado a perpetua esclavitud y debe marcársele a fuego en la frente o en la espalda la letra S (de slave; inglés, esclavo); si se escapa por tercera vez es ejecutado como reo de tTaición. El amo puede venderlo, legarlo por testamento, alquilarlo como esclavo, exactamente como otro bien mueble o animal doméstico. Si los esclavos intentan algo contra los amos deben también ser ejecutados. Los jueces de paz, con fines de información, deben seguir la pista a estos sujetos. Si se descubre que uno de ellos ha vagado tres días, debe ser llevado al lugar de su nacimiento, marcado en el pecho, a hierro candente, con la letra V (de vagabundo; inglés, vago), cargado de cadenas y puesto a trabajar en las calles o en otros servicios. Si el vagabundo indica un falso lugar de nacimiento será castigado con ser perpetuamente esclavo de los habitantes o de las corporaciones de ese lugar y ser marcado con la letra S. Toda persona tiene derecho a quitar sus hijos a los vagabundos y tenerlos como aprendices; a los varones, hasta los veinticuatro años de edad; a las mujeres, hasta los veinte. Si se escapan serán hasta esa edad esclavos de sus patronos, que pueden encadenarlos, azotarlos, etc., a su gusto. Los amos deben poner a sus esclavos un anillo de hierro en el cuello, el brazo o la pierna para conocerlos mejor y tenerles más seguros. La última parte de este estatuto dispone que ciertos pobres deben ser ocupados por el lugar o las personas que les den de comer y de beber y encuentren trabajo para ellos. Esta especie de esclavos de parroquia se ha mantenido en Inglaterra hasta muy entrado el siglo XIX, bajo el nombre de roundosmen (hombres que ruedan)) (7).

Página tras página, capítulo tras capítulo, de hechos de esta naturaleza, cada uno traído para ilustrar alguna teoría fatalista que Marx pretende haber comprobado por un razonamiento exacto, no pueden por menos de enfurecer a cualquier lector obrero apasionado y avergonzar a cualquier capitalista en el que quede todavía un vestigio de generosidad y justicia.

Casi al fin del libro I, en un capítulo muy breve intitulado Tendencia histórica de la acumulación capitalista, Marx deja ver por un momento la esperanza que se halla más allá de todo el presente horror:

Así que este proceso de transformación haya descompuesto suficientemente en extensión y en profundidad la antigua sociedad y que los trabajadores se hayan transformado en proletarios y sus condiciones de trabajo en capital y que el modo capitalista de producción se sostenga sobre sus propios pies, la socialización ulterior del trabajo y la ulterior transformación de la tierra y demás medios de producción en medios de producción socialmente explotados, comunes; esto es, la expropiación ulterior de los propietarios privados, adquiere una nueva forma. A quien hay entonces que expropiar no es ya al trabajador autónomo, sino al capitalista, qUe explota a muchos trabajadores.

Esta expropiación realízase por la acción de las leyes inmanentes de la misma producción capitalista, por la centralización de los capitales. Cada capitalista mata a muchos otros. A la par de esta centralización, o expropiación de muchos capitalistas por una minoría de ellos, se desarrolla la forma cooperativa del proceso de trabajo en una escala siempre creciente, la aplicación técnica consciente de la ciencia, la explotación metódica de la tierra, la transformación de los medios de trabajo en medios de trabajo utilizables sólo era común, la economía en todos los medios de producción por su empleo como medios de producción del trabajo combinado y social, el entrelazamiento de todos los pueblos en la red del mercado universal, y así el carácter internacional del régimen capitalista. A medida que disminuye el número de los magnates del capital, que usurpan y monopolizan todas las ventajas de ese proceso de transformación, se acrece la miseria, la opresión, la servidumbre, la degeneración, la explotación; pero también la rebelión de la clase trabajadora, cada vez en aumento y más educada, unida y organizada por el propio mecanismo de la producción capitalista. El monopolio del capital se hace una traba para el modo de producción que ha florecido con él y bajo su régimen. La centralización de los medios de producción y la socialización del trabajo llegan a un punto en que son incompatibles con su envoltura capitalista. Esta se rompe. Suena la hora postrera de la propiedad capitalista. Los expropiadores son expropiados (8).

Esto es todo. Marx no añade una sola palabra más que permita aliviar la tenebrosidad con que está escrito desde el principio hasta el fin, y a esta implacable opresión que ejerce sobre el espíritu del lector se debe en gran parte el poder que este libro ha alcanzado.

Hay dos cuestiones que surgen de la obra de Marx. Primera, ¿ son exactas sus leyes de la evolución histórica? Segunda, ¿es el socialismo deseable? La segunda cuestión es completamente independiente de la primera. Marx pretende comprobar que el socialismo tiene que venir, pero apenas si se ocupa de argüir que cuando venga será una cosa útil y buena. Sin embargo, puede ser que si viniese lo fuera, aunque todos los razonamientos de Marx para comprobar que tiene que venir resultaran falsos. En verdad, el tiempo ha demostrado que hay muchos defectos en las teorías de Marx. Ha sido suficiente el progreso actual del mundo para que su profecía nos demostrase que era un hombre de una rara penetración y discernimiento, pero no ha tenido la suficiente penetración para predecir la historia política o económica exactamente tal como es. El nacionalismo, lejos de disminuir, ha aumentado y no se ha dejado vencer por las tendencias cosmopolitas que Marx distinguió tan bien en la hacienda pública. A pesar de que las grandes Empresas han aumentado y por muchas partes han llegado al estado de ser monopolios, el número de accionistas en dichas Empresas es tan grande que el número actual de personas interesadas en el sistema capitalista ha aumentado en relación. Además, aunque las grandes firmas hayan aumentado, ha habido también un crecimiento simultáneo de las firmas de tamaño medio. Entretanto los jornaleros, quienes, según Marx, tienen que quedar al mismo nivel de mera existencia en que se hallaban en Inglaterra al principio del siglo XIX, han mejorado con el desarrollo general de la riqueza, bien que sea en un grado menor que los capitalistas. La supuesta ley de hierro de los salarios se ha demostrado que es falsa en cuanto tratamos del trabajo en los países civilizados. Si ahora queremos encontrar ejemplos de la barbarie capitalista análogos a los que llenan el libro de Marx, tenemos que ir por la mayor parte de nuestro material a los trópicos o, por lo menos, a las regiones donde hay hombres de una raza inferior a explotar. Además, el obrero experto de hoy es un aristócrata en el mundo del trabajo. Para él es un problema unirse con el obrero inexperto contra el capitalista, o con el capitalista contra el obrero inexperto. Muchas veces él mismo es un pequeño capitalista, y si personalmente no lo es, su sindicato o su gremio lo será casi siempre. Por eso la agudeza de la guerra de clases no se ha afinado. Hay grados, rangos intermedios entre los ricos y los pobres, en lugar del lógico contraste neto entre los obreros que no tienen nada y los capitalistas que lo tienen todo. Aun en Alemania, que era la patria del marxismo ortodoxo, que existe un poderoso partido socialdemócrata que aceptaba nominalmente la doctrina de El Capital como casi inspirado verbalmente por ella; aun allí, el enorme crecimiento de la riqueza en todas las clases, en los últimos años antes de la guerra, indujo a los socialistas a revisar su credo y adoptar una actitud evolucionista más bien que revolucionaria. Bernstein, un socialista alemán que vivió mucho tiempo en lnglaterra, inauguró el movimiento revisionista, que al fin atrajo a la mayor parte del partido. Su crítica de la ortodoxia marxista la expone en su obra El socialismo evolucionista (9).

En marzo de 1914, Bernstein dió una conferencia en Budapest, en la cual se retractó de varias afirmaciones que había hecho. (Véase Budapest Volkstimme, marzo 19, 1914).

La obra de Bernstein, como acaece también con los escritorés del partido liberal avanzado de la Iglesia (como ocurre así con los escritores de un elemento liberal de cualquier ortodoxia), consiste mayormente en demostrar que los fundadores no mantenían sus doctrinas tan rígidamente como sus partidarios acérrimos. Hay muchos de los escritos de Marx y de Engels que no se pueden encajar en la ortodoxia rígida que se desarrolló entre sus discípulos.

La principal crítica que Bernstein hace de estos discípulos, aparte de la que hemos ya mencionado, consiste en la defensa de una acción dirigida en pequeñas y constantes revoluciones en contra de una acción revolucionaria definitiva. Protesta contra la actitud de hostilidad injustificada contra el liberalismo, que es común entre los socialistas, que embota la agudeza del internacionalismo, que es indudablemente una parte de la doctrina de Marx. Los obreros, dice él, tienen una patria tan pronto como se hacen ciudadanos, y sobre esta base defiende aquel grado de nacionalismo que la guerra ha mostrado después que existe predominantemente en las filas de los socialistas. Aun llega hasta afirmar que las naciones de Europa tienen derecho al territorio tropical a causa de su civilización superior.

Tales doctrinas disminuyen el fervor revolucionario y tienden a transformar a los socialistas en un ala izquierda del partido liberal. La prosperidad creciente de los obreros antes de la guerra hizo que las doctrinas de Bernstein se propagasen inevitablemente.

Hasta ahora no es posible conocer si la guerra hará modificar las condiciones en este respecto. Bernstein termina con la observación:

Debemos tomar los obreros tal como son. Además, no son ni tan universalmente pobres como se afirmó en el Manifiesto comunista, ni están tan libres de debilidades como sus defensores quieren hacernos creer.

Bernstein simboliza la decadencia interna de la ortodoxia marxista. El sindicalismo representa el ataque del exterior desde el punto de vista de una doctrina que pretende ser más radical y más revolucionaria aún que la de Marx y de Engels. La actitud del sindicalismo frente a Marx se puede ver en el pequeño libro de Georges Sorel La décomposition du marxisme y en su obra mayor Reflexions sur la violence. Después de citar a Bernstein, aprobándole, en tanto que critica a Marx, Sorel pasa a otras censuras de un orden distinto, indica (lo cual es verdad) que la economía teorética de Marx queda muy cerca al manchesterismo; la economía política ortodoxa, en sus comienzos, había sido aceptada por él sobre muchas opiniones de las cuales hoy se sabe que son equivocadas. SegÚn Sorel, lo verdaderamente esencial de la doctrina de Marx es la guerra de clases. Cualquiera que se alimente de este espíritu, guarda viva el alma del socialismo mucho más verdaderamente que los que se adhieren al pie de la letra a la ortodoxia socialdemócrata. Sobre el fundamento de la guerra de clases. los sindicalistas franceses desarrollaban una crítica de Marx que es mucho más profunda que las que hemos tratado hasta ahora. La opinión de Marx sobre el desarrollo histórico puede ser más o menos equivocada, y, a pesar de eso, el sistema económico y político que intentó crear puede ser exactamente tan deseable como sus adherentes lo suponen. No obstante, el sindicalismo critica no solamente cómo Marx ve los hechos, sino también la finalidad a la cual aspira y la naturaleza general de los medios que él aconseja. Las ideas de Marx se formaban en un tiempo en que la democrada no existía todavía. Fue en este mismo año en que apareció El Capital, ,cuando los obreros de la ciudad alcanzaron por primera vez el voto en Inglaterra y el sufragio universal fue acordado por Bismarck en Alemania del norte.

Era natural que hubiese grandes esperanzas a propósito de lo que la democracia lograría. Marx, lo mismo que los economistas ortodoxos, se figuraba que las opiniones de los hombres están guiadas por una consideración, más o menos animadas por su propio interés económico, o más bien por el interés económico de clase. Una larga práctica del juego de la democracia política ha demostrado sobre esto que Disraeli y Bismarck sabían juzgar al hombre más sagazmente que los liberales y los socialistas. Cada día se va haciendo más y más difícil creer en el Estado como medio de libertad, o en partidos políticos como instrumentos suficientemente poderosos para obligar al Estado a servir al pueblo. Según Sorel, el Estado moderno es un cuerpo de intelectuales investido de privilegios, gozando de los medios llamados políticos para defenderse contra los ataques de otros grupos de intelectuales ávidos de ganarse los beneficios de los puestos públicos, Los partidos se constituyen para conquistar estos puestos y son análogos al Estado (10).

Los sindicalistas quieren organizar los hombres no por partido, sino por ocupación. Según ellos, ésta únicamente representa el verdadero concepto y método de la lucha de clases. Por consiguiente, desprecian toda acción política por medio del Parlamento y las elecciones; el género de acción que ellos aconsejan es el de la acción directa por el sindicato revolucionario o unión de trabajadores.

El grito de batalla de la acción industrial contra la acción política se ha extendido mucho más allá del campo del sindicalismo francés. Se halla en los I. W. W., en América, y entre los Industrial Unionists (unionistas industriales) y Guild Socialists (socialistas gremiales) en Gran Bretaña. En mayor parte, los que la defienden también tienen una finalidad distinta a la de Marx. Creen que no puede haber ninguna libertad adecuada al individuo donde el Estado fuese socialista. Algunos son anarquistas cumplidos, que quieren ver al Estado completamente abolido; otros quieren solamente redudr su autoridad. A causa de la oposición que desde un principio existió entre los anarquistas y Marx, el sindicalismo se ha hecho muy fuerte. Es de esta oposición, en su forma más antigua, de lo que trataremos en el capítulo siguiente.



Notas

(1) Los principales entre éstos eran Fourier y Saint-Simon. quienes construían utópicas e ideales Repúblicas socialistas, un poco fantásticas. Proudhon, con quien Marx tenía unas relaciones bastante frías, se puede considerar como el precursor del anarquismo más que del socialismo ortodoxo.

(2) Marx menciona a los socialistas ingleses con gran elogio en su obra La miseria de la filosofía (1847). Como él, ellos tienden a fundar sus argumentos en la teoría del valor de Ricardo, pero no tienen su alcance, su erudicción ni sus conocimientos científicos. Entre los ingleses se puede mencionar a Thomas Hodgskin (1787-1869), que fue oficial de la Marina de guerra, más tarde destituido por haber escrito un folleto criticando los métodos de la disciplina en la Marina; autor también de La defensa del trabajo contra las pretensiones del capital (1825) y otros libros; William Thompson (1785-1833), autor de Un examen de las leyes de la distribución de la riqueza más conducentes a la felicidad humana (1824) y El trabajo recompensado (1825), y Piercy Ravenstone, cuyas ideas son derivadas de las de Hodgskin. Quizá Robert Owen es más importante que cualquiera de los anteriores.

(3) El primero y el más importante de los volúmenes de la obra apareció en 1867; los dos siguientes volúmenes se publicaron posteriormente, en 1885 y 1894.

(4) Carlos Marx: El Capital, I. I, cap. VIII, pág. 178.

(5) Carlos Marx: El Capital, I. I, cap. VIII, pág. 182.

(6) Carlos Marx: El Capital, I. I, cap. VIII, pág. 183.

(7) Carlos Marx: El Capital, I. I, cap. VIII, pág. 546.

(8) Carlos Marx: El Capital, I. I, cap. XXIV, págs. 565-566.

(9) Die Voraussetzunger des Sozialismus und die Aufgaben des Sozial-Demokratie.

(10) La décomposition du marxisme, p. 53.

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