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ARTÍCULOS POLÍTICOS 1914

Ricardo Flores Magón

Selección de Chantal López y Omar Cortés

SIN GOBIERNO



Ya vimos que la autoridad es necesaria solamente para perpetuar el sistema social basado en la desigualdad económica, y que el crimen es el resultado de ese sistema inicuo en que forzosamente el hombre tiene que ser el enemigo del hombre. No habría delitos contra la propiedad si todos los seres humanos tuvieran la misma oportunidad de aprovecharse del uso de la tierra, de la maquinaria y de los medios de transportación, así como de todo lo que ha sido producido por la mano y creado por la inteligencia del hombre; no habría delitos contra las personas si un medio de igualdad y de justicia dulcificara el carácter de los seres humanos, haciéndolos más propensos a fraternizar los unos con los otros que a vivir en continua lucha, considerándose recíprocamente como enemigos.

El estupro, la violación de mujeres, el adulterio, productos son igualmente del sistema social que combatimos, en que una falsa moral hace hipócritas a hombres y mujeres en sus relaciones sexuales, y esa hipocresía conduce a histerismos y aberraciones que no existirían en un medio de libertad y de igualdad en que el hombre y la mujer se unieran libremente, sin otro interés que la satisfacción de ese conjunto de necesidades morales y físicas que se llama amor. Pero lejos de esta satisfacción, libre de necesidades naturales, encontramos en la sociedad actual mil trabas al amor, debidas unas a preocupaciones sociales, a preocupaciones religiosas otras y a dificultades económicas las más.

Los partidarios de la autoridad consideran que ésta es necesaria, al menos para obligar a los perezosos a trabajar. En una sociedad de seres humanos, libres e iguales, no podrá haber perezosos. La pereza es una enfermedad y pocos son, realmente, los que están atacados de ella. Lo que se llama actualmente pereza es más bien el disgusto que siente el hombre de tener que deslomarse por un salario de mendigo, siendo, además, mal visto y despreciado por la clase social que lo explota, mientras los que no hacen nada útil se dan vida de príncipe y son considerados y respetados por todos. Ese disgusto hace que el hombre sienta aversión por el trabajo; pero en una sociedad de iguales, en que el trabajador ve que su trabajo no es aprovechado por otro en perjuicio suyo; en que cada uno se sentirá amo de sí mismo, en que por el solo hecho de no haber más parásitos y de estar todos obligados a producir algo útil, la producción será tan grande que bastarán unas tres horas de trabajo agradable diario para tener satisfechas todas las necesidades, ¿quién será aquel que deje de dar su contingente a la producción? Y suponiendo que lo hubiera, ¿no encontrarían los trabajadores la manera de deshacerse de semejante zángano sin necesidad de tener que pagar a un juez que lo juzgase y le impusiese una pena?

¿Para qué sirve, pues, la autoridad? La autoridad sirve, trabajadores, para humillaros a cada paso, para apalearos, para ametrallaros cuando pedís unos cuantos centavos de aumento en vuestro salario o la disminución de unos cuantos minutos de las largas horas de trabajo. La autoridad sirve para echaros el guante y encerraros en presidio por el delito de ser pobres; pues bien sabéis que vuestros amos pueden cometer toda clase de excesos sin pisar nunca los umbrales de una cárcel. La autoridad sirve para asegurar a vuestros verdugos el disfrute político de lo que os roban en vuestro trabajo.

Entendedlo de una vez, proletarios: la autoridad es el perro guardián de vuestros amos, y, por lo mismo, no puede ser jamás la protectora del débil, sino el sicario, el esbirro dispuesto siempre y a todas horas a hundir el cráneo del desheredado que en un momento de desesperación ose levantar la mano contra sus opresores.

El carrancismo quiere perpetuar el sistema que os ha empujado a empuñar las armas y es por eso por lo que os aconsejamos que disparéis vuestros fusiles contra Carranza, contra Villa, contra todos los caudillos que os hablan de ley, de gobierno, de propiedad privada.

Si queréis ser libres y felices, haced vuestros los principios expresados en el Manifiesto del 23 de septiembre de 1911, declarando guerra a muerte a todo aquel que quiera hacerla de jefe e impida que la tierra, la maquinaria y los medios da transporte queden en poder de los habitantes de las regiones que visitéis. Hacedlo así si no queréis ser esclavos.

(De Regeneración, N° 183 del 4 de abril de 1914)

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