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CARTA DE P. KROPOTKIN A J. GRAVE

El amigo Kropotkin me dirige la carta siguiente:

Hay en el norte de México un movimiento revolucionario bastante serio entre los campesinos, que el gobierno republicano no es capaz de dominar.
Hay expropiaciones contra los señores llevadas a cabo por colonos indígenas. Se libran de tiempo en tiempo batallas. y no es solamente REGENERACIÓN quien habla de estas batallas. Se me envían de Los Angeles varios periódicos mexicanos, de diversas opiniones, marcándoseme los pasajes concernientes a encuentros entre las tropas del gobierno y los insurgentes, encuentros que los hay a cada momento y no siempre resultan en favor de los primeros.
Refriega sería tal vez el término más correcto para designar estos encuentros, pues la palabra batalla debe aplicarse a encuentros entre fuerzas más numerosas. Pero sería formarse una idea absolutamente falsa de lo que son todos los movimientos agrarios, comprendiendo en ellos los de julio y agosto de 1789, si no se quisiera ver que el movimiento del norte de México tiene el carácter que todas las insurrecciones campesinas han tenido siempre.
Esto me explica por qué algunos amigos están desilusionados de la revolución mexicana.
Como tantos otros amigos italianos, rusos, etc., etc., ellos han soñado probablemente con campañas garibaldinas, y no han encontrado tal cosa en México. En las planicies, en las campiñas apacibles, se desconfía (y con razón) de los extranjeros, y -de tiempo en tiempo- ya aqui, ya a veinte leguas al este o al sur o al norte de este lugar, con siete u ocho días de intervalo, otra aldea ataca a los explotadores y se apodera de la tierra. Después, veinte o treinta días más tarde, llega un destacamento de soldados del orden que ejecuta a los rebeldes, quema la aldea, y, en el momento en que regresa victorioso, cae en una emboscada de la cual no escapa sino dejando a la mitad de los soldados muertos o heridos.
He aquí lo que es un movimiento campesino. Y es evidente que si unos jóvenes llegaron soñando con una campaña garibaldina, llenos de entusiasmo militar, sólo encontraron desaliento. Rápidamente allí se dieron cuenta de su inutilidad.
Desgraciadamente los nueve décimos (o tal vez el noventa y nueve por ciento) de los anarquistas, no conciben la revolución sino en la forma de combates en las barricadas o de expediciones triunfales garibaldinas.
Imagino la decepción de los jóvenes italianos o franceses que conocen la revolución a través de los libros y de los poemas de los burgueses revolucionarios, si hubiesen venido en 1904, durante los levantamientos campesinos en Rusia. Hubiesen regresado con asco, ellos que soñaban con batallas, asaltos a bayoneta y todo el ambiente guerrero de la Expedición de los Mil.
Y sin embargo, hoy que tenemos la descripción detallada de este movimiento, del que social-demócratas y anarquistas no tenían ni la menor idea, y que nadie entre ellos, sostuvo, ni de lejos ni de cerca (Esperen la señal de un levantamiento general, les decian estos intelectuales), hoy que tenemos encuestas documentadas sobre este movimiento, vemos qué inmensa importancia tuvo para el desarrollo del movimiento revolucionario de 1905 y 1906.
¿Pero qué? ¿No habrían tenido las mismas decepciones si hubieran venido a Siberia, mientras que tres mil kilómetros del Transiberiano estaban en huelga, y que el Comité de Huelga, tratando de igual a igual con Línevitch, el comandante de un ejército de quinientos mil hombres, hacía un soberbio esfuerzo para repatriar en un mes a ciento cincuenta mil hombres?
Y -para nosotros- esta huelga sin hechos de armas, esta expropiación del Estado (al que pertenecía el ferrocarril) esta organización espontánea de los millares de ferrocarrileros a lo largo de varios miles de kilómetros, ¿no era una formidable lección de historia? -que hasta este día ningún anarquista aún ha relatado a los trabajadores franceses en toda su simpleza y todo su significado profético como nadie supo contar el 1789-1793 campesino, en toda su simpleza íntima, sin quepis, sin cinturones rojos, pero más eficaz que los quepis y los cinturones.

P. Kropotkin

Agradezco al amigo Kropotkin que ponga las cosas en claro.

Si, desde que yo las pido, hubiese tenido estas informaciones, hubiese sido menos feroz en mi respuesta a los hermanos Magón.

Si he sido injusto para con ellos, les presento mis excusas, pero el tono de su carta, así como las contradicciones que contenia, no venían a disipar el malentendido.

No tengo ninguna razón, ningún interés para desear que no haya ninguna revolución en México; sólo he sido inspirado por la única preocupación de no ser la causa de que camaradas se embarquen en un asunto que no me parecia claro.

J. Grave

(De Les Temps Nouveaux, 27 de abril de 1912)

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