Índice de Artículos políticos 1912 de Ricardo Flores MagónAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

¡ATROPELLO SALVAJE!

La farsa, como nuestro hermano Ricardo ha llamado al proceso que se siguió contra él, Enrique, Librado y Anselmo, estuvo a punto de terminar en tragedia.

El sábado 22 de junio, a las nueve de la mañana, después de una fingida deliberación de los sujetos que la hicieron de jurados, fingida, digo, porque todo era tan claro en pro de nuestros hermanos, que no se necesitaba discutir para llegar a la conclusión de que eran absolutamente inocentes; después de la deliberación los individuos todos del jurado, declararon culpables a nuestros compañeros.

Desde ese momento, se hizo todavía más aguda la cólera de todos los amigos y simpatizadores, hombres y mujeres, que con tanta constancia asistieron a las fastidiosas audiencias durante tres semanas. Apenas hubo declarado el jurado que nuestros hermanos eran culpables, algo parecido a un rugido se dejó oir en la sala, y la respiración jadeante de unos, los sollozos de las mujeres, los puños apretados de los nobles hijos del pueblo, los rostros lívidos de indignación de todos los asistentes a la farsa, no daban lugar a dudar de que una tremenda injusticia acababa de tener lugar en el llamado recinto de la justicia.

Policías de todos calibres y denominaciones se apresuraron a sentar a la concurrencia que, como una sola persona, se había puesto en pie y se disponía a abandonar el salón. En los corredores abundaban los llamados guardianes del orden, o sea del desorden burgués. Nuestros compañeros prisioneros fueron sacados violentamente del salón y a paso veloz los condujo la policía a la cárcel del condado. A los pocos minutos, una multitud de mujeres de todas las edades, se agolpó a las puertas de la cárcel demandando ver a nuestros presos, y, como el Marshall de los Estados Unidos, por quitarse de encima a la multitud había dado permisos para que se les visitara, y las reglas de la cárcel prescriben que los días de visita son los martes y los viernes de cada semana, no se dio paso a la multitud de buenas y abnegadas compañeras, originándose un conflicto entre ellas y los empleados de la cárcel, pues las dignas mujeres se dieron cuenta de que habían sido víctimas de una burla por parte del Marshall.

Mientras esto sucedía, una multitud de compañeros Mexicanos y de otras muchas nacionalidades, hermanos todos en el mismo ideal, solidarios ante el común ultraje, pues el ultraje cometido en las personas de nuestros camaradas Ricardo y Enrique Flores Magón, Librado Rivera y Anselmo L. Figueroa, defensores sinceros de la causa del proletariado, es un ultraje cometido a los trabajadores de todo el mundo, se congregaba en la puerta principal del edificio de correos, y cuando llegaron las compañeras con la noticia de que habían sido víctimas de una burla por parte del Marshall, gritos contra el despotismo se escucharon por todas partes; la policía fue denunciada en los más amargos términos; la ley fue maldecida como la alcahueta de la burguesía; la Autoridad fue amatematizada como el perro guardián del Capital, durando la demostración por algún rato, hasta que se dejó oír esta voz: ¡a la plaza!

Entonces, como un río, rugiendo unos, cantando otros aires libertarios, lanzando otros más gritos de ¡abajo la Autoridad! ¡Muera el Capital! se deslizó aquella simpática multitud por la calle Main, hacia el norte, hasta llegar a la Plaza de los Mexicanos, donde oradores sin miedo, hombres y mujeres, se sucedían en la tribuna de los libertarios, un cajón, desahogando su indignación contra la burguesía y la Autoridad que arrojaban al presidio a hombres buenos, cuyo delito no era otro que el haber luchado sin cobardías por la libertad y el bienestar de la especie humana.

Varias horas duró este mitin memorable. Telegramas de protesta fueron enviados a Taft y a su compinche Francisco I. Madero. Cablegramas y telegramas fueron remitidos a la prensa libertaria del mundo denunciando el atentado. La multitud protestaba en masa contra el crimen de arrojar a Presidio a los que dicen la verdad, a los educadores de los humildes, a los que despreciando bienestar, tranquilidad, todo, han puesto su cerebro, sus energías todas al servicio de la causa de Pan, Tierra y Libertad para todos.

Los mexicanos, con su presencia en las audiencias, con su actitud digna y enérgica, han dado un gran ejemplo a las masas americanas tan pasivas, tan resignadas, tan inconscientes, tan egoístas.

En la tarde del sábado, los mítines de protesta contra la decisión del jurado se multiplicaron por la ciudad, y la población mexicana se encontraba sobreexcitada, respirándose por dondequiera un fuerte ambiente de sanas indignaciones y de justificadas cóleras. Nunca, en la historia de esta ciudad, habia habido manifestaciones como estas de franca simpatia para los luchadores y de condenación contra los perseguidores de los que nunca se humillan.

El martes 25 de Junio, día señalado para sentenciar a nuestros hermanos, quedará grabado en la memoria de todos los que aman la libertad. Se había anunciado que a las diez y media de la mañana se conduciría a nuestros compañeros de la cárcel del condado al salón de la Corte Federal. Pues, bien; con el objeto de engañar a nuestros numerosos compañeros y simpatizadores que deseaban ver por última vez a los prisioneros, se trasladó a éstos al salón de la Corte antes de las ocho de la mañana. A las diez, una nube de sujetos de aspecto extraño invadió el salón. Por sus rostros se veía que no eran de los nuestros, sino agentes de la Autoridad; iban vestidos como cualquier ciudadano de la burguesía, no como los trabajadores. Ya para esa hora una multitud de más de mil quinientos compañeros y simpatizadores, se agolpaba en la entrada principal del edificio de Correos donde se encuentra el salón de la Corte. Con el pretexto de colocar en los asientos a las mujeres, se dejó entrar a éstas; pero eran pocas, unos cuantos centenares, las que cabían, pues como queda dicho, los sujetos de extraño aspecto habían invadido el salón, de manera que tanto las compañeras como los compañeros se quedaron afuera. Por lo expuesto se ve, que había el propósito de no permitir la entrada a nuestros compañeros; pero, cobarde siempre la autoridad, tendió un lazo a todos nuestros amigos y simpatizadores. Pretextándose que se iba a dejar entrar a todos a las diez y media de la mañana, centenares de policías, uniformados y sin uniforme, registraron minuciosamente a la gran multitud hasta convencerse de que nadie llevaba ni un cortaplumas, y cuando estuvieron convencidos de que tenían al frente una multitud inerme, se entregaron los agentes del orden a los peores excesos que nuestros camaradas, hombres y mujeres, supieron castigar con energía.

He aquí lo ocurrido: el juez, después de una perorata del fiscal que se llama Robinson, en que éste pedía que se aplicara a los prisioneros una severa pena, dizque con el fin de que se corrigieran ... ¡ja! ¡ja! ¡ja! y de que otros tomaran ejemplo ... ¡ja! ¡ja! ¡ja! el juez sentenció a cada uno de nuestros hermanos a sufrir la pena de un año once meses de prisión en el presidio federal de la Isla McNeill, en el Estado de Washington, a donde serán llevados dentro de unos cuantos días. Pronunciada la sentencia, nuestros hermanos fueron encadenados, extraidos violentamente del salón y a gran prisa llevados a la cárcel del Condado. Un ejército de policías, impedía a la multitud que se despidiera de los prisioneros, y como de costumbre, fue la Autoridad la que, con sus torpes medidas inicíó los sucesos que en seguida se desarrollaron. La policía comenzó a pretender dispersar la multitud con sus habituales procedimientos: a empellones, a bofetadas, con malas palabras, sin contar con que los mexicanos no son la masa borreguil que se deja ultrajar impunemente. Pronto, los compañeros más cercanos a los policías, al verse agredidos de tan cobarde manera, hicieron justa resistencia y un combate a puñetazos por parte de los mexicanos, y a garrotazos y pistoletazos por parte de los llamados guardianes del orden, se hizo general. La policia, en número de mil entre detectives, gendarmes, y de otras denominaciones, descargaban golpes formidables a diestra y a siniestra con sus garrotes y los cañones de sus pistolas y llevaban la ventaja; pero los compañeros y simpatizadores no retrocedían y a puñetazo limpio repelían aquella agresión injustificada, brutal, salvaje, que no distinguia sexos, ni edades, ni nada. Mujeres llevando niños en sus brazos, eran igualmente golpeadas por los que están pagados por el pueblo para proteger solamente los intereses de los ricos y aplastar a los pobres.

Jóvenes mujeres valerosas, entre las cuales se encontraban Lucía Norman, Mercedes y Piedad Figueroa, Anastasia Talavera y Valentina Espinosa, al ver que los hombres eran agredidos, se interpusieron entre los verdugos y las víctimas y lucharon bizarramente, denodadamente, cuerpo a cuerpo hasta caer aplastadas bajo los golpes de centenares de brazos robustos de los señores defensores de los débiles: los policías.

Muchas mujeres lucharon al lado de los hombres, recibiendo y devolviendo golpes, arañazos, mordidas, maldiciones ...

A la indignación que provocó la inícua sentencia, se agregó la cólera que produjeron los procedimientos policiacos, y el combate se hizo más agudo. Muchas valerosas mexicanas echaron mano de los alfileres de sus sombreros y formaron una brigada que pudiera llamarse: La Brigada del Alfiler y a alfilerazos tuvieron a raya a los agentes del orden. Los mexicanos, entre tanto, derriban aquí a un esbirro, allá a otro; a éste le ponían un ojo morado, al de más allá le daban un puñetazo en el asqueroso hocico o lo hacían rodar por el suelo de un soberbio puntapié. Y en medio de esta lucha desigual para los nuestros, se oían los hermosos gritos: ¡Muera el Capital! ¡Muera la Autoridad! ¡Viva la Revolución social! ¡Viva la Anarquía! ¡Viva Tierra y Libertad! ¡Adelante! ...

La lucha se prolongó por espacio de una hora. Todos los automóviles policiacos se marchaban llenos de prisioneros hacia la estación de policía; pero por el camino saltaban a tierra los detenidos y se volvian presurosos a seguir tomando parte en la contienda. Una máquina para tomar películas cinematográficas recogió los detalles de esta lucha provocada por la injusticia de la llamada justicia y la brutal agresión de la policía. Estas vistas se darán en la semana del primero de Julio en el teatro Garrick, situado en la esquiná de 8a. y Broadway. Aparecerán, también, los retratos de Ricardo y Enrique Flores Magón, Librado Rivera y Anselmo L. Figueroa, y se verá a éstos caminar encadenados de los puños rumbo a la cárcel.

Todos estos disturbios demuestran la profunda simpatía de que gozan nuestros hermanos presos entre los pobres, entre los trabajadores. Ellos van a presidio; pero el pueblo los guarda en su corazón.

Como resultado de estos disturbios, catorce compañeros, entre los cuales se encuentran dos I. W. W., están en la cárcel, así como las compañeras mencionadas arriba. Son perfectamente inocentes desde el momento en que no hicieron otra cosa que repeler una agresión de parte de los que deberían conservar el orden; pero, según se sabe, el individuo llamado Robinson, el fiscal a quien el gran Mosby denunció como el sujeto que le había ofrecido ponerlo en libertad, si declaraba en contra de nuestros hermanos, pretende hacer un caso federal de un acto de legítima defensa. Con seguridad hasta Robinson se atrevería a dar un soplamocos, si se viera agredido por un esbirro. Quiere Robinson que nuestras compañeras y compañeros que se defendían del brutal ataque de la policía, sean castigados como reos del delito de conspiración -todo es conspiración para ese sujeto- para rescatar a un reo ...

¡Parece mentira que eso suceda en este siglo! ¡Cuánta farsa!

Como quiera que sea, compañeros, estad pendientes de lo que ocurra.

Réstame enviar mi aplauso a todos los compañeros y simpatizadores, no porque hayan cometido un delito, sino porque han sabido hacerse respetar cuando ven que injustamente se atropella a las mujeres, a los ancianos, a los niños, a los hombres, así como por las inequívocas muestras de simpatía que dieron a nuestros hermanos de la Junta.

Y mientras que nuestros hermanos van a cumplir su condena, ahora es tiempo de demostrar al mundo entero que los mexicanos no somos los borregos inconscientes que se imaginan los verdugos de nuestros hermanos de la Junta. ¡Adelante! ¡A la lucha!

Han arrancado de entre nosotros a nuestros hermanos queridos; pero el ideal hermoso que con tantos sacrificios han sembrado, ha germinado ya y nadie ni nada nos detendrá a los pobres. ¡Adelante! ¡No hay que abandonar la lucha! ¡No hay que echar un pie atrás! ¡Adelante!

¡Que sólo los cobardes se queden atrás! ¡Adelante! ¡Adelante!

Y a quien quiera que os hable de paz rompedle el hocico. ¡No hay paz! ¡Guerra sin cuartel! ¡Adelante! ¡Tierra y Libertad, o Muerte!

Animosas compañeras: ¡Adelante! Y si vuestros compañeros se acobardan, escupidles el hocico, vedlos con desprecio, arrojadlos lejos de vosotras con asco y, si es preciso, si desgraciadamente faltan pantalones, fajémonos las enaguas bien fajadas y nosotras solas carguemos briosamente contra el enemigo Común: Capital, Autoridad y Clero, y no cedamos hasta no quedar una sola sin vida, o hasta conquistar Pan, Tierra y Libertad para todos.

Hermanos hombres: ¡Adelante! Vuestras compañeras y vuestras hijas y hermanas, estamos dispuestas a seguir la lucha hasta vencer o morir. ¡Venid con nosotros! No seáis sólo el macho fecundante, sed también nuestros compañeros que en esta lucha, hombres y mujeres proletarios, debemos tomar parte, y todos luchar briosamente, con ánimo, sin darnos descanso, propagando por aqui y por allí nuestros ideales igualitarios y justicieros, poniendo todos sin excepción nuestra parte en esta grandiosa lucha a cuyo triunfo alcanzaremos el bienestar y la libertad para todos.

¡Hombres y mujeres! Compañeros mexicanos y de todo el mundo: ¡Adelante! ¡Muera la Autoridad! ¡Muera el Clero! ¡Muera la burguesia! ¡Adelante!

¡No importa quien caiga! ¡Adelante! ¡Viva la Revolución Social! ¡Viva Tierra y Libertad!

Sofía Bretón

(De Regeneración, 29 de junio de 1912)

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