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¡VENID HERMANOS!

Venid hermanos de miseria a contemplar conmigo este desfile lúgubre, ¡ah, e insultante al mismo tiempo!

Venid a la cima de mis observaciones; venid, hermanos de hambre y de cadena.

¿Véis esa mujer que esquiva la mirada del policía, que busca la manera y que cuando acierta a pasar algún varón procura llamarle la atención y sonríe con una sonrisa que parte el alma, porque se adivina que está forzada a sonreir cuando su corazón la invita a derramar lágrimas de sangre? Pues bien; esa mujer es una prostituta. Cuando niña, fue la alegría de su humilde hogar; pero llegó un día en que sus padres no pudieron trabajar más para mantenerla, y tuvo ella que trabajar para sostener a sus padres. Entró a la fábrica y en un rincón la desfloró el amo ... el amo maldito que explota el trabajo humano, que convierte en oro el sudor de los proletarios, y, nunca harto, exige el tributo de carne de sus esclavos ... La sociedad la maldice, la policía anda a caza de ella para inscribirla en sus infames registros, pues también tiene que pagar un tributo a la autoridad. Védla: acaba de salir de la fábrica donde ganó unos cuantos centavos que no bastan para alimentar a sus hijos y enfermos padres.

¿Y aquél hombre que tiende la mano a todos los que pasan? ¡Lo véis? Sus brazos, poderosos, fueron ayer una mina de oro para el amo; pero llegó un momento en que los brazos ya no pudieron producir las ganancias apetecidas por los verdugos del dinero, y, sin decirle gracias, fue puesto de patitas en la calle, que así premia la burguesía a los que gastan su salud deslomándose, a los que acortan su existencia sudando, sudando, sudando, para que el amo derroche en placeres el costo de tanto sacrificio.

Ved a ese joven vigoroso dale que dale con el asadón a la dura tierra. Cada golpe representa una moneda que cae en el bolsillo del burgués y un paso del trabajador hacia la tumba.

Y ese hombre tiznado y horrible, ¿de dónde salió? Acaba de salir de las entrañas de la tierra, a la que ha arrancado este día algunas toneladas de carbón para que su amo no tenga frio, y se dirige al pobre hogar, donde la compañera y los niños tiritan desnudos y hambrientos.

Ahi tenéis esa criatura, toda huesos y pellejos, empeñada en extraer una gota de leche de los secos senos de esa mujer andrajosa. Son el huérfano y la viuda de aquel hombre laborioso que quedó sepultado en la mina mientras sacaba libras y libras de oro para su señor.

¿Y esos niños acurrucados debajo de aquel puente para pasar la noche de esa manera? Son los huérfanos de un albañil que pasó la vida fabricando casas, casas, casas.

¿Alcanzáis a ver, rodeado de polizontes huraños, a ese hombre que va amarrado codo con codo? Es un criminal que llevan a presidio. Salió ayer de su casita con grandes deseos de trabajar. Anduvo de fábrica en fábrica, y de taller en taller, y de obra en obra ofreciendo sus brazos para que se los explotasen los santos señores de la burguesía; pero nadie lo ocupó. Regresó al hogar y encontró a la compañera con hambre, y con hambre también, a sus pequeñuelos. Salió a la calle, y de la primera panadería que encontró arrebató una pieza de pan para los suyos. Ese fue su delito.

¡Os reis de los chistes y las gesticulaciones de ese payaso que pasa anunciando la función de circo de esta noche? ¡Ah, más bien debierais llorar como llora en este instante el corazón de ese hombre que ha dejado moribunda a su madre, para salir a buscar unas monedas con que comprarle medicinas y alimentos, y, apesumbrado, martirizado, tragándose los sollozos, martirizando sus nervios, estrangulando sus sentimientos para no disgustar al público, gesticula y charla como si fuera el más felíz de los mortales! ...

Ved, ved aquellas elegantes y bellas mujeres. ¡Qué telas tan ricas cubren sus carnes! ¡Qué pieles tan finas las de sus zapatos y sus guantes! ¡Qué joyas tan costosas llevan encima! Son las mujeres, las hijas y las queridas de los señores vientrudos que os desloman y os asesinan lentamente en los trabajos que os veis obligados a desempeñar.

Ved, ved esos señores de levita: son funcionarios de toda clase, a quienes vosotros tenéis que mantener para que os tiranicen y os tengan en la situación en que os encontráis, y para que consagren, por medio de leyes que ellos hacen, el derecho de los burgueses a chuparos la sangre. Y si os quejáis, ahí tenéis a la vista miles de soldados, miles de polizontes, muchas cárceles y la muerte también.

Ahora, decidme: ¿no vale la pena hacer cualquier sacrificio para acabar con ese infierno que se llama sistema capitalista? ¡Hablad, hermanos de miseria, y obrad!

Ricardo Flores Magón

(De Regeneración, 30 de septiembre de 1911).


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