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¡Despierta, proletario!

¡Arriba, proletario consciente; arriba, hermano! En estos momentos muchos proletarios están sobre las armas; pero no saben lo que hacen, o, mejor dicho, no saben para quién trabajan, como dice el vulgar adagio. Tú, que conoces los intereses de tu clase; tú, que sabes lo que necesitan los pobres, corre a decirles: Compañeros, para conquistar la libertad y la felicidad se necesita algo más que un corazón bravo y un arma en la mano: se necesita una idea en el cerebro.

Un barco sin brújula en la inmensidad del océano, eso es el revolucionario que no cuenta más que con su arma y su valor. El barco puede luchar contra las olas, puede sostenerse contra los vientos; pero ¿cómo orientarse para llegar al puerto si falta la brújula? Así, el revolucionario puede sostenerse en rebeldía, puede sernbrar la muerte; pero si le falta la idea directora de su acción, no será otra cosa que un barco sin brújula. El revolucionario, entonces, no sabe para que mata, como el hacha no sabe para qué derriba el árbol.

¡Arriba, proletario consciente: arriba, hermano! Es preciso que vueles al lado de tus inconscientes hermanos para decirles: Compañeros, habéis sido, hasta hoy, brazo y cincel; ahora es preciso que seáis cerebro, brazo y cincel.

Proletario: no permitas por más tiempo que otro piense para que tú ejecutes. El cincel, a costa de su filo, arranca pedazos al mármol sin saber qué resultará de su acción. El revolucionario, a costa de su sangre, ataca los baluartes del despotismo sin saber cuál será la forma del edificio que se levantará sobre los humeantes escombros.

Si otro piensa por tí, no te asombre ver seguir, como si retoñase el negro edificio que aplastaste, otro más negro aún, más pesado, de donde asomen defensores más siniestros, y entre esos flamantes defensores del futuro despotismo reconocerás a los que hoy te aconsejan que tomes un fusil y te rebeles; pero omiten hacerte comprender tus intereses como pobre para que por ellos, y no por tus intereses, des la vida.

Abre los ojos, eterno paria; sángrate, carne de cañón, inquilino del cuartel y del presidio. Comprende cuál es tu interés; lleva en tu cerebro una idea, y, así, irás derecho a tu objeto, y del caos de la Revolución sabrás sacar la fórmula bendita de tu redención, con el mismo acierto con que el escultor despierta en el trozo de cantera la figura, la actitud, el gesto de la obra de arte que, sin él, habría dormido por millones de años más en el seno de la Tierra; y entonces, si caes herido de muerte en el combate, podrás decir con orgullo lo que aquél poeta que, al ir a morir decapitado, se llevó la mano a la frente y exclamó ante el verdugo y ante el pueblo: ¡Aquí hay algo!

No entres a la lucha como rebaño, sino como unidad combatiente que se suma con otras unidades iguales, conscientes y rebeldes, para abrir su sepulcro a la tiranía política y a la explotación capitalista.

Derriba, pero cuida de remover los escombros y de arrancar los cimientos. Quebranta con la acción el llamado derecho de propiedad; pero no para que te apoderes individualmente de lo que detentan tus amos, pues entonces te convertirías en amo, oprimirías a tus hermanos y serías tan ladrón y tan malvado como los que te explotan ahora. Tu liberación debe estar comprendida en la liberación de todos los humanos. La tierra que hay que quitar a los burgueses no debe ser para ti solo, ni para unos cuantos, sino para todos, sin distinción de sexo.

Levanta la testa sudorosa; ve de frente a tus amos, que tiemblan presintiendo tu cólera; domínala y pon en su lugar a la razón. La cólera ciega; la razón alumbra. Así verás mejor tu camino en medio de las sombras de la lucha tremenda; así podrás darte cuenta de que, entre los que quieren dirigirte, hay muchos lobos con piel de oveja; hay muchos que, por un momento, mitigan tu hambre dándote unas monedas para que les des a tu familia antes de lanzarte a la lucha. ¡Unas monedas por ir a dar tu sangre para que él se suba sobre tus hombros! ¿Es digno eso? ¿Eres un soldado de la libertad, o el mercenario alquilado por un ambicioso?

No, compañero: rechaza el dinero. No es digno de un hombre pedir dinero para ir a conquistar la libertad y el bienestar. Si hicieras eso, ¿en qué te distinmguirías del esbirro que dispara el arma sobre sus hermanos por la paga que ha recibido?

El fusil del mercenario forja cadenas porque está sostenido por un corazón egoísta; el fusil del libertario forja la libertad porque está sostenido por un corazón abnegado. El que se levanta en armas por paga, lleva la idea del provecho personal con exclusión del ajeno; el que se levanta en armas por amor a la libertad, lleva la idea del bienestar de todos. ¿Pidieron dinero, para ser héroes, Hidalgo, el Pípila, el hombre cuña? ¿Se concibe siquiera un héroe por paga? Suponeos al héroe de Nacozari regateando sobre el precio de sus heroísmos; suponeos a Juárez pidiendo paga por decretar la expropiación de los bienes del clero; suponeos a Cristo demandando oro para ser sacrificado.

¿Despierta, proletario! Vé a la lucha con el propósito de luchar para tu clase. Al que dé dinero para que empuñes un fusil, desprécialo, míralo con desconfianza, porque te da unas cuantas monedas para que des tu vida por él; quiere tu sacrificio para hacer su felicidad; quiere tu ruina y la desgracia de tu familia para su provecho personal. Vé a la lucha, proletario; pero no para encumbrar a nadie, sino para elevar a tu clase, para dignificarla; ya que la ocasión se presenta de que tengas un arma en tus manos, toma la tierra, pero no para tí solo; para ti y para todos los demás, pues que de todos es por derecho natural.

Proletario consciente: vuela donde luchan tus hermanos para decirles que se necesita algo más que un corazón valiente y una arma en las manos; diles que se necesita una idea en el cerebro. Y esa idea, óyelo bien, debe ser la emancipación económica. Si no obtienes esa libertad, habrás dado, una vez más, tu sangre para que te oprima otro tirano.

(De Regeneración, 24 de diciembre de 1910).


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