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La revolución continúa en todo el país

Debido a la censura impuesta por Díaz, muy poco es en realidad lo que se sabe de la agitación revolucionaria en México; pero por las informaciones privadas recibidas en esta oficina y procedentes de los Delegados de la Junta residentes en la República Mexicana, hemos podido formarnos la convicción de que, en efecto, el extenso movimiento maderista fue sofocado, pero quedan en el campo de la lucha, aquí y allá, diseminados en todo el país, grupos de guerrilleros que no dejan apagar la chispa de la insurrección. Perdidos esos grupos en las quebradas de las sierras o esquivando los encuentros con las fuerzas federales en la llanuras, batiéndose con buen éxito cuando la ocasión es propicia, dan en estos momentos solemnes un alto ejemplo de grandeza de alma y de valor que debe ser imitado. La acción de esas guerrillas es bastante provechosa para despertar en las masas el espíritu de rebeldía que tantos años de sumisión habían adormecido.

En vista de esto, la Junta activa en México la organización revolucionaria; prepara rápidamente allí grupos rebeldes que en un momento dado se levantarán en armas reforzando de ese modo el estado de guerra en que se encuentra el país. Algunos grupos liberales se encuentran ya con las armas en la mano y esta circunstancia hace que la Junta redoble sus esfuerzos, para que otros grupos, en distintas partes del país, se rebelen, con lo que se robustecerá el movimiento y se impedirá que la Dictadura aplaste a los levantados.

La Junta tiene por lo tanto ahora, gastos enormes que hacer. La organización cuesta mucho, y es preciso que todos los que simpatizan con el movimiento insurreccional contra el despotismo, manden desde luego su óbolo a las oficinas de la Junta. Deben tener en cuenta los simpatizadores de la Revolución que, si la Dictadura llega a aplastar por completo los grupos rebeldes, después será muy difícil organizar un nuevo movimiento.

Como coprenderán todos los que simpatizan con la Revolución, la organización que está llevando a cabo la Junta tiene que quedar lista en el menor espacio de tiempo que sea posible, antes de que la chispa que aún arde se apague, y en vista de esto, deben apresurarse a enviar su óbolo. Firmen los cupones todos los que deseen ser miembros del Partido Liberal e inviten a sus amigos a pertenecer al mismo. Paguen sus cuotas como miembros y hagan envío extraordinarios de dinero para los trabajos de la Junta.

Compañeros, redoblemos todos nuestros esfuerzos para que no se apague en México la chispa sagrada de la rebeldía. Si ésta no se apaga, si el movimiento de insurrección toma incremento, los liberales tendremos la mejor oportunidad de poner en práctica nuestros principios, y sobre todo, cumpliremos con un deber de humanidad dando al movimiento el curso de las reivindicaciones populares que los maderistas no quieren darle.

Madero tiene forzosamente que continuar su campaña para apoderarse del poder. Ha gastado ya mucho dinero en ella y sus amigos también. Si dejamos que el maderismo predomine y triunfe al fin, no nos hagamos ilusiones de que su gobierno dará pan, instrucción y justicia al pueblo. Su gobierno tendrá que ser como cualquier otro gobierno burgués, explotador y tiránico.

Por buena que sea la intención de una persona antes de alcanzar el poder, cuando se ve ya en éste, cuando se da exacta cuenta de su autoridad, cuando se contempla por encima de sus conciudadanos, se cree mejor que el resto de los mortales, y esa creencia desarrolla en todo gobernante el espíritu de mando y de predominio que vive latente en el hombre, y que sólo espera una oportunidad para surgir, avasallador y potente, como el que empujaba al hombre de las selvas a acometer para no ser acometido, a subyugar para no ser subyugado, a matar para no ser matado. En la infancia de la humanidad el espíritu de mando y de predominio era indispensable al hombre para no perecer. La lucha por la vida revestía entonces un carácter de rudeza y de ferocidad tales, que el hombre necesitaba estar dotado de un fuerte espíritu de acometividad y de dominio para no perecer.

Este espíritu de predominio fue amortiguándose según que la humanidad avanazaba, hasta quedar más o menos adormecido en el hombre, y esto fue así porque el espíritu de solidaridad que es la antítesis del otro, fue ganando terreno a medida que la civilización se refinaba. Pero basta con que un hombre deje de sentirse hermano de los demás hombres, basta con que se comprenda superior, para que deje de ser solidario con el resto de la humanidad y se despierte en él el espíritu de predominio, el deseo de sustraerse a las obligaciones impuestas a la mayoría. La ley se hizo, según los sociólogos burgueses, para regular las relaciones de los hombres, pero desde el momento en que el gobernante está por encima de los hombres, desde luego que él mismo se siente superior, no se cree ya obligado a estar sujeto a las reglas que sujetan a los demás, y queda, por lo mismo, el gobernante, de hecho, encima de la ley. Los hombres más sinceros, cuando se han encontrado encima de los demás hombres, se han sentido superiores, y aunque antes de alcanzar el poder hubieran manifestado su respeto al pueblo y su deseo de ser un verdadero servidor de los demás, ya arriba no se han encontrado dispuestos a obedecer a nadie más que a sí mismos. ¿No han sido escogidos precisamente porque hay en ellos algo mejor que en los demás? ¿No se ha pensado, al elegirlos, que son los más aptos para dirigir? ¿Y qué es dirigir sino mandar?

Además, el gobernante encuentra siempre opositores que quieren ocupar su puesto. La acometividad tiene que surgir, hay que hacer a un lado a esos opositores o renunciar al gobierno. El gobernante no renuncia, prefiere suprimir a los opositores.

La adulación, por otra parte, contribuye a malear a los gobernantes. Muy raro será el hombre que deje de envanecerse cuando está arriba y es adulado. ¿No hasta los dioses se sienten satisfechos cuando ven arrodilladas a las turbas? ¿Qué son las oraciones sino obras nuestras de adulación a la autoridad divina? ¿Y no se hace oración para tener grato al dios? Si los dioses se envanecen y se sienten satisfechos con la adulación, con mayor razón los pobres mortales, y es por eso por lo que los aduladores de los gobernantes obtienen grandes ventajas de estos, ventajas que, naturalmente, tienen que resultar en perjuicio de los que no adulan y de los ignorantes.

Pero no es eso todo; el hombre más bueno, el que más cariño siente por el pueblo y está mejor animado a procurar el bienestar de las multitudes, cuando alcanza el poder y quiere poner en práctica sus sueños de reforma social en beneficio de los pobres, tropieza desde luego con la oposición de los elementos que no han salido precisamente del seno del proletariado, sino de la clase burguesa, de la clase explotadora que, naturalmente, se encuentra lesionada en sus intereses, cuando se trata de beneficiar a los pobres, por la sencilla razón de que los intereses de las dos clases sociales son antagónicos. El bienestar de una clase depende del sacrificio de la otra. El gobernante comprende entonces que se ha engañado, que el gobierno no puede hacer la felicidad del pueblo, y, si es honrado, tendrá que renunciar al poder; de lo contrario permanecerá en él y hará lo que todos los gobiernos hacen: oprimir a la clase pobre en beneficio de la clase rica.

Clémenceau, el célebre socialista que llegó a ser Presidente del gabinete del gobierno francés, fue, antes de eso, un amigo de los trabajadores; pero cuando llegó al poder tuvo que confesar su impotencia para hacer la felicidad del pueblo francés y pronunció esta frase palpitante de verdad: los pueblos no deben esperar que el gobierno haga algo bueno para ellos; por el contrario, hay que desear que no haga todo el mal que puede hacer.

Llegado madero al poder, tendría que ser como cualquier otro gobernante, ni más ni menos. Haría la felicidad de la burguesía y la desgracia del proletariado, exactamente como ocurre en todas las naciones del mundo.

Debemos, pues, compañeros, sacar ventaja de la experiencia, y no confiar a los Presidentes la ventura de los pueblos. Nosotros mismos, los pobres, los desheredados, debemos conquistar lo que el gobierno no nos puede dar: la felicidad.

Así pues, agrupáos bajo la bandera reivindicadora del Partido Liberal. No derraméis vuestra sangre por un nuevo amo, sino por bienes materiales conquistados con vuestro arrojo. Tomemos posesión de la tierra para que sea de todos. Si no hacemos eso, si nos deslumbramos por el brillo de las personalidades que sólo figuran por su dinero, no haremos otra cosa que dar nuestra sangre para ponernos un yugo acabado de hacer, porque ya el viejo nos fastidiaba.

Madero no dará la tierra al pueblo. ¿Puede un gobierno atacar de ese modo el llamado derecho de propiedad? Y si quisiera hacerlo, ¿no se levantaría en masa la burguesía para impedir el desacato? Entonces habría que apelar nuevamente a las armas para conquistar lo que desde ahora se puede obtener.

Los gobiernos tienen que proteger el derecho de propiedad y están instituídos precisamente para proteger ese derecho con preferencia a cualquier otro. No esperamos, pues, que Madero, ataque el derecho de propiedad en beneficio del proletariado. El mismo es propietario; propietarios son los hombres que lo han ayudado con dinero para armar sus grupos revolucionarios, propietarios son sus jefes de grupos; propietarios han sido muchos de sus agitadores y propagandistas. Es el partido de la burguesía compañeros, y con él sólo lograríamos remachar nuestras cadenas.

Abrid los ojos. Recordad la frase, sencilla como la verdad y como la verdad indestructible: la emancipación de los trabajadores debe ser obra de los trabajadores mismos.

El carnero no debe confiar su bienestar al lobo. Los pobres no deben confiar su emancipación a los ricos.

(De Regeneración, 10 de diciembre de 1910).


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