Indice de Los anarquistas de Carlos Gide y Carlos Rist CAPÍTULO CUARTO. La revoluciónBiblioteca Virtual Antorcha

Los anarquistas

Carlos Gide y Carlos Rist

CAPÍTULO QUINTO
La doctrina bolchevique



La revolución rusa constituye la trágica experiencia de un régimen inspirado a la vez por las ideas del anarquismo y del sociaiismo. Ella ha reemplazado en todas las bocas los antiguos vocablos occidentales de socialismo y anarquía por el término eslavo bolcheviquismo.

¿Cuáles son las raíces ideológicas de esta doctrina? Preciso es indicarlas brevemente.

Por lo que a la doctrina en sí misma se refiere, expuesta ha sido con una limpidez que nada deja que desear, por el personaje que ha venido a ser su director de escena y su representante: Lenin. Nos limitaremos, pues, a resumir sus fórmulas, entresacándolas de los escritos que él mismo publicara poco antes de su exaltación al Poder.

Del régimen bolchevique, como sistema de gobierno, no tenemos por qué ocuparnos aquí. Es imposible, sin embargo, no decir siquiera breves palabras, ya que no de su aspecto político -hoy ya nadie discute que haya degenerado en una sangrienta tiranía-, por lo menos de su aspecto económico.

En la precedente edición de este libro hicimos ya constar el manifiesto divorcio entre las teorías comunistas proclamadas oficialmente y una práctica económica que cada vez se iba acercando más a los sistemas y a los métodos tachados de capitalistas.

La primera claudicación fue la introducción en 1918 del salario diferenciado en lugar del salario uniforme (1); su pretexto el llamamiento a los técnicos burgueses. Y desde entonces no ha hecho más que ir acentuándose la repudiación de las prácticas socialistas.

En 1921 se ha dado otro gran paso con la introducción de la libertad de comercio (2); en 1922, a la hora en que escribimos, un Decreto, por virtud del cual se restablece la propiedad privada (promulgado en el mes de mayo) (3), consagra, expresamente el abandono del principio comunista proclamado en los orígenes y marca doctrinalmente el fin de la utopía.

Esto en cuanto a los principios. En cuanto a los hechos, el abandono ha sido más completo todavía.

En materia de propiedad territorial, el comunismo, solemnemente proclamado en los comienzos, no ha sido aplicado jamás. El derecho de propiedad de la tierra, leíase en un Decreto de 26 de octubre de 1917, está anulado para siempre; pero, en realidad, el régimen bolchevique, tal vez a su pesar, desde sus orígenes, y en contra de las apariencias, ha hecho desaparecer los últimos vestigios del comunismo en el régimen agrario de Rusia.

Desgraciadamente, este acceso, tanto tiempo anhelado, del campesino ruso a la propiedad privada, se ha hecho en condiciones tan desastrosas, que a la prosperidad que de él hubiera resultado en cualesquier otras circunstancias ha venido a sustituir una miseria lamentable.

El deterioro de todos los medios de transporte, la natural descomposición de la industria con la dispersión de los obreros y su retorno ya al suelo, ya a la industria familiar (4), la supresión de los mercados extranjeros y del mercado exterior, han provocado una formidable regresión económica, de la que Rusia, a la hora actual, sólo puede salir por un llamamiento desesperado al capitalismo occidental, contra quien sus dictadores habían partido a guerrear.

Las Conferencias de Génova y de La Haya han rubricado esta capitulación de un régimen económico, pretendido novador, ante la superioridad de un adversario cuyas profundas razones de vitalidad había desconocido, y del que hoy solicita socorro y apoyo.

No por eso deja de ser necesario investigar las doctrinas inspiratrices de esta asombrosa experiencia histórica. Su confusión y mescolanza son bien grandes. En Rusia, las doctrinas sociales no han constituído jamás sino uno de los elementos del credo revolucionario, cuya finalidad era primordialmente la destrucción de un régimen político profundamente aborrecido.

Pasión política y teorías sociales van, pues, en este caso íntimamente asociadas, aceptándose con tanto mayor ansia las segundas cuanto que parecen servir mejor a la primera. Hay, por tanto, algo de artificial en segregar estas teorías del medio político en que se han desarrollado.

Sin embargo, no por eso deja de imponerse su análisis puramente económico al historiador de ideas, aunque su éxito no pueda comprenderse sin tener en cuenta el poderoso elemento pasional que constituye su verdadera fuerza.

El bolcheviquismo -tal como lo conocemos nosotros, a través de los escritos de Lenin (5)- es una interpretación y una amalgama de doctrinas revolucionarias más antiguas, algunas de las cuales son específicamente rusas, como las de los narodniki (6), y sobre todo de dos de ellas, el anarquismo y el marxismo, puestas al servicio de una concepeión política. Pero en lugar de impregnar al marxismo, como ha hecho Sorel, de anarquismo libertario, es, antes bien, al ideal del anarquista al que marca con el hierro del más violento autoritarismo marxista.

Lenin se califica a sí mismo de comunista. Tal es también el nombre oficial de su partido (7). De este modo se enlaza directamente con la antigua tradición del Manifiesto de Marx y Engels. Y ¿por qué no socialista? No es que él rechace este título, sino que en su modo de sentir el socialismo no forma, en la venidera evolución económica, más que una fase preparatoria. En esta fase, la socialización se limita a los instrumentos de producción, sin extenderse todavía a los bienes de consumo, y en ella persisten muchas reglas de derecho que dentro del comunismo ya no tendrán razón de ser. El socialismo es, por tanto, una simple etapa -importante ciertamente desde el momento que coincide con la dictadura del proletariado, pero momentánea, sin embargo- en espera del advenimiento de la fase superior de la sociedad comunista (8).

¿Cuál es, pues, esta fase superior? La conocemos bien: es la simple copia del paraíso anarquista de Bakunin y Kropotkin. El cuadro que de ella traza Lenin está tomado de éstos, detalle por detalle. Y verdaderamente no sería fácil decir en qué se diferencian.

La misma promesa de un crecimiento inaudito de la productividad social en el porvenir: Podemos afirmar, de la manera más categórica, que la expropiación de los capitalistas traerá consigo un desenvolvimiento inaudito de las fuerzas productivas de la sociedad humana (9). La misma aseveración en firme de la inutilidad de la violencia para obligar a los hombres al trabajo: Los hombres estarán de tal modo habituados a respetar los principios fundamentales de la vida en común y su trabajo se habrá hecho tan productivo que cada uno de ellos trabajará libremente según sus capacidades (10). Y simétricamente a esta regla de cada cual según sus capacidades, el mismo principio de distribución: a cada cual según sus necesidades. La distribución de los productos no exigirá ninguna reglamentación social del quantum a entregar a cada persona, porque cada cual podrá tomar libremente según sus necesidades (11).

La misma creencia en la desaparición espontánea de los delitos con la desaparición de la miseria: ¿No sabemos, acaso, que en último análisis la causa social de todas las violaciones de las reglas de la vida en común es la explotación de las masas populares, su pobreza y su miseria? (12). La misma confianza en la represión espontánea de las inevitables escisiones o eliminaciones individuales, que se hará con la misma facilidad con que hasta en la sociedad actual una reunión cualquiera de hombres civilizados pone fin a una riña o protege a una mujer indefensa (13). La misma convicción también de la inutilidad del Estado, al que ya no le quedará más recurso que morirse: Con la desaparición de los delitos, el Estado asimismo desaparecerá (14). Y, finalmente, la misma violencia en la afirmación, sin cesar repetida, de que hay que destruir, aniquilar al Estado, partirlo en añicos, hacerlo desaparecer de la faz de la Tierra (15), expresiones todas estas en las cuales se deleita Lenin con una especie de voluptuosidad, y que son como el eco de la virulencia de un Bakunin que se complace en pintar el crepúsculo sangriento de la sociedad moderna (16).

¿Es, pues, Lenin anarquista? ¡En absoluto! Y no sólo no lo es, sino que llena de sarcasmos y cubre de invectivas los fantásticos sueños de los anarquistas (17). ¿Es que se imaginan éstos que pueden entrar en el comunismo como Pedro por su casa, simplemente por la supresión del Estado? ¡Qué ilusiones! Entre su ideal y la sociedad actual hay todavía una etapa indispensable: la dictadura del proletariado. Y en esto Lenin es marxista.

Este comunismo, en efecto, que él nos pinta con un colorido tan seductor, el propio Lenin se apresura a añadir que no se realizará tan aina. Sin duda que se realizará alguna vez. Marx lo afirma: el comunismo está contenido en el capitalismo. Pero, ¿cuándo saldrá de él? ¿Quién es capaz de decirlo? Sabido es -dice Lenin con una seriedad bastante cómica- que es cuestión de un proceso muy lento (pág. 128).

Esta costumbre de observar espontáneamente las reglas de la vida en común no se adquirirá de la noche a la mañana. Sin caer en la utopía no se puede admitir que los hombres, inmediatamente después del Estado capitalista, sa encuentren con que han aprendido, sin ninguna regla de derecho, a trabajar en provecho de la colectividad. El Estado comunista supone igualmente una productividad del trabajo y un tipo humano muy diferentes del hombre de hoy, de este hombre impulsivo capaz en un instante de destruir unos almacenes públicos y de exigir que se le dé el azul del cielo. Pero ahora bien: ¿cuándo verá la luz este tipo humano que él nos promete? Nos lo repite en todos los tonos: ni lo sabemos ni lo podemos saber (18). ¿Acaso cree él mismo que no surgirá jamás? Así se puede sospechar seriamente cuando en cierto lugar habla, con un desdén profundo, de los sueños anarquistas que remiten la revolución a las calendas griegas, ya que la aplazan hasta el momento en que los hombres se hayan vuelto diferentes (19).

La fase superior del comunismo parece desempeñar en la doctrina un papel parecido al del paraíso de Mahoma, que sirve para fanatizar a los fieles y hacerles tener paciencia. Pero, cada vez más, se la deja para la otra vida. Y es de cosas más inmediatas de lo que hay que ocuparse.

Esta tarea inmediata es la revolución. La revolución se hará no con hombres imaginarios, sino con los hombres tal como son ahora, los cuales no pueden pasarse sin la sumisión, ni sin la fiscalización, ni sin la vigilancia (20). La revolución implica, pues, sumisión, fiscalización y vigilancia, o, dicho en otros términos, Gobierno e incluso dictadura. La revolución no suprime al Estado, sino que se limita a reemplazar una forma de Estado por otra: el Estado burgués por la dictadura revolucionaria del proletariado. Y ésta tiene precisamente como misión la de destruir para siempre al primero, hacer imposible su vuelta y hasta preparar para el futuro la desaparición de todo Estado, sea el que sea. Pero mientras esto llega el Estado del proletariado armado y organizado en clase dominante (21), es un verdadero Estado en toda la extensión de la palabra, provisto de todos los atributos que tiene que llevar consigo.

La descripción del Estado proletario es lo más original que hay en el libro de Lenin, si se puede hablar de originalidad a propósito de una pintura en la que se transparentan principalmente, a través de la sequedad y de la pedantería del estilo, un odio razonado e implacable contra el orden social actual, un amargo hálito de revancha de clase, y con una risa que tiene mucho de la del pillete, una especie de placer sardónico de demagogia.

La dictadura del proletariado es una fórmula marxista. Pero no es más que una fórmula. Marx y Engels la han creado, mas su contenido lo han dejado en el misterio. Sobre el raquítico cañamazo que le dieran unas cuantas frases, tomadas unas veces del Manifiesto Comunista y otras de cartas y de folletos políticos de sus dos maestros -porque él no cita para nada El Capital-, Lenin ha bordado la imagen completa de un régimen tal y como el bolcheviquismo ha tratado de llevarlo a la práctica (22). Tres meses antes de su asalto al Poder pudo ya leerse todo el programa del dictador de Rusia.

¿Qué es, en principio, un Estado?, pregunta el discípulo de Marx. Y se responde él mismo: La esencia dal Estado es la opresión (pág. 12).

El Estado -Engels es el que lo ha dicho- es un poder especial de represión. El Estado es una máquina organizada para la opresión de una clase por otra clase (también definición de Engels). El Estado -dice Lenin- es el empleo sistemático de la fuerza de las armas por una clase contra otra (23). Todas estas calificaciones -tomadas, es verdad, del espectáculo de los Estados capitalistas- corresponden, sin embargo -sigue diciendo Lenin-, no a tal o cual forma de Estado determinado, sino al Estado en sí. Y concluye: el Estado proletario, por el hecho de ser un Estado, tendrá que revestir todos estos caracteres. Tendrá que ser represivo, opresor y, como órgano de una clase, emplear sistemáticamente la fuerza de las armas contra otra clase. De este modo los papeles estarán simplemente invertidos: La clase opresora pasa a ser la clase oprimida, y viceversa. Los personajes cambian de traje, pero la comedia es la misma.

Sigamos oyendo a Lenin: Del poder del Estado como fuerza especializada para la opresión de una clase determinada, se pasará a la opresión de los explotadores por la fuerza común de la mayoría del pueblo, de los obreros y de los campesinos. El órgano de opresión ya no es ahora la minoría de la población, como ha sido siempre el caso en los regímenes de esclavitud, de servidumbre y de salariado, sino la mayoría. Y -añade Lenin con una ironía llena de amenazas- cuando la mayoría del pueblo da un buen día en oprimir a los explotadores, un órgano especial de opresión se vuelve superfluo. En este sentido, el Estado comienza ya a disolverse. En lugar de corporacIones especiales pertenecientes a la minoría privilegiada (los funcionarios privilegiados, los jefes del ejército permanente), la mayoría puede ya ocuparse de todo por sí misma, y cuanto más popular se hace el ejercicio de las funciones de poder gubernamental, más fácil es prescindir de este mismo poder (24).

En libertad para todos no, ni que pensar. La dictadura del proletariado se caracteriza por una serie de restricciones a la libertad de los opresores, explotadores y capitalistas. ¿Democracia? Sí, pero democracia para la mayoría colosal del pueblo; aplastamiento violento, es decir, exclusión de la democracia, para los explotadores y los opresores del pueblo (pág. 135).

El Estado subsiste, pues, en lo que tiene de esencial: la opresión. La combinación de las palabras libertad y Estado es un contrasentido ... Durante todo el tiempo que un Estado subsiste no hay libertad, y cuando la libertad exista ya no habrá Estado (pág. 145).

Ahora bien: este régimen de opresión invertida implica, para funcionar, una maquinaria nueva. La antigua máquina burocrática y militar desaparece y otra ocupa su puesto, política y económicamente.

La máquina política no nos interesa aquí. El modelo de ella lo ha tomado Lenin de la Commune de París de 1871, tal como lo ha descrito Marx en su libro La guerra civil en Francia (25). Sus elementos esenciales se encuentran reproducidos en la Constitución de la República de los Soviets.

En cuanto a la máquina económica, es el mismo colectivismo en su forma más conocida y más corriente (26): comunidad de los instrumentos de trabajo, trabajo obligatorio para todo el mundo, pago según el trabajo realizado, igualdad de retribución para el intelectual que para el obrero manual, y, finalmente, intervención y fiscalización de toda esta organización por el proletariado armado.

No hay la más mínima originalidad, como se puede advertir, en este esquema. Dos puntos salientes merecen, sin embargo, detener nuestra atención, porque Lenin vuelve incesantemente sobre ellos con una voluntaria insistencia y una esfera de cínica franqueza: el nuevo régimen económico no será ni libre ni justo.

No será libre, primero. El obrero en el taller socialista no estará menos estrechamente dirigido que bajo el régimen capitalista: Hasta la realización de la fase superior del comunismo, los socialistas reclaman la más severa (27) fiscalización de la medida del trabajo y de la del consumo por parte de la sociedad y del Estado. Ahora bien: que esta fiscalización debe comenzar por la expropiación de los capitalistas por los obreros, y debe ser ejercida no por el entrometimiento de un Estado funcionarizado, sino por la mediación del Estado de los obreros armados (pág. 148). Reglamentación y fiscalización -dice en otro lugar (pág. 153)-, he aquí lo más esencial de cuanto hace falta para el encarrilamiento y el buen funcionamiento de la sociedad comunista en su primera fase. Todos los ciudadanos vienen ahora a ser empleados comisionados por el Estado, compuesto por los obreros armados. Todos los ciudadanos se convierten en empleados y obreros del solo y único gran sindicato Estado. Se trata solamente de que todos trabajen igual, mantengan uniforme el ritmo del trabajo y perciban un salario idéntico. A ello se llegará manteniendo en las grandes industrias la férrea disciplina más rigurosa (28).

Verdad es que Lenin habla sobre todo de fiscalización a ejercer sobre los capitalistas que han pasado a ser empleados y sobre los señoritos criados a estilo de capitalistas. Una vez amansados éstos, lo demás vendrá solo. Pero a esto se llama dorar la píldora demagógica para hacércela tragar más fácilmente a los obreros. Porque, evidentemente, en un Estado socialista en el que todo el mundo trabaja, la fiscalización deberá ejercerse sobre todos. Y ya en un informe del 29 de abril de 1918 (29), Lenin considera como la más urgente labor la aplicación a los obreros revolucionarios de la disciplina del trabajo. Hay que aprender a unir el tempestuoso democratismo milinesco de las multitudes obreras, que se desborda de su cauce como una inundación primaveral, con una férrea disciplina durante el trabajo, con la sumisión sin réplicas a la voluntad de una sola persona: el director sovietista (30).

Sabido es que esta militarización de los obreros se ha llevado efectivamente a la práctica con posterioridad sin que su rendimiento, por lo demás, haya aumentado, antes al contrario (31).

Esta fiscalización ejercida por los obreros armados, es para inquietar grandemente. Sin hablar del terrorismo de que siempre se hace acompañar -pero que no es precisamente una cosa como para desagradar a Lenin-, ¿se puede, en verdad, admitir que el conjunlo de los obreros sea lo bastante apto para fiscalizar el complicado funcionamiento de una nave de una fábrica? ¿No es más bien ésta una labor técnica que, como cualquier otra, necesita aprendizaje? No, señor; nada de eso, responde Lenin. Hoy día la fiscalización es la cosa más sencilla del mundo y precisamente es gracias al capitalismo por lo que es esto así. Gracias a éste, en efecto, declara con la mayor seriedad, la fiscalización se reduce a las operaciones más elementales de vigilancia y de contabilidad accesibles a todo hombre que posea la educación escolar rudimentaria, a las cuatro reglas aritméticas y a llenar los impresos correspondientes (!) (32).

De este modo todos los miembros de la sociedad pueden tomar parle en ella cuando les toque la vez, y un Estado en donde se ejerce una fiscalización universal de esta clase, casi deja de ser un Estado y prepara la desaparición gradual del mismo hacia la cual marchamos. Y como, por otra parte, los obreros armados no están en plan de broma, ya que son hombres de la vida práctica y no intelectuales sentimentalistas y afeminados (33), la necesidad de someterse se convertirá bien pronto en una costumbre y abrirá así la puerta a la sociedad nueva.

Esta férrea disciplina, ¿estará, al menos, compensada por la justicia, realizada, por fin, en la retribución del trabajo? Desengañaos, dice Lenin, que veda toda ilusión a sus lectores. La igualdad de salario y de trabajo no es la justicia ni muchísimo menos. Hay que citar aquí sus palabras textuales: Cada derecho es la aplicación de una norma idéntica a hombres diferentes que, en realidad, no son los mismos; por esto es por lo que el derecho igual es un desgarrón hecho en la igualdad y una injusticia. Indudablemente, cada uno de los que rinden una cantidad igual de trabajo social reciben una porción igual de la masa total del consumo social (después de ciertas deducciones). Pero los individuos no son iguales entre sí: hay unos que son más fuertes, otros que son más débiles; unos están casados, otros no; unos tienen muchos hijos, otros tienen menos ... La justicia y la igualdad no pueden, por lo tanto, reinar todavía en esta primera fase del comunismo (34) Un solo progreso en el camino de la justicia: la explotación de los indididuos por sus semejantes habrá desaparecido gracias a la comunidad de los instrumentos de producción. Pero ¡qué rudimentaria justicia! ¡Y hasta qué punto no deja subsistentes todavía abrumadoras reminiscencias burguesas en la sociedad nueva! Porque -no olvidemos esta extraordinaria confesión- quien dice derecho, dice burguesía: No conocemos otras reglas de derecho que el derecho burgués (35). Y el comunismo al cual aspira Lenin es precisamente una sociedad sin derecho.

La teoría económica del bolcheviquismo puede, por tanto, resumirse del modo siguiente: Para el futuro -un futuro al que se hace retroceder a la más nebulosa lejanía- una utopía anarquista que supone a la vez hombres diferentes de los de hoy día y productos en cantidad ilimitada, doble y cómoda hipótesis que dispensa a la sociedad nueva tanto de organización jurídica como de organización económica.

Para el presente -un presente del cual no se divisa ni remotamente el fin- un régimen económico, el colectivismo, que según la propia confesión del autor, no reporta a los obreros más libertad y apenas si más justicia que las que tienen, limitándose a sustituir a los contratistas privados por el Estado como patrono universal.

A cambio de esto, una lucha de clases llevada hasta el paroxismo; un régimen de sistemática opresión de la minoría por la mayoría; el proletariado armado tomando brutalmente su desquite de los pasados sufrimientos, y, por consiguiente, una dictadura democrática no en beneficio de todos, sino con exclusión de la democracia de los explotadores y opresores del pueblo (página 135).

En una palabra, y es el mismo Lenin el que concluye así: Dentro del comunismo, no solamente se conserva durante cierto tiempo el derecho burgués, sino incluso el Estado burgués; pero ... sin la burguesia (pág. 155).

El Estado burgués sin la burguesía, es decir, el Estado burgués ataviado, naturalmente, con todas las fealdades, con todas las opresiones y con todas las injusticias de que la doctrina marxista le hace responsable; pero en el que los burgueses están reemplazados por los proletarios armados.

Tal es, dada por el mismo Lenin, la definición del régimen por el instaurado en Rusia.

¿Qué es lo que legitima, entonces, semejante trastorno? Se confiesa que la organización nueva no establecerá ni la libertad ni la justicia; será una tiranía no disimulada, y en cuanto a su superioridad productiva ni siquiera se intenta demostrarla. ¿Por qué razón inteligible puede todavía el autor de tal sistema justificar su advenimiento?

Por una filosofía de la Historia. El bolcheviquismo de Lenin es la aplicación casi literal de la teoría del materialismo histórico. Y ésta es otra razón más de las que tiene para proclamarse marxista. Pero la filosofía de la Historia -esta fuente, tan perniciosa en todas las épocas, de ilusiones y de errores y con la que se han engalanado tantísimos miles engendradores de desastres- no ha sido nunca llevada a la práctica con más rudimentaria sencillez. Marx predijo la evolución del capitalismo hacia el colectivismo, y de éste al comunismo. Esta evolución, para llevarse a cabo, tiene necesidad de una etapa íntermedia: la dictadura del proletariado. Las puertas de esta etapa son las que la revolución rusa tiene la misión de franquearle. Tal es en toda su desnudez el pensamiento expresado por Lenin. Para darle más fuerza lo reproduciremos de su propio texto:

Toda la teoría de Marx -dice- es una aplicación de la teoría de la evolución, en su forma más consecuente, más completa, más profundizada y más rica de contenido, hacia el capitalismo moderno ... ¿Sobre qué datos puede basarse la cuestión del futuro desenvolvimiento del comunismo que se avecina? Sobre el fundamento de que el comunismo sale del capitalismo, está engendrado históricamente por el capitalismo y representa el resultado de las acciones de este poder público que nace del capitalismo ... Marx plantea la cuestión del comunismo como un naturalista plantearía la cuestión del desarrollo, pongamos por ejemplo, de una nueva especie biológica de la cual se supiera que nace de tal o cual materia y se modifica en esta o en la otra dirección determinada (págs. 528 y 529).

Desde el mismo punto de vista es desde el que se justifica la dictadura del proletariado. El primer punto que es absolutamente cierto, que está confirmado por toda la teoría de la evolución, por toda la ciencia en general (!) ... es éste: que históricamente es indispensable que haya un ciclo particular o una etapa particular que sirva de transición entre el capitalismo y el comunismo ... El tránsito de la sociedad capitalista, la cual se desenvuelve en el sentido del comunismo, a éste no se puede imaginar sin un período de transición politica (cita de Marx) y el Estado propio de este período no puede ser otra cosa que la dictadura revolucionaria del proletariado (págs. 130 y 131).

Y ya está la explicación doctrinal. Porque la explicación de la dictadura real, el motor de que se usa con relación a las multitudes, harto se comprende que no es esta incolora teoría histórica sin acción sobre los hombres. Para éstos la fórmula está ya encontrada. Es la misma fórmula que le hemos visto poco antes emplear a Lenin: la burguesía sin los burgueses. ¡Qué cosa más sencilla y más asequible a todos! Definiéndose la burguesía como una minoría de gentes que disfrutan y explotan, el nuevo régimen será, pues, una mayoría de gentes que gocen y que exploten. Cuanto más se retrase en su cultura y más primitivo sea en sus instintos el pueblo al cual se le ofrece este señuelo, cuanto más haya sufrido antes bajo una explotación gubernamental brutal y sin freno, con tanto mayor éxito podrá contar este programa, de tanta mayor crueldad y mayor injusticia podrá hacerse acompañar naturalmente. Y esto, esto es lo que hace de la doctrina un instrumento tan eficaz de demagogia.

Pero, por otra parte, y con una lógica contra la que la lucha es estéril, cuanto más se apodere de los espíritus este programa de burguesía invertida, más probabilidades habrá de que de la destrucción del antiguo régimen burgués surja -en lugar del comunismo milenario propuesto al misticismo de los creyentes- una forma nueva de burguesía económica. Y esto es, desde luego, lo que ha sucedido en Rusia. El resultado más claro de la revolución ha sido -tras la invasión y asalto por los campesinos de los terrenos de los señores- un reparto violento de las tierras, que ha traído consigo la creación de una democracia de campesinos propietarios. Por una paradoja que está en la lógica de los hechos, ya que no en la de las palabras, la más duradera conclusión del comunismo de Lenin será indudablemente la extensión de la propiedad individual a ia mayoría del pueblo ruso. Este resultado es el único que parece explicar la estabilidad de un gobierno al que, a pesar de todo, se le teme menos que a la vuelta al pasado con que amenazan sus adversarios a los campesinos rusos.

La doctrina que acabamos de resumir es, pues, no tanto una doctrina económica como una doctrina política. Considerada como régimen económico, la dictadura colectivista del proletariado no liene nada de viable. Y como el comunismo perfecto, al cual se dice que ha de conducir, continúa siendo un sueño, Rusia para poder vivir tendrá que volver a encontrar -y ya la está buscando- una forma de capitalismo gracias a la cual sé pueda producir.

Por el contrario, como sistema político, la dictadura del prolelariado se presenta sencillamente como la sustitución viólenta de un personal y de un régimen gubernamental por otro personal y otro régimen. Esta sustitución ha sido relativamente fácil en un país donde la burguesía no ha tenido jamás tiempo de constituirse unas filas políticas, y representa una ínfima minoría frente a la inmensa mayoría campesina. Loa intereses llamados burgueses o capitalistas, es decir, en resumidas cuentas, los de la propiedad mueble, no han tenido tiempo, como en los paises occidentales, de extender sus ramificaciones a través de todas las clases de la sociedad, incluso las rurales y obreras. Y en cuanto a la gran propiedad territorial, sus representantes constituyen una minoría a merced necesariamente de un levantamiento de las multitudes rurales pobres. En estas condiciones, el desvanecimiento simultáneo de la burocracia zarista, universalmente detestada, y del ejército que le servía de sostén, dejaba el puesto libre para un partido que se apoyase sobre los sentimientos más violentos y más sencillos, los de los obreros y campesinos más pobres (36).

Mas si a pesar de todo se quiere ver en la doctrina de Lenin otra cosa que un frágil biombo teórico, destinado a justificar la conquista de los poderes públicos y si se hace abstracción para juzgarla de todo punto de vista situado fuera de ella misma, no se le pueden aplicar tanto económica como moralmente, más que dos criterios.

Desde el momento que pretende instaurar un régimen superior de producción, ¿puede el experimento llevado a cabo justificar su pretensión?

Desde el momento que pretende sustituir la injusticia opresiva de la mayoría por la minoría, por la injusticia, menor a sus ojos, de una opresión de la minoría por la mayoría, ¿está segura, cuando menos, de contar con esta mayoría? Más aún, ¿lo desea ella sinceramente?

Respecto al primero de estos dos puntos de vista, la Historia desde luego, parece haber pronunciado ya su veredicto. El hambre de 1922 será siempre el símbolo de la espantosa destrucción de riqueza llevada a cabo por el bolcheviquismo.

Y en cuanto al segundo, Lenin parece hallarse muy lejos de estar convencido de que representa los deseos y los votos de la mayoría. La dictadura del proletariado, dice, es la elevación de la vanguardia de las clases explotadas a la situación de clase dominante para el aplastamiento de los explotadores (pág. 134). Y en otro lugar (págs. 41 y 42), justifica la dictadura, no solamente por la necesidad de aplastar la resistencia de los explotadores, sino también por la de dirigir a la gran masa de la población, de los campesinos, de los pequeños burgueses y de los semiproletarios, durante el establecimiento de la organización económica socialista. Luego es que esta gran masa no se adhiere a la idea espontáneamente. Entonces, ¿cuál es la justificación de esta nueva oligarquía?



Notas

(1) Ya en su discurso de marzo-abril de 1918 sobre las Próximas tareas de la potencia de los soviets, el mismo Lenln comprueba que el Gobierno debe dar un paso atrás con relación a sus prlnciplos:

1° Ante todo, alargando de hecho salarios elevados para remunerar los servlclos más importantes entre los técnicos burgueses (pág, 19).
2° Después, contrayendo un compromiso con las cooperativas y renunciando a excluir de su dirección a los burgueses (pág. 30).

(2) Sobre esta evoluclón, véase, principalmente, a Slmón Zagorsky: L'évolution actuelle du bolchévisme russe, París, 1921; Powlozky, editor.

(3) Publicado en el Izvestia de 22 de Junio y reproducido como apéndice segundo en las actas de la primera sesión de la primera Comisión no rusa (bienes privados) con la Comisión rusa en la Conferencia de La Haya de junio de 1922.

(4) Acerca de la industria, consúltese Labry: L'industrie russe et le révolution (payot, editor), y Zagorsky: Le bilan économique de la République des soviets (París, 1921; Payot, editor).

(5) Aquellos, cuando menos, que hemos podido tener entre nuestras manos. El libro principal del cual tomamos la exposición de las ideas bolcheviques lleva por título Staat und Revolution. Die Lehre des Marxismus vom Staat und die Aufgaben des Proletariats in des Revolution (Berna, Promachos- Verlag, 1918, 190 págs.). Lleva fecha del mes de agosto de 1917 y es unas pocas semanas anterior a la revolucIón bolchevique del 17 de octubre, que elevó a Lenin al Poder. En él está contenido ya todo el programa, con una precisión y una limpidez sorprendentes. Dos discursos de Lenln dirigidos al Comité Ejecutivo Central de Diputados de los obreros, soldados, campesinos y cosacos, han sido editados en sendos folletos y publicados en alemán por la misma edltorlal: Die nächsten Aufgaben der Sowjet-Macht (abril 1918, 64 págs) -que ha sido también publicado en francés- y Der Kampf um das Brot (36 págs.), Nuestro desconocimIento del ruso nos priva, desgraciadamente, de conocerlos en su texto orIginal. No hemos podido procurarnos los discursos de Lenín anteriores a la revolución rusa ni sus obras sobre el capitalismo ruso, la cuestión agraria, etc., citados por Antonelli (La Russie bolchéviste, Grasset edltor, 1920). De éstas, sólo la primera ha sido traducida al alemán, pero no se puede encontrar ningún ejemplar.

(6) Los bolcheviques -escribe Delewsky en el articulo titulado Las ideas de los narodniki rusos, publicado en el número de julio-agosto de 1921 de la Revue de Economie politique-; tanto en su teoría como en su práctica, han bebido no sólo en las fuentes del marxismo, sino también en el narodnichestvo, en Bakunin, en el buntarstvo, en Tkachoff, en la teoría de las minorias en acción, en el programa agrario de los soclallstas revolucionarios ... por estar todas estas ideas degradadas, transrormadas hasta la degeneración, cimentadas con hlpocresía, con un cinismo jesuítico, por el terror y la corrupción, por las necesidades de una nueva casta dominante.

(7) La palabra bolchevlques (mayoritarios) no expresa otra cosa que el hecho, enleramente accidental, de que obtuvimos la mayoría en el Congreso de Bruselas-Londres de 1908. Lenln: Staat und Revolution, pág. 120. El nombre oficial del partido es: Partido comunista, y, entre paréntesis, la palabra bolchevique. El Congreso Bruselas-Londres es el segundo congreso del partido obrero social-demócrata ruso (véase Antonelli: Russie bolcheviste, pág. 46).

(8) Véase Staat und Revolution. págs. 149 y 150.

(9) Pág. 146.

(10) Pág. 146.

(11) Pág.147.

(12) Pág. 138.

(13) Pág. 138.

(14) Pág. 139.

(15) Pág. 152.

(16) Pág.70.

Es el mismo Lenin el que apunta la analogía: Marx converge con Proudhon en que ambos son partidarios de un aniquilamiento de la máquina del actual Estado. Esta semejanza del marxismo con el anarquismo -con el de Proudhon lo mismo que con el de Bakunin-, ni los oportunistas (Bernstein) ni los partidarios de Kautsky quieren verla, porque en este punto se han separado del marxismo.

(17) Pág. 73.

(18) Véanse estos textos en las págInas 144, 146 y 147.

(19) Pág. 73.

(20) Pág. 73.

(21) Págs. 83 y 96.

(22) Pudiera dlsertarse largamente acerca de la fidelidad de la interpretaclón que da Lenin a los textos marxistas citados. Estas frases, muchas veces sólo estas palabras aisladas, ¿en qué medida responden al verdadero pensamlento de Marx? ¿En qué medIda son concesiones verbales a la fraseología revoluclonaria del partido? Seria preciso, para decirlo, saber en qué medida continuaban siendo Marx y Engels revolucionarios dispuestos a la acción en el momento en que estos textos fueron escritos. Bernstein, en un apéndice al reciente libro del húngaro Palyl titulado Der Kommunismus, sein Wessen, sein Ziel, seine wirtschaft, Berlín, 1919, considera al bolcheviquismo no como un desenvolvimiento del socialismo más allá de Marx, sino como un retroceso al soclalismo de antes de Marx (pág. 102).

El escrito de Marx sobre el cual se apoya Lenin es, sobre todo, la Circular del 5 de mayo de 1875 -acerca del programa de Gotha-, publicada en New Zeit, 1891, t. XX, en la cual se encuentran las palabras siguientes: Entre la sociedad capitalista y la comun!sta se encuentra un periodo de tránsito de la una a la otra. A esta última corresponde, a su vez, otro periodo de transición política en el que el Estado no puede ser otro que la dictadura revolucionaria del proletariado.

En un trabajo sumamente completo -Der bolehewismus, Berlín, 1920-, W, Mautner ha discutido a fondo la legitimidad de las pretensiones bolcheviques de fundarse en la autoridad de Marx, a cuyo fin ha hecho intervenir todos los textos importantes capaces de descubrir o esclarecer el pensamiento de Marx. Mautner llega a la conclusión de que Carlos Marx era, a pesar de todo, un demócrata convencido, mientras que Lenin es esencialmente autócrata.

(23) Véanse págs. 27, 119 y 92.

(24) Págs. 65 y 64.

(25) He aquí sus caracteres principales: Nombramiento por sufragio universal de delegados en cada localidad; derecho permanente de destituir y reemplazar a estos delegados; desaparición del parlamentarismo, ya que la Asamblea tiene a la vez funciones deliberativas y ejecutivas; fijación de los sueldos de los funclonarios al mismo nlvel del salario de los obreros; fiscalización de los funclonarios por el proletariado armado, y, finalmente, centralización enérgica del Poder en una Asamblea compuesta de representantes de las localidades. Lenin se alza vivamente contra el principio federativo a lo Proudhon.

(26) Véase la descripción clásica del régimen colectivista con almacenes de venta, bonos de trabajo que dan derecho a un consumo determinado, etc.: El conjunto de la sociedad -dice en la pág. 154- se convierte en una fábrica única, una única oficina, con igual trabajo e igual salario para todos.

(27) Las palabras en cursiva lo están así en el texto de Lenin.

(28) Véanse págs, 153 y 74.

(29) Las próximas tareas de la potencia de los soviets, informe presentado a la comisión ejecutiva central de diputados de los trabajadores, soldados, campesinos y cosacos de todas las Rusias, pág, 56.

(30) Las próximas tareas, etc., pág. 56.

(31) Véase Trotsky: Terrorisme et Communisme (París, Biblioteca Comunista, 1920): Sin las formas de coacción gubernamental que constituyen el fundamento de la militarización del trabajo, la sustitución de la economía capitalista por la economía socialista no seria más que una palabra sin sentido.

(32) Staat und Révolution, pag. 154.

(33) Staat und Révolution, pág. 156.

(34) Staat und Révolution, págs. 141 y 142. Diferencias de riquezas -y diferencias injustas- continuarán subsistiendo, se lee en la continuación del párrafo.

(35) Staat und Révolution, pág. 144.

(36) A estas dos categorias de personas es a las que Lenin hace constantemente sus llamamientos.
Indice de Los anarquistas de Carlos Gide y Carlos Rist CAPÍTULO CUARTO. La revoluciónBiblioteca Virtual Antorcha