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CAPÍTULO 5

LOS TORMENTOS DE LA CREACIÓN

Crear es fuente de júbilo para el hombre, pero acarrea también sufrimientos conocidos con el nombre de los tormentos de la creación. Crear es difícil, la demanda creadora no siempre coincide con la posibilidad de crear y de aquí surge, como dice Dostoievski, la tortura de que la palabra no siga al pensamiento. Los poetas llaman a este sufrimiento, tormento de la palabra.

No existe en el mundo martirio mayor que el tormento de la palabra, en vano, a veces, labios enloquecidos exhalan gritos: en vano, a veces está el alma presta a arder de amor; es mísero y frío nuestro pobre lenguaje. El anhelo de transmitir en palabras los sentimientos o ideas que nos dominan, el deseo de contagiar con este sentimiento a los demás y, al mismo tiempo, la comprensÍón de la imposibilidad de poder hacerlo, suele aparecer reciamente expresado en la obra literaria de la juventud. En sus primeras poesías Lermontov (1) lo expresaba así:

Con la letra fría, es difícil explicar
las pugnas del alma.
No posee el hombre sonidos bastante fuertes
para expresar el ansia de beatitud.
Siento la pasión exaltada,
pero palabras no encuentro,
y en ese instante
presto estoy a sacrificarme para,
de algún modo,
verter siquiera su sombra en otro pecho.

A. Gornfeld, en su artículo dedicado a la tortura de la palabra, recuerda al héroe de los episodios de Uspiénski, el caminante de las Observaciones de un holgazán. La escena en que el infeliz, no hallando palabras para expresar la idea gigantesca que le domina, se atormenta en su impotencia y va a orar ante una imagen para que dios le dé comprensión, deja una impresión de indescriptible agobio. Y, en realidad, todo lo que sufre este pobre espíritu abatido en nada se diferencia de la tortura de la palabra que experimenta el poeta o el pensador, que dice con casi las mismas palabras: Yo te diría, amigo mío, sin ocultarte ni pizca, pero me faltan palabras... ¡Mira lo que te voy a decir! Lo tengo en mi mente, pero no me salen las palabras. ¡Ay, ay, qué estúpida desgracia la nuestra! Pero, a veces, las tinieblas son rotas por rayos de luz brillante: se aclara la mente del desgraciado y, a él como al poeta de un momento a otro tomase el misterio una imagen conocida, y comienza a explicarlo:
- Supongamos, por ejemplo, que yo, voy a la tierra, pues de la tierra salí. Supongamos que vuelvo a la tierra, por ejemplo, de regreso; ¿cómo podrían, entonces, obligarme a pagar por ella?
- Bien, bien, exclamamos con júbilo.
- Aguanta. Aquí falta aún una palabra... ven, señores, algo falta aquí.
Se levantó el caminante y se plantó en medio de la habitación, disponiéndose a doblar otro dedo de la mano.
- Aquí no se ha dicho aún nada de lo más importante. Y hay que hacer así: porque, por ejemplo... -se calló un momento y preguntó con viveza-, el alma ¿quién te la dio?
- Dios.
- Cierto. Bien, ahora mira hacia acá...
Nos preparábamos para mirar cuando el caminante volvió a callar, perdió energía y dándose con las manos en los muslos, exclamó con desesperación:
- No. Nada hay que hacer. Nada es así... ¡Ay, Dios mío! Sí, yo te diré una cosa. Aquí hay que hablar de allá. Hay que hablar desde allá. Hace falta hablar del corazón. No, nada.

Nos detuvimos en esta cuestión no porque los agudos sufrimientos vinculados con la creación tuviesen alguna seria influencia en la suerte futura del adolescente en desarrollo; ni tampoco porque padezca este sufrimiento de modo más fuerte, más trágico, sino porque este fenómeno nos descubre el último y principal rasgo de la imaginación sin el cual el cuadro que hemos trazado quedaría incompleto en lo más esencial. Consiste este rasgo en el afán de la imaginación por crear; y esto es la raíz auténtica y el principio motor de la creación. Todo fruto de la imaginación, que surge de la realidad, se afana por describir un círculo completo y así encarnar de nuevo en lo real.

La estructura imaginativa surgida en respuesta a nuestro anhelo, a nuestra excitación, tiende a encamar en la vida. En virtud de los impulsos encerrados en ella, la imaginación tiende a ser creadora, es decir, activa, transformadora de aquello hacia lo que tiende su actividad. En este sentido Ribot compara con justeza la contemplación con la apatía. Para él esta inacertada forma de la imaginación creadora es totalmente similar a voluntad impotente. Dice: La imaginación en la esfera intelectual corresponde a la voluntad en la esfera del movimiento... Los hombres siempre desean alguna cosa, sea algo valioso o una nadería; inventan siempre también para un fin determinado, se trate de Napoleón planeando una batalla o de un cocinero preparando un plato nuevo.
En toda su forma normal la voluntad termina en movimiento, pero en las gentes indecisas y faltas de voluntad no terminan nunca las vacilaciones, o las decisiones quedan sin ser cumplidas, incapaces de ser realizadas y comprobadas en la práctica. La imaginación creadora, en toda su forma trata exteriormente de afianzarse en actos que no existan tan sólo para su autor, sino también para todos los demás. Por el contrario, para todos los puramente contemplativos la imaginación permanece en el interior de su esfera en estado de elaboración deficiente, sin materializarse en obras artísticas o realizaciones prácticas. La contemplación viene a equivaler a abulia y los soñadores son incapaces de manifestar imaginación creadora.

Lo ideal consistiría en construir una imagen creadora y sólo sería una fuerza viva, real, cuando dirigiese las acciones y la conducta de las gentes, tendiendo a materializarse y a realizarse. Si dividimos la ensoñación y la imaginación creadora como dos formas extremas y en esencia diferentes de la fantasía será claro que en general, la educación del niño en la formación de imágenes posee no sólo valor parcial de ejercitación y fomento de una función aislada cualquiera, sino que posee importancia total que se refleja en toda la conducta del ser humano. En tal sentido el papel de la imaginación en el futuro no será menor del que tiene en la actualidad.

El papel de la fantasía -decía Lunacharski- en el futuro no será en modo alguno menor que hoy. Es muy probable que tome un carácter peculiar, combinando elementos científicos experimentales con los vuelos más vertiginosos de la fantasía intelectual y figurativa.

Si tomamos en cuenta lo antes señalado, precisamente, que imaginación es impulso creador, estaremos de acuerdo con este planteamiento con que Ribot sella sus investigaciones:

Con su obra, la imaginación creadora penetra toda la vida personal y social, imaginativa y práctica en todos sus aspectos: es omnipresente.

(1).- (Nota de O. Cortés y Ch. López) Mikhail Iurievitch Lermontov, poeta y novelista ruso (Moscú-1814). Autor de la primera novela psicológica escrita en Rusia Un heroe de nuestro tiempo. Murió en un duelo en 1841.

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