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EL LAICISMO EN LA HISTORIA DE LA EDUCACIÓN EN MÉXICO

Documentos históricos

CAPÍTULO NOVENO
El maestro Don Justo Sierra



Grandiosa fue la obra del maestro D. Justo Sierra en beneficio de la educación nacional. Actuó en el campo de la política como liberal y en el de la filosofía como positivista. El ingeniero Agustín Aragón decía sobre esto último:

Don Justo Sierra defendió el método positivo en el diario La Libertad, en la tribuna de la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión, en juntas de profesores de la Preparatoria para la aprobación o designación de textos: año de 1885. Fue hombre bueno por excelencia; sus padecimientos manaron de su bondad sincera y de sus ahincos revolucionarios de mejorarlo todo sin la reflexión debida. (Declaración hecha al Lic. Alberto Bremaunt, en enero de 1942).

Desde 1881 luchó por la transformación de la educación nacional; contribuyó activamente en la reforma iniciada por D. Gabino Barreda, pese a no haber estado de acuerdo en algunos de los puntos sostenidos por el educador y filósofo; presidió e inauguró el II Congreso Nacional de Instrucción Pública, reunido en México en 1900, pronunciando un gran discurso de clausura.

A cargo de la Subsecretaría de Instrucción Pública desde 14 de junio de 1901, inauguró, en 1902, el Consejo Superior de Educación Pública, en el que se pugnó por la obligatoriedad de la instrucción primaria y pidió se le facultara para crear la Universidad Nacional.

Don Justo fue quien estableció, en 1902, los llamados desayunos escolares que tanto han servido a la niñez proletaria.

Ministro de Instrucción Pública, en 16 de mayo de 1905 estableció la unidad de la enseñanza, reformó métodos, procedimientos y programas, dando un gran impulso a la educación nacional. Los puntos más salientes de su labor como ministro de Instrucción fueron: la creación de la Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes, en mayo de 1905; la nueva ley de instrucción pública, expedida en 1908, en la que se dió importancia primordial a la educación con respecto a la instrucción; la reunión del Congreso Nacional de Educación Primaria (13 de septiembre de 1910) y la creación de la Universidad Nacional de México, el 22 de septiembre de 1910.

La producción literaria, política, histórica y educativa de D. Justo Sierra es enorme. Por ello es difícil problema seleccionar entre sus brillantes discursos, proyectos, intervenciones, etc., aquellos que deban darse a conocer preferentemente. Sin embargo, estimamos que, en materia educativa, tres históricos discursos pronunciados por el maestro Sierra pueden contener las ideas fundamentales que sostenía con respecto a este importante ramo; éstos son: el del II Congreso Nacional de Instrucción Pública, el del Congreso de Educación, en 1910, y el que produjo al inaugurarse la Universidad Nacional de México.

El pronunciado en el II Congreso Nacional de Instrucción, menos conocido que los otros, contiene: la tesis positivista que entonces se aplicó a la educación preparatoria, interesantes ideas sobre la primaria, sobre los libros de texto, así como las normas directrices que aquel histórico congreso aprobó para la educación nacional.

Del primero y el último insertamos a continuación las partes de mayor trascendencia.

I. DISCURSO PRONUNCIADO POR EL LIC. DON JUSTO SIERRA EN LA SESIÓN DE CLAUSURA DEL SEGUNDO CONGRESO NACIONAL DE INSTRUCCION REUNIDO EN MEXICO EL AÑO DE 1900
INSTRUCCIÓN PRIMARIA SUPERIOR

Las detenidas deliberaciones del congreso sobre los escrupulosos trabajos de la primera comisión habían desembarazado el camino a las resoluciones exigidas por el cuestionario sobre instrucción primaria superior, donde la parte instructiva se combina, en más alta dosis, con los elementos destinados a la educación de las aptitudes. De buen grado asintió el congreso a las conclusiones tan acertadamente formuladas por la comisión proponente y que reducen a claros y terminantes preceptos la moderna teoría de la enseñanza primaria; los métodos lógicos y los procedimientos pedagógicos forman en ellas un bien atado conjunto. Guiada por el criterio del congreso, pudo la comisión, con mano segura, trazar las rutas que llevan al alumno al robustecimiento de sus facultades por la adquisición de la verdad y que lo acercan a la región de lo abstracto por medios rigurosamente prácticos y concretos, que de no ser así, esos caminos conducirían al niño mexicano a verdaderos desastres intelectuales. El oficio del libro, ese poderoso condensador de ideas que suele acumular en unas cuantas páginas toda la fuerza viva gastada por la humanidad en su evolución; ese gran economizador de gasto intelectual para el niño y para el hombre, el libro de texto, tiene ya en la escuela primaria superior misión más vasta y puede prestar, presta ya y prestará cada día más, a medida que los textos recojan mejor el fruto de la experiencia de los maestros, inestimables servicios, con tal, sin embargo, que no tiendan a suprimir la comunicación directa entre el maestro y el discípulo, que es el alma, el verbo mismo de la enseñanza.

Determinó el congreso no separarse de las cuestiones de instrucción primaria, campo de sus más laboriosas y concienzudas tareas en que ha puesto toda su fe, toda su esperanza, todo su amor por la patria en la encarnación más interesante y pura que la patria tiene en la niñez, sin consignar un voto que la actual administración, siempre atenta a la voz profunda y persistente de la opinión, escuchará sin duda: me refiero a la libre introducción del papel. El congreso, bien lo expresa su voto, no ha visto la cuestión bajo el aspecto que la liga a nuestra autonomía literaria ni a la suerte de numerosas industrias que, a falta de esta materia prima, no pueden pasar de un período rudimentario; no, el congreso desea poner al alcance de la mayoría inmensa de los niños de la República un libro limpio, barato y duradero, imposible de elaborarse con estas condiciones en nuestro país.

Ha temido que esta traba a la difusión de la enseñanza obligatoria siga, como hasta hoy, resuelta a medias en favor del texto extranjero, mal traducido con frecuencia y mal ajustado a nuestras ideas y aspiraciones. Hemos querido, al trazar las bases definitivas de nuestra educación nacional, llamar a la vida al libro nacional, sin el que corre peligro de ser frustránea o de retardar por algunas generaciones sus efectos redentores. En vuestras manos, señor ministro de Instrucción Pública, pone el congreso su empeño y su voto; abogados de tantas nobles causas, agregad éste a vuestros timbres de legítimo orgullo, y el jefe del Estado, una vez más, habrá merecido bien del progreso escolar de la República.

ESCUELAS PREPARATORIAS

Así como la obra principal del primer congreso fue la definición de la enseñanza obligatoria, la organización de la secundaria o preparatoria caracterizará la obra del actual y será su título superior a ocupar un puesto prócer en los anales de la instrucción nacional. En él servirá largo tiempo de blanco a las iras seudocientíficas, que suelen ser las más implacables; él servirá de pináculo a una idea triunfante al fin, de ésas que, como decía Herder, brillan como faros en el mar del tiempo.

Resuelto el punto de uniformidad favorablemente, lo que será de consecuencias prácticas, harto benéficas, y algún otro como el de la duración de los estudios aumentada a seis años, lo que se apoya en datos de experiencia, el congreso declaró que la lógica debería colocarse en el remate de los cursos preparatorios e hizo subir de punto la significación de su acuerdo señalando su verdadero carácter a esta enseñanza al convertirla en la sistematización de los métodos científicos con total exclusión de todo elemento teológico o metafísico. Una protesta erudita más tardía, eco de escuelas tardías también, aunque muy respetable por lo muy sincera, ha provocado fuera de este recinto un debate que promete ser de crecido interés. De él habrá que descartar cierta interpretación profundamente errónea de un acto cuya trascendencia nunca pudo desconocer esta asamblea; resúmese esta interpretación en el reproche de haber procedido como sectarios quienes hicimos nuestra esa declaración.

No, no hemos procedido como sectarios; hemos derivado una ineludible consecuencia de premisas admitidas por todos. Los congresos de instrucción han dado pruebas sobradas de la amplitud de su criterio liberal para merecer tamaña ofensa; nadie habría sido osado a proponernos nuestra transformación de cuerpo técnico en grupo de factores de una secta, nadie; el congreso habría pasado por encima de tamaño desacato.

Pongamos de resalto los elementos de esta irnportantísima decisión: que la lógica debía coordinar los métodos empleados desde la matemática hasta la sociología y unificarlos en una síntesis superior: esto era necesario, esto le da su verdadero significado de filosofía del método. Precisamente por eso la colocó el congreso en la cima de los estudios cuando ya los diversos métodos habían servido de agentes de asimilación y desenvolvimiento intelectual y podían sistematizarse; si de la lógica formal se hubiese tratado habría sido indiferente encabezar o finalizar con ella la serie; no se trataba de una metodología general, lo repetimos, y por eso su puesto legítimo es el que le ha designado el congreso.

El punto segundo de nuestra resolución, el que prescribe la eliminación de todo elemento teológico o metafísico, lejos de tender a un fin sectario, fluye de la decisión bien marcada de buscar a los términos de enseñanza laica su legítima sinonimia en estos otros: enseñanza neutral.

El venerable historiador, honra de las patrias letras, que desempeña la clase de lógica en nuestra Escuela Preparatoria, puntualizaba, en flamante polémica sostenida con uno de nuestros queridos colegas, una verdad que es la clave de nuestra determinación: la ley excluye la metafísica de los estudios filosóficos en las escuelas oficiales. ¿Por qué es sabia esta disposición? Por dos concluyentes razones: del orden pedagógico, una; otra, del orden político. La enseñanza, en su segundo grado, debe ser eminentemente positiva y no puramente crítica y negativa, dado que esto traería aparejada la más desastrosa anarquía intelectual, la que produce en los cerebros jóvenes el semiconocimiento de sistemas en lucha cuando aun no tienen elementos de juicio suficientes para abstraer una verdad total y asimilársela.

Efectivamente, para enseñar la metafísica era preciso dar la palabra a la vez al espiritualismo, al materialismo, al panteísmo, al pesimismo, al agnosticismo. ¿Y cómo excluir alguno de ellos sin atribuir al Estado el papel de definidor de un dogma filosófico, sin resucitar el concepto bizantino de la omnisciencia y de la omnipotencia gubernamental? ¿Y cómo dar la palabra a todos sin hacer terminar el ciclo de los estudios preparatorios en el caos y la noche intelectual? ¿Es esto, por ventura, negar el trascendental interés de tamaños problemas? Equivaldría esto a desconocer los prodigiosos esfuerzos del espíritu para integrar la ciencia en una fórmula suprema inferida del universo y de donde el universo pueda inferirse; esto equivaldría a ignorar la perenne tragedia del alma humana aleteando a los bordes del infinito misterio en busca del secreto de su destino.

No, ni es discutible la importancia de los metafísicos clásicos en la dolorosa historia del pensamiento, ni el valor de los sistemas novísimos, como el de la metafísica empírica de Wundt y de Fouillée o como el del sistema que, reduciéndola a su significación de filosofía del mundo de la vida y el pensamiento, distinta de la del mundo inanimado o físico, ha producido ensayos inmortales; tal es la maravillosa lectura del mundo orgánico que comienza en los primeros principios y acaba en la sociología de Spencer.

A tamaña razón pedagógica se añade ésta, ya indicada: toda metafísica es la filosofía de una religión o de una irreligión. La metafísica -dice Paul Janet- brota de la teología, y hay un parentesco, una afinidad estrechísima entre sus doctrinas; salvo la diferencia en la forma, su valor en el fondo es el mismo. ¿Se quiere basar la enseñanza de la lógica en conceptos metafísicos? Pues habrá que demostrar el valor de estos conceptos, y autorizamos así una enseñanza suprimida por la ley y violadora de la neutralidad de la escuela.

Mas si no hay necesidad de acudir a estos conceptos -así como no hay necesidad de acudir al fundamento religioso de la moral para exponer sus conceptos-, ¿ de qué proviene el escándalo y los reproches y las protestas? No, afirmémoslo muy alto: el congreso se ha ajustado a la verdad, a la necesidad y a la libertad.

El dictamen, en la parte relativa al plan de asignaturas, cuyos fundamentos aquilató en admirable estudio preliminar el ponente de la comisión y cuyo desenvolvimiento lógico expuso su presidente en dos trabajos de tribuna que bastan a conferirle la jefatura de la moderna escuela mexicana, el dictamen, decíamos, contenía en el fondo una innovación que el congreso sancionó con justicia.

Ella resume en un todo orgánico y viviente el haz disperso de la enseñanza secundaria, devolviéndole la plenitud de su carácter de preparación general y fundamental, tan diverso del que le han dado adulteraciones empíricas del plan primitivo; la conjugaba con un sistema gradual de desenvolvimiento de las facultades menos solicitadas por el estudio de las ciencias abstractas y con otro de ejercicios físicos destinados (o de lo contrario serían perjudiciales) a aumentar la fuerza del cuerpo en condiciones de reposo mental.

Hacer de la ciencia la sustancia de la enseñanza era cosa indiscutible en una época en que el fenómeno social característico es la ciencia, factor primero de la potencia material y espiritual de los pueblos; ni podía discutirse ni el congreso la discutió. Pero era necesario concretarse sobre cuáles, entre las ciencias, por sus condiciones de generalidad, contenían los fundamentos de las demás, y se adoptó por superior, precisamente bajo el aspecto pedagógico, la jerarquía de Comte, aunque sustancialmente modificada con la introducción en la serie de la psicología como ciencia autonómica por ocuparse en un fenómeno distinto del biológico, en el fenómeno psíquico, modificación debida a la creciente influencia de las doctrinas inglesas.

Así, el niño que al asomarse a la adolescencia llegaba por los últimos peldaños de la instrucción primaria a los umbrales de la abstracción, recorrerá lentamente esta comarca que, bajo su aparente aridez, encierra sorpresas profundas para quien sabe explotarlas, y al tomar a las nociones sucintas del cálculo trascendente habrá adquirido la preparación indispensable para el estudio del universo en sus grandes lineamientos, disciplinará su espíritu en la matemática que Comte consideraba como la lógica por excelencia y abordará incomparablemente armado el estudio de la cosmología. En ella irá de problema en problema, desde el más simple hasta el más complejo; desde los movimientos de los astros, aspecto más general del universo, al estudio de las propiedades de los cuerpos en la física; al análisis y la síntesis de los elementos componentes de la materia en la química; al conocimiento de los fenómenos orgánicos en la biología; luego, al de los metales y al de los sociales al fin, en que el cosmos parece resumirse y encuentra en el hombre la conciencia de sí mismo.

Cierto; esta jerarquía pudiera no tener un valor ahsoluto, supuesto el estado de interdependencia actual de las ciencias y la tendencia a constituir más vastas unidades para acercarse a la suprema unidad del conocimiento; pero su valor pedagógico es innegable por su marcha en el mismo sentido de la evolución mental y por la relación de preparatorias las unas de las otras que se observan entre los miembros de la clasificación adoptada. Y sobre todo, y no dudo que esto haya influído en el ánimo del congreso, este plan está tocado a la experiencia de muchos años en nuestra República; una ventaja análoga es casi la única que los europeos encuentran para sus ilógicos planes fragmentarios, cada día más vacilantes ante la crítica, incesantemente transformados e incapaces de dar la plena satisfacción a los pensadores que exigen la escuela secundaria, única que proporciona un fondo común de conocimientos a los hijos ilustrados de un pueblo y que no tuerce las vocaciones, dejándolas surgir espontáneamente cuando la preparación general se halla completa. El plan adoptado por el congreso suma a estas ventajas la inapreciable de constituir por sí mismo una filosofía, puesto que todo en él encamina a la concepción de la ciencia una, y ésta es la más elevada síntesis filosófica.

El examen fue detenido en la parte científica del programa; pocas fueron las disidencias y más bien se dirigieron a puntos secundarios, con excepción, quizá, de una sola. Pero, por fortuna para el proyecto, no había entre sus impugnadores casi ninguna comunidad de tendencias, y hubo acaso tantos planes como opositores; esto bastaba para imponerlo a nuestro criterio; el programa propuesto, como la República, según la frase de Thiers, era lo que nos dividía menos. El congreso, persuadido de que, como ha dicho un pensador moderno, sólo está destinado a durar aquello que está sistematizado, organizado y coordinado jerárquicamente, y de que la nación que sepa introducir en la enseñanza la organización más poderosa y más una tendrá por este solo hecho en el dominio intelectual una fuerza análoga a la de los gobiernos y los ejércitos mejor dispuestos, sancionó con su voto y su responsabilidad técnica y moral la obra que se le presentaba y que de hoy en más servirá de brújula en la Babel enOrme de los adelantamientos de la ciencia a las generaciones mexicanas, mereciendo, más que otro alguno, el nombre de humanidades científicas usado recientemente en Europa.

Pero este plan de estudios, a pesar de su unidad filosófica, habría sido por extremo deficiente si con él no formara un todo orgánico un programa de estudios literarios; las letras no sólo tienen valor porque perfeccionan el instrumento supremo del pensamiento que es el idioma, sino que al perfeccionarlo recobran a su vez sobre el pensamiento mismo, que no es más que un lenguaje interno que tiene las mismas formas que el otro y que será más preciso, más correcto y más justo mientras aquél más lo sea. De aquí el valor eminentemente educativo de los estudios literarios, que sube de quilates cuando la adquisición científica ha enriquecido nuestra sustancia mental, cuando en la ciencia la forma encuentra lo que el gran tribuno de la democracia francesa llamaba la medula de los leones. Penetrado de esta verdad, el congreso aprobó los medios propuestos por la comisión, no sin fijarse atentamente en el grave problema que entrañaban. Por una tradición secular que dimana de los tiempos de la escolástica, en que toda instrucción superior en la Europa occidental estaba bajo la celosa tutela de la Iglesia romana y en que el idioma escolar era el de la Iglesia misma, el latín, esta lengua se había considerado como el alma de toda educación literaria, de toda preparación a las profesiones llamadas liberales, que tenían casi exclusivamente un carácter literario también. Los tiempos han cambiado radicalmente, la ciencia ha tomado en sus manos la dirección de todo el movimiento industrial. Y cierto; el conocimiento y la práctica del latín no habían sido parte en los siglos medios ni a impedir ninguna decadencia, ni a trazar uno solo de sus derroteros al pensamiento humano, ni a iluminar ante él un solo segmento de los horizontes del porvenir; y así como el contacto con Grecia produjo la literatura latina superior, la creó puede decirse, el contacto con los griegos, por interposición de los árabes primero y directamente luego, marcó el fin del período medieval con esa espléndida transfiguración del verbo y el espíritu humano que se llama el Renacimiento. Pero el griego no estaba en nuestras tradiciones escolares americanas; sólo el latín, y con raras excepciones el latín inferior, el que servía para entender los libros litúrgicos de la iglesia o cuando más los polvosos infolios del casuísmo escolástico en que flotan las ideas como en el océano las disgregadas tablas de náufraga nave, o para verter en titubeante castellano las enmarañadas diosas de los comentadores del Derecho Justiniano. Habíase, pues, convertido en una enseñanza prosaicamente utilitaria la enseñanza latina, y bajo este aspecto utilitario tuvo que considerarlo el congreso.

La enseñanza latina no tenía el doble carácter de estudio preparatorio: general y particular que posee cada una de las materias componentes del plan aceptado. Basta el hecho de que a su conocimiento se destinan años posteriores al aprendizaje gramatical del castellano, para demostrar que no se le considera seriamente como una preparación indispensable a la adquisición de la lengua vernácula, y, por consiguiente, que no tiene un valor de primera importancia como preparación en la economía íntima del plan; y basta a demostrar que tampoco podría ser una preparación general cuando, para mantenerlo en ésta, se daba como único fundamento su necesidad mayor en los estudios jurídicos y menor en los médicos. Se trataba, en suma, de una preparación especial para determinada carrera, y el congreso, para mantener el principio de uniformidad interior, hizo con el latín lo que can todo estudio preparatorio especial: eliminarlo. Cierto que el grupo extracientífico que ha pretendido hasta hoy la dirección exclusiva del adelantamiento intelectual del país podía sentirse herido en esta tradición latina a que tributa un culto puramente aparatoso y verbal. ¿Qué remedio? Había que escoger entre los dos términos de un dilema: o se conservaba para los futuros abogados una enseñanza puramente formal, manteniendo el mutilamiento despiadado que hoy se hace en su preparación científica, o se reintegraba ésta y se les ministraban órganos intelectuales que los pusieran en contacto con los elementos distintivos del progreso moderno. Así formulada la cuestión, el congreso no podía vacilar: optó por la ciencia.

El porvenir dirá si tal medida está destinada a rebajar, según los augures, el nivel de los estudios jurídicos, reduciendo el de la jurisprudencia romana, que ha dejado ya toda su sabia en nuestros códigos, a su papel de enseñanza histórica; o si, por el contrario, renovará esos estudios y convertirá un arte hasta hoy puramente empírico en otro científico que parta del conocimiento profundo del grupo constitutivo de las ciencias sociales.

Pero el valor del latín, como preparación general, encontró en el seno del congreso el más decidido y elocuente de los defensores. Presumiendo magistralmente cuanto en Europa han dicho en favor de esta tesis los Cesca, los Vainhinger, los Bumetiere y los Fonillei en estos últimos años, trató de convencernos de su necesidad como parte indispensable de la educación literaria y de su valor educativo intelectual y moral.

Que la necropsia de una lengua muerta, que el análisis frío y glacial, completamente ajeno a toda sugestión estética y a toda idea general de los elementos gramaticales del latín, constituyen una gimnasia intelectual, nadie lo duda; pero que este ejercicio en abstracto y en el vacío sea bueno desde el punto de vista de la higiene mental, esto no se demostrará nunca; no todo lo que fatiga y cansa es indicio de sano y útil desenvolvimiento: ése es el error. En cuanto al valor moral de la literatura latina, no lo tiene para los adolescentes; lo tiene indirectamente, merced a su precisión soberana, a su actitud para expresar ideas generales, a la gracia incomparable (por lo mismo que no puede jamás desvestirse de su gravedad congénita) de sus divinos poetas, gracias a la elocuencia intensa y profunda, por condensada, de sus admirables prosadores. Y este valor moral proviene de sus virtudes como disciplina mental, que trasciende a la dirección de la conducta más de lo que parece. Pero ésta es la literatura latina, sólo estimable para los adultos, no la gramática, siempre odiosa para los jóvenes, y aquí tocamos el error capital que ha presidido entre nosotros a este debate: en la escuela secundaria no pueden los alumnos ponerse en contacto con los grandes modelos literarios latinos sino por fragmentos, y al través de ingratos y prolongados análisis gramaticales jamás puede llegarse a trabajos sintéticos ni a verdaderos estudios literarios; semejante gimnasia suprimiría, de hecho, cualquier otro estudio.

El congreso comprendió, pues, el pensamiento de su comisión proponente, y haciéndose cargo de que todo mejoramiento es un trabajo de selección y que toda selección trae aparejado el sacrificio, se resignó, no sin profunda pena para muchos, y lo aseguro, a sacrificar el estudio del latín, que, excelente y hasta indispensable como coronamiento de toda educación literaria, no tenía como base este atributo de suprema necesidad.

Nosotros, hijos, no de los latinos, sino de los neolatinos; nosotros, los escolares hispanoamericanos, nos hemos tenido que contentar con Virgilio de la falta de Homero, con Marco Tulio de la de Demóstenes y Platón, y con nadie de la ausencia de los trágicos que armonizaron en su alma augusta todas las cuerdas de la poesía helénica, y con nadie de la falta de los filósofos que removieron todos los problemas e interrogaron todas las ideas; habremos de resignarnos a buscar consuelos ciertos de la pérdida de Virgilio en Garcilaso, en Balbuena, en Bello; de la de Horacio, en Luis de León, en Rodrigo de Caro, en Argensola; de la de Cicerón, en Granada y Cervantes; de la de Lucano, en Herrera y Quintana, y del eclipse de Plauto y Terencio, con el fulgor incomparable de Calderón de la Barca y de nuestro Alarcón.

La geografía y la historia, no sólo porque preparan admirablemente al estudio de la sociología, la primera estudiando el medio físico y social en que se desenvuelven las especies humanas y poniendo de relieve las condiciones externas del progreso y el resultado de los esfuerzos hechos por el hombre para modificar esas condiciones, y la segunda porque muestra esas condiciones y esos esfuerzos en acción y reacción perpetua dentro del drama eterno de la civilización; la geografía y la historia, conocimientos que participan de caracteres científicos concretos la una y literarios la otra, sirven, en el plan aceptado por el congreso, de sistema intermediario entre el programa técnico y el literario, sistema intermediario que es indicio de perfección en los organismos y en los grupos humanos.

Pero para que el conjunto del plan fuera verdaderamente educativo necesitaba ser integral, es decir, no desentenderse del ejercicio de una sola facultad, sino desenvolver en el adolescente al hombre entero, y de aquí el programa de conferencias que, preparando el terreno para adquisiciones mentales superiores y relacionándose gradualmente a la adquisición mental realizada ya, pone en movimiento, para llegar a este fin, todos los resortes de la imaginación y la sensibilidad. Como tránsito entre el sistema de desenvolvimiento psíquico y el desarrollo físico, cuya intensidad debe ser rigurosamente proporcional al primero, pero fundamentalmente distinto, existen en el cuerpo de preceptos por el congreso adoptado enseñanzas prácticas como la lectura superior y el dibujo, cuya importancia crece cada día, porque al mismo tiempo que educan órganos esenciales a la vida activa, como la voz, la mano, la vista, la gran conquistadora de la ciencia, que decía Leonardo de Vinci, contribuyen, la una, a familiarizarnos con las formas más nobles del pensamiento; la otra, con los tipos más bellos de la naturaleza y el arte, creando y fijando en el intelecto buena copia de patrones gráficos de corrección y belleza que después trascienden a las concepciones del espíritu y a las acciones, porque desde la estética y la moral tienen peldaños comunes e indeterminables. Goethe, preparándose a escribir su tragedia de Ifigenia, la obra moderna más penetrada del alma antigua, copiando por meses enteros las estatuas y los vasos helénicos, explica mejor nuestro pensamiento.

Si el congreso había aceptado y hecho suya la idea de dar a las escuelas preparatorias un valor propio sin ligarlas necesariamente a las profesionales; si habíamos declarado que en nuestro concepto la preparación debía ser general, no para carrera determinada, sino para vivir útilmente en el grupo ilustrado de la nación, ¿por qué no coronar estos estudios, no con un certificado vulgar que poco dice entre sociedades de temperamento de la nuestra, sino con un documento especial, diploma o título, que expresase bien que el que lo había merecido no interrumpió sus estudios, sino que los había completado en un grado suficiente, diploma que algún día tendría valor positivo para penetrar o para abrir senderos cerrados hoy e ignorados? Así lo comprendió el congreso y así lo dispuso.

II. DISCURSO PRONUNCIADO POR EL MAESTRO SIERRA, MINISTRO DE INSTRUCCIÓN PÚBLICA, EN LA INAUGURACIÓN DE LA UNIVERSIDAD NACIONAL EL AÑO DE 1910

Señor Presidente de la República, señoras, señores:

Dos conspicuos oradores de la fuerza transmutada en derecho, el autor del Imperio germánico y el autor de la Vida estrenua, el que la concebía como instrumento de dominación, como el agente superior de lo que Nietzsche llama la voluntad de potencia, y el que la preconiza como agente de la civilización, esto es, de justicia, son quienes principalmente han logrado imbuir en el espíritu de todos los pueblos capaces de mirar lo porvenir el anhelo profundo y el propósito tenaz de transformar todas sus actividades: la mental, como se transforma la luz; la sentimental, como se transforma el calor, y la física, como se transforma el movimiento, en una energía sola, en una especie de electricidad moral que es propiamente la que integra al hombre, la que lo constituye en su valor, la que lo hace entrar, como molécula consciente en distintas evoluciones que determinan el sentido de la evolución humana, en el torrente del perenne devenir ...

Esta resolución de ser fuertes, que la antigüedad tradujo por resultados magníficos en grupos selectos y que entra ya en el terreno de las vastas realizaciones por nacionalidades enteras, muestra que el fondo de todo problema ya social, ya político, tomando esos vocablos en sus más comprensivas acepciones, implica necesariamente un problema pedagógico, un problema de educación.

Porque ser fuertes, ya lo enunciamos, es para los individuos resumir su desenvolvimiento integral, físico, intelectual, ético y estético en la determinación de un carácter. Claro es que el elemento esencial de un carácter éstá en la voluntad; hacerla evolucionar intensamente, por medio del cultivo físico, intelectual, moral del niño al hombre, es el soberano papel de la escuela primaria, de la escuela por antonomasia; el carácter está formado cuando se ha impreso en la voluntad ese magnetismo misterioso análogo al que llama la brújula hacia el polo, el magnetismo del bien. Cultivar voluntades para cosechar egoísmos sería la bancarrota de la pedagogía; precisa imantar de amor a los caracteres, precisa saturar al hombre de espíritu de sacrificio para hacerle sentir el valor inmenso de la vida social, para convertirlo en un ser moral en toda la belleza serena de la expresión; navegar siempre en el derrotero de ese ideal, irlo realizando día a día, minuto a minuto, he aquí la divina misión del maestro.

La Universidad, me diréis, la Universidad no puede ser una educadora en el sentido integral de la palabra; la Universidad es una simple productora de ciencia, es una intelectualizadora, sólo sirve para formar cerebrales. Y sería, podría añadirse entonces, sería una desgracia que los grupos mexicanos ya iniciados en la cultura humana, escalonándose en gigantesca pirámide, con la ambición de poder contemplar mejor los astros y poder ser contemplados por un pueblo entero, como hicieron nuestros padres toltecas, rematase en la creación de un adoratorio en torno del cual se formase una casta de la ciencia, cada vez más alejada de su función terrestre, cada vez más alejada del suelo que la sustenta, cada vez más indiferente a las pulsaciones de la realidad social, turbia, heterogénea, consciente apenas de donde toma su sabia y en cuya cima más alta se enciende su mentalidad como una lámpara irradiando en la soledad del espacio.

Torno a decirlo: esto sería una desgracia; ya lo han dicho psicosociólogos de primera importancia. No, no se concibe en los tiempos nuestros que un organismo creado por una sociedad que aspira a tomar parte cada vez más activa en el concierto humano se sienta desprendido del vínculo que lo uniera a las entrañas maternas para formar parte de una patria ideal de almas sin patria; no, no será la Universidad una persona destinada a no separar los ojos del telescopio o del microscopio, aunque en torno de ella una nación entera se desorganice; no la sorprenderá la toma de Constantinopla discutiendo acerca de la naturaleza de la luz del Tabor.

Me la imagino así: un grupo de estudiantes de todas las edades sumadas en una sola, la edad de la plena aptitud intelectual, formando una personalidad real a fuerza de solidaridad y de conciencia de su misión y que, recurriendo a toda fuente de' cultura, brote de donde brotare, con tal que la linfa sea pura y diáfana, se propusiera adquirir los medios de nacionalizar la ciencia, de mexicanizar el saber. El telescopio a cielo nuestro, sumario de asterismos prodigiosos en cuyo negror, hecho de misterio y de infinito, fulguran a un tiempo el septentrión inscribiendo eternamente el surco ártico en derredor de la estrella virginal del polo y los diamantes ideales que clavan en el firmamento la cruz austral; el microscopio a los gérmenes que bullen invisibles en la retorta del mundo orgánico y en el cielo de sus transformaciones incesantes hacen de toda existencia un medio en que efectuar sus evoluciones, que se emboscan en nuestra fauna, en nuestra flora, en la atmósfera en que estamos sumergidos, en la corriente de agua que se desliza por el suelo, en la corriente de sangre que circula por nuestras venas y que conspiran, con tanto acierto como si fueran seres conscientes, para descomponer toda vida y extraer de la muerte nuevas formas de vida.

Toda ella se agotaría probablemente en nuestro planeta antes de que la ciencia apurase la observación de cuantos fenómenos nos particularizan y la particularizasen a ella. Nuestro subsuelo, que por tantos capítulos justifica el epíteto de nuevo que se ha dado a nuestro mundo; las peculiaridades de la conformación de nuestro territorio, constituído por una gigantesca herradura de cordilleras que, emergida del océano en plena zona tórrida, la transforma en templada y la lleva hasta la fría y la sube a buscar la diadema de miel de sus volcanes en plena atmósfera polar, y allí, en esas altitudes, colmado el arco interno de la herradura por una rampa de altiplanicies que va muriendo hacia el norte, nos presenta el hecho, único quizá en la vida étnica de la tierra, de grandes grupos humanos organizándose y persistiendo en existir y evolucionando y llegando a constituir grandes cantidades, y una nación resuelta a vivir en una altitud en que en. otras regiones análogas del globo los grupos humanos no han logrado crecer o no han logrado fijarse, o vegetan, incapaces de llegar a formar naciones conscientes y progresivas.

Y lo que presenta un interés extraordinario es que no sólo por esas condiciones el fenómeno social, y por consiguiente el económico, el demográfico y el histórico, tienen aquí formas sui generis, sino los otros fenómenos, los que se producen más ostensiblemente dentro de la uniformidad fatal de las leyes de la naturaleza: el fenómeno físico, el químico, el biológico obedecen aquí a particularidades tan íntimamente relacionadas con las condiciones meteorológicas y barológicas de nuestro habitáculo, que puede afirmarse que constituyen, dentro del inmenso imperio del conocimiento, una provincia no autonómica, porque toda la naturaleza cabe dentro de la cuadrícula soberana de la ciencia, pero sí distinta, pero sí característica.

Y si de la naturaleza pasamos al hombre (que, cierto, es un átomo, pero un átomo que no sólo refleja, sino que piensa), al universo, ¡qué tropel de singularidades no salen al encuentro! ¿Aquí habitó una raza sola? Las diferencias no estructurales, pero sí morfológicas, de las lenguas habladas aquí, ¿indican procedencias distintas en relación con una diversidad no psicológica, pero sí de configuración y de aspecto de los habitantes de estas comarcas? Si no es un centro de creación este nuestro continente, ¿adónde está la cepa primera de estos frutos? ¿Hay acaso una unidad latente de este grupo humano que corre a lo largo de los meridianos de un polo a otro? Estos hombres, que construyeron pasmosos monumentos en medio de ciudades al parecer concebidas por un solo cerebro de gigante y realizadas por varias generaciones de vencidos, de esclavos de la pasión religiosa, servidores de una idea de dominación y orgullo, pero convencidos de que servían a un Dios, también erigieron en sus cosmogonías y teogonías monumentos espirituales más grandes que los materiales; como que tocan, por sus cimas abigarradas al igual que las de sus teocalis, a los problemas eternos, ésos en presencia de los cuales el hombre no es más que el hombre, en todos los climas y en todas las razas, es decir, una interrogación ante la noche. ¿Quiénes eran estos hombres, de dónde vinieron, en dónde están sus reliquias vivas en el fondo de este mar indígena sobre que ha pasado desde los tiempos prehistóricos el nivel de la superstición y de la servidumbre, pero que nos revela, de cuando en cuando, su formidable energía latente con individualidades cargadas de la electricidad espiritual del carácter y la inteligencia?

Y la historia del contacto de estas que nos parecen extrañas culturas aborígenes con los más enérgicos representantes de la cultura cristiana, y la extinción de la cultura, aquí en tan múltiples formas desarrollada, como efecto de ese contacto hace cuatrocientos años comenzado y que no acaba de consumarse, y la persistencia del alma indígena copulada con el alma española, pero no identificada, pero no fundida ni siquiera en la nueva raza, en la familia propiamente mexicana, nacida, como se ha dicho, del primer beso de Hernan Cortés y la Malinche, y la necesidad de encontrar en una educación común la forma de esa unificación suprema de la patria, y todo esto estudiado en sus consecuencias, en las series de fenómenos que determinan nuestro estado social. ¡Qué profusión de temas de estudio para nuestros obreros intelectuales y qué riqueza para la ciencia humana podrá extraerse de estos filones, aun ocultos, de revelaciones que abarcan toda la rama del conocimiento de que el hombre es sujeto y objeto a la vez!

Realizando esta obra inmensa de cultura y de atracción de todas las energías de la República aptas para la labor científica es como nuestra institución universitaria merecerá el epíteto de nacional que el legislador le ha dado; a ella toca demostrar que nuestra personalidad tiene raíces indestructibles en la naturaleza de nuestra historia; que, participando de los elementos de otros pueblos americanos, nuestras modalidades son tales que constituyen una entidad perfectamente distinta entre las otras y que el tamtum sui simile gentem de Tácito puede aplicarse con justicia al pueblo mexicano.

Para que sea no sólo mexicana, sino humana, esta labor en que no debemos desperdiciar un solo día del siglo en que llegará a realizarse, la Universidad no podrá olvidar, a riesgo de consumir sin renovarlo el aceite de su lámpara, que le será necesario vivir en íntima conexión con el movimiento de la cultura general; que sus métodos, que sus investigaciones, que sus conclusiones no podrán adquirir valor definitivo mientras no hayan sido probados en la piedra de toque de la investigación científica que realiza nuestra época, principalmente por medio de las universidades. La ciencia avanza proyectando hacia adelante su luz, que es el método, como una teoría inmaculada de verdades que va en busca de la verdad; debemos y queremos tomar nuestro lugar en esa divina procesión de antorchas.

La acción educadora de la Universidad resultará entonces de su acción científica; haciendo venir a ella grupos selectos de la intelectualidad mexicana, cultivando intensamente en ellos el amor puro de la verdad, el tesón de la labor cotidiana para encontrarla, la persuasión de que el interés de la ciencia y el interés de la patria deben sumarse en el alma de todo estudiante mexicano, creará tipos de caracteres destinados a coronar, a poner el sello a la obra magna de la educación popular que la escuela y la familia, la gran escuela del ejemplo, cimentan maravillosamente cuando obran de acuerdo. Emerson, citado por el conspicuo presidente de Columbia University, dice:

La cultura consiste en sugerir al hombre, en nombre de ciertos principios superiores, la idea de que hay en él una serie de afinidades que le sirven para moderar la violencia de notas maestras que disuenan en su gama, afinidades que nos son un auxilio contra nosotros mismos. La cultura restablece el equilibrio, pone al hombre en su lugar entre sus iguales y sus superiores, reanima en él el sentimiento exquisito de la simpatía y le advierte a tiempo del peligro de la soledad y de los impulsos antipáticos.

Y esta sugestión de que habla el gran moralista norteamericano, esta sugestión de principios superiores, de ideas justas transmutables en sentimientos altruistas, es obra de todos los hombres que tienen voz en la historia, que adquieren voto decisivo en los problemas morales que agitan una sociedad; de estos hombres que, sin saberlo, desde su tumba o desde su escritorio, su taller, su campamento o su altar, son verdaderos educadores sociales: Víctor Hugo, Juárez, Abraham Lincoln, León Gambetta, Garibaldi, Gladstone, León XIII, Kosut, Emilio Castelar, Sarmiento: B joernson, Carlos Marx, para hablar sólo de los vivos de ayer, influyen más, sugieren más a las democracias en formación de nuesttos días que todos los tratados de moral del mundo.

Esta educación difusa y penetrante del ejemplo y la palabra, que satura de ideas -fuerzas- la atmósfera de la vida nacional durante un período de tiempo, toca a la. Universidad concentrarla, sistematizarla y difundirla en acción; debe esforzarse en presentar encarnaciones fecundas de esos principios superiores de que Emerson habla; debe realizar la ingente labor de recibir en los dinteles de la escuela en que el maestro ha logrado crear hábitos morales y físicos que orientan nuestros instintos hacia lo bueno al niño que va a hacer de sus instintos los auxiliares constantes de su razón al franquear la etapa decisiva de la juventud y que va a adquirir hábitos mentales que lo encaminen hacia la verdad, que va a adquirir hábitos estéticos que lo hagan digno de apropiarse la exclamación de Agripa d'Aubigné:

Oh, céleste Beauté!
Blanche fille du ciel,
flambeau d'eternité!

Cuando el joven sea hombre es preciso que la Universidad o lo lance a la lucha por la existencia en un campo social superior, o lo levante a las excelsitudes de la investigación científica, pero sin olvidar nunca que toda contemplación debe ser el preámbulo de la acción, que no es lícito al universitario pensar exclusivamente para sí mismo, y que si se pueden olvidar en las puertas del laboratorio al espíritu y a la materia, como Claudio Bernard decía, no podremos moralmente olvidarnos nunca ni de la humanidad ni de la patria.

La Universidad entonces tendrá la potencia suficiente para coordinar las líneas directrices del carácter nacional, y delante de la naciente conciencia del pueblo mexicano mantendrá siempre alto, para que pueda proyectar sus rayos en todas las tinieblas, el faro del ideal, de un ideal de salud, de verdad, de bondad y de belleza; ésa es la antorcha de vida de que habla el poeta latino, que se transmiten en su carrera las generaciones ...

... Así, pues, la Universidad nueva organizará su selección en los elementos que la escuela primaria envíe a la secundaria; pero ya aquí los hará suyos, los acendrará en fuertes crisoles, de donde extraerá al fin el oro que en medallas grabadas con las armas nacionales pondrá en circulación. Esa enseñanza secundaria está organizada, aquí y en casi toda la República, con una doble serie de enseñanzas que se suceden preparándose unas a otras, tanto en el orden lógico como en el cronológico, tanto en el orden científico como en el literario. Tal sistema es preferido al de enseñanzas coincidentes porque nuestra experiencia y la conformación del espíritu mexicano parecen darle mayor valor didáctico; sin duda que está en cierta pugna con la actual interdependencia científica, mas en relación con la historia de la ciencia y con las leyes psicológicas que se fundan en el paso de lo más a lo menos complejo, es innegable.

Sobre esta serie científica que informa el plan de nuestra enseñanza secundaria, la serie de las ciencias abstractas que apellida Augusto Comte, está edificado el de las enseñanzas superiores profesionales que el Estado expensa y sostiene con cuanto esplendor puede, no porque se crea con la misión de proporcionar carreras gratuitas a individuos que han podido alcanzar ese tercer o cuarto grado de la selección, sino porque juzga necesario al bien de todos que haya buenos abogados, buenos médicos, ingenieros y arquitectos; cree que así lo exige la paz social, la salud social y la riqueza y el decoro sociales, satisfaciendo necesidades de primera importancia. Sobre estas enseñanzas fundamos la Escuela de Altos Estudios; allí, la selección llega a su término; allí hay una división amplísima de enseñanzas; allí habrá una distribución cada vez más vasta de elementos de trabajo; allí convocaremos, a compás de nuestras posibilidades, a los príncipes de las ciencias y las letras humanas, porque deseamos que los que resulten mejor preparados por nuestro régimen de educación nacional puedan escuchar las voces mejor prestigiadas en el mundo sabio, las que vienen de más alto, las que van más lejos; no sólo las que producen efímeras emociones, sino las que inician, las que alientan, las que revelan, las que crean. Esas se oirán un día en nuestra escuela; ellas difundirán el amor a la ciencia, amor divino, por lo sereno y puro, que funda idealidades como el amor terrestre funda humanidades.
Índice de El laicismo en la historia de la educación en México Documentos históricosCapítulo octavo - El Doctor Don Gabino BarredaCapítulo décimo - El Congreso Constituyente de 1917Biblioteca Virtual Antorcha