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PRESENTACIÓN

Un México convulso, agobiado por las guerras internas; con una Hacienda Pública en franca bancarrota; un México en el que el predominio de las gavillas de forajidos que agobian regiones enteras, genera un permanente estado de inseguridad y de angustia que día con día la población debe de enfrentar, es el México que sirve de escenario a esta excelente y divertidísima novela del escritor guerrerense Ignacio Manuel Altamirano (1834-1893).

El Zarco, novela que muchos conocedores de la historia literaria mexicana ubican dentro del género romántico, fue escrita en 1885 pero publicada ocho años después de la muerte de su autor, en 1901. En esta obra están plasmados el ideario y sentir de Altamirano, tanto a través de los personajes, como en la manera en que eslabona el relato, incluyendo no pocos datos históricos e incluso llegando a veces a pedir disculpas al lector por no poder precisar, por ejemplo, el por qué Xochimancas, el refugio de los plateados, que sirve de marco de referencia a los sucesos, encontrábase en ruinas en la época (alrededor de los años 1861-1862).

La meticulosidad de Altamirano en la precisión de los términos y de la historia deviene, fundamentalmente, de su propia concepción acerca del papel que a la novela tocábale representar en el México del último tercio del siglo XIX, en cuanto instrumento de concientización popular. En efecto, una de las principales tesis de Ignacio Manuel Altamirano en relación al papel de la novela en México, era que la consideraba como el instrumento idóneo por medio del cual, era posible elevar la conciencia y capacidades de las clases humildes mexicanas para que lograsen su superación. Quizá de aquí deviene su persistente tendencia a presentar al héroe de sus novelas, al muchacho chicho de la novela gacha, emergiendo de los pueblos autóctonos.

En El Zarco, el papel del héroe es representado por Nicolás, un indígena trabajador y buena onda que debe de soportar el ninguneo y las malas vibras de Manuela, a quien prácticamente le da chorrillo cada que su mama, Doña Antonia, le insinua que le haga caso al buena onda de Nicolás.

De manera muy parecida al manejo de sus personajes, Ignacio Manuel Altamirano prácticamente se azota con sus mensajes moralinos, ya que pretende telegrafiar uno a sus lectores en torno a las consecuencias del portarse bien o portarse mal. En El Zarco, Manuela quien es presentada como una muchacha de belleza sin igual, esto es, todo un cuerito, cometerá el pecado de rechazar a Nicolás por indio y feo, prefiriendo a el Zarco, por blanco y guapo. El evidente desenlace será el trágico destino a que, por ello, será condenada.

Paralelamente Pilar, la morenita peor es nada, terminará sacándose el premio mayor al acabar casándose con Nicolás, quien ni la pelaba hipnotizado como estaba por la belleza de la Manuela, no obstante que Pilar prácticamente le restregaba la pantaleta en las narices.

Ahora bien, lo que deseamos resaltar de esta creación es que es una novela que realmente da gusto leer ya que mantiene un interés constante en el lector.

Como dato informativo, sabemos que esta obra es incluida en los planes escolares de algunas secundarias y preparatorias aquí, en México, como lectura de forzosa realización; por lo que no resulta extraño que muchos estudiantes buscan los consabidos resumenes, para abreviar su pena de tener que leerla obligatoriamente, buscando con ello salir del paso y aparentando así ante sus maestros el haber cumplido con su obligación.

Esto, que a todas luces es una fatal desgracia, impide que esos jóvenes se adentren en la lectura de novelas tan divertidas como la que aquí presentamos, sacrificando el placer de leer por una estúpida y absurda nota aprobatoria. Lo peor de todo esto es que los mismos maestros son conscientes de este tipo de trampitas, de las que quizá ellos mismos hicieron uso cuando eran estudiantes.

Ante esto queda el preguntarnos: ¿Para qué seguir con este tipo de farsas? Resulta obvia, y más que clara la gran sabiduría del dicho popular que versa: a fuerza, ni los zapatos entran. ¿A qué viene pues continuar con la simulación? El amor por la lectura jamás se va a lograr obligando al estudiante a leer. Es más, ese ridículo método, lo único que logra es precisamente lo contrario: el hacer que el estudiante odie la lectura, abomine de las obras literarias a las cuales considerará siempre como aburridos y soporíferos costales de tonterías. Y todo ello porque no se quiere enfrentar la realidad.

Para acabarla de amolar, nos encontramos con que ese recurrente vicio estudiantil de acudir a los resúmenes de las obras literarias, parece ser reforzado en la Red de Redes, puesto que no son pocos los sitios en los que se pone al alcance del estudiante ese tipo de resúmenes, sin quizá percatarse los webmasters, de las nefastas consecuencias que están generando (pereza, desgano, falta de imaginación, deshonestidad, entre otras) al coadyuvar a que los estudiantes sigan haciendose tontos solos.

Todo esto nos da una profunda lástima, porque es algo absurdo. Obras como El Zarco no merecen tan triste fin.

Ojalá que tanto alumnos como maestros, al igual que los webmasters, algún día reflexionen sobre el particular y busquen realmente transmitir amor e interés hacia novelas como la que aquí presentamos, no con el fin de obtener una nota sino para abrirse a todos los mundos que habitan en ellas.

Chantal López y Omar Cortés

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