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Basárov volvió a sentarse a la mesa y se apresuró a tomar su té. Ambos hermanos se contemplaron en silencio, mientras que Arkadi miraba de reojo alternativamente a su padre y a su tío.

- ¿Estuvo usted lejos de aquí? -preguntó Nikolai Petróvich.

- Tienen ustedes un pequeño pantano cerca del soto. He espantado unas cinco chochas. Arkadi, ahí tienes caza para ti.

- ¿Y usted no caza?

- No.

- ¿Se dedica principalmente a la física? -inquirió a su vez Pável Petróvich.

- Sí, a la física, y en general a las ciencias naturales.

- Dicen que los germanos han progresado mucho últimamente en ese terreno.

- Sí, los alemanes son nuestros maestros a este respecto -respondió Basárov con desgana.

Pável Petróvich había usado la palabra germanos en vez de alemanes en un tono irónico que, sin embargo, nadie captó.

- ¿Tan elevada es su opinión de los alemanes? -preguntó con refinada cortesía Pável Petróvich, que comenzaba a sentir irritación en su interior. Su naturaleza aristocrática se sentía indignada ante el tremendo desparpajo de Basárov. El hijo de un simple médico no sólo no se turbaba, sino que contestaba con sequedad, de mala gana, y el tono de su voz traslucía cierta grosería, incluso descaro.

- Los sabios de allá son capaces.

- Bien, bien. Probablemente su opinión no es tan lisonjera respecto a los sabios rusos.

- Tal vez no lo sea.

- Es una abnegación digna de encomio -profirió Pável Petróvich enderezándose y echando hacia atrás la cabeza-. ¿Mas cómo entonces Arkadi Nikoláievich nos ha dicho hace unos momentos que usted no admite ninguna autoridad ni cree en ellas?

- ¿Y para qué vaya reconocerlas? ¿Y en qué vaya creer? Si me demuestran un hecho, yo lo acepto, eso es todo.

- ¿Es que los alemanes sólo demuestran hechos? -preguntó Pável Petróvich, en tanto su rostro adquiría una expresión tan indiferente y lejana, como si todo él se hubiese trasladado más allá de las nubes.

- No todos -respondió con un breve bostezo Basárov, que evidentemente no deseaba continuar el debate.

Pável Petróvich miró a Arkadi como diciendo: ¡Sí que es cortés tu amigo!

- Por lo que a mí se refiere -prosiguió Pável Petróvich no sin cierto esfuerzo-, yo, pecador de mí, no tengo apego a los alemanes. A los alemanes rusos ni los menciono, pues ya se sabe la clase de pájaros que son. Y tampoco me son simpáticos los alemanes de Alemania. Los de otros tiempos todavía podían pasar: tuvieron un Schiller o un Goethe ... Mi hermano, sobre todo, siente gran admiración por ellos. Pero entre los de ahora sólo hay químicos y materialistas ...

- Un buen químico es veinte veces más útil que cualquier poeta -le interrumpió Basárov.

- ¿Ah, sí? -profirió Pável Petróvich, que como en estado de soñolencia arqueó ligeramente las cejas-. ¿Entonces usted niega el arte?

- El arte de hacer dinero, sí. ¡Y basta de hemorroides! -prorrumpió Basárov con una sonrisa despectiva.

- Bien, bien. ¡Qué bromas las suyas! ¿Entonces usted lo rechaza todo? ¿Es decir, sólo cree en la ciencia?

- Ya le dije anteriormente que no creo en nada. ¿Qué es la ciencia, hablando en términos generales? Hay ciencias como hay oficios, títulos, pero la ciencia en general no existe en absoluto.

- Estupendo. ¿Y respecto a las otras normas establecidas en la sociedad, sostiene usted la misma opinión negativa?

- ¿Es que se trata de un interrogatorio? -preguntó Basárov.

Pável Petróvich palideció levemente y Nikolai Petróvich juzgó oportuno intervenir en la conversación.

- Ya hablaremos en otra ocasión con más detalle, amable Evgueni Vasílich -dijo-; conoceremos su opinión y expresaremos la nuestra. Por mi parte estoy encantado de que conozca usted las ciencias naturales. He oído decir que Liebig ha hecho sorprendentes descubrimientos para mejorar los abonos del campo. Usted me podrá ayudar en mis labores de agronomía, darme algún consejo útil.

- Estoy a su disposición, Nikolai Petróvich. En cuanto a Liebig, ¡qué lejos estamos de él! Primeramente hay que aprender el abecedario y luego, pasar a la ciencia. Pero nosotros todavía no conocemos ni la a.

Ya veo que de verdad eres un consumado nihilista, pensó para su capote Nikolai Petróvich y añadio en voz alta:

- De todas formas, me permitirá recurrir a usted si llega el caso. Y ahora, hermano, creo que va siendo hora de que hablemos con el intendente.

- -contestó Pável Petróvich levantándose de la silla sin mirar a nadie. Está visto que no se puede vivir encerrado en una aldea durante cinco años, lejos de las grandes inteligencias, pues te conviertes en un perfecto imbécil. Procuras no olvidar cuanto te han enseñado y de pronto, izas!, resulta que todo eso no es más que un disparate y te dicen que la gente sensata ya no se ocupa de cosas tan baladíes y que tú eres un trasto viejo. ¡Qué le vamos a hacer! Evidentemente, los jóvenes son más inteligentes que nosotros.

Pável Petróvich giró sobre sus talones y salió lentamente. Nikolai Petróvich le siguió.

- ¿Siempre es así tu tío? -preguntó Basárov a Arkadi con frialdad, en cuanto la puerta se hubo cerrado en pos de los dos hermanos.

- Escucha, Evgueni, has estado demasiado duro con él -observó Arkadi-. Le has ofendido.

- ¡Como que voy a mimar a estos aristócratas provincianos! No hay en ellos más que amor propio, costumbres leoninas y fatuidad. Podía haberse quedado en Petersburgo, si tiene esa mentalidad ... Bueno ¡que vaya con Dios! Sabes, he encontrado un ejemplar bastante raro de escarabajo acuático, un Dytiscus marginatus. Te lo voy a enseñar.

- Prometí contarte su historia -replicó Arkadi.

- ¿La historia del escarabajo?

- ¡Basta ya, Evgueni! La historia de mi tío. Verás que no es el hombre que imaginas. Es más digno de compasión que de ironía.

- No lo discuto, pero ¿por qué te preocupa?

- Hay que ser justos, Evgueni.

- ¿Y a qué viene eso?

- No, no, escucha ...

Y Arkadi le narró la historia de su tío. El lector la conocerá en el capítulo siguiente.

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