Índice de Padres e Hijos de Ivan TurguenievAnterior apartadoSiguiente apartadoBiblioteca Virtual Antorcha

24

Al cabo de unas dos horas Pável Petróvich llamaba a la puerta de Basárov.

- Ante todo, debo presentarle mis excusas por haber interrumpido sus ocupaciones científicas -comenzó sentándose en una silla, cerca de la ventana, apoyándose con ambas manos en un bonito bastón con el puño de marfil, habitualmente caminaba sin bastón-. Pero me veo obligado a pedirle que me dedique cinco minutos de su tiempo, no más.

- Puede usted disponer de todo mi tiempo -respondió Basárov, a quien se le demudó el rostro en cuanto Pável Petróvich traspuso el umbral de su habitación.

- Me conformo con cinco minutos. He venido para hacerle una pregunta.

- ¿Sobre qué?

- Verá, tenga la bondad de escucharme. Al comienzo de su llegada a la casa de mi hermano, cuando yo no había renunciado todavía al placer de conversar con usted, tuve ocasión de escuchar sus opiniones sobre muchas materias; pero, si mal no recuerdo, nunca hablamos ni habló usted en mi presencia acerca del desafío. Permítame saber cuál es su opinión al respecto.

Basárov, que estuvo a punto de levantarse para recibir a Pável Petróvich, se sentó de nuevo en el borde de la mesa y cruzó los brazos.

- Mi opinión es la siguiente: desde el punto de vista teórico el duelo es un absurdo, pero desde el punto de vista práctico el asunto es distinto.

- Luego, si no le he entendido mal, usted quiere decir que cualquiera que sea su criterio teórico acerca del duelo, en la práctica no se permitiría la ofensa de no exigir una satisfacción, ¿no es así?

- Ha captado usted exactamente mi pensamiento.

- Muy bien. Sus palabras me complacen y me sacan de la incertidumbre ...

- Quiere usted decir, de su estado de indecisión.

- Es lo mismo. Creo que me expreso para que me entiendan. Yo ... no soy una rata de seminario. Sus palabras me liberan de una triste necesidad. Estoy decidido a batirme con usted.

- ¿Conmigo?

- Precisamente con usted.

- ¿Y por qué?

- Podría explicarle el motivo -dijo Pável Petróvich-, mas prefiero omitirlo; usted, en mi opinión, está sobrando aquí. No puedo soportarle, le desprecio, y si esto no le parece suficiente ...

Los ojos de Pável Petróvich resplandecieron.

También se encendieron los de Basárov.

- Está bien -dijo éste-, no necesito más explicaciones. Se le ha ocurrido la fantasía de experimentar en sí su espíritu caballeresco. Podría perfectamente negarle a usted ese placer, pero ¡hasta eso podíamos llegar!

- Le estoy muy reconocido -respondió Pável Petróvich-. Ahora puedo confiar en que usted acepta mi reto, sin obligarme a recurrir a medidas de violencia.

- Es decir, expresándonos sin alegorías, ¿sin recurrir a ese bastón? -observó Basárov con sangre fría-. Eso es muy justo. No tiene usted la necesidad de ofenderme en absoluto. Lo cual, por otro lado, encierra algún peligro. Puede seguir en su actitud de gentleman. Yo a mi vez acepto su reto también como un gentleman.

- ¡Magnífico! -respondió Pável Petróvich colocando el bastón en un rincón del cuarto-. Ahora concretaremos brevemente las condiciones de nuestro duelo, pero primero quisiera saber si considera usted necesario recurrir a una pequeña riña formal, que pudiera servir de pretexto a mi desafío.

- No, es mejor sin formalidades.

- Lo mismo opino yo y estimo fuera de lugar penetrar en el verdadero motivo de nuestro encuentro. No podemos soportamos el uno al otro. ¿Qué más hace falta?

- ¿Qué más hace falta? -repitió irónicamente Basárov.

- En cuanto a las condiciones del desafío, tenemos que prescindir de padrinos, porque ¿dónde podríamos encontrarlos ...?

- Eso, ¿dónde hallarlos?

- Permítame proponerle lo siguiente: nos batiremos mañana a primera hora, digamos, a las seis, tras el soto, a pistola; a una distancia de diez pasos ...

- ¿Diez pasos? Justamente es la distancia a la que nos odiamos.

- Pueden ser ocho -observó Pável Petrovích.

- ¿Y por qué no?

- Dispararemos dos veces y, por si acaso, cada uno de nosotros llevará en el bolsillo una nota en la que se culpará a sí mismo de su muerte.

- En ese punto no estoy del todo de acuerdo -respondió Basárov-. Parece un recurso de novela francesa y no resulta verosímil.

- Tal vez, mas reconocerá usted que no es muy agradable incurrir en sospecha de homicidio.

- Estoy de acuerdo. Aunque existe un medio de evitar ese abominable reproche. Podemos prescindir de padrinos, pero puede haber un testigo.

- ¿Quién, puede saberse?

- Petr.

- ¿Qué Petr?

- El ayuda de cámara de su hermano. Es persona que se halla a la altura de la instrucción actual y que desempeñará su papel con todo el comme il faut imprescindible en estos casos.

- Creo que bromea usted, caballero.

- De ningún modo. Si considera usted mi proposición, reconocerá que no le falta sentido común ni sencillez. No podremos ocultarle la verdad, pero yo me comprometo a preparatarle como es debido y a conducirle al lugar del duelo.

- Creo que continúa usted bromeando -objetó Pável Petróvich levantándose de la silla-. Sin embargo, después de la amable disposición de que me ha dado muestras, no tengo derecho a reprocharle nada ... De modo que todo está arreglado ... A propósito, ¿tiene usted pistolas?

- ¿De dónde voy a tenerlas, Pável Petróvich? No soy militar.

- En ese caso le ofrezco las mías. Le aseguro que hace ya cinco años que no he disparado con ellas.

- Es una noticia muy consoladora.

Pável Petróvich cogió su bastón ...

- Entonces sólo me resta darle las gracias y dejarle que reanude sus experimentos. Mis respetos, caballero.

- Hasta nuestro nuevo y agradable encuentro, señor mío -balbució Basárov acompañando a su huésped.

Pável Petróvich salió y Basárov quedó en pie, inmóvil, ante la puerta y de pronto exclamó:

- ¡Oh, diablo! ¡Qué bonito y qué estúpido! Vaya una comedía que hemos montado. Como perros amaestrados que danzan sobre las patas traseras. Pero no pude negarme, hubiese sido capaz de golpearme y entonces ... -Basárov palideció ante la sola idea, sintiendo que todo su orgullo se sublevaba-. Entonces me hubiera visto obligado a estrangularle como a un conejo.

Volvió a su microscopio, pero se sentía inquieto y no lograba recuperar la calma imprescindible para reanudar sus observaciones. Nos ha visto esta mañana -pensaba-, pero ¿acaso sale en defensa de su hermano? ¿Y qué importancia tiene un beso? No, aquí hay algo más. ¿No estará enamorado él mismo? Claro, eso es evidente. ¡En buen lío me he metido! Es horrible -se dijo al fin-, horrible desde cualquier punto de vista que se mire. En primer lugar, debo exponer mi frente y en cualquier caso, partir. Y Arkadi ... y el bueno de Nikolai Petróvich. Es horrible, horrible.

El día transcurrió especialmente tranquilo y gris. Fiénichka se encerró en su habitación, como un ratón en su agujero, y no dio señales de vida. Nikolai Petróvich parecía preocupado. Le habían anunciado que el trigo, en el que él confiaba especialmente, padecía el tizón. Pável Petróvich agobió a todos, incluso a Prokófich, con su glacial amabilidad. Basárov comenzó a escribir una carta dirigida a su padre; pero luego la rompió arrojándola debajo de la mesa. Si muero -pensó-, se enterará; pero no, no moriré. Todavía tengo que dar muchas vueltas en el mundo. Ordenó a Petr que fuese a verle al día siguiente muy temprano para un asunto urgente. Este se imaginó que él joven deseaba llevarle consigo a Petersburgo. Basárov se acostó tarde y durante toda la noche le atormentaron confusas pesadillas. Odintsova aparecía constantemente ante él y a veces se identificaba con su madre. Tras ella iba una gatita con bigotes negros, que era Fiénichka. En cuanto a Pável Petróvich, aparecía en sus sueños en forma de un gran bosque, con el que debía batirse. Petr le despertó a las cuatro de la madrugada y Basárov se vistió inmediatamente, saliendo con él.

La mañana era agradable y fresca. Pequeñas nubecillas abigarradas se dibujaban graciosamente en el pálido azul del cielo. El leve rocío, esparcido sobre las hojas y la hierba, brillaba con reflejos de plata. La tierra, húmeda y oscura, parecía conservar todavía la sonrosada huella de la aurora; por todo el cielo se expandía el canto de las alondras. Basárov llegó al soto, se sentó a la sombra, en el lindero, y sólo entonces confió a Petr el favor que esperaba de él. El instruido lacayo se llevó un susto mortal, pero Basárov le tranquilizó asegurándole que lo único que debía hacer era mantenerse a distancia y contemplar el lance, y que sobre él no recaería ninguna responsabilidad. Y sin embargo -añadió-, piensa en el importante papel que te corresponde representar. Petr abrió los brazos sorprendido, bajó los ojos, su rostro se cubrió con una palidez verdosa, y sin responder nada se apoyó en un abedul.

El camino de Marino, que bordeaba un bosquecillo, estaba cubierto de un polvo fino, en el que no había trazas de pisadas humanas ni de ruedas de vehículo. Basárov miraba involuntariamente a lo largo de aquel camino, arrancando y mordiendo la hierba, al mismo tiempo que repetía constantemente para sí: ¡Qué estupidez! El fresco matinal le hizo estremerse un par de veces ... Petr le miró apesadumbrado, mas Basárov le respondió con una ligera sonrisa: no tenía miedo.

Se oyó el galope de caballos en el camino ...

Tras los árboles apareció un mujik. Fustigaba a dos caballos trabados, y al pasar junto a Basárov le miró de un modo extraño, sin quitarse el gorro, lo cual, al parecer, desconcertó a Petr, que lo consideró de mal agüero. Este también ha madrugado -pensó Basárov-, pero al menos, para algo útil, mientras que nosotros ...

- Creo que se acerca el señor -murmuró de pronto Petr.

Basárov levantó la cabeza y vio a Pável Petróvich que se acercaba rápidamente, con una levita a cuadros y pantalón blanco como la nieve. Debajo del brazo traía un estuche cubierto con un paño verde.

- Perdonen, creo que les he hecho esperar -dijo inclinándose primeramente ante Basárov y luego ante Petr, a quien en aquel momento respetaba como una especie de padrino-. No quise despertar a mi ayuda de cámara.

- No importa -respondió Basárov-, también nosotros acabamos de llegar.

- Pues tanto mejor -respondió Pável Petróvich mirando alrededor-. No se ve a nadie, nadie nos molestará ... ¿Podemos comenzar?

- Comencemos.

- ¿Supongo que no deseará nuevas explicaciones?

- No las deseo.

- ¿Quiere usted cargar? -preguntó Petróvich sacando del estuche las pistolas.

- No, cárguelas usted, yo contaré los pasos. Tengo las piernas más largas -respondió Basárov sonriendo-. Uno, dos, tres ...

- Evgueni Vasílich -balbució con dificultad Petr, que temblaba febrilmente-, que se haga su voluntad, yo me retiro.

- Cuatro, cinco ... Retírate, hermano, retírate, puedes incluso esconderte detrás de un árbol y taparte los oídos, pero no cierres los ojos, si uno de los dos. cae. apresúrate a recogerlo. Seis .... siete ... ocho ...

Basárov se detuvo-. ¿Es suficiente -preguntó dirigiéndose a Pável Petróvich- o añado dos pasos más?

- Como usted desee -respondió aquél introduciendo otra bala.

- Pues que sean dos pasos más -y Basárov trazó una raya en la tierra con la punta de la bota-. Esta es la barrera. Y a propósito, ¿a cuántos pasos de la barrera debemos colocarnos? Eso es importante y ayer no lo discutimos.

- Supongo que a diez -respondió Pável Petróvich entregando a Basárov ambas pistolas-. Tenga la bondad de elegir una.

- Elijo una, Pável Petróvich, mas convenga usted en que nuestro duelo se sale de lo corriente hasta resultar ridículo. Basta con mirar la cara de nuestro padrino.

- Usted siempre con ganas de broma -respondió Pável Petróvich-. Yo no niego lo extraño de nuestro desafío, pero considero mi deber prevenirle que estoy dispuesto a batirme en serio. A hon entendeur, salut! (1).

- ¡Oh! No es que ponga en duda nuestra decisión de exterminamos mutuamente; mas ¿por qué no reír combinando así utile dulci (2)? Usted apela al francés y yo. al latín.

- Estoy dispuesto a batirme en serio -repitió Pável Petróvich dirigiéndose a su puesto. Basárov, por su parte, contó diez pasos a partir de la barrera y se detuvo.

- ¿Está usted preparado? -preguntó Pável Petróvich.

- Completamente.

- Podemos avanzar.

Basárov comenzó a acercarse en silencio, mientras que su adversario caminaba hacia él con la mano izquierda metida en el bolsillo y levantando progresivamente con la derecha el cañón de la pistola ... Me está apuntando justamente a la nariz -pensó Basárov-. ¡Y cómo entorna los ojos apuntando cuidadosamente, el muy bandido! ¡Qué sensación más desagradable! Miraré la cadena de su reloj ... Algo brusco resonó junto a la misma oreja de Basárov, al mismo tiempo que sonaba una detonación. Lo he oído. luego no me ha pasado nada, cruzó por su mente. Avanzó un poco más y, sin apuntar, apretó el gatillo.

Pável Petróvich se estremeció ligeramente llevándose la mano al muslo. Un hilo de sangre corría por sus pantalones blancos.

Basárov arrojó la pistola y se precipitió hacia su adversario.

- ¿Estará usted herido?

- Tenía usted derecho a llamarme a la barrera -balbució Pável Petróvich-, esto no es nada. Según lo convenido, cada uno de nosotros tiene derecho a otro disparo.

- Perdone usted, pero eso lo dejaremos para otra ocasión -respondió Basárov sujetando a Pável Petróvich, que comenzaba a palidecer-, ahora ya no soy un contrincante, sino un médico y ante todo, debo examinar su herida. ¡Petr, ven aquí! ¿Dónde te has metido?

- ¡Qué disparate ...! Yo no necesito ayuda de nadie -balbució con dificultad Pável Petróvich-. Y hay que reanudar ... -hizo ademán de atusarse el bigote, pero le flaqueó la mano, se le nubló la vista y perdió el sentido.

- ¡Vaya un percance, se ha desmayado! -exclamó involuntariamente Basárov acostando a Pável Petróvich sobre la hierba-. Veamos la herida -secó la sangre con su pañuelo y comenzó a palpar alrededor de ésta-. El hueso está intacto -murmuró entre dientes-, la bala no ha profundizado, sólo se ha lastimado el músculo VastuS externus. Dentro de tres semanas incluso podrá bailar ... ¡Pero mira que desmayarse! ¡Qué personas tan nerviosas! ¡Y qué piel tan fina ...!

- ¿Está muerto? -murmuró a su espalda la voz trémula de Petr.

- Ve por agua, hermano. Vivirá más que tú y que yo -respondió Basárov. Mas el sirviente parecía no comprender sus palabras y no se movía del sitio. Pável Petróvich abría lentamente los ojos. Se está muriendo, murmuró Petr santiguándose.

- Tenía usted razón ... ¡Qué estúpida fisonomía! - balbució el gentleman herido con forzada sonrisa.

- ¿Pero qué diablos haces? ¿No te he dicho que vayas por agua? -gritó Basárov.

- No hace falta ... Ha sido un vertigo pasajero ... Ayúdeme a sentarme ..., así ... Bastará con sujetar de algún modo este arañazo y podré llegar a casa a pie, si no, se puede mandar por un coche. El duelo no se reanudará, si usted está de acuerdo. Há obrado usted con nobleza ..., hoy. Hoy, le repito.

- Recordar el pasado, no merece la pena -objetó Basárov-. Y en cuanto al futuro, tampoco debe preocuparle porque estoy dispuesto a largarme inmediatamente. Déjeme ahora que le vende la pierna. Su herida no es peligrosa, pero siempre es conveniente detener la hemorragia. Aunque veo que ante todo hay que hacer volver en sí a este moribundo -añadió Basárov sacudiendo a Petr y enviándole por un coche.

- Que no se te ocurra asustar a mi hermano confesándole la verdad -le dijo Pável Petróvich.

Alejóse Petr a paso veloz y entre tanto ambos adversarios permanecieron sentados en la tierra silenciosamente. Pável Petróvich procuraba no mirar a Basárov, pues a pesar de todo, no deseaba reconciliarse con él. Estaba avergonzado de su arrogancia, de su derrota, de todo cuanto él mismo había tramado, aunque reconocía que el lance no podía haber terminado más favorablemente. Al menos desaparecerá de mi vista -se decía-, algo es algo. Continuaba reinando entre ellos un silencio pesado y embarazoso. Ambos se sentían incómodos y ambos sabían que se comprendían mutuamente. Entre amigos esa sensación suele ser agradable, pero entre enemigos, por el contrario, resulta muy penosa, sobre todo, cuando no cabe una explicación ni es posible separarse.

- ¿No le he vendado la pierna demasiado fuerte? -preguntó al fin Basárov.

- No, está muy bien -respondió Pável Petróvich y, después de un breve silencio, añadió-: No será fácil engañar a mi hermano. Habrá que decirle que tuvimos un pequeño encuentro por motivos políticos.

- Me parece muy bien -asintió Basárov.

- Puede usted decirle que yo arremetí contra todos los anglómanos.

- ¡Formidable! ¡Qué cree usted que piensa de nosotros ahora ese hombre? -continuó Pável Petróvich mostrando al mujik, que minutos antes del duelo aguijoneaba a los caballos. Ya de regreso, por el mismo camino, se había quitado el gorro, a la vista de los señores.

- ¡Vaya usted a saber! Lo más probable es que no piense nada -respondió Basárov-. El mujik ruso es ese misterioso desconocido que inspiró tanto a la señora Radcliffe (3). ¿Quién puede comprenderle? Ni él mismo se comprende.

- ¿Es así como opina usted? -comenzó Pável Petróvich y exclamó de pronto-: ¡Mire lo que ha tramado ese imbécil de Petr! ¡Viene aquí con mi hermano!

Basárov se volvió y vio el pálido rostro de Nikolai Petróvich, que se acercaba en un coche, del cual saltó en marcha, precipitándose hacia su hermano.

- ¿Qué significa esto? -preguntó con voz emocionada-. Evgueni Vasílich, dígame, ¿qué ha pasado?

- No es nada. En vano te han molestado -respondió Pável Petróvich -. El señor Basárov y yo hemos tenido un pequeño encuentro del cual yo he salido un tanto malparado.

- ¿Pero cuál ha sido el motivo, Dios mío?

- Pues ... el señor Basárov se expresó de un modo indecoroso respecto a sir Robert Peel. Ante todo quiero hacer constar que he sido yo el único culpable de todo y que el señor Basárov se ha comportado de un modo excelente. Yo le desafié.

- ¡Pero si estás sangrando!

- ¿Suponías que por mis venas corría agua? Esta hemorragia me resulta incluso beneficiosa, ¿no es cierto, doctor? Ayúdame a subir al coche y no te pongas melancólico. Mañana estaré ya bien. Así, estupendo. ¡Adelante, cochero!

Nikolai Petróvich comenzó a caminar detrás del coche y Basárov se quedó en el camino ...

- Debo rogarle que se ocupe de mi hermano hasta que nos envíen otro médico de la ciudad -le dijo. Basárov inclinó la cabeza en señal de asentimiento.

Una hora después, Pável Petróvich se hallaba en el lecho con la pierna cuidadosamente vendada. Toda la casa se había alborotado. Fiénichka sufrió un desmayo. Nikolai Petróvich se retorcía las manos a hurtadillas, en tanto que Pável Petróvich reía y bromeaba, sobre todo, con Basárov. Se había puesto una camisa de fina bastista, una elegante cazadora de mañana y se tocaba con un fez. No permitió que bajasen las cortinas de sus ventanas y se quejaba con acento burlón de la necesidad de mostrarse moderado en las comidas.

Por la noche, sin embargo, tuvo fiebre y le dolió la cabeza. Llegó un médico de la ciudad. (Nikolai Petróvich no obedeció a su hermano y el mismo Basárov se lo había pedido. Este permaneció todo el día en su habitación, amarillento y furioso, y sólo por un momento pasó a ver al enfermo. Dos veces se cruzó con Fiénichka, pero ésta huía de él con horror). El nuevo doctor recetó bebidas frías y confirmó la opinión de Basárov sobre la ausencia de todo peligro. Nikolai Petróvich le dijo que su hermano se había herido él mismo por imprudencia, a lo que el doctor respondió: ¡Hum! Mas al ver que le ponían en la mano veinticinco rublos en plata, añadió:

¡Qué me dice! Pues sí, efectivamente, suele ocurrir con frecuencia.

Nadie se acostó ni se desnudó en la casa. Nikolai Petróvich entraba de vez en vez, de puntillas, en la habitación de su hermano. Este ya parecía ausente, ya se quejaba con voz débil, luego añadía en francés: Couchez-vous, y pedía de beber. Una de las veces Nikolai Petróvich pidió a Fiénichka que llevase al enfermo un vaso de limonada. Pável Petróvich miró fijamente a la muchacha y apuró todo el vaso. A la mañana siguiente la fiebre había aumentado y el enfermo deliraba a ratos. Al principio profería palabras incoherentes, después abrió los ojos de pronto y al ver a su hermano junto al lecho le preguntó:

- ¿No es cierto, Nilolai, que Fiénichka tiene algo en común con Nelly?

- ¿Con qué Nelly, Pasha? (4).

- ¿Y me lo preguntas? Con la princesa R... Sobre todo, la parte alta del rostro. Tiene el mismo aire.

Nikolai Petróvich no respondió nada, mas en su fuero interno se asombró de cómo perduran en el hombre los viejos sentimientos.

Al fin salió a relucir, pensó después.

- ¡Cuánto la amo! ¡Cómo amo a ese ser vacío! -gimió Pável Petróvich apoyando la cabeza en los brazos -. Y no consentiré que un tipo insolente se atreva a tocarla ... -balbució unos instantes después.

Nikolai Petróvich suspiró asombrado, sin sospechar a quién se referían las palabras de su hermano.

Basárov vino a verle al día siguiente sobre las ocho. Ya tenía preparado su equipaje y había puesto en libertad a todas sus ranas, insectos y pájaros.

- ¡Ha venido a despedirse?- pregunto Nicolai Petrovic saliendo a su encuentro.

- Exactamente.

- Le comprendo y apruebo totalmente su proceder. Es evidente que mi pobre hermano tuvo la culpa de todo, pero se llevó su castigo. El mismo me ha confesado que le puso a usted en una situación en la que no le fue posible obrar de otro modo. Sé que no pudo usted evitar el duelo que ..., que hasta cierto punto, se explica aunque sólo sea por el constante antagonismo en sus respectivos puntos de vista -Nikolai Petróvich se embrollaba al hablar-. Mi hermano es un hombre violento, chapado a la antigua y obstinado ... Y gracias a Dios que todo terminó así. He tomado todas las precauciones necesarias para evitar la publicidad ...

- Le dejaré mi dirección por si el asunto se complica -observó con desgana Basárov.

- Espero que no surja ninguna complicación, Evgueni Vasílich ... siento mucho que su estancia en mi casa haya terminado ... de ese modo. Sobre todo cuando pienso que Arkadi ...

- A Arkadi espero vede pronto -replicó Basárov, quien perdía la paciencia con toda clase de explicaciones y aclaraciones-. En caso contrario, le ruego le salude de mi parte y le exprese mi más sincero pesar por lo ocurrido.

- Y yo le pido ... -respondió Nikolai Petróvich haciendo una reverencia.

Mas Basárov salió sin esperar el final de su frase.

Al enterarse de que éste se disponía a partir, Pável Petróvich manifestó su deseo de verle para estrechade la mano. Mas también en aquel momento Basárov se mostró frío como el hielo. Comprendía el deseo de Pável Petróvich de mostrarse magnánimo. De Fiénichka no logró despedirse, sólo intercambiaron algunas miradas, cuando ella se asomó a la ventana. Su rostro le pareció triste. ¡Acabará mal, quizá!, pensó para sí ... Bueno, ya se las arreglará como pueda, se dijo después. En cambio, Petr se emocionó tanto que lloró apoyado en su hombro hasta que Basárov le calmó preguntándole:

- ¿Es que hoy son tus ojos un manantial?

En cuanto a Duñasha, tuvo que correr al soto para ocultar su agitación. El culpable de toda aquella amargura subió al coche, encendió un cigarro y cuando, en la cuarta versta, compareció ante sus ojos en un recodo del camino la finca de los Kirsánov, extendida en línea recta, con su nueva casá. señorial, no hizo otra cosa que escupir, y murmuró: ¡Malditos señoritos! y se arrebujó con el capote.

Pável Petróvich mejoró rápidamente, aunque tuvo que permanecer casi una semana más en cama. Soportaba su cautiverio, como él lo llamaba, con bastante paciencia, aunque se preocupaba demasiado de su toilette y pedía constantemente que perfumasen su habitación. Nikolai Petróvich le leía revistas y Fiénichka le atendía lo mismo que antes, le traía caldos, limonada, huevos pasados por agua, té. Pero un secreto temor se adueñaba de ella en cuanto entraba en la habitación del enfermo. La inesperada conducta de Pável Petróvich había asustado a todos los moradores de la casa, y a ella más que a nadie. Prokófich fue el único que no se inmutó, asegurando que también en sus tiempos los señores de la nobleza se batían con frecuencia entre sí, y a granujas como aquel hubieran ordenado que le arrearan una tunda en la cuadra, por su grosería.

A Fiénichka apenas le remordía la conciencia, aunque la idea del verdadero motivo del duelo solía atormentada. Además Pável Petróvich la miraba de un modo tan extraño ..., aún hallándose de espaldas, ella sentía sobre sí su mirada. Adelgazó debido a la zozobra constante que se adueñó de ella, lo cual, como suele ocurrir, la agraciaba todavía más.

Una mañana Pável Petróvich, sintiéndose ya bien, se trasladó del lecho al diván. Nikolai Petróvich, enterado de su mejoría, había salido de casa. Fiénichka trajo una taza de té para el enfermo, la puso sobre la mesa y ya se disponía a salir cuando aquél la retuvo.

- ¿Por qué esa prisa, Fiedosia Nikoláievna? ¿Acaso tiene algo que hacer?

- No ... Es decir, sí ... Tengo que servir el té a los demás.

- Eso ya lo hará Duñasha. Siéntese un rato a mi lado, tengo que hablar con usted.

Fiénichka se sentó en el borde del sillón sin decir nada.

- Escuche -comenzó Pável Petróvich atusándose el bigote-, hace tiempo que quería preguntarle: ¿Es que me tiene usted miedo?

- ¿Miedo yo?

- Sí, usted. No me mira nunca, como si su conciencia no estuviera limpia.

Fiénichka se ruborizó; sin embargo, miró a Pável Petróvich y le encontró algo extraño. Su corazón empezó a temblar débilmente.

- Porque su conciencia está limpia, ¿no es así? -preguntó él.

- ¿Y porqué no había de estarlo? -balbució ella.

- ¡Vaya usted a saber! Después de todo, ¿ante quién podría usted sentirse culpable? ¿Ante mí? Eso sería inverosímil. ¿Ante los demás? Tampoco tendría sentido. Unicamente, tal vez, ante mi hermano. Pero usted le ama, ¿no es cierto?

- Sí, le amo.

- ¿Con toda el alma? ¿Con todo el corazón?

- Yo amo a Nikolai Petróvich con todo el corazón.

- ¿De veras? Míreme, Piénichka -por primera vez la llamaba así ...

- Usted sabe que es un gran pecado mentir.

- Yo no miento, Pável Petróvich. Si no amase a su hermano, no necesitaría vivir.

- ¿Y no lo cambiaría por nadie?

- ¿Por quién podría cambiarlo?

- ¡Qué sé yo! Por ejemplo, por ese señor que acaba de partir.

Fiénichka se levantó.

- ¡Dios mío! ¿Por qué me tortura usted, Pável Petróvich? ¿Qué le he hecho yo? ¿Cómo puede hablar de ese modo ... ?

- Fiénichka -murmuró él con voz triste-, es que yo lo vi ...

- ¿Qué vio usted?

- Allí ..., en el cenador.

- ¿Y qué culpa tengo yo? -balbució la joven con dificultad.

Pável Petróvich se incorporó.

- ¿No? ¿No tiene usted la culpa? ¿Ninguna?

- ¡Yo sólo amo a Nikolai Petróvich y le amaré eternamente! -exclamó Fiénichka en un súbito arrebato y a punto de sollozar-. En cuanto a lo que usted vio, yo afirmaré en el mismo Juicio final que no hay culpa de mi parte, ni la hubo y sería mejor que muriese ahora mismo a que puedan sospechar semejante cosa de mí, pues ante mi bienhechor, ante Nikolai Petróvich ...

Pero aquí le falló la voz y al mismo tiempo sintió que Pável Petróvich le cogía una mano y se la estrechaba ... Ella le miró y quedó petrificada. El estaba aún más pálido que antes; sus ojos brillaban, y lo más sorprendente era una lágrima, gruesa y solitaria, que resbalaba por su mejilla.

- Fiénichka -murmuró de un modo extraño-, ámele, ámele siempre, es tan bueno; no le traicione nunca, no escuche palabras de nadie. Nada más horrible que amar y no ser amado. No abandone nunca a mi pobre Nikolai.

A Fiénichka se le secaron los ojos y se disipó su temor, tan grande era su asombro. Pero éste subió de punto al ver que Pável Petróvich, el mismo Pável Petróvich, acercaba a sus labios una mano suya y la apretaba sin besarla, suspirando convulsivamente ...

Señor -pensó ella-, ¿no le dará un ataque ... ? Pero era toda una vida frustrada lo que palpitaba en él en aquel instante.

La escalera crujió bajo unos pasos rápidos ... Pável Petróvich apartó de sí a la muchacha y reclinó la cabeza sobre la almohada. La puerta se abrió de par en par y apareció Nikolai Petróvich, alegre, lozano y sonrosado, con Mitia en los brazos. El niño, tan fresco y sonrosado como su padre, llevaba sólo la camisita. Brincaba sobre su pecho y sus piececitas desnudos se enganchaban en los gruesos botones del rústico gabán de su padre.

Fiénichka se precipitó súbitamente hacia éste, estrechándole entre sus brazos, junto con el niño, mientras apoyaba la cabeza en su hombro. Nikolai Petróvich se asombró. La joven, tímida y modesta, jamás se mostraba cariñosa con él en presencia de otras personas.

- ¿Qué tienes? -le preguntó entregándole el niño, al mismo tiempo que miraba a su hermano-. ¿Te encuentras peor? -añadió dirigiéndose a éste.

Pável Petróvich hundió el rostro en su pañuelo de batista.

- No ..., no es nada. Por el contrario, estoy mucho mejor.

- Hiciste mal en trasladarte al diván tan pronto. ¿Adónde vas? -añadió Nikolai Petróvich dirigiéndose a Fiénichka. Pero ésta ya había cerrado la puerta tras sí llevándose a Mitia-. Yo que quería mostrarte a mi bogatír (5). ¿Por qué se lo habrá llevado? El pequeño echaba de menos a su tío. ¿Pero qué tienes? ¿Es que ha ocurrido algo entre vosotros?

- Hermano -declaró solemnemente Pável Petróvich. Nikolai Petróvich se estremeció, presa de un inexplicable temor-. Hermano -repitió Pável Petróvich-, prométeme cumplir lo que voy a pedirte.

- ¿Qué'es? Dilo.

- Es algo muy importante y de ello, a mi modo de ver, depende la felicidad de tu vida. Todo este tiempo he pensado mucho en ello ... Hermano, cumple con tu deber, tu deber de hombre honesto y noble, deja ese mal ejemplo de seductor que estás dando, tú, el mejor de los hombres.

- ¿Qué quieres decir, Pável?

- Cásate con Fiénichka ... Ella te ama, es la madre de tu hijo.

Nikolai Petróvich retrocedió un paso y abrió los brazos.

- ¿Y eres tú quien me lo dice, Pável? ¿Tú, a quien siempre consideré el enemigo más declarado de semejantes matrimonios? ¿Acaso no sabes que únicamente por respeto hacia ti no he cumplido hasta ahora con lo que tú llamas, con razón, mi deber?

- En vano me respetabas entonces -respondió Pável Petróvich con triste sonrisa -. Comienzo a pensar que Basárov tenía razón al reprocharme mis resabios de aristócrata. No, hermano, basta de fingir y contar con la sociedad: somos ya gente vieja y tranquila; es hora de que desechemos toda vanidad y cumplamos, como acabás de decir, con nuestro deber; y fíjate, podemos obtener la felicidad por añadidura.

Nikolai Petróvich se apresuró a abrazar a su hermano.

- ¡Acabas de abrirme los ojos definitivamente! -exclamó-. No en vano he dicho siempre que eres el hombre más bueno e inteligente del mundo. Y ahora veo que eres tan sensato como generoso ...

- Algo menos, algo menos -le atajó Pável Petróvich -. No ponderes demasiado la sensatez de tu hermano, que camino de los cincuenta se ha batido en duelo como cualquier alférez. De modo que es cosa hecha: Fiénichka será mi ... belle-seur.

- ¡Mi querido Pável! ¿Pero qué dirá Arkadi?

- ¿Arkadi? Estará encantado, no lo dudes. El matrimonio no entra en sus principios. En cambio, sentirá halagados sus sentimientos de igualdad, y en verdad, ¿quién piensa ya en castas au dix-neuvième siecle?

- ¡Oh, Pável, Pável! Déjame que te bese de nuevo. No temas, tendré cuidado.

Los hermanos se abrazaron.

- ¿No crees que podríamos poner en conocimiento de Fiénichka tu intención ahora mismo? -preguntó Pável Petróvich.

- ¿Para qué esa prisa? -objetó Nikolai Petróvich-. ¿Acaso habéis hablado de ello?

- ¿Hablar nosotros? Quelle idée!

- Magnífico. Ante todo, debes ponerte bueno, que para eso tenemos tiempo. Hay que pensar bien en todo, estudiarlo ...

- ¿Pero tú estás decidido?

- Claro que lo estoy. Y te lo agradezco de corazón. Pero ahora te dejo, tienes que descansar. Toda emoción te perjudica ... Ya hablaremos después. Duerme, querido, y que Dios te dé salud.

¿Por qué me lo agradece así? -pensó Pável Petróvich-. ¡Como si no hubiera dependido de él! Y yo, en cuanto él se case, me iré a cualquier lugar lejano, Dresden o Florencia, y viviré allí hasta que fenezca.

Pável Petróvich se mojó la frente con agua de colonia y cerró los ojos. Su hermosa cabeza de convaleciente, iluminada por la luz radiante del día, yacía sin vida sobre la almohada blanca, como la cabeza de un moribundo ... Y en verdad, era un cadáver.




Notas

(1) Al buen entendedor con pocas palabras le bastan (francés).

(2) Lo agradable con lo útil (latín).

(3) Mrs. Ann Ward Radcliffe (1764-1823). Autora de obras conocidas en la historia de la literatura como novelas de misterio y terroor.

(4) Pasha: Diminutivo familiar de Pável.

(5) Bogadr: Héroe épico ruso. Atleta, héroe, hercúleo.

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