Índice de Padres e Hijos de Ivan TurguenievAnterior apartadoSiguiente apartadoBiblioteca Virtual Antorcha

21

Lo primero que vio Arkadi al levantarse del lecho fue a Vasili Ivánovich, que ataviado con una bata, ceñida al talle por un pañuelo, trabajaba afanosamente en la huerta. Al ver a su joven huésped, el viejo exclamó:

- Muy buenos días. ¿Cómo ha descansado?

- Estupendamente -respondió Arkadi.

- Aquí me tiene hecho un Cincinato; estoy quitando el bancal del rábano tardío. A Dios gracias, vivimos en una época en que cada cual debe procurarse su propio sustento. Todos tenemos que trabajar sin esperar nada de los demás. Resulta que Jean-Jacques Rousseau tenía razón. Pero hace media hora tenía usted que haberme visto en otra ocupación muy distinta. Asistí a una comadre que se quejaba de diarrea, o sea, disentería. Le administré ... opio. Y a otra le saqué una muela. Le ofrecí éter, pero ella no aceptó. Y sepa usted, señor mío, que todo esto lo hago gratis, en amateur. Lo cual no es extraño, pues ¿qué soy yo? Un hombre sin rango, un plebeyo, un homo novus, muy distinto de mi honorable esposa ... ¿Pero no desea usted salir aquí, a la sombra, y respirar el frescor de la mañana, antes del té?

Salió Arkadi y se dirigió hacia Vasili Ivánovich.

- Mis saludos de nuevo -exclamó el viejo elevando marcialmente la mano hacia su mugriento gorro-. Sé que está usted acostumbrado al lujo, a las comodidades, pero ni siquiera a los grandes de este mundo les repugnaría pasar una corta temporada bajo el techo de una cabaña.

- ¿Y qué tengo yo que ver con los grandes de este mundo? -respondió Arkadi-. No estoy, en ningún modo, acostumbrado al lujo.

- Perdone -objetó Vasili Ivánovich con un pequeño gesto de cortesía-. Aunque ahora esté ya muy pasado y conozco al pájaro por el vuelo. A mi modo, yo también soy un psicólogo y un fisonomista. Si no poseyera este don, hace ya mucho tiempo que sería hombre perdido. A un ser pequeño, como yo, lo hubiesen aplastado. Le confieso sin cumplidos que me alegra sinceramente su amistad con mi hijo. Le acabo de ver. Ya conocerá usted su costumbre, se ha levantado muy temprano para recorrer los alrededores. Y perdone mi curiosidad, ¿hace mucho tiempo que conoce usted a mi Evgueni?

- Nos conocimos este invierno.

- ¿Sí? Permítame otra pregunta, pero ¿no cree que debiéramos sentarnos? Me gustaría saber, como padre que soy, qué opinión tiene usted de mi Evgueni.

- Su hijo de usted es una de las personas más extraordinarias que he conocido en mi vida -respondió Arkadi con viveza. Vasili Ivánovich abrió súbitamente los ojos de par en par, mientras sus mejillas se encendían, débilmente y la pala se le caía de las manos.

- ¿De modo que usted supone...? -comenzó.

- Estoy seguro de que a su hijo le espera un gran porvenir, que glorificará su apellido. Me convencí de ello desde nuestro primer encuentro.

- ¿Cómo? ¿Cómo fue eso? -balbució Vasili Ivánovich, en tanto que una sonrisa de triunfo se dibujaba en sus amplios labios, sin que desapareciese ya de éstos.

- ¿Usted desea saber cómo nos conocimos?

- ..., y en general ...

Arkadi comenzó a hablar de Basárov todavía con más calor, con más entusiasmo del que manifestara aquella noche, cuando bailó la mazurca con Odintsova.

Vasili Ivánovich le escuchaba. Le escuchaba, se sonaba la nariz, tosía, se desmelenaba y, finalmente, no pudiendo contenerse, se inclinó hacia Arkádi y le besó en el hombro.

- Me ha hecho usted completamente feliz -musitó sin dejar de sonreír-, debo decide que yo venero a mi hijo; de lo que siente por él mi vieja, no voy a hablar, es madre y con eso está dicho todo. Pero no me atrevo a manifestar ante él mis sentimentos porque no le gusta. Es enemigo de toda efusión; muchos incluso le censuran esa dureza, creyéndola indicio de orgullo o de frialdad. Pero a las personas como él no se las puede medir por el rasero común, ¿no es cierto? Otro en su lugar estaría sacando y sacando dinero a sus padres, pero Evgueni jamás aceptó de nosotros un solo kopeck de más, ¡se lo juro!

- Es un hombre desinteresado y honesto -observó Arkadi.

- Precisamente desinteresado. Y yo, Arkadi Nikoláievich, no solamente le venero, sino que me enorgullezco de él y toda mi ambición consiste en que, con el tiempo, en su biografía figuren las siguientes palabras: hijo de un simple médico militar que, no obstante, pronto supo valorarle y no escatimó nada para su educación ...

Al viejo se le quebró la voz y Arkadi le estrechó la mano.

- ¿Qué opina usted? -preguntó Vasili Ivánovich después de un breve silencio-. ¿No será en el terreno de la medicina donde él alcance esa fama que usted le augura?

- Claro que no, aunque también en medicina llegará a ser uno de nuestros primeros sabios.

- Entonces, ¿en cual, Arkadi Nikoláievich?

- Es difícil saberlo ahora, pero su hijo será famoso.

- ¡Será famoso! -repitió el viejo quedándose pensativo.

- Arina Vlásievna me ordena decirles que ya está preparado el té -dijo Anfisushka pasando junto a ellos con un enorme plato lleno de frambuesas maduras.

Vasili Ivánovich se estremeció.

- ¿Hay también nata fría con las frambuesas?

- .

- Procura que esté bien fría. ¿Pero cómo es que no viene Evgueni?

- Ya estoy aquí -resonó la voz de aquél en la habitación de Arkadi.

Vasili Ivánovich miró rápidamente hacia atrás.

- Veo que querías visitar a Arkadi, pero has llegado tarde, amice. Nosotros hemos tenido ya una prolongada plática. Ya es hora de tomar el té y tu madre nos está esperando; a propósito, tengo que hablar contigo.

- ¿De qué?

- De un pobre mujik que padece ictericia, una ictericia crónica y tenaz. Le receté centaura y le mandé comer zanahorias y beber bicarbonato; pero ésos son sólo paliativos. Hay que dade algo más eficaz. Aunque tú te burlas de la medicina, estoy seguro de que me puedes aconsejar algo eficaz. Mas ya hablaremos de esto, ahora vamos a tomar el té.

Vasili Ivánovich se levantó con vivacidad del banco y comenzó a cantar un aria de Roberto, el diablo (1)

¡Atengámonos a la ley, a la ley, a la ley,
para vivir a placer!

- ¡Qué formidable vitalidad! -exclamó Basárov retirándose de la ventana.

Hacia el mediodía quemaba el sol a través de la tenue cortina de nubes blanquecinas que encapotaban el cielo por completo. Todo callaba en la aldea. Sólo los gallos cacareaban arrogantemente y a porfía, despertando en quien les escuchaba una extraña sensación de somnolencia y tedio; también en las altas copas de algunos árboles resonaba, como un lamento, el piar de una cría de gavilán. Arkadi y Basárov estaban tendidos a la sombra de un almiar, sobre dos brazadas de hierba crujiente, aunque todavía verde y fragante.

- Aquel pobo que crece al borde de un foso -dijo Basárov- me recuerda mi infancia; entonces estaba convencido de que tanto el foso como el pobo eran verdaderos talismanes y que nunca me aburriría a su lado. No podía comprender que no me aburría porque era un niño, mientras que ahora, que ya soy mayor, el talismán no tiene poder sobre mí.

- ¿Cuánto tiempo en total viviste aquí? -preguntó Arkadi.

- Dos años seguidos, después nos trasladamos, llevamos una vida errante; vagábamos de ciudad en ciudad.

- ¿Y hace mucho que existe esta casa?

- Hace mucho. La construyó mi abuelo, el padre de mi madre.

- ¿Y qué era tu abuelo?

- El diablo lo sabe. Un comandante segundo o algo así. Sirvió en la época de Suvórov y siempre estaba relatando el paso de los Alpes. Sin duda, mentía.

- Ya he visto que en el recibidor tenéis un retrato de Suvórov. Me gustan estas casitas como la vuestra, viejas, pero acogedoras; incluso su olor parece especial.

- Sí huele a aceite de lamparilla y a hierbabuena -observó Basárov bostezando-. ¡Pero qué cantidad de moscas hay en estas casitas acogedoras ...! ¡Puf!

- Dime -comenzó Arkadi después de un corto silencio-, ¿te cohibían en la infancia?

- Ya has visto como son mis padres, gente poco severa.

- ¿Tú los quieres, Evgueni?

- Sí, Arkadi, los quiero.

- Ellos te adoran.

Basárov no respondió.

- ¿Sabes en qué estoy pensando? -dijo al fin, apoyando la cabeza en los brazos.

- ¿En qué?

- Pienso en lo agradable que es para mis padres la vida. Mi padre, a los sesenta años, tiene preocupaciones, habla de remedios paliativos, asiste a los enfermos, es generoso con los campesinos, en una palabra, se divierte. También mi madre tiene sus días tan llenos de diversas ocupaciones que apenas le da tiempo a volver en sí; y entre tanto yo ...

- Tú ¿qué?

- Yo estoy aquí acostado, a la sombra de este almiar ..., el estrechísimo espacio que ocupo es tan reducido en comparación con el restante espacio, en el que no estoy, y en el que no tengo nada qué hacer, y la parte de tiempo que me corresponda vivir es tan mezquina ante la eternidad, donde no he estado ni estaré ... Y sin embargo, en este átomo, en este punto matemático, circula la sangre, trabaja un cerebro y algo quiere también ... ¡Qué barbaridad! ¡Cuánta pequeñez!

- Permíteme una observación: eso que dices es aplicable a todos los seres humanos ...

- Tienes razón -asintió Basárov-, pero he querido decir que ellos, o sea mis padres, están ocupados y no los inquieta su propia nulidad, no los consume ..., mientras que yo ..., yo sólo siento tedio y enojo.

- ¿Enojo? ¿Y por qué enojo?

- ¿Cómo que por qué? ¿Acaso lo has olvidado?

- Lo recuerdo todo y sin embargo, no te reconozco el derecho a enojarte ... Eres desgraciado, estoy de acuerdo, pero ...

- ¡Vaya! Ya veo que tú, Arkadi Nikoláievich, comprendes el amor del mismo modo que todos los jóvenes de la novísima generación: Llaman a la gallinita para que se acerque y en cuanto la gallina empieza a aproximarse, ¡pies, para qué os quiero! Yo soy diferente. Mas cambiemos de tema; da vergüenza hablar de lo que ya no tiene remedio -Basárov se dio la vuelta-. Mira cómo esa brava hormiga arrastra una mosca medio muerta. ¡Bien, hormiga, muy bien! No importa que ella se resista. Aprovéchate de que tú, en calidad de animal, tienes derecho a no reconocer la compasión. No haces como el hombre, que se destruye a sí mismo.

- No es a ti a quien corresponde decir eso, Evgueni. ¿Cuándo te has destruido a ti mismo?

- Ese es mi único orgullo. Si yo no me he destruido, tampoco podrá destruirme una mujer. ¡Amén! ¡Se acabó! Nunca me oirás decir una sola palabra al respecto.

Ambos amigos permanecieron callados un rato.

- -comenzó de nuevo Basárov-, extraño ser el hombre. Cuando contemplas desde lejos la vida retirada que llevan aquí los padres, piensas: ¿Qué es mejor? Comer, beber y saber que obras del modo más sensato, del mejor modo. Pero no, eso es muy aburrido. Uno quiere mezclarse con las gentes, aunque sólo sea para censuradas, pero, estar con los demás.

- Habría que construir la vida de forma que cada minuto fuese importante -dijo Arkadi pensativo.

- ¡Quién va a hablar! Lo importante, aunque a veces es falso, resulta dulce, pero también se puede transigir con lo insignificante ... Lo malo son las querellas ...

- Las querellas no existen para el hombre que se niega a reconocerlas.

- ¡Hum ...! Eso que has dicho es un lugar común diametralmente opuesto.

- ¿Qué significa ese término?

- Significa lo siguiente: Decir, por ejemplo, que la instrucción es útil, es un lugar común, y decir que la instrucción es perjudicial, es también un lugar común diametralmente opuesto. Parece un poco más presuntuoso, pero, en esencia, las dos cosas son lo mismo.

- ¿Pero dónde está la verdad?

- Te responderé como el eco: ¿Dónde?

- Hoy tienes el ánimo melancólico, Evgueni.

- ¿De veras? Será que he tomado demasiado sol y que he comido y no se puede comer tantas frambuesas.

- En ese caso no estaría mal dormir un rato -observó Arkadi.

- Quizá, pero no me mires; toda persona tiene cara de tonta cuando duerme.

- ¿Acaso te importa lo que piensen de ti?

- No sé qué decirte. A un hombre auténtico no le debe preocupar eso. Un hombre de verdad es aquel, en quien no se piensa, pero al que se obedece o se odia.

- ¡Qué extraño! Yo no odio a nadie -observó Arkadi, después de un rato de meditación.

- Pues yo odio a muchos. Pero tú eres un alma tierna, un ser blando, ¡qué vas a odiar tú ...! Eres tímido, confías poco en ti mismo ...

- ¿Y tú confías en ti mismo? ¿Tienes una opinión alta de ti?

- Cuando encuentre una persona que no ceda ante mí -respondió Basárov pausadamente-, entonces cambiaré de opinión sobre mí mismo. ¡Odiar! Hoy, por ejemplo, al pasar junto a la isbá de nuestro capataz, tú dijiste: Rusia sólo conseguirá la perfección cuando el último mujik tenga una morada como ésa, y todos nosotros debemos contribuir a ello ... En cambio yo he llegado a odiar a ese mujik, Filip o Sidor, para quien tengo que desvivirme, sabiendo que él, luego, ni siquiera me dará las gracias ... ¿Y para qué necesito que me dé las gracias? Que viva el mujik en su blanca isbá y crezcan malvas sobre mi tumba. ¿Y luego qué?

- Basta, Evgueni ... Cualquiera que te escuche hoy estará de acuerdo con quienes nos reprochan falta de principios.

- Hablas igual que tu tío. Los principios no existen en general. ¿No lo has adivinado hasta ahora? Lo que hay son sensaciones. Todo depende de ellas.

- ¿Cómo es eso?

- Pues así. Yo, por ejemplo, me atengo a una orientación negativa, en virtud de una sensación. Me resulta agradable negar, mi cerebro está constituido de esa forma ¡y basta! ¿Por qué me gusta la química? ¿Por qué te gustan a ti las manzanas? En virtud de la sensación. Todo es lo mismo. Nadie penetrará nunca más hondo. Esto no te lo dirá cualquiera, ni yo te hablaré así en otra ocasión.

- Entonces, el honor ¿también es una sensación?

- ¡Ya lo creo!

- ¡Evgueni ...! -exclamó con voz triste Arkadi.

- ¿Qué? ¿No te gusta? -le interrumpio Basárov-. Sí, amigo; si estás dispuesto a segar, ¡comienza por ti mismo, por los pies ...! Pero ya hemos filosofado bastante. La naturaleza produce el silencio del sueño, como decía Pushkin.

- Pushkin jamás dijo nada semejante -respondió Arkadi.

- Bueno, no lo dijo, pero pudo y debió decido, como poeta que era. A propósito, supongo que serviría en el ejército.

- ¡Pushkin nunca fue militar!

- ¿Cómo que no, si en cada página escribe: ¡Al combate! ¡Al combatel ¡Por el honor de Rusia!

- ¡Qué disparates inventas! Todo eso no es más que una calumnia.

- ¿Una calumnia? ¡Vaya una cosa! ¿Crees que me asustas con esa palabra? Por más que se le calumnie al hombre, merece algo veinte veces peor que eso.

- Será mejor que procuremos dormir -dijo Arkadi contrariado.

- Con muchísimo gusto -respondió Basárov.

Mas ni el uno ni el otro lograban conciliar el sueño. Un sentimiento casi de hostilidad se había adueñado de ellos. Al cabo de unos cinco minutos ambos jóvenes abrieron los ojos y se contemplaron en silencio.

- Mira -dijo de pronto Arkadi- esa hoja seca de arce se ha desprendido y cae a tierra. Su movimiento es idéntico al vuelo de una mariposa. ¿No es extraño? Lo más triste y muerto se parece a lo más alegre y vivo.

- ¡Arkadi Nikoláievich, amigo mío! -exclamó Basárov-. Sólo te ruego una cosa, que no hágas frases bonitas.

- Hablo como sé ... Eso es despotismo por tu parte. Me vino a la cabeza esa idea, ¿por qué no expresarla?

- Está bien. ¿Y por qué no voy a poder yo expresar mis pensamientos? Opino que hablar con retórica es indecoroso.

- ¿Entonces qué entiendes tú por decoro? ¿Reñir?

- Veo que estás dispuesto a seguir los pasos de tu tío. ¡Cómo se hubiera alegrado ese idiota de haberte oído hablar!

- ¿Cómo has llamado a Pável Petróvich?

- Le he llamado como se merece: idiota.

- ¡Pero eso es intolerable! -exclamó Arkadi.

- ¡Ah! Habla la voz de la sangre -replicó Basárov con tranquilidad-. Veo que está muy arraigada en las gentes. El hombre está dispuesto a renunciar a todo, a rechazar todo género de prejuicios; pero reconocer, por ejemplo, que su propio hermano es un ladrón, resulta superior a sus fuerzas. Y en efecto: ¿Cómo es posible ... mi hermano, el mío, y que no sea un genio?

- Ha sido el sentimiento de justicia lo que se ha rebelado en mí, y no el de parentesco -objetó Arkadi-. Pero puesto que tú no reconoces ese sentimiento, no experimentas esa sensación, no puedes juzgar.

- Dicho de otro modo: Arkadi Kirsánov es demasiado elevado para mi entendimiento; está bien, me descubro ante él y me callo.

- ¡Basta, por favor, Evgueni! Acabaremos riñendo de veras.

- ¡Ah, Arkadi!, por favor. Riñamos una vez como es debido, hasta hacemos trizas, hasta la destrucción.

- Pero de esa forma podemos terminar ...

- ¿Pegándonos? -terminó Basárov-. ¿Y qué? Aquí, sobre el heno, en este idílico lugar, lejos del mundo y de las miradas de la gente, ¿qué importa? Pero tú no estarás de acuerdo conmigo. Si yo te cogiera del cuello ahora ...

Basárov separó sus dedos largos y ásperos ... Volvióse Arkadi preparándose a resistir, tomándolo a broma. Pero el rostro de su amigo le pareció tan siniestro, creyó ver una amenaza tan auténtica en la torcida sonrisa de sus labios y en sus ojos encendidos, que sintió una involuntaria timidez ...

- ¡Con que estábais ahí! -resonó en aquel instante la voz de Vasili Ivánovich. Y el viejo médico militar compareció ante los jóvenes, ataviado con levita y sombrero de paja, ambas prendas de confección casera-. Y yo buscándoos por todas partes ... Pero veo que habéis elegido un lugar estupendo y os habéis entregado a una hermosa ocupación. Echados sobre la tierra, a contemplar el cielo ... ¿Saben que en eso hay un significado especial?

- Yo miro el cielo sólo cuando tengo ganas de estornudar -murmuró Basárov, y dirigiéndose a Arkadi añadió a media voz-: Lástima que nos haya importunado.

- Deja eso ya -susurró Arkadi estrechando a hurtadillas la mano de su amigo-. Pero no hay amistad que resista semejantes choques.

Entre tanto Vasili Ivánovich moviendo la cabeza y apoyándose con las manos cruzadas en un bastón, hábilmente entrelazado por él mismo, con una figura de turco en el pomo, decía:

- Da gusto contemplaros, mis jóvenes amigos. ¡Cuánta fuerza, juventud de la más floreciente, facultades y talento hay en vosotros! ¡Algo así como ... Cástor y Pólux!

- ¡Siempre a vueltas con la mitología! -profirió Basárov-. Ahora se ve que en sus tiempos fue un gran latinista. Recuerdo que incluso le galardonaron con una medalla de plata por una composición, ¿no es así?

- ¡Dióscuros! ¡Dióscuros! (2) -repitió Vasili Ivánovich.

- Ya está bien, padre, basta de ternezas.

- Una vez de siglo en siglo es perdonable -murmuró el viejo-. Pero yo no los buscaba para hacerles cumplidos, sino para recordarles, ante todo, que pronto será hora de comer. Y en segundo lugar, para prevenirte, Eygueni, que ... bueno, tú eres una persona inteligente, conoces a los hombres y a las mujeres, y, por tanto, sabrás perdonar ... En fin, que la buena de tu madre ha encargado oficiar unas oraciones con motivo de tu llegada. No creas que te voy a pedir que asistas, pues ya finalizó, pero el padre Alexei ...

- ¿El pope?

- Sí, sí, el sacerdote. Almorzará ... con nosotros ... Yo no esperaba eso ni lo aconsejé ..., pero resultó así ..., él no me comprendió ... Bueno, también Arina Vlásievna ... Por otro lado, es un hombre muy bueno y sensato.

- ¿No se comerá mi parte?

Vasili Ivánovich se echó a reír.

- ¡Qué cosas tienes!

- Esa es mi única condición. Estoy dispuesto a sentarme a la mesa con cualquier persona.

Vasili Ivánovich se arregló el sombrero.

- Ya sabía yo que tú estás por encima de toda clase de prejuicios -musitó-. Lo estoy yo, un viejo de sesenta y dos años -Vasili Ivánovich no se atrevió a confesar que lo de las oraciones había sido también idea suya, pues él era tan devoto como su mujer-. El padre Alexei tiene grandes deseos de conocerte. Verás cómo te gusta ... Si se tercia, juega a las cartas y ..., entre nosotros ..., fuma en pipa.

- Entonces, después del almuerzo, jugaremos una partida de yeralash (3) y le ganaré.

- ¡Ja ..., ja ..., ja, eso esta todavía por ver.

- ¿Y qué? ¿Recuerdas los años de la juventud? -preguntó Basárov con acento especial.

Las mejillas bronceadas de Vasili 1Ivánovich enrojecieron ligeramente.

- ¿No te da vergüenza, Evgueni ? Lo pasado, pasado. Estoy dispuesto a confesar ante el señorito Arkadi que en mi juventud, verdaderamente, tuve esa pasión, y lo pagué caro. ¡Pero qué calor hace! Permítanme, señores, sentarme a su lado. Supongo que no molesto.

- De ningún modo -respondió Arkadi.

Vasili Ivánovich se dejó caer sobre el heno.

- Su lecho actual, señores míos, me recuerda mi vida de campaña, los vivaques, los puestos de socorro, cuando dormíamos en cualquier lugar, junto a un almiar y aun dábamos gracias a Dios. ¡Cuánto, cuánto he experimentado en mi vida! Si lo permiten, les contaré un curioso episodio sobre la peste en Besarabia.

- ¿Por el que te condecoraron con la orden de Vladimiro? -intervino Basárov-. Lo conocemos, lo conocemos ... Y a propósito, ¿por qué no te la pones?

- Ya te he dicho que no tengo prejuicios -murmuró Vasili Ivánovich. Sólo la víspera había ordenado que descosiesen la cintita roja, con la orden, de su levita. Y comenzó a relatar el episodio de la peste-. ¡Pero si se ha dormido! -exclamó dirigiéndose a Arkadi y señalando a su hijo con un guiño bondadoso-. ¡Evgueni! ¡Levántate! -añadió en voz alta-. ¡Vamos a comer ...!

El padre Alexei, hombre agraciado y grueso, de cabello espeso, cuidadosamente peinado, cinturón bordado sobre una sotana de seda color lila, resultó ser una persona hábil e ingeniosa. Fue el primero en apresurarse a estrechar la mano a los jóvenes huespedes, comprendiendo que éstos no necesitaban su bendición, y en todo momento se condujo con naturalidad. No se traicionó a sí mismo ni molestó a los demás; a propósito, se burló del latín seminarista y defendió a su obispo. Tomó dos copas de vino y rechazó la tercera. Aceptó el cigarro que le ofreciera Arkadi, pero no lo fumó, diciendo que lo haría en casa. Lo único que no resultaba del todo agradable en él era que solía llevarse la mano al rostro, lentamente y con cuidado, con el fin de espantar a las moscas y, a veces, aplastaba a alguna. Se sentó al tapete verde con moderada satisfacción y acabó por ganar a Basárov dos rublos, cincuenta kopecks en asignados, pues en casa de Arina Vlásievna no tenían ni idea de la plata ... Esta no jugaba a las cartas y permaneció sentada, como siempre, junto a su hijo, apoyando la cara en el puño y levantándose sólo para ordenar a los criados que les sirviesen algún nuevo manjar. No se atrevía a acariciar a su hijo, ni él la animaba a hacerlo, además Vasili Ivánovich la había aconsejado no inquietarle demasiado. Los jóvenes no son amigos de esas cosas, afirmó. (Huelga decir cómo fue el almuerzo aquel día. Timofiéich en persona había salido a galope, al rayar el alba, en busca de carne de vaca circasiana especial. El capataz había partido en otra dirección para comprar lampreas, gobios y cangrejos. Sólo en setas habían gastado cuarenta y dos kopecks en cobre.) Mas los ojos de Arina Vlásievna, invariablemente clavados en Basárov, no sólo expresaban fidelidad y ternura; había también en ellos tristeza, mezclada de curiosidad y temor, traslucían una especie de resignado reproche.

Pero a Basárov no le preocupaba lo que expresaban los ojos de su madre; se dirigía a ella rara vez y sólo para hacerle alguna pregunta breve. Una vez le pidió la mano para que le trajese la fortuna. Ella puso en silencio su suave manecita sobre la palma ancha y áspera de su hijo.

- ¿Qué tal? -le preguntó al cabo de un rato-. ¿Te trajo suerte?

- Me fue aún peor -respondió él con forzada sonrisa.

- Arriesgan demasiado -dijo el padre Alexei, como si lo lamentara, acariciando su hermosa barba.

- Esa es una de las reglas de Napoleón -respondió Vasili Ivánovich poniendó un as.

- Precisamente esa regla le llevó a la isla de Santa Elena -observó el padre Alexei cubriendo el as con un triunfo.

- ¿No quieres agua de grosellas, Eniushenka? -preguntó Arina Vlásievna a su hijo.

Basárov se encogió de hombros.

- ¡No aguanto más! Mañana mismo me voy -le dijo a Arkadi al día siguiente-. Me aburro, tengo ganas de trabajar y aquí no puedo. Regresaré contigo a la aldea, dejé allí mis preparados. Al menos en tu casa me puedo aislar. Pero aquí, aunque mi padre no cesa de decirme: Mi despacho está a tu disposición y nadie te molestará, él es el primero en no apartarse de mí. Y a mí me resulta violento aislarme de él. Lo mismo me ocurre con mi madre. Oigo cómo suspira tras la pared, salgo a su encuentro y no sé qué decirle.

- A ella le dolerá mucho tu partida -dijo Arkadi- y a él también.

- Todavía volveré.

- ¿Cuándo?

- Cuando vaya a Petersburgo.

Arkadi bajó los ojos.

- Sobre todo me da lástima de tu madre.

- ¡Vaya, hombre! ¿Acaso te obsequió con bayas?

- Tú no conoces a tu madre, Evgueni. No sólo es una excelente mujer, sino que, además, es muy inteligente. Esta mañana estuvo charlando conmigo una media hora y su conversación fue muy interesante.

- Seguro que hablaría principalmente de mí.

- No sólo se habló de ti.

- Puede ser. Tú lo sabrás mejor. No obstante, si una mujer puede sostener una conversación de media hora, ya es buena señal. De todos modos me iré.

- No te va a resultar fácil comunicarles la noticia. Siempre están haciendo planes de lo que vamos a hacer dentro de dos semanas.

- No, no me resultará fácil. Y no sé a santo de qué le irrité hoy a mi padre. Hace unos días ordenó azotar a uno de sus colonos e hizo muy bien. Sí, sí, no me mires con espanto, hizo muy bien, porque el mujik en cuestión es un ladrón y un borracho empedernido. Sólo que el viejo no imaginaba de ningún modo que yo estuviera al corriente. Se turbó mucho al saberlo y ahora, por añadidura, tengo que darle un disgusto ... Mas ¡no importa! Pronto cicatrizará la herida.

Pero aunque Basárov dijo ¡no importa!, transcurrió todo el día sin que se atreviera a comunicar a su padre su decisión. Por fin al despedirse de él en el despacho, le dijo bostezando ligeramente:

- Casi lo había olvidado ... Ordena que lleven nuestros caballos mañana a Fiedot para la posta.

Vasili Ivánovich se asombró.

- ¿Acaso se nos va el señor Kirsánov?

- Sí, y yo también me voy con él.

Vasili Ivánovich quedó como clavado en el suelo.

- ¿Te vas?

- ..., debo partir. Ordena, por favor, que preparen los caballos.

- Está bien -musitó el viejo-, pero ... ¿cómo es eso?

- Debo pasar algunos días en casa de Arkadi. Después volveré aquí.

- Sí, algunos días ... Está bien -Vasili Ivánovich sacó el pañuelo y sonándose, se inclinó casi hasta el suelo-. ¡Qué le vamos a hacer! Yo creía que ibas a estar más tiempo con nosotros ... Tres días ..., eso ... después de tres años, es bien poco, Evgueni.

- Pero si te he dicho que volveré pronto. Ahora es necesario que me vaya.

- Necesario ... Está bien, ante todo hay que cumplir con el deber ... ¿Quieres que prepare los caballos? Está bien. Claro que ni Arina ni yo esperábamos esto. Y ella que pidió flores a una vecina porque quería arreglar tu habitación -Vasili Ivánovich no se atrevió a mencionar que él mismo todos los días, de madrugada, medio descalzo, pedía consejo a Timofiéich y entregándole con dedos temblorosos un billete tras otro, le encargaba diversas compras, sobre todo, de víveres y aquel vino tinto, que gustaba tanto a ambos jóvenes-. Ante todo la libertad, ése es mi lema ..., no hay que coartar ..., no ...

Súbitamente se calló y se dirigió hacia la puerta.

- Pronto nos veremos de nuevo, padre, de veras.

Mas Vasili Ivánovich, sin volverse, hizo un gesto de duda con la mano y salió. Al entrar en su alcoba encontró a su mujer en el lecho y comenzó a rezar en silencio para no despertarla, mas ella se despertó.

- ¿Eres tú, Vasili Ivánovich?

- Sí, soy yo, madrecita.

- ¿Vienes de ver a Eniusha? Sabes, me preocupa una cosa, tal vez no duerma bien en el diván. Por eso he mandado a Anfisushka que le ponga tu pequeño colchón de campaña y almohadas nuevas. Le cedería nuestro colchón de plumas, pero recuerdo que no le gusta dormir en blando.

- No importa, madrecita, no te preocupes. El está bien. Señor, ten piedad de nosotros, pecadores -continuó su oración a media voz.

Vasili Ivánovich tuvo lástima de su vieja y no quiso comunicarle a la hora de dormir la dolorosa noticia.

Basárov y Arkadi partieron al día siguiente. Ya desde buena mañana en la casa todo se había llenado de tristeza. A Anfisushka se le caía la vajilla de las manos; incluso Fiedka estaba perplejo y terminó por quitarse las botas. Vasili Ivánovich se agitaba más que nunca. Visiblemente trataba de hacerse el valiente, hablaba en voz alta, pisaba recio, pero tenía mala cara y evitaba mirar a su hijo. Arina Vlásievna lloraba en silencio y a no ser porque su esposo había pasado dos largas horas aquella mañana junto a ella, convenciéndola, se habría derrumbado, perdiendo toda clase de dominio sobre sí misma.

Por fin Basárov, después de reiteradas promesas de regresar al cabo de un mes, lo más tarde, se liberó de los brazos que le retenían y subió al tarantás. Los caballos arrancaron, tintinearon los cascabeles y se pusieron en movimiento las ruedas. Ya no valía la pena mirar en pos del carruaje, pues sólo quedaba el polvo del camino, y Timofiéich, encorvado y tambaleándose se arrastró hacia su mísera habitación. Cuando los dos esposos se quedaron solos en su casa, que se les antojó más vieja y adusta que nunca, Vasili Ivánovich, que sólo hacía unos instantes había encontrado en sí el suficiente valor para agitar el pañuelo, se dejó caer en una silla con la cabeza hundida en el pecho, exclamando:

- ¡Se ha ido! ¡Nos ha abandonado! Se aburría con nosotros. ¡Ahora estoy solo, más solo que la una! -repitió una y otra vez, poniendo por delante el dedo índice de su mano. Entonces Arina Vlásievna se acercó a él y apoyando su blanca cabeza en la canosa cabeza de él, balbució:

- ¿Qué podemos hacer, Vasia? (4) Un hijo es como una rama desgajada. Es como un águila: si quiere, viene, y si quiere, se va. En cambio, tú y yo somos inseparables, como dos setas en el mismo tallo. Sólo yo seré siempre invariablemente para ti, igual que tú para mí.

Vasili Ivánovich apartó las manos de su rostro, se acercó a su esposa, a su compañera, y la abrazó tan fuerte como no lo hiciera incluso en su juventud, porque ella le había consolado en su dolor.




Notas

(1) Opera del compositor Jacob Mcycrbecr (1791-1864).

(2) Dióscuro: Hijo de Júpiter (griego).

(3) Yeralesk: Antiguo juego de cartas.

(4) Vasia: Diminutivo familiar de Vasili.

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